Gustavo Adolfo Bécquer: de las oscuras golondrinas a la pornografía

Los Borbones en pelota es el título de un álbum de láminas satíricas del siglo XIX; se agrupaban en unas 89 escenas, pintadas a la acuarela, muchas procaces, donde se caricaturiza a personajes públicos de finales del reinado de Isabel II, sobre todo de la casa real.

El autor de las rimas románticas pasa a un texto que linda con la pornografía, aunque haya sido nada más y nada menos que don Gustavo Adolfo Bécquer, quien se inspiró en inocentes doncellas para dar vuelo a su lirismo o en la Reina Isabel II de España para descargar su aborrecimiento y dirigirle los poemas más soeces. No sólo por eso, Gustavo y su hermano, Valeriano, retrataron a la soberana en poses dignas de una película XXX.

La Reina Borbón había heredado de su padre no solo su escasa inclinación por el estudio, sino también la ardiente tendencia a la lujuria. Iniciada tempranamente en las lides amorosas por su tutor Salustiano Olózaga -que al parecer no solo veló por la adquisición de conocimiento (tarea en la que fracasó, dada la ignorancia casi enciclopédica de la reina) sino también por la sapiencia de los placeres de la carne. La lista de amantes de la Reina era extensa y variada.

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Comienza con un tal Vicente Ventura, quien fue expulsado del palacio por “graves razones” (que en una corte tan libertina nos cuesta pensar en qué cosa habrá hecho para merecer esta calificación) y sigue con Francisco Frontela, su maestro de canto, a quien la Reina le concedió la Cruz de Carlos III, aunque sospechamos que no fueron sus cualidades cantoras las que le hicieron ganar tal condecoración.

A todo esto, cuando Isabel tenía 16 años, fue obligada a casarse con su primo Francisco de Asís Borbón, quien, entre sus escasas virtudes, no se encontraba la virilidad.

La situación de su primo le dio una excelente excusa para continuar incorporando amantes a su lista. Su nueva conquista fue el general Serrano, al que Isabel llamaba su “general bonito”, aunque la intimidad no inhibió a Serrano de conspirar contra su amante.

Como Isabel no era demasiado selectiva, le siguió en la lista un cantante (Mirall) y un compositor (Emilio Arrieta).

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También se entrometió en el ámbito militar, incluyendo un coronel, dos capitanes (uno de ellos, Ruíz Arana, fue ascendido a coronel por su desempeño en los combates sobre el tálamo), un teniente de ingenieros, Enrique Puigmoltó y Mayans, quien sería el padre del futuro Alfonso XII (aunque enseguida llegaba Francisco de Asís a cumplir su tarea de progenitor) y hasta un general, don Leopoldo O’Donnell.

Además, Isabel intimó con su secretario, bien llamado Miguel Tenorio.

No faltaron nobles a esta lista, que incluye al marqués de Linares y al de Bedmar, a quien le escribía cartas en las que explicaba “el frenesí de su espíritu durante sus encuentros”, aunque el texto contase con notables errores de ortografía y una primitiva redacción.

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Las innecesarias guerras carlistas, la pérdida del Imperio y los enormes problemas económicos, crearon un ambiente político muy inestable. De allí que las revoluciones, intentos de golpe de Estado, junto con las críticas por la escandalosa conducta de Isabel eran moneda corriente.

A la cabeza de sus críticos, se destacó la pluma de Gustavo Adolfo Bécquer, romántico poeta, quien dejó de lado su vena cándida e inocente por un lenguaje soez y una pluma picante, a fin de comentar las 89 láminas de escenas donde se suceden las imágenes de la Reina en poses procaces, con todos los miembros de la corte (incluidos sacerdotes y monjas), en activa lujuria, recalcando la pasividad de su marido (al que llamaban en el texto “Real Constructor de Príncipes”).

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Si bien las imágenes son de 1870, recién fueron editadas en su conjunto en 1911. Hasta ese momento, las láminas circulaban por separado y en forma clandestina.

Las figuras son pornográficas y los textos que las describen obscenos, como este dirigido a Carlos Marfori e ilustrado con la reina copulando con su amante de turno.

Carlos, Carlos yo lo espero

De tu hidalgo corazón

Mételo sin dilación

Que ya por joder me muero.

Los autores de esta obra se autodenominaban SEM, el seudónimo elegido por los hermanos Bécquer, aunque de acuerdo otras versiones, no fueron los únicos en redactar ni ilustrar este Kamasutra Real español, ya que también podría haber participado Francisco Ortego, un conocido pintor y humorista político.

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