“Ya estoy viendo que esta noche
vienen del Sur los recuerdos…”
J.L.Borges (Milonga de dos hermanos)
Hubo un tiempo en que una ofensa era cosa seria. Los hombres cuidaban mucho sus palabras, y cuando decidían dirigirse hacia alguien de manera descomedida, debían tener en cuenta que tenían que contar con una suficiente provisión de valor personal para sostener en el terreno de los hechos las consecuencias de sus dichos.
La humanidad no era tan “civilizada”. Actualmente, existe gente que va alegremente por la vida agraviando a sus pares, especulando con la civilización ajena. En nuestros días, ciertamente, se ha evolucionado en beneficio de la tolerancia. Todo debe ser tolerado, y existen otros ámbitos donde los caballeros dirimen sus controversias.
Los duelos tuvieron su época de auge hacia los siglos XVIII y XIX, luego, de manera paulatina, las legislaciones de los países fueron aboliendo dicha práctica; lo cual no ha impedido que prácticamente hasta el presente, si bien con escasa frecuencia, los caballeros satisfagan las cuestiones que hacen a su dignidad, en el campo del honor, poniendo en riesgo su propia existencia.
Un duelo era cuestión de caballeros.
Por ello estaba sujeto a reglas que resultaban insoslayables para ofensor, agraviado y padrinos. El duelo era un instrumento que se utilizaba para defender el honor propio o ajeno ante una ofensa. Se consideraba que sólo los caballeros tenían un honor que defender, por lo tanto cuando un gentilhombre era ofendido por alguien de clase inferior, no lo retaba a duelo, sino que se limitaba a imponerle un castigo físico o comisionaba a algún sirviente para que lo hiciera.
El ofendido retaba a duelo al ofensor golpeándole la mejilla con un guante, o bien arrojándole un guante a sus pies. Si el lance era aceptado, ambos nombraban sus padrinos, los cuales eran los encargados de concertar día, hora, lugar, armas y demás condiciones. Generalmente se utilizaba un lugar en secreto y apartado para estar a salvo de curiosos y autoridades. Las armas en los primeros tiempos eran la espada o el florete, y posteriormente comenzó a usarse la pistola.
Las pistolas usadas eran de cañón sin estrías. Lo cual las hacía falibles, pero ello no impedía que en ocasiones se estriaban dejando lisos los extremos, con lo cual no se notaba.
El lance podía ser a primera sangre; o hasta que uno de los contrincantes quedase imposibilitado de continuar; o bien a muerte (más frecuente en el caso de duelo con pistolas).
Han existido lances famosos, que han tenido como protagonistas a personajes notorios de la historia, el arte y la literatura.
-Arthur Colley Wellesley, más conocido como el Duque de Wellington, personaje célebre por haber sido quien derrotó definitivamente a Napoleón Bonaparte en la batalla de Waterloo, se batió a duelo con el Conde de Winchilsea y ambos contendientes descargaron al aire sus pistolas.
-Pedro Antonio de Alarcón, escritor español, autor de “El Sombrero de Tres Picos” y “El Capitán Veneno” se batió duelo casi sin saber manejar un arma de fuego. Su contrincante, al verlo tan afligido, y luego de que el escritor efectuara su primer disparo fallido, optó por disparar al aire.
-El escritor ruso Pushkin resultó muerto en San Petesburgo en 1.837 por defender el honor de su esposa. Su muerte se produjo en un duelo que mantuvo con un oficial de caballería francés de apellido D’Anthés, el cual era su concuñado.
-Dos caballeros franceses se batieron de una manera por demás original: partieron cada uno en un globo aerostático con el propósito de derribarse. El lance finalizó cuando uno de ellos consiguió dañar el globo del otro, lo cual hizo que el desafortunado que lo tripulaba se desplomara al suelo.
En nuestro país los caballeros se han batido siguiendo las reglas tradicionales, y los argentinos a lo largo de nuestra historia hemos asistido a lances que han dado que hablar. La política, el periodismo, la literatura, han sido ámbitos propicios para que existiesen guantes arrojados, pistolas humeantes en los jardines de casonas apartadas, señores valientes que aguardaban con entereza la bala que podía partirles el corazón o la estocada que los dejaría sin vida; e incluso más de una existencia ha sido sacrificada en salvaguarda de la honra de un apellido…
LUCIO VICENTE LÓPEZ – CORONEL CARLOS SARMIENTO:
“TRES BALAS Y UN CORAZÓN”
Lucio V. López fue un abogado, político, periodista y escritor, nieto de Vicente López y Planes, quien fuera autor de la letra de nuestro himno nacional, e hijo del célebre historiador Vicente Fidel López. Este hombre que perteneció a la “Generación del Ochenta”, era íntimo amigo del General Mansilla, (autor de “Una Excursión a los Indios Ranqueles”). La gente en aquellos tiempos solía hablar de “la amistad de los dos Lucios”. Como decíamos fue Lucio V. López escritor, y nos ha dejado una novela de costumbres que aún se lee con placer: “La Gran Aldea”.
En el año 1.893, mientras ejercía el cargo de interventor de la Provincia de Buenos Aires, descubrió un fraude efectuado en las ventas de unas tierras fiscales en el actual Partido de Chacabuco, llevado a cabo, aparentemente, por el Coronel Carlos Sarmiento. Cumpliendo con su deber, Lucio llevó a cabo querella criminal contra el Coronel, el cual fue detenido y permaneció tres meses en la cárcel. El escándalo ocupó durante algún tiempo las primeras planas de los diarios de Buenos Aires. El Coronel Sarmiento escribió varias cartas a los responsables de la prensa por la “excesiva difusión” que se le daba al caso. Lo cierto es que el Coronel, al ser liberado, envió una carta al diario “La Prensa” en la cual retaba públicamente a López a un duelo a muerte. Este aceptó sin dilaciones, no obstante ser totalmente inexperto en el manejo de armas de fuego, en virtud de asumir la responsabilidad de ser el funcionario que había efectuado la denuncia. Los padrinos de Sarmiento fueron el Contra-Almirante Daniel de Solier y el General Francisco Bosch; por su parte, apadrinaron a López Francisco Beazley y el General Lucio V. Mansilla.
El 28 de diciembre de 1.894, a las 11.10 de la mañana, en lo que es actualmente la Avenida Luis María Campos se llevó a cabo el lance. Luego de efectuados los dos primeros disparos, ninguno había hecho blanco. Se repitió el procedimiento, y una bala atravesó el estómago de Lucio V. López, el cual caminó unos metros tomándose el abdomen del cual manaba abundante sangre mientras repetía: “esto es una injusticia, una injusticia”. Por un momento, sus amigos y familia se esperanzaron, fue cuando el moribundo, en son de broma preguntó a los presentes: “¿A cuánto cerró la onza de oro?”. Asistido en sus últimos momentos por el sacerdote O’Gorman (hermano de Camila O’Gorman), expiró al otro día, el 29 de diciembre a la una y siete minutos. Su amigo Miguel Cané hizo colocar una escultura en el lugar de su tumba. Se había marchado un verdadero hombre. La bala que lo ultimó dejó intacto lo más valioso que poseía este valiente caballero: su corazón.
LUCIO V. MANSILLA:
LOS LANCES DE UN BON VIVANT
Al General le gustaba la buena vida…
Lucio V. Mansilla fue, tal vez, el más singular y llamativo de los hombres públicos que ha dado la República Argentina. General de la Nación, Comandante de Fronteras, Embajador, político, escritor y periodista; el General era un gran conversador, y ciertamente tenía muchas cosas para contar. Si acaso luego de muerto hubiera tenido que vivirlo todo de nuevo, es muy probable que no hubiese tenido tiempo.
Siendo aún un jovencito regresa de un viaje por el mundo y se entera por boca de su propio tío, el célebre dictador Juan Manuel de Rosas, que se había pronunciado en contra del gobierno “el loco traidor salvaje unitario Urquiza”. Lucio recordará la anécdota en un ameno relato: “Los siete platos de arroz con leche”. Producida la batalla de Caseros, su padre, el héroe de La Vuelta de Obligado, General Lucio Norberto Mansilla, decide exilarse en Portugal, allá lo acompaña él, dejando a su madre (la bella Agustina Rosas), en Buenos Aires. Pasado un tiempo, vuelve Lucio a Buenos Aires, si bien los ánimos estaban más calmados, todavía el sentimiento anti-rosista era muy fuerte en la capital del Plata.
LUCIO V. MANSILLA – JOSÉ MÁRMOL:
“UNA OFENSA DE QUINIENTAS ONZAS”
El día 22 de junio de 1.856 se anuncia una función de circo en Buenos Aires, la cual se llevará a cabo en el Teatro Argentino. En ella, un hombre promocionado como “El Rey de los luchadores” desafía a cualquiera que pueda derribarlo ofreciendo pagar una suma de dinero. El espectáculo llamó mucho la atención, a punto tal que Sarmiento lo juzgó “uno de los espectáculos más excitantes que se hayan presentado en la América”. Ciertamente, la expectativa era mucha, y se había dado cita en el lugar lo más granado de la sociedad porteña. Lucio, que se hallaba en un palco, en un momento determinado, arrimándose a la barandilla exclamó ante los dos mil concurrentes, a viva voz: “En presencia del público de Buenos Aires declaro que el Senador (José) Mármol es un vil calumniador; hace mucho tiempo que busco una oportunidad como ésta para arrojarle públicamente el guante a la cara”; dicho esto arrojó su guante a la platea donde se encontraba el autor de “Amalia”. El público reaccionó de manera violenta en contra de Mansilla, pues todos recordaban que era sobrino de Rosas, “¡Muera Mansilla! ¡Abajo la Mazorca!”. Acalladas las voces, Mármol, imperturbable, dijo que “El señor Mansilla conociendo su casa, había preferido dar este espectáculo teatral” y que si le hubiese arrojado el guante en su casa, él le hubiera tirado con las botas. Lo cierto es que el entonces jovencito Mansilla fue encarcelado, y el lance no se llevó a cabo. Todo se explica porque en el libro “Amalia”, de José Mármol, existe un capítulo intitulado “500 Onzas” en el cual se atribuyen al padre del ofendido ciertas conductas abusivas en tiempos de la tiranía rosista.
MANSILLA – JUAN CHASSAING
“LAS LÍNEAS DE LA DISCORDIA”
El 31 de enero de 1.863 el joven poeta Juan Chassaing publicó en “El Nacional” un artículo titulado “La obediencia servil”. En realidad era un ataque al General Wenceslao Paunero, pero Lucio, genio y figura hasta la sepultura, no pudiendo contenerse le contestó al poeta. Éste, que no tenía nada que envidiarle a Mansilla en lo que a carácter se refiere, retrucó y de la polémica pasaron a los agravios: “¡Adulón, traidor!” le dijo el poeta, “¡reptil!” le respondió Lucio. Finalmente, el 10 de febrero se vieron las caras en el campo del honor. Oficiaron de padrinos Carlos Keen y Alfredo D’Amico por Mansilla y Manuel Argerich y Ricardo Gutiérrez por Chassaing. Eran todos unos muchachos. Lucio contaba treinta y dos años…
Luego de varios disparos sin que pudiesen herirse, Mansilla logró herir a su adversario en el brazo derecho, con lo cual terminó el duelo, y todos se fueron a sus casas.
Chassaing moriría tuberculoso un año después.
MANSILLA – PANTALEÓN GÓMEZ
“¿QUÉ SE HIZO DEL VALOR?”
En un tiempo fueron amigos. Juntos habían compartido los largos períodos de tedio enervante en los esteros del Paraguay. Juntos habían sentido silbar las balas sobre sus cabezas el triste día del asalto a la Fortaleza de Curupaytí, mientras oían maldiciones en guaraní.
Aparentemente, la animadversión de Gómez hacia Mansilla comenzó por que tuvo que dejarle a éste la gobernación del Chaco (que por aquel entonces era Territorio Nacional). Luego, pasado el tiempo, Mansilla criticó la gramática de un artículo de Aristóbulo del Valle en “El Nacional”. Allí Pantaleón Gómez tuvo su oportunidad. A través del diario comenzó una campaña ofensiva hacia el General. Luego de varios artículos provocativos, y ante la pasividad de éste, acabó tocando lo que no se debía tocar. Pantaleón Gómez preguntó en un artículo desde las columnas de “El Nacional” “Lucio, ¿Qué se hizo del valor?”.
Era mucho más de lo que podía soportar el orgullo de Mansilla. No obstante de los esfuerzos de los padrinos de ambas partes, y luego de agravios mutuos, (Mansilla: “Es ud. como los gatos que se ensucian siempre en el mismo lugar, y a los que se escarmienta refregándoles en su propia inmundicia…” Gómez: “Es ud. un desgraciado…”) el duelo acabó por llevarse a cabo. Pantaleón no iba en zaga a Lucio en estas lides. Temible duelista, Coronel de Guardias Nacionales, periodista y Presidente del Colegio de Escribanos, era el adversario adecuado. “A tal señor tal honor” como dirían los franceses.
Se batieron a pistola, a diez metros de distancia, en una quinta cerca del río. A las once de la mañana de un 7 de febrero de 1.880. A Mansilla se le escapó un disparo que no tuvo efecto. Gómez, a pesar de la insistencia de Lucio para que hiciese fuego, no lo hizo. El duelo continuó y cuando ambos habían disparado dos balas cada uno sin herirse, hicieron fuego por tercera vez. El disparo de Gómez pasó muy cerca de la cabeza de Mansilla, y el de éste hirió mortalmente a Pantaleón Gómez en el corazón. Falleció instantáneamente. Algunas versiones malintencionadas afirman que Gómez no habría querido hacer fuego diciendo “Yo no mato al talento”, pero eso no es cierto. Allí está la crónica del duelo relatada por Héctor Varela, testigo del hecho. Ambos se habían buscado, y como hombres de valor probado, se habían encontrado.
HIPÓLITO YRIGOYEN – LISANDRO DE LA TORRE
FILO, CONTRAFILO Y PUNTA
No era Lisandro por aquellos tiempos el anciano venerable que conocimos en la década del treinta, cuando los famosos debates y la muerte de Enzo Bordabehere en el Senado de la Nación. Era, todavía, un joven impetuoso de veintiocho años, rubio y de ojos claros, que a pesar de su rostro juvenil discutía de tú a tú candidaturas nada menos que con Yrigoyen y el mismísimo Leandro Nicéforo Alem. Aquellos años de fines del siglo XIX eran épocas tumultuosas. Los “hombres de acción” contribuían a veces de manera determinante para ganar unas elecciones. Se votaba en los atrios de las iglesias, y el revólver en la sobaquera era indispensable a la hora de arriesgarse a actuar en política. En una de tantas idas y venidas, ambos, que militaban en el mismo partido, se enemistaron. ¿Fue causa el ímpetu juvenil de Lisandro? Es la hipótesis más aceptada. En oportunidad de renunciar a Las filas de los radicales, el joven rosarino se expresa con conceptos demasiado duros hacia Yirigoyen. El duelo es inevitable. Reunidos los padrinos, se acuerda calidad de ofendido a Yrigoyen. El asalto será a sable (filo, contrafilo y punta). Ninguno era consumado duelista. Tal vez Lisandro llevaba alguna ventaja, pues solía practicar algo de esgrima en el Jockey Club. Contrata al maestro Pini, quien lo instruye en los secretos de un golpe destinado a desarmar al adversario. Las crónicas nos cuentan que por su parte, Yrigoyen recurre a Marcelo de Alvear para que lo instruya en los rudimentos de la disciplina. Se enfrentan en unos galpones en San Fernando. Es el 6 de setiembre de 1.897 (fecha fatídica para Yrigoyen, pues un 6 de setiembre, 33 años después será depuesto de la Presidencia de la Nación por el General Uriburu).
Algunos historiadores aseguran que Lisandro habría dicho en rueda íntima de amigos “¡Lo voy a c… a sablazos al viejo ese!” ¿Será verdad?
Cuarenta y tres años tiene don Hipólito, es más alto, de rostro inexpresivo pero firme. Comienza el lance y el rosarino olvida el estilo, su ímpetu juvenil lo hace atacar sin ortodoxia. Yrigoyen se defiende aprovechando su mayor estatura y largo de brazos. El sable de Lisandro azota de plano la cintura de Yrigoyen, dejando una visible contusión. Éste, por su parte, corta el rostro y el cuero cabelludo de Lisandro. Del rostro del joven rubio comienza a manar sangre. El Director del duelo ordena el cese. Allí termina todo. Cuarenta segundos duró la historia… y llevamos más de cien años recordándola. Nunca se reconciliaron. De la Torre, con hidalguía lo saludó: “Me ha asestado dos hachazos lo felicito”.
Dicen que Lisandro desde entonces usó barba para tapar la cicatriz que le quedó…
ALFREDO PALACIOS – HORACIO OYHANARTE
EL DÍA QUE EXPULSARON A DON ALFREDO
Usaba un bigote de puntas retorcidas que nos recuerda al Kaiser Guillermo, el último Emperador alemán; en ocasiones engalanaba su estampa con una galera o un bombín. Rasgos de coquetería masculina que se permitía el hombre en medio de una vida entregada a los principios y la austeridad republicana. Alfredo Palacios fue el primer Diputado socialista de América. Los miembros del Partido Socialista al cual pertenecía tenían, por principios, claramente prohibido batirse a duelo. No podían aceptar ningún desafío de esa naturaleza.
Lo que voy a narrar ocurrió en junio de 1.915.
En esa oportunidad, el diputado Horacio Oyhanarte de la Unión Cívica Radical pronunció un discurso en la Cámara que culminó con un acalorado ataque personal contra los representantes del Partido Socialista, y una cuestión caballeresca, a la cual Juan B. Justo, líder de dicha agrupación, optó por desoír. Sin embargo, Palacios pidió la palabra, y aunque él personalmente no había sido aludido, haciendo uso de su conocida elocuencia y su valentía personal, copó la parada. Invirtió los roles, y él mismo arrojó el guante a Oyhanarte. Si bien el duelo nunca llegó a realizarse, el Partido Socialista expulsó a don Alfredo por violar las normas estatutarias al aceptar el lance.
UN DUELO EN MENDOZA
“LOS TRES NIÑOS TERRIBLES O LA PALABRA DEL ARCABUZ”
Ignacio Hamilton Fotheringham fue un inglés que sirvió en el Ejército Argentino, y se retiró con el grado de General. Combatió en la Guerra del Paraguay. Entre otras cosas, ha pasado a la posteridad por haber cruzado a nado el Río Negro en pleno invierno, tomando parte en la campaña al desierto llevada a cabo por el General Roca. Nos ha dejado un libro fascinante: “La Vida de un Soldado” en el cual relata sus experiencias como oficial. Allí nos cuenta un pintoresco episodio. Luego de la Batalla de San Ignacio, en una de las tantas revoluciones que tuvieron lugar a fines del siglo XIX, para festejar el triunfo se llevaban a cabo en nuestra ciudad un sinnúmero de agasajos. El Mayor José María Fernández, criticó por escrito esas manifestaciones, lo cual significaba en realidad una censura al General Paunero. Le replicaron el Tte. Cnel. Hilario Lagos, el Mayor Bernabé Martínez y el Mayor Hortiguera. Contestó Fernández invitando a los tres a pasar por su casa para arreglar los tres duelos. Su artículo llevaba por título “Los tres niños terribles o la palabra del Arcabuz”. Cuando fueron a su casa, Fernández agasajó cumplidamente a sus invitados con té y cigarros. Luego, calmadamente les expresó: “Señor Teniente Coronel Hilario Lagos, usted será el primero (…) Esta misma noche daremos principio a este pase de armas, mañana a la noche será usted Mayor Martínez, y pasado mañana caballero (dirigiéndose a Hortiguera), tendré el placer de despachar a Ud. al otro mundo…”. Lagos escribió a Fotheringham pidiendo que lo apadrinara, pero éste no estaba, pues se había marchado a El Sauce a casa de unos amigos.
Una hermosa noche de luna llena en el otoño del año 1.867, se encontraron todos en un potrero ubicado al norte de la ciudad. Comienza el lance con espadas, y Lagos es herido en el brazo derecho, con lo cual cambia de mano su espada, entonces Fernández que no quiere abusar de su ventaja cambia él también de mano el arma exclamando: “¡Yo también soy zurdo!”, y vuelve a herir a Lagos. Se suspende el combate, y uno de los padrinos de Lagos, indignado por la insolencia de Fernández se ofrece para continuar el lance. A lo cual éste responde: “Usted será el cuarto no tengo ningún inconveniente”. Finalmente, el Coronel Martínez de Hoz, enterado de lo ocurrido, y antes de que haya una muerte que lamentar, impone severo arresto a todos los mosqueteros. Con lo cual finalizó esta singular historia.
UN CASO RECIENTE
El día 22 de marzo del 2005 Mario Firmenich presentaba un libro en la ciudad de Córdoba. Al ser consultado por un joven periodista acerca de sus supuestas vinculaciones con el Almirante Massera, visiblemente molesto respondió retando a duelo al reportero; “Pendejo h. de p. te ganaste un reto a duelo” le dijo. Como era de esperarse, el lance no se llevó a cabo.