Que Dios esté muerto es cuestión debatible y en última instancia de creencias personales, no así la defunción del filósofo motivo del presente artículo.
En “La ciencia alegre” Nietzsche sostenía que a pesar de la defunción del Creador, los seres humanos “aun veneran sus sombras”. Quizás lo mismo podría decirse del pensador alemán y su influencia sobre las generaciones que lo sucedieron y se prestaron a dar sustento filosófico a ideologías como la nacional socialista.
Le tocó a Nietzsche vivir tiempos asolados por la sífilis, enfermedad venérea que afectó a millones de personas. A fines de siglo XIX, 1 de cada 4 individuos padecía sífilis, pero solo el 5 % de los afectados sufrían la forma cuaternaria de la enfermedad, caracterizada por dolor, con periodos de aparente remisión, en los que algunos artistas vivían momentos de efervescencia creativa aunque al final caían en la demencia, las más de las veces, con un delirio megalomaníaco, un estado mórbido caracterizado por fantasías de omnipotencia.
Así nació el creerse Napoleón como sinónimo de locura porque cientos de lunáticos que se creían el Gran Corso, el monarca más poderoso del siglo XlX, habitaban los asilos europeos.
Se desconocen las circunstancias en las que Nietzsche contrajo la enfermedad. Según los registros del asilo en el que fue internado, adquirió la enfermedad en 1866, a los 22 años, porque un año más tarde, aparentemente, fue tratado de sífilis por un doctor en Leipzig. Al parecer, otro doctor llamado Otto Eiser también lo había tratado, pero de gonorrea, más o menos en esa época.
La vida sexual de Nietzsche continúa siendo un enigma. Las distintas hipótesis que se barajan es que se haya contagiado de una prostituta en un burdel de Colonia o que haya contraído la enfermedad en Génova en una relación homosexual.
La salud de Nietzsche fue decayendo gradualmente a lo largo de diez años. A la sífilis se la conoce como “la gran imitadora”, ya que produce sintomatología proteiforme, es decir, que puede confundirse con otras afecciones.
Lo cierto es que, por sus problemas de salud, Nietzsche debió abandonar la cátedra de filología en la Universidad de Basilea, puesto del que estaba orgulloso.
Los siguientes años los pasó viajando, tratando de encontrar alivio a los dolores que lo atormentaban por el compromiso del sistema nervioso (tabes dorsal). Un día lo asolaban las cefaleas, después los dolores de piernas y miembros inferiores con periodos de depresión y ansiedad.
A su amigo Franz Overbeck le escribió: “Estoy desesperado. El dolor está aniquilando mi vida y mi voluntad. ¡Qué verano he vivido! Mis dolores agónicos son de varios tipos y varían con el clima. En cada nube hay como una descarga eléctrica que me reduce a un estado miserable. Cinco veces he invocado a la muerte para que se apiade de mí y hasta he deseado fervientemente que se acaben mis pesares…”
Nietzsche pasaba mucho tiempo deprimido y con un cansancio extremo.
Un oftalmólogo le diagnosticó una inflamación ocular –más precisamente una coriorretinitis, que es la segunda forma más frecuente de compromiso ocular (la primera es la iritis)–. Entonces se le recomendó limitar el tiempo de lectura y escritura, evitar la luz del día, usar anteojos de tinte azulado, evitar el café, los picantes, el vino tinto y hacer reposo psíquico y mental.
En los últimos momentos de su vida, debía acercarse al texto para poder leer, lo que hace suponer que padecía una catarata que lo miopizaba.
“En realidad estoy más feliz que antes”, le escribió a su amigo. “A pesar del dolor continuo y de los mareos y una semi-parálisis que me impide hablar, alternando con ataques de furia… pero, aun así, me siento feliz”.
En enero de 1889, Nietzsche colapsó. Estaba en Turín cuando un cochero flageló a un caballo salvajemente. Allí se interpuso nuestro filósofo abrazado a la bestia llorando hasta que fueron separados. Las versiones difieren, pero llevado al ligar donde se hospedaba pasó toda la noche golpeando el piano y gritando mientras escribía postales sin sentido a sus amigos.
Finalmente, su amigo Franz Overbeck fue a su rescate. Al verlo, Nietzsche rompió en llanto abrazándolo emocionado. Después empezó a decir incoherencias en frases cortas y apenas audibles proclamándose el sucesor de Dios …momentos más tarde volvió a tocar el piano y a mostrarse agitado.
Overbeck contó que se preguntó si no sería más piadoso matar a su amigo para evitarle la decadencia final. Sin embargo, lo engañó y condujo a la clínica del Dr. Willie, un experto en Parálisis General Progresiva como se llamaba a este periodo final de la enfermedad. Allí fue anotado como Friedrich Nietzsche, profesor de Basilea.
Cuando sus amigos lo visitaban al asilo, estaba tan lúcido que parecía simular una demencia. Otras veces estaba agitado e incoherente, más de una vez evitaron que se bebiera su orina. También experimentó alucinaciones. Finalmente, cuando la parálisis física lo convirtió en un muñeco sin voluntad, fue conducido a la casa de su madre hasta que ella fallece en 1897. Después, se hizo cargo su hermana Elizabeth hasta el final de sus días. Nietzsche murió el 25 de agosto de 1900. Elizabeth impidió una autopsia para que no se difundiera la disgustante sospecha de una enfermedad avergonzante.
Ocho años más tarde, Sigmund Freud trató el caso de Nietzsche en uno de sus famosos ateneos. La exposición se llamó Ecce Homo.
“Nietzsche era un parético” (es decir, sufría de una parálisis general progresiva), sostenía el médico vienés. “Tuvo una euforia que se desarrolla “hermosamente”… Pero esto sería sobresimplificar el problema. Es dudoso que la parálisis general progresiva sea la responsable de todas las opiniones en su libro Ecce Homo. El trabajo de Nietzsche es perfectamente válido y debe ser tomado seriamente gracias a la maestría de su redacción”:
“El grado de introspección adquirido por Nietzsche ha sido alcanzado por muy pocos autores y es poco probable que se vuelva a dar. Su parálisis general progresiva le dio la extraordinaria facultad de ver a través de las capas de la realidad y reconocer al instinto como la base de sus reacciones”.
¿Era realmente así ?¿ Un cerebro destruido por la sífilis podía ser el guía intelectual de Alemania?
Thomas Mann, otro amigo del filósofo, describió su capacidad intelectual al límite del éxtasis. Sin embargo, el 18 de diciembre de 1898, Nietzsche le escribió a Mann: “El más asombroso vuelo intelectual es casi un juego para mí, cada día me asombra mi brillo sin límites… El mundo va a estar sin cabeza por varios años ya que Dios ha abdicado y yo voy a gobernar al mundo desde ahora”, una muestra cabal de la megalomanía del filósofo.
“Se debe morir orgullosamente cuando no se puede vivir con orgullo”, dijo al final de sus días. Que haya vivido con orgullo es una cuestión de criterio personal, pero la decadencia de un demente sifilítico está lejos de ser una muerte gloriosa.