El Mahdi, El Califa, la muerte

Como suele ocurrir, los nacionalistas egipcios se rebelaron contra esos dos extranjeros que metían las narices en las cuentas del país. Los franceses se hicieron los desentendidos, pero los británicos aplastaron esa revuelta nacionalista. Esto convirtió a Egipto en un “protectorado” británico (algo así como una colonia, bah). A raíz de eso, los británicos se convirtieron en algo así como los “responables” de Egipto.

     Lo que querían los británicos era que el canal de Suez fuera seguro y que Egipto les devolviera toda la plata que le habían ido prestando. Dejaban hacer al gobierno egipcio, pero lo supervisaban y dirigían entre bambalinas. El gobierno egipcio era corrupto y decadente, y las tradiciones árabes se desdibujaban: se bebía alcohol, se escuchaba música europea, se estudiaban “ciencias occidentales”, etc. Pero la gota que colmó el vaso fue el intento del gobierno, por expreso mandato de los británicos, de abolir el comercio de esclavos, que era el principal ingreso económico de los árabes en la por entonces provincia egipcia de Sudán, en el sur.

     Así que, como era de esperar, los sudaneses se rebelaron contra el gobierno central en 1881.

Mohamed Ahmed

    El líder de esta rebelión fue Mohamed Ahmed, un “hombre santo” errante y rebelde, que siempre había sido desafiante con las autoridades constituidas. Era un estudioso del islam que de joven se había unido a los deviches, una especie de secta-congregación derivada de los sufíes místicos. Ahmed fue creciendo en ese ámbito religioso-místico hasta que consideró que él era más “santo” que todos los demás, así que se separó de ese grupo y formó uno propio. Típico líder carismático, no tardó en reunir discípulos hasta finalmente declararse a sí mismo como el “Mahdi” (“el Guiado”, “el Elegido”). Eso, más los temores apocalípticos que impregnaban la época (en el calendario musulmán se acercaba el fin de siglo) lo llevaron luego de un tiempo a reunir multitudes dispuestas a hacer lo que él les dijera. Un clásico.

     Las autoridades sudanesas trataron de sobornarlo, pero Ahmed se mostró incorruptible. El gobierno egipcio puso usa recompensa por su captura y mandó dos compañías militares para apresarlo; cada una de ellas lo abordó desde direcciones opuestas y terminaron disparándose entre sí (increíble pero cierto); después llegó el ejército del Mahdi (a esta altura muy numeroso) y aniquiló lo que quedaba de ambos grupos, dejando claro que la “insurrección islámica” iba en serio.

     El gobierno egipcio, ya muy procupado, hizo un segundo intento para eliminar al Mahdi: envió una fuerza de 4.000 hombres al mando de Yusef Pacha, que subestimó la situación: poco disciplinados, ni siquiera pusieron centinelas en su campamento. Resultado: los mahdistas atacaron de noche y los liquidaron a todos.

     Llegó entonces un tercer intento: una fuerza egipcia de 8.000 hombres bajo el mando de Hicks Pasha, un mercenario británico convertido al islam. Este ejército partió desde Khartum (o Jartum), la capital de Sudán, pero tras perseguir a los mahdistas sin rumbo fijo por el desierto durante semanas, los rebeldes mahdistas lograron cortarles su línea de abastecimiento (otro clásico), lo que hizo que quedaran como desamparados, con hambre y sed en medio del desierto, hasta que finalmente los mahdistas los emboscaron, mataron a todos y le cortaron la cabeza a Hicks Pasha para llevársela al Mahdi como trofeo. Ahora la “insurrección islámica” iba por todo.

     El gobierno egipcio ya estaba en alerta roja, y envió (cuarto intento) a Khartum tropas bajo el mando de Charles Gordon, un mercenario británico de reconocida trayectoria en estos menesteres, con la orden de evacuar de la ciudad a todos los europeos y egipcios. Una vez allí, mientras esperaban que las guarniciones periféricas fueran desalojadas, los mahdistas sitiaron la ciudad (con Gordon adentro, claro). Cuando los británicos se enteraron de esto, decidieron enviar tropas propias para rescatarlo y terminar de una vez por todas con este insoportable Mahdi y su gente (quinto intento), entonces envió una fuerza de 10.000 hombres comandada por el general lord Garnet Wolseley. El trayecto hasta Khartum era largo y las tropas tardaron en llegar; antes de arribar a la ciudad sitiada, el Mahdi ordenó el asalto a la ciudad, cuya rotunda caída fue seguida de la masacre de la población atrapada. De paso también le cortaron la cabeza a Gordon y se la llevaron a Mahdi, que esta vez no la había pedido, parece. El general Wolseley y su gente llegaron tarde, se volvieron a casa y dejaron Sudán librado a su suerte, es decir, a merced del Mahdi y su poderoso ejército de fanáticos islamistas.

     El fracaso en el rescate de Gordon provocó la caída del gobierno de William Gladstone en Gran Bretaña.

     A Sudán le fue muy mal bajo el dominio de los mahdistas. Manteniendo guerras en todos los frentes, sobre todo en busca de esclavos, el estado de confrontación permanente sólo trajo desastres. Khartum quedó en ruinas, saqueada y sembrada de huesos, mientras el gobierno mahdista se estableció en la ciudad de Omdurman, transformada en la nueva capital.

    Los mahdistas impusieron una estricta ley musulmana (otro clásico); la Sharia en su apogeo, digamos. Palizas, mutilaciones y decapitaciones estaban a la orden del día. Los impuestos se hicieron cada vez más onerosos y ayudaban a mantener el estilo de vida de los líderes mahdistas (otro clásico, y van…). El Mahdi prohibió todo lo ajeno a la cultura árabe: la educación “europea”, la industria, incluso usar fez (decía que era “demasiado turco”). Prohibió la medicina y expulsó y ejecutó a los médicos. Y resulta que en 1885, el Mahdi enfermó y murió de tifus.

Abdullah ibn-Muhammad

    El liderazgo luego de la muerte del Mahdi fue asumido por Abdullah ibn-Muhammad (llamado Abdullahi), “el Califa”, el lugarteniente de confianza del Mahdi. Como era de esperar, parientes del Mahdi consideraban que el liderazgo les pertenecía por derecho natural (otro clásico). Esta disputa desembocó en una guerra civil en la que se enfrentaron los diferentes clanes y tribus. Abdullahi aniquiló a todos: a los kababish de Kordofan, a los juhainas del Nilo Azul, a los rebeldes de Darfur. Como muestra de su crueldad, masacró a los bahatines y encarceló a los 70 jefes para ejecutarlos en público en la horca, pero la cuerda se rompió después de ejecutar a los primeros 18; se ve que no tendrían otra, porque a los restantes prefirieron decapitarlos. En público, también. Pero cambiaron de idea otra vez y a los últimos 27 prefirieron cortarles las manos y los pies y los expusieron para que murieran desangrándose en la plaza pública.

     El califa Abdullahi, ya subido al poder indiscutido, prohibió el tradicional peregrinaje musulmán a La Meca, estableciendo que ahora el peregrinaje sagrado debía hacerse hasta la tumba del Mahdi, en Omdurman.

     Luego de tener el poder absoluto, las guerras y asaltos permanentes empezaron a llevarse a cabo hacia territorios vecinos con el objetivo principal de tomar esclavos, necesarios como recurso económico para sostener el régimen.

     En 1887 los mahdistas invadieron Gondar, capital del imperio cristiano de Abisinia (hoy, Etiopía) y secuestraron a muchos de sus habitantes para venderlos como esclavos, violando y matando al resto. Pero Juan IV, emperador de Abisinia, recompuso fuerzas y contraatacó a los mahdistas en la ciudad fronteriza de Metema. El mismo emperador fue herido en la batalla, lo que afectó enormemente el ánimo y la disposición de los abisinios; eso fue aprovechado por los mahdistas, que atacaron y dispersaron a las tropas etíopes, robaron el ataúd del emperador, le cortaron la cabeza al cadáver (tenían una fijación con eso, se ve) y la llevaron a Omdurman para exhibirla en las calles, antes de agregarla a colección.

     Las guerras mencionadas, sumadas a la sequía de 1888, fueron los disparadores de una gran hambruna. Los soldados del califa confiscaron todos los granos que encontraron en la región y los trasladaron a Omdurman para repartirlo entre la población de acuerdo a su lealtad al régimen. Todos estos desastres llevaron a que la población de Sudán disminuyera de 8.000.000 de habitantes que tenía cuando comenzó la insurrección mahdista a 2.500.000 de habitantes luego de quince años de dominio mahdista.

     Durante todo este tiempo de sangre y muerte (unos 15 años), los británicos se mantuvieron al margen: Sudán era un problema “local” y no influía en sus intereses comerciales (o sea, el tránsito por el canal de Suez). Pero hete aquí que empezaron a inquietarse cuando vieron que los franceses estaban consolidando un imperio en el interior de África, lo que además les permitiría acercarse al Nilo, cuyo control estratégico por entonces era egipcio-británico. Así que finalmente decidieron intervenir en Sudán.

     En 1898 un ejército de 17.000 egipcios y 8.000 británicos, al mando de sir Herbert Kitchener, partió hacia Sudán a poner las cosas en orden (para los británicos) de una vez por todas.

     En el primer enfrentamiento mataron a 3.000 mahdistas. Los mahdistas tenían fama de ser fanáticos insensibles al dolor, así que los fusileros británicos utilizaron balas explosivas y proyectiles de plomo blando que se expandían, arrancaban partes enteras del cuerpo y dejaban enormes agujeros; además los británicos remataban a los heridos en el suelo (por las dudas, vio).

     Al acercarse a Omdurman fueron atacados por el ejército mahdista. Pero los británicos, equipados con un nuevo invento, la ametralladora Maxim (primera ametralladora automática portátil), barrieron del mapa a miles de mahdistas. La batalla de Omdurman fue muy desigual: los mahdistas perdieron 30.000 hombres entre muertos y gravemente heridos, mientras que los británicos sólo perdieron 48 hombres. Abdullahi escapó a Kordofan, una región en el centro de Sudán.

     Los británicos profanaron y volaron la tumba del Mahdi, tiraron sus huesos al Nilo y se llevaron su calavera a un museo en Inglaterra. Al enterarse de esto, la reina Victoria (que se ve que estaba viviendo en un submarino) se mostró indignada y ordenó a las tropas (tarde) dejar en paz los restos del Mahdi. A esta altura lo único que estaba disponible era la calavera, así que por orden de la reina la misma (la calavera) fue enterrada siguiendo los ritos musulmanes.

Pintura de la Batalla de Omdurmán (1898).

     La “limpieza” de los británicos en Sudán se mantuvo durante muchos años. El final llegó cuando el califa Abdullahi murió en la batalla de Umm Diwaykarat en noviembre de 1899. El mahdismo se debilitó por completo, ya que la mayoría de las tribus habían padecido al régimen y encontraron alivio con la muerte de los líderes mahdistas.      

     Más de 5.000.000 de personas murieron desde la insurrección islamista del Mahdi hasta la muerte de Abdullahi y el fin de los mahdistas en el poder.

   Una pregunta surge inevitablemente: ¿por qué los mahdistas, supuestamente “hombres santos”, no tenían ningún problema con la esclavitud? Seguramente habrá explicaciones de todo tipo.

     Pero ese es otro tema.

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