Éxito, comedia, drama, tragedia, eso y más tuvo por condimento -o por plato principal- la intensa vida de Juan José de los Santos Casacuberta, el primer gran actor de las tablas nacionales nacido en Buenos Aires el 1 de noviembre de 1798. La figura escénica de Casacuberta tuvo su cénit a partir de 1830 y se desarrolló en tiempos de sacudimientos políticos y batallas sangrientas entre federales y unitarios, ante el ascenso de Juan Manuel de Rosas. El oficio escénico lo heredó de su padre, el gracioso José Casacuberta, bordador, soldado y actor.
Tras iniciarse joven en Montevideo, el actor desplegó sus dotes entre 1830 y 1839 en compañías de teatro de Buenos Aires, en las que brilló junto a otras figuras pionera. Con la gran actriz Trinidad Guevara formó pareja escénica en la misma compañía, aunque también por períodos se disputaron entre sí el público desde compañías y teatros diferentes. En 1839 hubo poco trabajo para la actividad escénica, debido al bloqueo francés en el puerto de Buenos Aires. Casacuberta decidió aceptar una invitación a hacer temporada en la provincia de Córdoba a donde partió junto a su esposa Manuela y sus hijos pequeños Juan Aurelio y Cristina (quienes también se dedicarían a la actuación), llevando consigo incluso a su madre.
A poco de su arribo, en junio de 1839 y estando en la campaña, su madre murió, lo que lo obligó a cambiar de planes. El actor se dirigió a la capital cordobesa, apremiado por la situación económica. El episodio más importante –a los fines de la historia teatral local-, además de sus actuaciones en la ciudad, fue el papel que le cupo a Casacuberta en la acción de “dotar a Córdoba, definitivamente, de su primer coliseo”, como dice el historiador Monseñor Pablo Cabrera, quien así detalla el hecho:
“El recién llegado notó desde el primer momento la falta de un coliseo, digno de la cultura de Córdoba y de la menta de que venía precedida la compañía teatral por él encabezada. Alma selecta, delicada y generosa, Casacuberta vióse constituído, -poco menos que automáticamente, por la fuerza misma de las circunstancias y la acogida favorable y el noble estímulo que le prestara un núcleo de caballeros de lo más representativo de Córdoba, (…) en gestor vigoroso, inteligente, eficaz, de los acontecimientos de índole cultural de que dáse cuenta en las subsiguientes piezas documentales”
Se hicieron las bases de una sociedad teatral formada por accionistas destinada a construir un teatro, proyecto que se concretó en una propiedad perteneciente a D. Manuel de la Lastra, que había sido sede del teatro de un tal O’Donell arruinado por la decadencia y el tiempo sin haber alcanzado a abrir sus puertas. El primer coliseo cordobés que sí lo hizo se llamó Teatro de la Comedia y se levantó en la primera cuadra de la calle central –hoy San Martín-. Casacuberta se comprometió a dar una función un domingo por mes, a beneficio de los accionistas de la sociedad. La compañía, que tenía la exclusividad de este teatro, debía reembolsar con sus funciones un total de 1000 pesos. Se cobraba por función “un real de entrada y otro por luneta, dos reales entrada y cazuela, y un peso los palcos, fuera de la entrada”
En ese tablado desarrolló durante un año y medio su actividad la compañía del primer actor argentino. Casacuberta no tenía simpatía por el gobierno de Juan Manuel de Rosas, aun cuando en ocasiones, en Buenos Aires, tuvo que dedicarle funciones a él y a doña Encarnación Ezcurra, por razones de conveniencia. En su pecho era claramente unitario. Cuando en octubre de 1840 se produjo en Córdoba el movimiento que logró desplazar provisoriamente al gobernador aliado de Rosas, Manuel López Quebracho, y asumió el mando en la provincia el Dr. José Francisco Álvarez, Casacuberta manifestó con fervor su apoyo. Sin embargo, se avecinaban malos tiempos para Córdoba y para la compañía de teatro.
Como escribió al respecto Monseñor Pablo Cabrera “fué una desgracia, una coincidencia fatal, que mientras el eminente cómico efectuaba su temporada de arte a la margen del Primero, hiciérase la noche en el país, la noche horrenda, sin penumbras, de la tiranía, razón por la cual la actuación de Casacuberta en Córdoba fué breve, como efímera y malograda fué también en ésta la administración político -unitaria del no menos infortunado doctor Álvarez, cuyo advenimiento había saludado aquél, desde las tablas, jubiloso, sin imaginarse de ningún modo que le seguiría en breve, a la par de tantos otros, camino del destierro.”
Así describe Efraín Bischoff la circunstancia abrupta que puso punto final a la temporada de Casacuberta en esta ciudad: “En la noche del 29 de noviembre, el gobernador Álvarez y su ministro de guerra, coronel Martínez, estaban en el teatro aplaudiendo escenas de El barbero de Sevilla, cuando un ayudante informó que Lavalle había sido derrotado en los campos de Quebracho Herrado (San Justo), por las huestes del general Oribe, quien lo venía persiguiendo. Todo fue confusión y terror, y la desbandada fue inmediata. Nadie esperaba ser perdonado por Oribe cuando arribara. Unos trataron de escapar hacia el norte del país; otros, como Casacuberta, se dirigieron a Chile.”
El actor partió con el ejército del general Lamadrid, el cual sufrió una derrota en la acción de Rodeo del Medio. Con el enemigo pisándoles los talones, el actor y sus demás compañeros de desgracia cruzaron penosamente la cordillera y fueron recibidos en Chile por Domingo Faustino Sarmiento. En palabras del sanjuanino, “Casacuberta fue anunciado en Santiago como el hijo predilecto del arte argentino.” El actor era, no obstante, un proscripto separado de su familia, que sufría de soledad y a veces de hambre. Sobreponiéndose a su ánimo logró entrar en la historia del teatro de Chile y también en el de Perú, aunque nunca pudo retornar a la Argentina. En 1849, luego de una función en un teatro de Santiago, mientras saludaba ante la ovación del público, cayó muerto sobre las tablas. Tenía 51 años y fue llorado en todos los países sudamericanos que había iluminado con su arte.