William Hanna, junto con su socio Joseph Barbera, fueron responsables de horas de felicidad televisiva para incontables niños de todo el mundo. Mucho más reservado que su partenaire, se sabe relativamente poco de la vida personal de Hanna, pero queda claro que nació en Melrose, Nuevo México el 14 de julio de 1910. Durante sus primeros años vivió en distintos lugares de la Costa Oeste estadounidense debido a que su padre debía relocalizarse constantemente a causa de su trabajo como ingeniero, pero finalmente en 1919 su familia se asentó en Watts, California muy cerca de Los Ángeles. En estos años de formación entró en contacto con la música y el escultismo, dos de sus grandes pasiones que lo acompañarían toda la vida, además del dibujo.
Aunque quería ir a la universidad, una vez terminados sus estudios la Depresión azotó al país y salió a buscar trabajo, enterándose por medio de un familiar de que podía llegar a conseguir algo como animador en Hollywood. Confiando en su talento, circuló un poco por el ambiente y finalmente terminó incorporándose al estudio de animación Harman-Ising, formado por dos ex colaboradores de Walt Disney, que a inicios de los treinta producía los famosos Looney Tunes y Merrie Melodies, distribuidos por Warner Bros. Por su falta de conocimientos y experiencia en el tema, entró a trabajar como empleado del departamento de pintura, pero sus capacidades rápidamente hicieron que se destacara también en otras áreas. Finalmente, luego de varios años aportando ideas para los guiones y puntapiés para canciones, en 1936 dirigió su primer corto titulado To Spring, que formaba parte de la colección Happy Harmonies.
Para 1937, sin embargo, Hanna rompió relación con Harman-Ising y fue contratado por MGM para integrar su flamante división de animación. Allí participó de la primera gran producción (y fracaso) del estudio, The Captain and the Kids (1938), y en 1939 conoció a Joseph Barbera. No tenían mucho en común personalmente, pero se dieron cuenta, como llegó a decir Hanna, que se entendían “perfectamente” y que sus talentos para la comedia se combinaban muy bien. Iniciando una relación que duraría 60 años, para 1940, produjeron su primer corto Puss gets the boot (1940, conocido en Latinoamérica como El gato se gana el zapatazo). La película, basada en una idea de Barbera de mostrar “dos personajes iguales que están siempre en conflicto”, presenta los intentos de un ratón anónimo (cuya voz fue interpretada por Hanna) por evitar que un gato llamado Jasper lo atrape. En principio nada de esto mereció una distinción especial por parte de MGM, que lo publicitó como cualquier otro corto y ni siquiera incluyó a Hanna y Barbera en los créditos; el público y la crítica, por el contrario, lo amaron. Además de conseguir una nominación en los premios Oscar de 1941, la demanda por más historias de este estilo inspiró la creación de Tom y Jerry, serie de gran éxito para la cual Hanna y Barbera produjeron 114 episodios en MGM y a la que dedicaron casi exclusivamente los siguientes 14 años de su carrera.
Para finales de los cincuenta, sin embargo, la televisión ya estaba pisando fuerte en la industria del entretenimiento y MGM decidió cortar costos eliminando la división de animación. Hanna, que ya había trabajado por su cuenta junto con Jay Ward en la producción de una serie televisiva que nunca se llegó a hacer, se interesó por las posibilidades que ofrecía el medio y convocó a su antiguo socio para formar una productora de dibujos animados para la televisión. Barbera se entusiasmó con la idea y en 1957, con todo el equipo de animadores que habían sido despedidos de MGM, abrieron las puertas de su estudio. Hanna-Barbera había nacido.
Con Barbera dirigiendo el equipo creativo y Hanna a cargo de la producción, rápidamente definieron una línea de programas cómicos de media hora con tres bloques diferentes dedicados a personajes antropomórficos, como El show de Ruff y Reddy (1957), Tiro Loco McGraw (1958) o El show de Huckelberry Hound (1958). Estos resultaron sumamente exitosos, pero el gran salto llegó en 1960 con la creación de Los Picapiedra (1960), una emisión de treinta minutos que apuntaba a un público más adulto al parodiar el género sitcom y satirizar la vida de una familia norteamericana de clase media vista a través del filtro de la Edad de Piedra.
Este triunfo dio lugar a un período de expansión a inicios de los sesenta en el cual Hanna-Barbera añadió otros programas memorables a su repertorio como El show del Oso Yogui (1961), Don Gato y su pandilla (1961), Los Supersónicos (1962) y El show de Maguila Gorila (1964). Todos ellos, con diferentes niveles de éxito en su tiempo, se terminarían volviendo icónicos, aunque resultarían muchas veces criticados por su falta de calidad artística. Y es cierto que entonces, para el ojo del espectador habituado a las animaciones cinematográficas, los cortos de Hanna-Barbera podían parecer grotescos. Es que, básicamente, para sobrevivir en el mundo de la televisión, el estudio tuvo que ajustarse a un total cambio de paradigma y adoptar un sistema conocido como animación limitada. Apoyándose más en la historia que en lo visual, para un corto de siete minutos se podía bajar el número promedio de dibujos hechos de 14 mil a sólo 2 mil, lo que implicaba mayor rapidez y menos costos.
Fueran elogiados o no, para mediados de la década del sesenta el dúo estaba en el pico de su esplendor, pero entonces comenzó la decadencia. Hanna y Barbera vendieron su estudio a Taft Broadcasting y, aunque siguieron trabajando y siendo sus caras visibles hasta 1991, su rol se fue volviendo cada vez más secundario. Poco a poco las ideas originales fueron dejando paso a adaptaciones de productos ya probados, como las versiones animadas de series televisivas o Los cuatro fantásticos (1967) y Los super amigos (1973), basadas en comics.