Tan solo un día después de que se produjera la considerada derrota naval más terrible de la historia de Rusia, que tuvo lugar contra Japón en 1905 en el estrecho de Corea, la prensa española ya se hacía eco ampliamente de ella. Y eso que solo duró dos días, entre el 27 y 28 de mayo, pero sus dimensiones fueron tales para aquella época -una década antes de la Primera Guerra Mundial-, que los periódicos estuvieron durante días revelando nuevos datos de lo ocurrido en Tsushima. El 29 de mayo, el diario “La Época” ya la calificaba de “gran batalla naval”, mientras “El Imparcial” informaba ese mismo día que “el almirante japonés Togo Heihachiro había echado a pique un acorazado, cuatro buques y un barco taller”.
Fue el episodio más importante de la Guerra Ruso-Japonesa, la misma que acabó con la vida de 150.000 personas e hirió a más de 200.000 en tan solo dos años. Pero la batalla de Tsushima fue tan dantesca como la describió el “Times” aquel mismo día: “En los cien años transcurridos desde que Napoleón fijo en Trafalgar los destinos de Europa, no se ha celebrado en el mar ningún combate comparable al que empezó el sábado en el estrecho de Tsushima y no se ha ganado tampoco ninguno semejante”. Al final, la flota rusa del Báltico con sus 38 buques de guerra, comandada por el almirante Zinovy Rozhestvensky, fue completamente destruída por los nipones. “Ha sido desastroso, con terribles pérdidas para las dos escuadras, hasta el punto de no haber salido ileso ni un solo buque”, añadía “El Imparcial”.
En “La Correspondencia de España”, el mismo Ramiro de Maeztu también recogía el impacto que este enfrentamiento en alta mar estaba teniendo en Europa. “Nunca se han vendido tantos periódicos en Londres como estos tres últimos días. Las ediciones sucesivas que se lanzan por la tarde y por la noche se agotan rápidamente. A horas tan extrañas como las 23.00 para una gran ciudad tan madrugadora como esta, los voceadores de los periódicos invaden las calles para informar de la última noticia. Y desde que los diarios emplean los telégrafos, jamás había interesado tanto un suceso como el combate naval de Tsushima. Es el más importante de cuantos el mundo ha presenciado desde Trafalgar, según afirman todos los periódicos ingleses”, podía leerse en su artículo del 4 de junio de 1905.
Guerra Ruso-Japonesa
En realidad, la Guerra Ruso-Japonesa había empezado un año antes, cuando chocaron las ambiciones territoriales de ambas potencias por la posesión de Manchuria y Corea. Para los rusos se había convertido en una cuestión vital disponer en su costa este de un puerto cuyas aguas no se congelasen en invierno, tal y como les ocurría en la ciudad de Vladivostok. El problema es que, tras la Primera Guerra Sino-Japonesa (1894-1895), el Tratado de Shimonoseki le concedió a Japón la mayoría del territorio en el que Rusia buscaba su base. Es decir, la isla de Taiwán, el protectorado sobre Corea y la península de Liaodong.
Japón se vio obligado finalmente a entregar la ciudad portuaria de Port Arthur a Rusia por la presión internacional que estaba sufriendo, mientras continuaba negociando con Rusia para rebajar la tensión entre ambos. Aquella cesión, sin embargo, fue una humillación para los nipones, que vieron encima como los rusos no hacían lo mismo en Manchuria y, además, comenzaban a construir un ferrocarril en un claro desafío colonizador. Las conversaciones se mantuvieron durante dos años, pero fueron inútiles, por lo que Japón decidió atacar Port Arthur por sorpresa el 8 de febrero de 1904 y mantener su dominio exclusivo sobre Corea.
Los japoneses sitiaron la ciudad durante un año y después la conquistaron, en una lenta agonía para los rusos residentes en aquella base. Durante ese tiempo, además, se produjeron varias batallas navales en las que la armada nipona infringió otras derrotas a su enemigo, demostrando que era una fuerza temible. Y los vapulearon también en tierra, recibiendo severas palizas en el río Yalu, Nanshan, Te-li-ssu, Liaoyang, río Sha-ho, Sandepu y Mukden. La armada rusa quedó tan afectada, que el Estado Mayor tuvo que formar una nueva escuadra con buques de las flotas del Báltico y el Mar Negro para contraatacar.
Rozhestvensky contra Togo
Esta nueva escuadra del Pacífico fue puesta bajo el mando del Rozhestvensky, que tardó meses en reagruparse y dirigirse hasta el estrecho de Corea. Lógicamente, al almirante Togo le dio tiempo a preparar sus barcos, entrenar a sus tripulaciones y dirigirse al encuentro de los rusos, que iban decididos a perpetrar su venganza contra los japoneses con 11 acorazados, nueve destructores, ocho cruceros y varias unidades menores con marinos peor preparados y armados. No podían estos imaginarse que enfrente se encontrarían a 37 torpederos, 27 cruceros, 21 destructores y cuatro acorazados, además de un buen número de unidades auxiliares y artilleros.
Al llegar a Port Arthur y ver que estaba en manos de los japoneses, los rusos decidieron poner rumbo a Vladivostok por el estrecho de Tsushima, que era la ruta más corta. Lo que no sabía Rozhestvensky es que Togo y su poderosa flota les esperaban al otro lado. Tampoco sabía que el nipón era el único almirante del mundo en activo con experiencia de combate con acorazados, que fueron los verdaderos protagonistas de esta histórica batalla. Un dato más que auguraba un final espantoso para los europeos, algunos de cuyos barcos, sistemas de comunicaciones y torpedos estaban obsoletos y funcionaban precariamente. Aquello parecía un suicidio.
El 26 de mayo de 1905, la escuadra rusa fue descubierta por el crucero auxiliar nipón Shinano Maru, en plena noche y a pesar de la niebla, gracias a las luces del barco-hospital Orel, que navegaba con ellas encendidas tal y como exigía la legislación internacional. Utilizando los modernos equipos de radio japoneses, Togo pronto recibió la ubicación exacta del enemigo. A bordo del acorazado Mikasa, el almirante partió a toda velocidad para interceptarlo en compañía de cuatro divisiones que tenían, en total, cuarenta naves. Al mando de cada una de ellas había un oficial de menor rango, como era el caso de Isoroku Yamamoto, el mismo que casi cuatro décadas después vencería en Pearl Harbor a los americanos durante la Segunda Guerra Mundial.
La arenga de Togo
Togo levantó el ánimo de sus marinos pronunciando una arenga muy parecida a la que Nelson había dado antes de la batalla de Trafalgar: “El destino del imperio depende del resultado de esta batalla; que cada hombre cumpla con su deber supremo”. Y a las 14.15 avanzó hasta cruzarse delante de la línea rusa para disparar sus cañones a toda discreción, de manera que estos solo pudieron responder con las piezas de proa, en clara desventaja.
Aunque los rusos eran manifiestamente superiores en lo que respecta a los buques capitales, como se conoce a los principales y más importantes buques de guerra de cada armada, los japoneses habían completado su escuadra con una especie de cruceros pesados -o “acorazados disfrazados”, como los llaman algunos expertos-, con los que poseían una gran ventaja en la velocidad. Esto les permitió emplear una táctica que Alexander Kiralfy define en el libro “Genios de la estrategia militar” como “dar caza al enemigo en oleadas”. Es decir, atacar en una maniobra arriesgada de acercamiento e, inmediatamente después, alejarse hasta colocarse en una mejor posición en la línea de avance ruso para atacar de nuevo. Y así, una y otra vez, hasta acabar con el contrincante.
Lo que Togo quería evitar era que la batalla se redujera a un intercambio continuo de fuego. En una de esas maniobras de acercamiento, el almirante japonés ordenó virar a su flota para tomar la misma dirección que los rusos. Un movimiento arriesgado en forma de “U”, pero muy efectivo, que le permitió estabilizar a sus dos líneas de acorazados a una distancia en 6.200 metros y lanzarse a la ofensiva sin piedad con toda su artillería. Se notaba que la flota nipona había estado practicando durante los meses de espera en el estrecho de Corea y pronto se desató el caos en las naves rusas.
30 minutos de infierno
En menos de 30 minutos de fuego -entre las 14.15 y las 14.45 horas- la batalla quedó prácticamente decidida. Los japoneses utilizaron, además, una diversa combinación de explosivos llamada shimose (“melinita”), compuesta por ácido pícrico, que se incendiaba al entrar en contacto con los materiales inflamables que tenían las estructuras de las naves rusas, como la pintura y el carbón. Esto hizo que un buen número de ellas se vieran envueltas en llamas y desataran el infierno en su interior. El buque insignia de Rozhestvensky, por ejemplo, fue obligado a salir de su formación rápidamente, quedándose completamente aislado e indefenso. Y el Oslyabya, otra de las naves importantes de los rusos, se hundió en pocos minutos a causa del impacto de los proyectiles. Era la primera vez que un navío blindado moderno se iba a pique sólo por los disparos.
Pero aquello no era más que el principio. Los japoneses continuaron atacando en oleadas. En un momento dado, Togo ordenó a su flota que se moviera de nuevo al este, con el objetivo de obligar al enemigo a desplazarse hacia el norte del estrecho para alejarse después, reunir a su escuadra y volver a atacar para desbaratar de una vez la flota rusa. Rozhestvensky no sabía cómo reaccionar. Sus naves estaban construidas con materiales más frágiles que las superestructuras japonesas y los daños estaban siendo demasiado grandes. Una prueba de ello es que los rusos hicieron blanco en 16 ocasiones contra el acorazado Mikasa, en mismo en el que iba Togo y con proyectiles supuestamente capaces de perforar el blindaje, pero no se fue a pique. Es más, continuó combatiendo hasta la Segunda Guerra Mundial.
No había descanso en la que hoy es considerada la batalla más grande e importante del mundo desde Trafalgar, en 1805. Poco después, un impacto certero hizo saltar por los aires al Borodino y este se fue al fondo del mar, con únicamente un superviviente entre los 855 miembros de su tripulación. El almirante Rozhestvensky fue herido por una esquirla de metralla en el cráneo y cayó inconsciente. Fue trasladado del buque insignia a un destructor y tuvo que suplirle en el mando el contraalmirante Nebogatov. Sin embargo, al llegar la noche, ya se habían perdido otros dos acorazados: el Knyaz Suvorov y el Imperator Aleksandr III.
Naves chocando entre sí
Según la táctica que había trazado, Togo interrumpió toda acción de sus acorazados por la noche y dio paso a los ataques con los destructores y los torpederos. Aquel nuevo movimiento envolvió al enemigo en fuego y desató tanto caos que, incluso, algunas naves rusas chocaron entre sí. Las restantes quedaron dispersas y aisladas, a merced de la andanadas niponas y fueron cayendo una tras otra. El viejo crucero Navarin, por ejemplo, fue alcanzado con una mina y hundido pocos minutos después: solo sobrevivieron tres de sus 622 tripulantes. El acorazado Sissoi Veliky sufrió el mismo destino a causa de un torpedo, mientras las tripulaciones de otros dos viejos cruceros (el Almirante Nakhimov y el Vladimir Monomakh) se lanzaron al mar y abandonaron las naves allí mismo.
Rusia perdió dos tercios de su segunda escuadra del Pacífico: 11 acorazados, ocho cruceros, seis destructores y ocho auxiliares. Murieron 4.380 de sus marinos y 5.917 fueron hechos prisioneros. Entre ellos, el almirante Rozhestvensky y el contraalmirante Nebogatov, que rindió los seis barcos que le quedaban en su división. La flota japonesa, por su parte, solo perdió tres torpederos y 117 marinos.
“Comparados con este suceso, las hazañas de la marina norteamericana en Manila y en Santiago de Cuba caen en la insignificancia”, podía leerse en el “Daily News“. “Habiéndose desvanecido las últimas esperanzas rusas de restablecer su posición en el Extremo Oriente, al menos por muchos años, aumentan notablemente las probabilidades de paz”, aseguraba el “Standard“. El “Daily Chronicle” era mucho más duro: “La armada rusa, que zarpó del Báltico el último años, está destruída. La victoria del almirante Togo es completa y la amenaza de arrebatar a los japoneses el dominio en el mar se ha desvanecido totalmente”. Y según el “Morning Post“, por último, “no le queda a Rusia otra solución que pedir la paz pronto y aceptar las condiciones que le sean ofrecidas”.
“No hay nada de qué avergonzarse”
Mientras estaba en un hospital japonés recuperándose de sus heridas, Rozhestvensky fue visitado por Togo, que le dijo amablemente: “La derrota es un destino común del soldado. No hay nada de qué avergonzarse en ello. El punto clave es si hemos cumplido con nuestro deber”. Pero cuando volvió a Rusia, este almirante fue sometido a un consejo de guerra y hasta se pidió para él la pena de muerte, aunque el zar le indultó al haber caído herido y no ser responsable de la rendición. Murió de un ataque al corazón solo y olvidado cuatro años después en su casa de San Petersburgo, el día de año nuevo de 1909. El verdadero responsable de la rendición fue Nebogatov, que pasó varios años en prisión antes de ser también perdonado.
Togo, por su parte, se convirtió en un héroe popular al que todo el mundo reconocía en Japón. Murió justo antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, tras pasar más de 30 años de su vida siendo considerado una figura indiscutible de la historia de su país. Esto se debe en parte a que, con su victoria, el almirante marcó un antes y un después en la mentalidad de los japoneses, puesto que le insufló una enorme cantidad de orgullo nacional que significó el inicio de su hegemonía en Asia Oriental hasta 1945.
La guerra ruso-japonesa fue la primera victoria asiática en una guerra moderna contra una potencia blanca y la batalla naval de Tsushima, la única decisiva de la historia en la que intervinieron flotas compuestas por acorazados modernos. También la primera en la que el uso de la radiocomunicación tuvo un papel crítico. “El último suspiro de una vieja era, puesto que por última vez en la guerra naval los navíos de línea de una flota derrotada se rindieron en alta mar”, escribió el historiador británico David Brown en “Warship Losses of World War Two” (Arms and Armor Press, 1990).