Durante la presentación de la serie de televisión argentina “Artigas: Guerrero de la libertad” en el Centro Cultural Córdoba, el director Mauricio Minotti contó que entre los personajes se destaca Joaquín Lenzina, o “el Negro Ansina” como él mismo lo llamó en su calidad de poeta de la patria. Este es uno de los nuevos paradigmas construido en el correr de estos últimos años sobre la figura de Ansina.
El fiel compañero de Artigas pasó a ser un erudito y prolífero escritor. Como informara el Telégrafo en el artículo de Andres Oberti del día viernes 23 de agosto de 2019: “Los 60 poemas atribuidos a Joaquín Lenzina que fueron publicados en el libro ‘Artigas en la poesía de América’ publicado en el año 1951 y la aceptación de su veracidad no tiene otro fundamento más que la fiabilidad de los autores. En dicha compilación poética, el pastor Hammerly escribió que la única documentación probatoria (manuscritos) se había perdido”. Agrego yo que, fuera de su aseveración en cuanto a la atribución de autoría, no existe ningún otro elemento que pueda corroborar su historia. Con relación a este punto Alejandro Gortázar (Derechos de Memorias, 2003) expresa que “el investigador Gonzalo Abella sugiere que la pérdida de materiales era común en el Paraguay de la época… en un pasaje anterior el autor menciona que ‘desde Entre Ríos y Río Grande do Sul aparecen confirmaciones permanentes de que dicho material existía y se conocía desde antes, y múltiples testigos presenciales recuerdan que efectivamente Ansina escribía, ejecutaba el arpa y la guitarra y era payador’. Sin embargo, el investigador no proporciona al lector las referencias de dichas ‘confirmaciones’, así como de los ‘numerosos testigos’. Esto no quiere decir, por supuesto, que no existieran payadores alrededor de Artigas, ni los asistentes negros que lo acompañaron en Paraguay no lo fueran.” Aunque fuera cierto que los originales se hubiesen extraviado, lo que sorprende es que nadie haya ratificado su existencia. El supuesto custodio de los manuscritos fue entrevistado por varias personas, en diferentes contextos, en especial para localizar la última casa de Artigas, pero en ninguna de esas instancias (incluso cuando menciona puntualmente a Lenzina) expresa que tuvo en su poder la obra de Ansina. Se podría pensar que en una de sus últimas entrevistas simplemente omitió este detalle al brindarle información a Elisa Menéndez, Directora de la Escuela Artigas en Asunción del Paraguay. Ella le preguntó de manera expresa quién acompañaba al General y la contestación fue: Lenzina. Esta respuesta llamó la atención de Menéndez ya que siempre habían estado en pugna dos nombres atribuidos al compañero de Artigas. El aportado por Isidoro de María: Ansina y el aportado por el hijo de Artigas (quien visitó a su padre en 1846): Lenzina. Ello llevó a la Directora a insistir en la pregunta a fin de despejar toda duda: “¿Lenzina o Ansina? “No, Lenzina. Responde categóricamente”. Luego de estos hechos, Hammerly, con la finalidad de que no se fisurara su relato, termina inventando que los manuscritos de Lenzina estaban firmados bajo el seudónimo de Ansina. ¿Cómo puede ser que el entrevistado (hijo del presidente del Paraguay Francisco Solano López, criado y educado por su abuelo Antonio López), que supuestamente había custodiado por más de 60 años unos poemas firmados por Ansina, no supiera que Lenzina utilizara ese seudónimo para escribir? ¿Nunca había leído los poemas que guardaba donde se consignaba el nombre de Ansina como autor? Estas trazas de inconsistencias, sumadas a la falta de documento alguno que le de validez a las afirmaciones de Hammerly hacen muy poco creíble su historia. Pero vayamos al encuentro de los análisis literarios y contextuales. Volviendo a nuestras tierras, a lo largo del tiempo, una serie de autores, entre los que se encuentra Ildefonso Pereda Valdés, sostienen que diversas locuciones, alegorías y sugerencias por su alto nivel cultural, no podrían haber sido dichas o escritas por un esclavo nacido en 1760. En la misma dirección a Jorge Pelfort le resulta evidente que muchos de los versos atribuidos a Ansina fueron retocados. Ambos autores citan una serie de ejemplos que fundan la inconsistencia entre el nivel cultural del supuesto autor y el contenido de los versos. Entre otros las menciones a la mitología romana, al antiguo testamento, a las dinastías incaicas. Estas referencias enciclopedistas no se agotan allí. Y para dar por finalizado este punto comparto con el lector que me cuesta creer que el fiel compañero de Artigas fuera un rapsodo trilingüe de la Grecia antigua, al describir a los ilotas y su padecimiento como esclavos de los lacedemonios. A lo anterior sumo que al auscultar el léxico empleado en la presunta poesía de Ansina, detecté aún más inconsistencias, como por ejemplo, el empleo de palabras de un periodo de tiempo que no se corresponde con el que le es propio. Entre ellas citamos dos irrebatibles: en la poesía “La llegada de Artigas al sitio” se recurre a la palabra Éxodo. Como es bien sabido, el término “éxodo” vinculado al pueblo oriental se difundió a partir del uso por parte del historiador Clemente L. Fregeiro en 1883. Por su parte, en la poesía “Canto de los orientales en el Salto Chico” cuando los artigueños estaban acampando en 1811 se recurre a la palabra “uruguayo”. Ambos casos son claros ejemplos de anacronismos. En la antología “Artigas en la poesía de América” del año 1951, sus compiladores incluyen un poema que describiría la supuesta primera bandera Oriental de 1813 (actual bandera de Cerro Largo). A modo de explicación los autores hacen una referencia expresa en la que afirman que una imagen de dicha bandera se encuentra estampada en un grabado del Museo Naval de España. Esta última referencia es, sin dudas, tomada del artículo publicado tres años antes por Agustín Beraza en 1948. En la investigación que llevamos adelante con Oberti, demostramos que en el Museo Naval de España no existe el grabado descripto por Beraza, única referencia histórica a ese supuesto primer pabellón oriental. Por ende debe concluirse que no existió ese pabellón y que Asina no lo pudo haber visto y menos aún incluido en la poesía “Nuestra Bandera Oriental”. Ahora demos vuelta la carga de la prueba. Cuando se intenta demostrar un hecho, se recurre naturalmente a todas las fuentes posibles para consolidar la hipótesis ¿Qué mejor fuente para demostrar algo que el testimonio de un testigo presencial? En varios de sus escritos posteriores a la publicación de la supuesta poesía de Ansina, Beraza no lo cita cuando hubiese sido un testigo directo del pabellón patrio que menciona el autor. Recordemos también que el libro de Hammerly fue ampliamente difundido en su época. En ese contexto el no acudir a dicha poesía como fuente constituye un sólido indicio de que Beraza no la consideraba auténtica. Por último, recomiendo leer el libro “La traza y la letra”. Allí se encuentra un extraordinario trabajo de Kildina Veljacic, donde aporta algunos elementos de utilidad para esta discusión, en particular la atención a la unión del español y del guaraní, desajustes, discontinuidades e hibridaciones en la lengua, que llevan a cuestionar la autoría de Ansina respecto a la poesía que se le atribuye. También al estudiar el habla bozal, señala elementos tales como la ausencia de género gramatical, vocales paragógicas que no admiten consonantes al final de la palabra o agregan una vocal de apoyo, entre otras estructuras gramaticales y concluye: “Lo primero que encontré -afirma Veljacic- es que ninguno de estos rasgos se encuentra en los poemas de Joaquín Lenzina.” A esta altura, el lector se preguntará porqué en estos tiempos de urgencias tendríamos que ocuparnos en analizar la construcción mítica de un acontecimiento pues cuando la leyenda se universaliza esta ya no tiene marcha atrás. A modo de ejemplo, Paysandú mantiene su mito sobre la existencia de la Conspiración de Casa Blanca, cuando nadie ha aportado prueba alguna de la veracidad de este acontecimiento. La calle principal del poblado se llama “Rambla 11 de febrero de 1811”, fecha asignada al inexistente episodio. Con relación al tema que nos convoca, le ruego al lector que cuando llegue a la terminal de Tres Cruces en Montevideo, cruce Boulevard Artigas y destine un par de minutos a conocer en la plaza el monumento a Manuel Antonio Ledesma. De este lancero artiguista se conservaba una foto a partir de la cual el escultor José Belloni, en 1943, realizó su estatua en bronce. Por ese entonces, los historiadores habían pactado que ese soldado de Artigas era el propio Ansina. Bajo esta premisa esculpieron en la loza de granito, el nombre y el apodo del fiel compañero de Artigas. Al poco tiempo, se pudo comprobar fehacientemente que Ledesma nada tenía que ver con Ansina. ¿Qué hizo entonces la Intendencia de Montevideo? Como no tenían foto de Ansina y ya tenían monumento “borraron no con poco trabajo” el nombre Manuel Antonio Ledesma, al igual que el seudónimo, y colocaron en letras de bronce en un formato más grande el nombre: ANSINA.
Por si alguien piensa que esto es un descuido del pasado, debemos agregar que en forma reiterada, desde mediados del siglo pasado, se realizaron infructuosos intentos de no seguir engañando a la población, y recién el año pasado se cambió el nombre de Ansina por el de Ledesma. Sin embargo, nada se consigna en la página Web de la Intendencia de Montevideo actualizada el 5 de mayo de 2019, la cual en la descripción del monumento afirma: “Figura sedente de Ansina […] Manuel A. Ledesma, apodado “Ansina”, acompañó fielmente a Artigas durante su exilio en el Paraguay, adonde lo siguió en 1820. Fallecido Artigas en 1850, se trasladó al pueblo Guarambaré, donde murió en 1887. Sus restos fueron repatriados en 1938 y depositados en el Panteón Nacional.” Peor no se puede informar.