La libertad guiando al pueblo: Marianne, la mujer más famosa de Francia, símbolo fogoso de la revolución que perpetuó Delacroix

El 13 de agosto de 1863 falleció Ferdinand-Victor-Eugène Delacroix, reconocido pintor y litógrafo, condecorado con la Legión de Honor. Delacroix no sólo fue líder del movimiento romántico por sus estrechos vínculos con otros artistas como Byron, Chopin y Géricault, sino por la desafiante expresión de sus ideas políticas.

El año 1830 fue funesto para el gobierno borbónico de Carlos X de Francia. Las elecciones en la Cámara Baja habían sido desfavorables para la monarquía que, al ver perdida la mayoría parlamentaria, decretó las “ordenanzas de julio”, suspendiendo la libertad de prensa y prolongando el mandato de los diputados afines al rey. Alentados por los medios, el pueblo salió a la calle a protestar. A pesar de la enérgica represión, las fuerzas populares lograron imponerse al ejército, precipitando la huida de Carlos X.

En aquellos tres “gloriosos días de julio”, la sangre corrió por las calles de París; aunque Delacroix no participó de las acciones, decidió dejar su impronta de esa gesta. Su familia había apoyado la revolución de 1789, y su padre, Charles-François, había llegado a ser ministro de relaciones externas durante el gobierno de Napoleón. Algunos autores afirman que Eugène no era hijo de Charles -Françoise sino de su sucesor en el ministerio, el versátil Charles Maurice Talleyrand y Périgord, quien continuó en ese puesto después de la vuelta de los Borbones al poder una vez caído Napoleón .

Al parecer, Charles-Françoise regresó de una misión diplomática y su esposa ya estaba embarazada de Eugène, quien fue su último hijo, varios años menor que sus hermanos. Para colmo, Eugène tenía cierto parecido físico con Talleyrand, quien ayudó a la familia tras la muerte de Charles-François en 1805, además de proteger al pintor en los inicios de su carrera.

El hermano mayor de Delacroix, Charles-Henri, llegó a ser general del ejército de Bonaparte y murió en la batalla de Friedlan (1807). Por estos antecedentes familiares, Eugène era un ferviente bonapartista y, como muchos franceses, añoraba los años de esplendor imperial.

La libertad guiando al pueblo, el cuadro que rescata estos gloriosos días de julio tiene como personaje central la figura de una mujer con los pechos descubiertos que lleva una bandera tricolor en una mano y un fusil en la otra. Luce un gorro frigio como los utilizados por los sans-culotte en 1789 y que los argentinos copiaríamos como símbolo de nuestra libertad. Esta mujer es la representación de Francia y se la conoce como Marianne, una metáfora de una nación que luchó y luchará por su libertad.

Tras Marianne, se ven varias figuras saltando sobre los cadáveres que se acumulan frente a la barricada. El más notable es un joven elegantemente vestido, quizás demasiado elegante para el calor del verano parisino. Es un retrato del propio Delacroix quien, de esta forma, reivindica su patriotismo, su adhesión a la causa y compensa con esta pintura su ausencia en esos días de furor patriótico.

Delacroix, autrorretrato



Detrás aparecen un soldado de la antigua guardia napoleónica, otro nostálgico de las glorias pasadas, como muchos de los que participaron en esos días. Por último, casi al lado y atrás de Marianne, hay un jovencito con dos pistolones, la prefiguración del Gavroche de Los Miserables, el niño de la calle que se puso al servicio de los rebeldes. Victor Hugo era admirador de la obra de Delacroix, y no sería extraño que el joven revolucionario inspirara la figura del muy joven combatiente muerto en las calles de París.

La obra fue adquirida por el mismo gobierno de los Borbones a quienes Delacroix criticaba sin muchas vacilaciones. Su exposición gozó de un singular éxito, pero el mensaje era subversivamente antimonárquico, por lo que al poco tiempo fue retirada de la muestra. Probablemente, la mano protectora de Talleyrand evitó males mayores y Delacroix continuó recibiendo encargos artísticos del gobierno de Louis Philippe, el sucesor en el trono de Carlos X.

Cuando llegó el tiempo de deponer a Louis Philippe, la obra aún ejercía un atractivo simbólico, y el nuevo presidente electo, Louis Napoleón, futuro tercer emperador en llevar ese nombre (el segundo, hijo de Napoleón l, no reinó y murió muy joven en la corte austriaca), pidió su nueva exhibición.

Napoleón III se embarcó en campañas de conquista que no fueron tan gloriosas como las de su tío y al final trajeron desgracia sobre Francia después de la derrota de Sedán.

Para entonces, Eugène Delacroix había muerto, aunque sus obras y especialmente esta Libertad guiando al pueblo rescataban el fervor de esas jornadas en las que tanta esperanza había depositado el pintor, a pesar de no haber podido salir a pelear a la calle. Al final, Delacroix combatió y continúa combatiendo desde el enorme bastidor del Louvre. Curiosamente, a pocos metros de esta pintura se encuentra La balsa de la Medusa, obra de su gran amigo Théodore Géricault, quien retrató a Delacroix como uno de los náufragos muertos en la embarcación a la deriva que simbolizaba el desmoronamiento de Francia en manos de la monarquía.

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Esta nota también fue publicada en La Nación

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