Calhoun y el laberinto

Es difícil determinar cuál fue la primera civilización en diseñar laberintos; los primeros conocidos datan de fines del neolítico y principios de la Edad de Bronce (aproximadamente 2000 a.C.). Se han encontrado representaciones de laberintos cuadrados (los primeros laberintos conocidos) y rectangulares en tumbas del antiguo Egipto, mientras que los laberintos de forma circular surgieron a fines del siglo VII a.C.

Cómo surgió la idea del laberinto tampoco está claro; algunos sugieren que se puede haber tomado como modelo la perfección de la tela de araña, otros que salió de la idea de unir como en un tejido las estrellas del cielo, que serían como nudos de una trama compleja, tal como son los laberintos.

La etimología de la palabra “laberinto” también es incierta. Una versión dice que proviene del griego “labyrinzos”, otra dice que procede del término griego “lábrys”, que significa “hacha de dos filos”, que no por casualidad es el emblema de la casa del rey Minos de Creta. Como se cree que los laberintos más antiguos son los egipcios, también se piensa que el vocablo podría tener su origen en el término egipcio “lapi-ro-hut”, que significa “templo a la entrada del lago”, que es el nombre del enorme palacio levantado por el faraón Amenemhat III hacia el año 2000 a.C. y que también es su tumba, ya que su cadáver yace en el centro del mismo.

No se puede hablar de laberintos sin hacer mención al laberinto más famoso: el laberinto del Minotauro, de la mitología griega; un laberinto “clásico” de siete caminos concéntricos. Las teorías históricas suelen coincidir en que este mito fue creado por los griegos para mostrar la crueldad cretense, y en lugar de utilizar el argumento del canibalismo (argumento muy usado en la antigüedad para difamar por barbarie a los enemigos) se utilizó este mito. Algunos historiadores afirman que lo que se tomó como base para el laberinto del mito es el propio palacio de Knossos (Cnossos), el cual por sus terrazas y patios tenía una estructura bastante compleja. El laberinto del Minotauro (construido por Dédalo para el rey Minos) es el obstáculo que Teseo debe superar para derrotar al Minotauro. Al principio las víctimas del sacrificio caminaban por los pasadizos hasta encontrarse con el monstruo que era mitad hombre y mitad toro y que acababa con la vida de todos los que osaban entrar. Teseo consiguió matarlo y salir del laberinto gracias a la ayuda del hilo que le dio Ariadna, hija de Minos y hermana del Minotauro.

La expansión de la cultura romana lleva consigo la difusión del símbolo y lo hizo popular; el mito del laberinto del Minotauro y su representación con Teseo matándolo se encontraba en el centro de casi todos los laberintos de esta época. Las representaciones de laberintos de esta época corresponden a laberintos unicursales (o univiarios), en los que hay un solo camino que luego de muchas vueltas llega al centro.

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Mosaico que representa el mito de Teseo y el Minotauro en el laberinto
Mosaico que representa el mito de Teseo y el Minotauro en el laberinto

 

 

Entre esta tipología de laberinto y el laberinto medieval que llegará siglos más tarde hay un paso intermedio en el que se mantiene el modelo romano pero se cristianizan los motivos centrales sustituyendo las imágenes del minotauro o su lucha con Teseo por motivos religiosos. Por lo general se fija el diseño en cuatro sectores (eso ya se hacía en los laberintos romanos) ya que se potencia la idea de la existencia de una cruz central en el diseño. Estos cambios de diseño llevan a la asimilar por el cristianismo lo que hasta ahí había sido un símbolo pagano.

En plena Edad Media ya se encuentra el laberinto como símbolo completamente aceptado en los edificios religiosos, pasando a ser símbolo del complicado camino que un buen cristiano debe realizar hacia la redención, con las idas y venidas en su camino (lo que representaría las complicaciones de la vida) hasta llegar al centro: Dios.

Con el tiempo se popularizan los laberintos en los ámbitos de la vida cotidiana, incorporándose la forma más conocida de los laberintos: la multicursal (multiviario), es decir, con una sola entrada pero con la necesidad de elegir opciones en el recorrido, ya que hay múltiples caminos interiores que pueden llevar al centro, a un callejón sin salida o a otro camino que no es el correcto.

Los laberintos en jardines aparecen a finales del medioevo. Estos laberintos ya habían perdido su componente místico filosófico y pasaron a tener un componente más decorativo y lúdico. Muchos laberintos en jardines ya no existen (ya que si dejan de cuidarse se deterioran y se funden con el entorno) pero sí quedan representaciones gráficas de los mismos.

En el norte de Europa los laberintos conocen su mayor auge entre los siglos XV y XVII, siendo muchos de ellos construidos en piedra. Y por la influencia del colonialismo los laberintos se extienden a otros continentes, en algunos de los cuales también habían existido en épocas pasadas tradiciones autóctonas de laberintos.

Como vimos, los laberintos pueden ser unicursales y multicursales. En inglés se dice “labyrinth” para referirse al laberinto unicursal, y se dice “maze” para referirse al laberinto multicursal.

El laberinto unicursal es, como quedó dicho, aquel en el que desde el punto de entrada hasta el punto de llegada no es necesario, ni posible, tomar ninguna elección durante el recorrido. Dentro de este grupo se encuentran el laberinto clásico, también llamado “cretense” (laberinto de siete circuitos concéntricos), el clásico báltico (tiene dos entradas y un centro), el romano (se dividen fácilmente en cuadrantes), el medieval (variable en la forma externa y en la candidad de circuitos), el contemporáneo (con diseños más estéticos y simbólicos).

En el laberinto multicursal, como fue dicho, existe la opción de elegir entre distintos caminos, con la posibilidad de que las elecciones tomadas no nos lleven hacia el destino o nos lleven a calles sin salida. Para decirlo fácil, son los laberintos donde uno puede perderse. No poseen un único recorrido y se puede llegar al objetivo o no. En algunos de los trazados multicursales existen lo que se denominan “islas” (secciones del trazado dentro del laberinto que no están conectadas al perímetro). Hay dos tipos de laberintos multicursales: el más conocido y frecuente es el de “conexión simple”; en ellos, más allá de lo complejo que sea el diseño, hay un truco muy sencillo para llegar al centro, que es colocar la mano en una de las paredes y avanzar siempre sin despegar la mano de la misma. El otro tipo es el de “conexión múltiple”; en estos laberintos se incluyen “islas”, por lo cual sería posible estar dando vueltas sobre un mismo trazado en un bucle continuo o incluso ser llevado de vuelta fuera del laberinto.

Se dicen muchas cosas sobre el significado de los laberintos: algunos dicen que fueron pensados como trampas de los espíritus del demonio, mientras que otros dicen lo contrario: que eran trampas construidas para engañar a los espíritus malignos. Algunos antropólogos consideran que los laberintos formaban parte de ritos funerarios; de hecho, se hallan en muchas tumbas de la antigüedad, destinados a confundir a aquellos (tanto de este mundo como del otro) que quisieran perturbar a los muertos. Otros consideran que fueron construidos como trampa frente a fortalezas para confundir a los enemigos. Según el eminente antropólogo James G. Frazer, los laberintos son símbolos de protección. Para el famoso historiador de religiones Mircea Eliade, el mito de Teseo y el laberinto hace referencia a ritos relacionados con la diosa madre del mundo subterráneo, asociada a la serpiente. El emblema de la casa de Minos -el hacha de doble filo- es un símbolo ligado a la muerte, y según Eliade la función del laberinto es reflejar la muerte simbólica y la resurrección espiritual.

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Retrato de un hombre con el diseño de un laberinto en el pecho, por Bartolomeo Veneto, Italia, comienzos del siglo XVI.

Retrato de un hombre con el diseño de un laberinto en el pecho, por Bartolomeo Veneto, Italia, comienzos del siglo XVI.

 

El significado cultural y la interpretación del laberinto como símbolo es muy amplio. Está presente en diversas épocas y culturas como un símbolo de lo espiritual, de lo misterioso o de lo metafísico. En algunas iglesias, por ejemplo, es posible encontrarlos trazados en el piso cerca del baptisterio (lugar donde se bautiza), como para atrapar a los malos espíritus. En algunas casas la imagen del laberinto se trazaba en la puerta de ingreso, como sistema de protección. Como vimos, durante la Edad Media, el recorrido tortuoso de los caminos enredados y difíciles hasta hallar el centro simbolizaban la participación en los sufrimientos de Cristo en la cruz. El camino del laberinto es el peregrinaje y el centro representa la recompensa: Dios. En el Renacimiento, en cambio, es el hombre quien está en el centro del laberinto, como reflejo del humanismo antropocéntrico.

No puede dejar de mencionarse cómo el genial Jorge Luis Borges lleva el laberinto al plano ontológico asimilando el laberinto al infinito, ya que relaciona un lugar circunscripto (y por lo tanto, finito), con su recorrido interno, que es potencialmente infinito. “Las ruinas circulares”, “La casa de Asterión” (Asterión es el nombre del Minotauro) y “Los dos reyes y los dos laberintos” (en el cual uno de los laberintos es casi infinito, ya que se trata del desierto), admiten un análisis de varias capas, entre las que no puede obviarse la ontológica.

Una especie de laberinto por demás interesante es la “caerdroia”, un laberinto de césped galés diseñado por pastores. Escenarios de rituales celtas, en el centro de cada caerdroia había un pequeño montículo (“twmpath”). Caerdroia (o Caerdroea, o Caer Droea) es una palabra galesa que tiene varios significados: uno es “laberinto-rompecabezas”; otro es “Troya” (se creía que las murallas de Troya estaban construidas formando laberintos). Una caerdroia bastante famosa existe en el bosque de Gwdir, en Gales. En este caso no es un laberinto de césped, (pero sí remite a la forma der las caerdroias), ya que es un laberinto forestal permanente. Los caminos miden una milla de largo, lo que lo convierte posiblemente en el laberinto más grande de su tipo en el mundo.

Calhoun había llegado a Eige (Eige: hoy Eigg, una de las islas Small, de las Hébridas escocesas) desde Rùm. Era joven, fuerte, solitario y simplemente no quería ver a nadie. Llegó con dos ovejas, un carro precario y unas pocas cosas. En la playa desierta dejó su enorme bote, cargó sus cosas en el carro y caminó. An Sgùrr era su referencia; llegó a una pared de piedra cercana a su ladera, vio que sería un buen reparo y desempacó.

Conoció a Donnán cerca de Cleadale. Le compró herramientas, materiales, algunas ovejas y algunas papas. En un par de meses construyó su casa con piedra, madera y turba. Donnán lo aconsejó sobre cuestiones del clima y respetó su deseo de permanecer alejado y solo. Calhoun aceptaba sus esporádicas visitas, le ofrecía licor de algas y lo llevaba a pescar en su bote.

A los años, las ovejas se hicieron muchas y sus cueros le dieron más abrigo a su techo y su interior. La turba como abono lo ayudó a cultivar papas, batatas, rábanos y zanahorias. Y vivió.

Supo que Donnán había sido masacrado por los pictos.

La ladera del An Sgùrr era infranqueable, así que sintió que su espalda estaba segura. Tenía que proteger el resto. Y comenzó a construir su laberinto.

Ideó rampas, cavó zanjas, acumuló turba concentrada, diseñó trampas, plantó arbustos, cargó piedras. Después de cinco años, un laberinto rodeaba su casa. Alto, oscuro, enorme.

No le pareció suficiente.

El laberinto se transformó en su obsesión. No hacía otra cosa más que agrandarlo. Su casa, sus corrales y sus huertos ya no veían el mar, encerrados entre exuberantes paredes de piedras, tierra, musgos, arbustos. Su manía se transformó en su razón, y su razón desvarió.

Cada día se llevaba provisiones hacia el otro extremo del laberinto, como para no pasar hambre hasta el anochecer, y volvía siguiendo sus huellas y las marcas de su bastón en la tierra.

Un día, parado en algún lugar de su laberinto, perdió su orientación. La ladera del An Sgùrr lo ayudó, apenas. No era aquella sobre la que se recostaba su casa, pero la reconoció. Imaginó entonces que si él podía orientarse, aún malamente, cualquiera podría hacerlo. A pesar de que no había visto a una sola persona desde Dannán, temió que encontraran su refugio.

Así que siguió construyendo paredes y caminos engañosos.

Y su vida transcurrió.

Y ocurrió que un día no pudo volver a su casa; una noche sin luna lo encontró en un sendero de su laberinto tan alejado y oscuro que se obligó a quedarse allí. El siguiente día fue el primero en décadas en el que no se dedicó a construir su laberinto, ya que le llevó todo el día volver a su casa.

Y de regreso en su casa, pensó.

Sus huellas apenas se notaban, su vista ya no era buena, sus pasos ya no eran enérgicos. Ya no tenía fuerzas suficientes. Ya era viejo.

No se sentía lo suficientemente seguro y lo angustiaba el hecho de que no pudiera seguir construyendo su laberinto.

Calhoun murió esa noche.

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