Desde Benito Mussolini con Clara Petacci, hasta Iósif Stalin con Nadezhda Alilúyeva. Si algo ha demostrado la historia, es que incluso los líderes más crueles tienen derecho a encontrar el amor. Por ello, y como no podía ser de otra forma, Adolf Hitler no iba a ser una excepción a pesar de estar considerado como uno de los asesinos más crueles conocidos hasta el momento. Su “media naranja” no fue otra que Eva Braun , una mujer controvertida con quien decidió casarse en la madrugada del 29 de abril de 1945 bajo el replicar de las bombas que, de forma metódica, hacían llover los lanzacohetes múltiples ” Katyusha ” y la artillería de campaña soviética.
El desenlace de los felices esposos, no obstante, fue incluso más trágico que su boda. Y es que, decidida a compartir el destino del “Führer”, Braun se suicidó junto a su esposo en una de las estancias del “Führerbunker” (el refugio ubicado tras la Cancillería). Así pues, Adolf Hitler -con 56 años- y Eva Braun -con 33- se marcharon al otro mundo de la misma forma en la que habían vivido sus últimos días en este: unidos. Su muerte, sin embargo, supuso un respiro para los aliados, pues hizo que las desmoralizadas tropas de la ” Wehrmacht ” y de las “SS” capitularan dando así por finalizada la batalla de Berlín .
Eva, la mujer perfecta para Hitler
Eva Braun vino al mundo el 6 de febrero de 1912 en Múnich (Alemania). Hija de padres católicos, no pasaron muchos años hasta que fue enviada a un colegio de monjas. “Los Braun habían tomado por costumbre enviar a sus hijas al convento para completar allí su educación. En Baviera, ninguna chica se convierte verdaderamente en una dama si antes no pasa por una de esas instituciones especializadas donde las jóvenes aprenden una profesión, además de ciertos convencionalismos sociales”, explica el escritor e investigador Nerin E. Gun en su libro “Hitler y Eva Braun, un amor maldito”.
Tras abandonar el convento, y con apenas 17 años, esta alemana decidió cambiar drásticamente su porvenir y optó por cursar estudios en mecanografía y, posteriormente, por entrar a trabajar por un sueldo ínfimo en el taller del fotógrafo personal de Hitler. Allí fue donde conoció al futuro ” Führer ” en 1929, un hombrecillo que -por entonces- empezaba a despuntar pero que todavía no había alcanzado el poder que adquiriría en 1933 (cuando fue nombrado jefe del Gobierno alemán tras las reglamentarias elecciones). Días después, Eva envió una carta a un familiar calificando a ese hombre como un “señor de cierta edad con un gracioso bigotillo”. Cupido acababa de clavar su flecha.
Hitler, por su parte, correspondió a los deseos de esta joven 20 años menor que él y ambos empezaron a verse. Así, poco a poco la relación fue cuajando hasta que, antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial , ambos formalizaron su amor. Los siguientes años fueron perfectos para la pareja, que vio acompañado su romance de las continuas victorias del ejército nazi sobre sus enemigos en media Europa. El dinero, además, entraba a por doquier, por lo que el “Führer” podía dar todos los caprichos a su novia (entre los que se incluían sus largas estancias en los Alpes Bávaros).
Sin embargo, al igual que sucedería con Mussolini y Stalin, su amor estaba destinado a acabar en tragedia, una tragedia que llegó cuando a los alemanes no les quedó más remedio que huir con el rabo entre las piernas de la U.R.S.S. y empezar a replegarse hasta llegar a la capital del Reich . Finalmente, fue en las dos últimas semanas de abril cuando, rodeados por las tropas soviéticas y bajo el fuego de la artillería, esta pareja selló su amor contrayendo matrimonio entre los muros de hormigón del “Führerbunker” un día antes de suicidarse.
Una boda nada idílica
La boda más famosa del Tercer Reich, un matrimonio que muchos esperaban pero que Hitler no quiso hacer oficial hasta que vio que su hora de morir se acercaba, se sucedió en la medianoche del 28 de abril de 1945. Se decidió que la boda se celebraría en el salón del reuniones del búnker, la misma estancia en la que, día tras día, el “Führer” enviaba a miles de soldados a morir en el frente contra los rusos y desde la que no tenía reparos en fusilar a todo aquel que considerase un traidor de Alemania (independientemente de su edad y sexo).
“Bormann [el secretario personal de Hitler] indicó que cambiara de sitio algunos muebles para hacer sitio. La mesa, donde se extendía habitualmente los mapas de operaciones, se desplazó hasta el centro de la sala. Delante de la misma se dispusieron cuatro sillones: los dos de la primera línea, para Hitler y Eva . Los dos de la segunda, para Goebbels y Bormann , que habían sido designados testigos de la boda”, explican Henrik Eberle y Matthias Uhl en su obra “El informe Hitler”. Posteriormente, se hizo llamar a un funcionario del Ministerio de Propaganda, al que se fue a recoger en un vehículo blindado, para que oficiase la ceremonia.
Cuando todo estuvo preparado, Hitler y Eva salieron de sus habitaciones cogidos de la mano. Por entonces, poco quedaba ya del glorioso líder nazi que, en otro tiempo, convencía a las masas gracias a su vehemencia. Ahora ya solo era un hombrecillo apático al que le costaba andar. “Su semblante estaba lívido, su mirada erraba de un lugar a otro. Llevaba puesto el traje arrugado con el que se había tumbado en la cama durante el día. Lucía la insignia de oro del Partido, la cruz de hierro de primera clase, y la insignia de los heridos de la Primera Guerra Mundial “, añaden los expertos.
Eva Braun no lucía mejor, pues estaba pálida por la falta de sueño y se notaba que había sufrido para poder tapar sus ojeras. Vestía, por su parte, una gorra de piel gris y un traje azul marino. “Una vez en el salón de reuniones, Hitler y Eva Braun saludaron al funcionario que les aguardaba junto a la mesa. A continuación, ambos tomaron asiento en los sillones de primera fila. […] Se cerró la puerta. La ceremonia no duró más de diez minutos”, afirman los historiadores en su obra.
De esta forma, se materializó un matrimonio que Hitler había rechazado hasta entonces. “En su condición de “Führer”, había declarado varias veces que él no podía ligarse personalmente a ningún ser humano: la idea estatutaria que tenía su de su función no permitía imágenes de intimidad familiar”, explica, en este caso el historiador Joachim Fest en su obra: “El hundimiento”.
A pesar de que duró un momento, lo cierto es que este matrimonio a la carrera trajo consigo una curiosa anécdota que se produjo cuando Eva Bran tuvo que firmar la partida de matrimonio. Y es que, en lugar de escribir “Eva Hitler”, los nervios hicieron que se equivocase y pusiese “Eva B”. Al percatarse del error, tachó aquella B de forma vistosa y garabateó lo siguiente: “Eva Hitler. Nacida como Eva Braun”. Un gracioso suceso entre el mar de desesperación que se vivía en aquella estancia en la que, apenas un día después, ambos se suicidarían.