Argentina tiene un extraño record, tres de los directores de la Biblioteca Nacional eran ciegos cuando desempeñaron esa función. José Mármol, Paul Groussac y José Luis Borges sufrieron distintos problemas visuales que le impedían leer en un mundo de libros.
El 9 de agosto de 1871 fallecía José Mármol, el autor de Amalia, la primera gran novela romántica (y política) del país, escrita durante su exilio en Montevideo. En 1837, Mármol inició sus estudios de abogacia y siguió los cursos de ideología de Diego Alcorta, único profesor a quien dedica palabras de elogio en su novela. Dos años más tarde fue apresado por haber hecho circular periódicos publicados en Montevideo. En prisión escribió su primer poema contra Rosas “Bárbaro, nunca matarás al alma / ni pondrás grillos a mi mente”. A la semana estaba libre por la amistad que lo unía a Victorica, el jefe de la policía porteña (al que también se referirá en su novela). Consciente de su precaria situación, se embarcó hacia la vecina orilla. Allí recibió la cálida acogida de sus amigos unitarios entre los que se encontraba Alberdi, Echeverría y Mitre. Incursionó en el periodismo desde distintas columnas, entre las que se destacaba una llamada “Muera Rosas”, frase que marcaría su impronta ideológica. Vivió un tiempo en Río de Janeiro y después siguió a su amigo Alberdi a Chile. En el barco que lo llevaba a Valparaíso comenzó a escribir Cantos del Peregrino, en completa sintonía con el libro de Lord Byron, el gran poeta inglés que sembró el romanticismo en el mundo, convertido en guía de esta pléyade de jóvenes escritores americanos.
La nave estuvo a punto de zozobrar en el Cabo de Hornos y debió volver a Montevideo, donde publicó este libro. Como todo en la vida de Mármol, aun sus poemas más líricos, se prestaron al debate político. Pedro de Angelis criticó duramente al “Peregrino”. Mármol, un apasionado polemista, le contestó con comentarios risueños y sobradores.
En esta época es cuando empieza a escribir su Amalia, obra en la que destila el odio y la impotencia generada por las parcialidades del régimen rosista. Bajo sus nombres reales pinta a los personajes que persiguen a los jóvenes idealistas (sufridos e idealistas) que luchan contra la opresión del régimen (bárbaro, violento, cruel) o tratan de huir de sus garras. La novela fue publicada por partes en 1851 y quedó trunca cuando pudo volver a Buenos Aires, a la caída de Rosas. José Mármol saludó la derrota del régimen con el poema, “A la Victoria de Caseros”. En el país sumó su pluma política y calidad de orador a las huestes de Valentín Alsina y retoma la escritura de Amalia con más bríos, denunciando los excesos del ahora tirano prófugo.
En 1854 habiendo sido elegido senador por la provincia de Buenos Aires, ve la oportunidad de publicar Amalia, que hasta entonces había aparecido como folletines. La novela fue un éxito, pero le aparejó un incidente con el joven Lucio V. Mansilla, sobrino de Rosas y de Josefa Ezcurra, a quien Mármol señalaba como la ideóloga de la represión mazorquera. Mansilla lo retó a duelo ante un teatro repleto de testigos, quienes desaprobaban la impertinencia del joven. Éste, con el tiempo, también se convirtió en una de nuestras plumas más brillantes, pero en esta ocasión le tocó el exilio, mientras Mármol retomó el camino del éxito literario de la mano de esta novela. Amalia fue tan conocida en su tiempo que hasta fue plagiada en Francia.
En su texto Mármol pinta una época con un Rosas laborioso, infatigable pero cruel y burlón, con sus adláteres como esbirros y bufones y esa Josefa Ezcurra, vengativa y autoritaria, que le costó la recriminación de Mansilla. Manuelita, por su lado, aparece dulce, comprensiva y ajena a la barbarie.
En 1858 sucedió al Dr. Tejedor como director de la Biblioteca Pública y, a su vez, fue nombrado miembro de la convención que revisó la Constitución Nacional, inspirándose en las Bases de su amigo Alberdi. Fue también ministro Plenipotenciario en el Brasil designado por Mitre.
En 1869 notó un progresivo deterioro en su visión, que apagó ese genio apasionado y vigoroso que había caracterizado a José Mármol. Fue atendido por el oftalmólogo italiano, el Dr. Magni, quien desaconsejó una intervención. Esta noticia fue el golpe final, y el comienzo de un notable deterioro físico que culminó con su muerte, el 9 de agosto de 1871, cuando la ciudad se reponía de la epidemia de Fiebre Amarilla.
Fue enterrado en el Cementerio Sud y cuando este se clausuró, sus restos pasaron a la Recoleta. En aquella oportunidad fue despedido por José Tomás Guido y el general Mitre, quien habló de su correligionario y “soldado de la falange de poetas en que Mármol marchaba a la cabeza de los que consagraron en su tiempo sus cantos a la patria”.