Charles Hinton y las dimensiones del tiempo

En 1886 fue arrestado por bigamia al haberse casado primero en 1877 con Mary Ellen Boole (hija del célebre George Boole, fundación de la lógica matemática) y luego en 1885 con Maude Weldon, con quien tuvo mellizos. Maude sabía que él ya estaba casado pero igual se casó con él, según ella misma dijo, “para darles cierta legitimidad” a los mellizos. Tres años más tarde, la presión de mantener dos hogares se volvió excesiva y Hinton tuvo que confesarse con su primera esposa y luego ante un juez.

    Hinton pasó un solo día en prisión, pero perdió su cargo como profesor de ciencias y tuvo que emigrar, por lo cual se fue con Mary Ellen a Japón. Siguió dando vueltas por ahí y en 1896 obtuvo el cargo de profesor de matemática en la Universidad de Princeton, en EEUU. Allí inventó una máquina novedosa: el lanzador automático de pelotas de béisbol. Luego de ser expulsado también de Princeton fue profesor asistente en la Universidad de Minnesota y más tarde trabajó en el Observatorio Naval en Washington D.C., para recalar finalmente en la Oficina de Patentes de los EEUU, donde fue contratado como auditor para las patentes de productos químicos. En 1907, en medio de un brindis en la Sociedad de Investigaciones Filantrópicas en Washingon, murió en forma repentina, cayendo al suelo fulminado por un derrame cerebral. Su mujer se suicidó un año después.

    En su obra “¿Qué es la cuarta dimensión?”, Charles Hinton decía que “hay que cuestionar todo lo que parece arbitrario e irracionalmente limitado en el dominio del conocimiento”, entre otras cosas porque de esa manera “se han hecho grandes descubrimientos”. Se refería a cuestiones para él tan arbitrarias como el hecho de que existieran sólo tres estados de la materia (sólido, líquido y gaseoso) o que hubiera “sólo tres dimensiones”. “El espacio, tal como lo conocemos, está sujeto a una limitación”; más bien, a nuestras propias limitaciones, explicaba. Intentar superar esas limitaciones implicaba buscar el acceso a dimensiones superiores, y para Hinton la clave para acceder a ellas era ejercitar la mente hasta permitir la “interconexión entre conciencias”.

     Esa nueva dimensión se refería tanto a un espacio real como imaginado. Hinton interconectaba la geometría, la física y la matemática con la filosofía y lo que él denominaba “un sistema completo de pensamiento tetradimensional que comprenda a la vez mecánica, ciencia y arte”. Estas ideas quedaron expresadas en su libro “Una nueva era de pensamiento” (1888).

     Para él, el acceso a la cuarta dimensión no era algo que se podía articular en un solo texto ni de una sola forma: requería de elementos variados y de cierta creatividad para conectar y establecer vínculos entre distintas perspectivas presentadas en diferentes formas hasta llegar a imaginar esa cuarta dimensión.

    La tesis de Hinton se basaba en la creencia de que la cuarta dimensión existía como un espacio trascendental y material que era accesible tanto para la mente como para los sentidos físicos. Su cuarta dimensión era real y hasta se podía ver y experimentar, pero sólo mediante la “expansión” de la conciencia.

    Con ese fin, diseñó y perfeccionó a lo largo de los años una herramienta a la que denominó “teseracto” (“tesseract”) que consistía en una serie de cubos de colores que, cuando se ensamblaban “mentalmente” en secuencia, podían usarse para visualizar un hipercubo en la cuarta dimensión del hiperespacio. Es decir, un teseracto es una proyección teórica de un cubo de cuatro dimensiones sobre el espacio tridimensional. Para hacerla fácil, un teseracto es un análogo en 4 dimensiones de un cubo, así como un cubo es un análogo en 3 dimensiones de un cuadrado.  

     Según Hinton, el tiempo también es una dimensión; tiene una “longitud” (una extensión, un largo), y esta “dimensión en movimiento” (el tiempo) se extiende por todo el universo. Para Hinton, una “dimensión” no es una línea sino “una manera de medir”. Así es como consideramos la dirección norte-sur como una dimensión o un modo de medir, la dirección este-oeste como otro modo o dimensión, y la dirección arriba-abajo como otro modo o dimensión. Ninguna de esas dimensiones o maneras de medir interfiere en la otra. Si se considera (como sostiene Hinton) también al tiempo como una “extensión”, debe haber otro modo de medirlo, por lo tanto estamos ante otra dimensión.

    Y aunque sea complejo imaginarlo, la cuarta dimensión no es difícil de entender si se recurre a las matemáticas; de hecho, en términos matemáticos es perfectamente posible concebir objetos de cuatro dimensiones.

  Pongamos como ejemplo una habitación de nuestro espacio tridimensional: en cada rincón vemos tres líneas perpendiculares que se cortan en ángulo recto. En una habitación tetradimensional, encontraríamos cuatro perpendiculares en cada rincón. Eso parece imposible y nos resulta invisible porque la cuarta línea está en otra dimensión, pero eso no significa que esa dimensión no exista. Hinton sostiene que, de la misma manera que nosotros comprenderíamos perfectamente un mundo bidimensional vivo si lo viéramos, mientras que sus habitantes no podrían comprender ni ver nuestro mundo tridimensional, también nosotros, “resignados habitantes de nuestro mundo tridimensional” (dice Hinton), seríamos incapaces de comprender, y por supuesto de ver, un mundo tetradimensional.

     A los matemáticos les resulta posible considerar otras dimensiones de la realidad (como sucede con la teoría de cuerdas, por ejemplo) pero nosotros no podemos “visualizar” más que tres dimensiones simultáneamente, ya que nuestros cuerpos y nuestras mentes están hechas para funcionar solamente en las tres dimensiones espaciales conocidas.

     Hinton concibe la estructura del tiempo como una gran fuerza elemental que se desplaza horizontalmente a través de su propia dimensión (la cuarta dimensión); para él, esta “fuerza móvil” cruza un número ilimitado de dimensiones, sin que ninguno de esos “choques dimensionales” perturbe a cada uno de estos universos. Según Hinton, si alguien fuera capaz de contemplar “la extensión” del tiempo con la misma nitidez con la que podemos mirar la extensión espacial de nuestro mundo, observaría que lo único que se mueve en el cosmos es ese campo tridimensional que llamamos “momento presente”. En el universo de Hinton, “todo aquello que ha sido y será, coexiste”, pero lo que queda en nuestra conciencia, siempre limitada por el estrecho espacio del presente y del “momento único”, es un registro de pequeños cambios que en realidad sólo existen para nosotros (algo así como la metáfora del libro de Dunne).

     Ahora la cosa comenzaría a complicarse (¿recién ahora…?), ya que, si el tiempo fluye sobre una “longitud o extensión temporal”, entonces debería existir algo así como un “segundo tiempo” que pudiera valorar o medir ese flujo temporal. A eso, J.W.Dunne (que utilizó muchas de las investigaciones e hipótesis de Hinton para sostener sus teorías) lo llama “tiempo 2”. Y el “tiempo 2” debería se ra su vez temporalizado por otra medición (¿el “tiempo…3”?), y así sucesivamente. En estos términos, no existe nada en el tiempo que desemboque en un final, ni nada que destruya la visión del “tiempo 1” del pasado.

     En una nueva metáfora que facilite la comprensión de estas cosas, podría imaginarse un larguísimo rollo de película en el que de un lado están registradas todas las impresiones sensoriales que hemos tenido a lo largo de nuestra vida. Del otro lado (la otra cara del rollo) están los diferentes “estados cerebrales” (conciencia vigil, pre-conciencia, estado onírico) con sus impresiones cerebrales depositadas en la memoria. El asunto es que nuestro estado consciente no nos permite leer esa cara del rollo, donde podríamos explorar pensamientos y sensaciones almacenados, que no necesariamente provienen solamente del pasado.

     Jorge Luis Borges leyó la obra de Hinton “Una nueva era del pensamiento”, cuyos cubos tetradimensionales del teseracto le sirvieron como inspiración para escribir “El Aleph” (1949). H.G. Wells también leyó a Hinton con interés, y utilizó sus teorías como base para escribir su famosísima novela “La Máquina del Tiempo” (1895). Se basó en que si el tiempo es una dimensión, como la longitud, la altura y la profundidad, entonces quizá la gente podría viajar por ella. El tiempo es invisible para nosotros porque “nuestra conciencia se mueve intermitentemente” a lo largo de él mientras vivimos. Esto subraya el hecho de que la máquina del tiempo se hace invisible cuando se desplaza por el tiempo.

   Aun siendo algo así como “un científico olvidado”, Charles Hinton es considerado precursor de la cosmología desarrollada por Einstein en su Teoría de la Relatividad.

     Tanto Charles Hinton como John W. Dunne sostenían que nuestra capacidad cerebral (para algunos, la “mente”) está limitada por la conciencia, y que sus capacidades se expanden notablemente en estados de “no-consciencia”.

     Cómo explorarlos… es otra historia.

Recomendamos leer: J.W. Dunne y el tiempo omnipresente

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