La “nueva” Batalla de Caseros

La historia se reescribe a la luz de nuevos acontecimientos. Para muchas generaciones de argentinos, la batalla de Caseros fue un punto de inflexión en nuestra historia: quedaba atrás el gobierno de Juan Manuel de Rosas y surgía un nuevo país, con un orden constitucional que no fue fácil de imponer.

Se atribuye al general Justo José de Urquiza la propuesta pacificadora que siguió al gobierno punzó: no habría después de la derrota del régimen rosista “ni vencedores ni vencidos”. Esa frase la había acuñado el mismo Urquiza el 8 de octubre de 1851 cuando pactó con el jefe del Partido Blanco oriental, el general Manuel Oribe, la entrega de las tropas argentinas que habían actuado a sus órdenes durante el Sitio Grande de Montevideo. Mediante el tratado firmado ese 8 de octubre se establecía que, de allí en más, todos los orientales tendrían igualdad de derechos sin importar a qué bando hubiesen pertenecido durante la llamada Guerra Grande.

Era la forma más conveniente en la que Urquiza se cubría las espaldas de Oribe (al que llamaban “el mazorquero oriental” por su alianza con Rosas) y, a su vez, se hacía de más tropas para atacar Buenos Aires. 

La mayor parte de estos combatientes no tenían idea de su papel en este conflicto. De hecho, algunos se terminaron pasando al bando del Restaurador, tal como ocurrió con los 600 hombres del llamado “Regimiento Aquino”, comandado por un antiguo oficial del Ejército de los Andes. Como veremos, la suerte les fue aciaga… 

Urquiza y sus aliados brasileros y orientales avanzaron casi sin ser molestados por las tropas federales a las órdenes de Ángel Pacheco. La pasividad del jefe rosista ante el avance del llamado Ejército Grande, fue para muchos cronistas de la época, muy sospechosa. Se llegó a hablar de convivencia entre Urquiza y Pacheco. Lo cierto es que Rosas desplazó a Ángel Pacheco como jefe de su ejército cuando el Ejército Grande estaba a las puertas de Buenos Aires. Recién entonces don Juan Manuel se hizo cargo de la defensa de la ciudad.

Batalla de Caseros

Rosas no tenía experiencia en el manejo de un ejército de esas dimensiones. Si bien algunos de sus oficiales le sugirieron evitar la batalla y desplazarse más al sur, Rosas prefirió enfrentar a Urquiza en las tierras de un tal Caseros donde existía un palomar. 

La batalla fue breve y la victoria rotunda. No hubo tantas bajas durante el combate (las cifras varían, algunos dicen que solo fallecieron 200 combatientes, pero si sumamos los muertos y ajusticiados después de la contienda podemos llegar a más de dos mil) considerando que fue la batalla más grande librada hasta el momento en América Latina (más de 50.000 combatientes entre ambos bandos).

Cómo ya dijimos, en las horas posteriores a la batalla hubo vencedores y vencidos. Apenas concluida la batalla, el coronel Santa Coloma, un fervoroso mazorquero, fue perseguido y degollado impiadosamente. El coronel Martiniano Chilavert, antiguo oficial de artillería que había servido a las órdenes de Lavalle, fue condenado a ser fusilado en forma sumaria después de una breve entrevista con Urquiza. Los 600 soldados del “Regimiento Aquino” que habían desertado del Ejército Grande después de asesinar a sus oficiales, fueron capturados y colgados prolijamente de los árboles de la Alameda. 

La frase se popularizó un siglo más tarde en boca del general Lonardi después de la Revolución Libertadora. Sin embargo, después del desplazamiento de Lonardi, también hubo vencedores y vencidos.

Como decíamos al inicio del artículo, la historia se reescribe y la celebración de Caseros como inicio de una etapa constitucional fue dejada de lado al comienzo del kirchnerinato, buscando éste identificarse con la figura fuerte del rosismo. 

Con los nuevos aires libertarios y la exaltación de Juan Bautista Alberdi como el inspirador de la Constitución, Caseros merece una nueva mirada.

En los libros de texto de la década del 60, Caseros era el fin de “la primera tiranía”. La segunda era la del general Perón, quien dejó de serlo después de su triunfal y caótico retorno en 1974. 

Durante su presidencia, Perón no hizo ningún esfuerzo en rehabilitar la figura de Rosas, pero sí consagró hasta la apoteosis la imagen del general San Martín como Padre de la Patria.

Le tocó al kirchnerismo rehabilitar a Rosas como el organizador del primer movimiento populista y defensor de la soberanía nacional, aunque no pudiese compatibilizar su Campaña del Desierto con el movimiento indigenista y menos aún la represión mazorquera que inspiró por sus desmanes al movimiento literario romántico de Echeverría y Mármol y en siglo XIX.

Caseros ha sido el símbolo de la reorganización nacional al poder darle al país una Constitución que consagraba los derechos individuales, especialmente la libertad de comercio, al permitir la libre navegabilidad de los ríos.

Dentro de esa reorganización, Caseros marcó el comienzo de la coparticipación de los impuestos aduaneros que hasta mediados del siglo XIX eran el sustento económico de la prosperidad  porteña. El manejo de los fondos de la Aduana fueron la razón subyacente de las guerras civiles argentinas entre unitarios y federales que ensangrentó a la Argentina.
Estas diferencias, de una forma u otra, persisten hasta nuestros días y continúan siendo tema de debate y desencuentros.

Hoy, como ayer, hay en estas contiendas económicas (menos violentas, pero no por ello carentes  de víctimas) vencedores y vencidos.

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Esta nota también fue publicada en Perfil.com

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