Recuerdos de los ’60 y los ’70 en Buenos Aires –para nostálgicos–

  Los que iban a colegios públicos llevaban, igual que hoy, guardapolvos blancos. En las niñas, una variante del mismo era el guardapolvo tableado al frente y cerrado con botones en la espalda. Los colegios privados tenían uniformes bastante formales: saco (habitualmente azul), camisa blanca, corbata, pantalón (habitualmente gris; de franela en invierno, de gabardina en verano) y zapatos (habitualmente negros y abotinados).

     No se usaban las mochilas; en primaria se llevaban los útiles en un maletín, habitualmente de cuero o cuerina, con manija, con bolsillos frontales que se cerraban con hebillas. En secundaria, un atado de carpetas bajo el brazo sujetadas con algún elástico, o ni eso.

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     En primaria, el primer libro de un alumno era “Upa, aprendo a leer”. En grados superiores se usaban mucho los manuales que incluían tanto lenguaje como matemáticas, geografía y otras yerbas. En secundaria ya había libros para cada materia; quién no recuerda los libros de historia de Ibáñez, los de botánica, zoología y anatomía de Dos Santos Lara o la frondosa e incomprensible Tabla de logaritmos. En las librerías cercanas al colegio se conseguía el “Resumen Lerú” de cada materia, como para resumir las lecciones en un vistazo y no tener que estudiar del libro. No existían las fotocopias, los apuntes eran personales y a mano alzada.

     Se usaban las carpetas negras de cartón duro o forradas (más finolis), con tres enormes ganchos que la hacían tener un perfil triangular de lo más incómodo. En ella se insertaban hojas de carpeta rayadas, cuadriculadas o canson con tres agujeritos, que de tanto poner y remover de la carpeta se cortaban o rajaban y obligaban a usar unos “ojalillos” autoadhesivos redondos para poder volver a enganchar las hojas en la carpeta. Se usaba el Simulcop (un cuaderno con distintos artificios didácticos en hojas de calcar para pasarlos al papel en blanco), reglas y escuadras de madera o acrílico, gomas de borrar (“Dos banderas”) de tinta-lápiz, rotuladora y, ya hacia el final de la secundaria, la regla de cálculo, que no era tan fácil de utilizar.

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     Se aprendía a escribir primero con lápiz; en algunos casos había hojas especiales con los espacios entre renglones subdivididos para que aprendiz supiera hasta dónde debía llegar la altura de las letras. Para aquellos a quienes les costaba mucho hacer los primeros palotes existía un dispositivo (“grip”) para colocar los dedos sobre el lápiz de la manera correcta. El segundo paso del aprendizaje era aprender a usar la “pluma fuente”, es decir, lapiceras de tinta (ya fuera de tintero o de cartucho); las marcas más usadas eran Parker, Scheaffer y 303, y se utilizaba el papel secante para evitar los manchones por si la tinta se corría antes de secarse. Las cartucheras eran de lo más variadas: simples como una mini-bolsa o más sofisticadas, que se abrían como un libro, con presillas para colocar los lápices y útiles, y hasta la de “dos pisos”.

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     En los barcitos cercanos al colegio se tomaba jugo de naranja o leche chocolatada (Lactolate) en triángulos de cartón (más bien pequeñas pirámides) o en botella (Cindor, Vascolet), yogur (el Yolanka era el más conocido), gaseosas (además de las archiconocidas que aún existen había otras: Canada Dry, Spur Cola, Teem, Mirinda, Tab). Si había que hacer una parada rápida para volver al colegio a la tarde, la fija eran los sandwiches de jamón y queso en pan francés (enormes y con manteca, ingrediente fundamental para transformar el sandwich en una gloria) o de milanesa (cuyo contorno sobraba por todos lados), habitualmente con Savora (se usaba bastante menos la mayonesa y casi nada el ketchup).

     Los chicos jugaban sobre todo al fútbol y en menor medida al basquet, handball, tenis y rugby. Además de las pelotas de goma, la mayoría tenía  las pelotas de fútbol de cuero Nº4 o Nº3, que tenían gajos grandes y alargados. Era un privilegio tener una pelota de fútbol Nº5 de cuero, su precio era elevado; las más deseadas eran la Pintier blanca (un verdadero lujo por entonces, de gajos hexagonales con cuatro gajos cuadrados opuestos) y la Sportlandia (de gajos hexagonales blancos y pentagonales negros), verdaderas bellezas que se cuidaban como oro y que se engrasaban en sus costuras con una grasa especial. Las mejores de basquet eran las Spalding y las Wilson. Las chicas jugaban sobre todo softbol y pelota al cesto.

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     Las zapatillas eran Pampero, Llavetex, Sorpasso y Flecha, reforzadas en la punta y de las que había de fútbol y de basquet, altas hasta arriba del tobillo. Luego aparecerían las Topper, inicialmente para tenis, y las All Star, para basquet. Hasta que llegaron las Adidas y sus diferentes modelos, caras, una verdadera revolución en las zapatillas deportivas.

     Los botines de fútbol más comunes eran los Sacachispas, con un redondel blanco en el tobillo y tapones de goma rectangulares; mejores y más caros eran los Fulvence y Fulvencito. También había botines Sportlandia, y en los ’70 aparecerían los Adidas con tapones de goma (de altísima calidad, que causaron sensación) y los Puma. Los botines de rugby eran Adidas, Conti y Ocelote, y los tapones eran de goma, de madera y aparecían los de aluminio. Al fútbol se jugaba tanto con camisetas como con camisas; las camisetas de rugby eran tipo chomba, de una tela de algodón reforzada, pesada y con hombros acolchados. Al tenis se jugaba vestido de blanco, sin importar de qué nivel de juego se tratara, y las canchas eran todas de polvo de ladrillo, casi no había canchas de cemento.

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 La ropa deportiva y los artículos deportivos se compraban en Proveeduría Deportiva, Testai, Barbera-Matozzi, Marasco-Speziale, Marraco y algunas otras tiendas especializadas.

  La diversión era abundante, como siempre en la infancia o en la adolescencia. Los clubes de barrio (y algunos colegios) tenían metegol, billar, ping-pong, pool. El clásico lugar para ir a divertirse en grupo era el Italpark, que quedaba en av. Del Libertador y Callao: se disfrutaban y mucho las carreras de autos (Auto Sprint, Indianápolis y Monza), los autitos chocadores, el tren fantasma y las dos montañas rusas, siendo la más tentadora el “Super 8 volante”. También estaba el Laberinto de cristal, el Samba, Dumbo, las tazas que giraban y otros que iban cambiando periódicamente.

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    Había cines buenos en todos los barrios, pero había dos polos principales de cines en la ciudad: las calles Lavalle y Corrientes y la zona de Santa Fe y Callao. En Lavalle había un cine al lado de otro: el Paramount, Monumental, Select Lavalle, Luxor, Ocean, Ambassador, Trocadero, etc. En Corrientes estaban el Broadway, Metropolitan, Lorena, Arte, Lorca, Los Angeles. En Santa Fe y Callao estaban el América, Grand Splendid, Capitol y el Atlas Santa Fe, el primero en tener dos salas en el mismo complejo, algo que muchos años después sería lo habitual.

     Belgrano, Devoto, Caballito y Flores estaban particularmente poblados de muy buenos cines, que tenían una ventaja sobre los del centro: daban dos películas (o hasta tres) y eran de función continuada (uno podía llegar cuando quisiera e irse cuando le diera la gana también). Y estaba el circuito porno, más que interesante para los adolescentes ya que se conseguía entrar con bastante facilidad a ver las películas que alimentaban las ya de por sí inquietas hormonas de los menores. El cine Devoto, al lado de la vía, era famoso: casi todas las tardes se arremolinaban grupos de alumnos que “se hacían la rata” en la puerta del cine, algo que se transformó en un clásico de las secundarias. Algo más arriesgado era ir al Ferrocine de Retiro, en un subsuelo del andén, ya que el ambiente era algo más tórpido, compartido con otro tipo de espectadores no siempre agradables; años después aparecería el Multicine, otro complejo de pequeñas salas que acogía a los interesados en descubrir anatomías despojadas de ropa.

     A los que ya les picaba el bichito de la música iban a conciertos de los grupos más salientes del incipiente pop-rock nacional: Sui Generis, Vox Dei, Pedro y Pablo, Manal, Alma y Vida. Los más “elevados” peferían Almendra, Arco Iris o Aquelarre, y los más “pesados” iban a ver a Billy Bond y la Pesada o a Pappo, El Reloj y otros. El primer supergrupo internacional que vino a Buenos Aires fue Santana en 1973, vino en un avión propio y dio tres conciertos inolvidables. Más tarde, en la década del ’80, vinieron Queen (1981), Yes (1984), Sting y la gira de Amnesty international (1987).

Billy Bond y la Pesada

     Los sábados a la noche eran frecuentes las fiestas en colegios, clubes o salones, con disc-jockeys que eran atracción, siendo los más famosos de la época Alejandro Pont Lezica y Rafael Sarmiento. Los afiches anunciando tales eventos se pegaban en las cercanías de los colegios desde unas semanas antes, y siempre se llenaban de jóvenes. Las fiestas privadas y los asaltos (cada uno llevaba algo de tomar o comer y el dueño o la dueña de casa no sabía nada ya que los amigos lo organizaban con los padres dueños de casa, que guardaban el secreto) arrancaban a eso de las 21 o 22 hs y terminaban a eso de las 2 a.m; los padres iban a buscar a sus hijas y los chicos se volvían en bondi o caminando en grupo hasta sus casas.

     Las heladerías de la época eran muy buenas, aunque los gustos eran más clásicos y no había mucha innovación. Las más conocidas eran Cabaña Tuyú, Saverio, Venezia (había muchas heladerías con ese nombre en distintos barrios), Cadore, Scannapieco, Furchi, Dieci y otras.

  Aparecían las primeras hamburgueserías: Pumper Nic (la del hipopótamo), Chéburguer, The Embers, todas ellas con los primeros “combos”: la hamburguesa, las papas fritas y la gaseosa, todo junto y por un precio fijo. Más tarde, en 1986, llegaría McDonald’s.

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     Las golosinas eran compañía permanente: el chocolate Aero era una especie de tope de gama y competía con el Suflair en el rubro de los chocolates “aireados”; otros clásicos eran el Biznike nevado y el Jack (venía con sorpresa), el Milkibar era “el” chocolate blanco y no ibas al cine sin comprar el maní con chocolate que venía en caja amarilla y roja. El alfajor por excelencia era el Jorgito y las pastillas más conocidas eran las DRF, las Refresco, las Billiken, las Stani, y a las chicas les gustaban muchísimo los corazoncitos Dorins. Había bocaditos muy populares como el Cabsha, la Vauquita (para todos, vaquita), las mentas Suchard, la bananita Dolca. Los caramelos eran liderados por los Sugus masticables, los Sugus confitados (un lujo), los Suchard ácidos, los Mu-mu de leche, los Media Hora (verdaderos proyectiles en los cines) y los Chuenga de cancha. Los chicles Bazooka y Chiclet’s Adams, los Mentex, los Chiclefort, los Bubaloo, los chupetines bolita y el Topolín con sorpresa.

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     En la secundaria se probaban los primeros cigarrillos (en aquella época se fumaba mucho más que ahora): los más fumados eran Particulares y Jockey Club. Algo menos, LM, Saratoga, Imparciales, 43/70. Ya más selectos (y más caros) eran los Chesterfield, Viceroy, Parisiennes, Philip Morris, Shelton, BigBen. De precio inalcanzable: Benson & Hedges y Noblesse. El cigarrillo era un artículo de uso permanente e indiscriminado, casi todo el mundo fumaba y se fumaba en todos lados: en restaurantes, en oficinas, en los aviones, los profesores fumaban en las aulas mientras daban clase.

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     Había tres marcas de cerveza: Quilmes, Bieckert y Schneider. En la década de los ’80 llegarían olas y olas de muy buenas cervezas importadas, pero antes de eso esas eran las únicas. En las casas se tomaba mucho más vino común que vino fino: eran más que populares Peñaflor, Uvita, Crespi, Trapal, Termidor, Bordolino; se consumía mucho vino en damajuana y aparecía el vino en cartón. Los vinos “finos”, los que estaban un escalón arriba eran el Valmont, el Don Valentín lacrado, el Carcassone, el Rincón Famoso y el San Felipe en caramañola; todos ellos se han transformado en clásicos.

     Los más chicos leían las revistas Anteojito y Billiken, que además tenían material didáctico que podía aprovecharse para las tareas escolares, y las Aventuras de Hijitus. Los chicos algo más grandes ya leían las Correrías de Patoruzito, las Andanzas de Patoruzú y las Locuras de Isidoro. También eran muy populares las revistas D’Artagnan, Fantasía, El Tony y, entre las chicas, Intervalo, Archie, Susy.

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     Las revistas de deportes eran muy leídas. “El Gráfico” era una revista extraordinaria, en la que escribían periodistas muy prestigiosos y con una prosa excelente: O.Ardizzone, H. Onésime, E. Cherquis Bialo (Robinson), Orcasitas, Juvenal, H. Mackern, N.Straimel. La revista “Goles” estaba más enfocada en el fútbol, luego aparecería “Sólo Fútbol”; “Parabrisas Corsa” era la biblia del automovilismo y “Rugby XV” la del rugby. Otras revistas eran muy leídas por los adolescentes: “Pelo”, que era la referencia del mundo del rock y las tribus urbanas, “MAD”, “Satiricón” y sobre todo “Humor” (“Humor Registrado”), revista que se transformó en un verdadero emblema de los jóvenes y que abarcaba un amplio espectro: desde la política hasta el deporte, pasando por la música, la cultura y con tiras de historietas insuperables que se transformarían en clásicos, como “Boogie el aceitoso” de Fontanarrosa, “La clínica del doctor Cureta” de Meiji, “Vida interior” de Tabaré, “El cacique Paja Brava” de Fabregat, “Las puertitas del señor López” de Trillo y Altuna y otras. Muchos periodistas y escritores talentosos escribían artículos realmente muy interesantes: Enrique Vázquez, Alejandro Dolina, Luis Gregorich, Rogelio García Lupo, Hugo Paredero, Gloria Guerrero, Osvaldo Soriano, Miguel Grimberg, Juan P. Feinmann, Tomás Sanz, Mona Moncalvillo y otros.

   La literatura infantil y juvenil también era muy buena: la colección Robin Hood (libros con tapa de color amarillo) era muy completa y en ella se encontraban todos los clásicos, desde “La isla del tesoro” y “Robinson Crusoe” hasta “Mujercitas”. Las Aventuras de Tintín, Asterix y Obelix, Nancy Drew, Lucky Luke y algunas otras eran muy leídas y disfrutadas.

     Los adolescentes tenían diversos estilos para vestirse de acuerdo a diferentes variables: el barrio en el que vivían, la música que escuchaban, el deporte que practicaban. En eso, la cosa era parecida a como es hoy. Algunos usaban los pantalones acampanados, otros los chupines; se usaban los zapatos (“botitas”) de gamuza, los mocasines y también las zapatillas de tobillo alto. Las chicas usaban zapatos con plataformas de corcho, cinturones anchos, vestidos con mangas abuchonadas y punto smok.

     El jean era (como hoy) el uniforme universal de los jóvenes. Había cuatro marcas que copaban el mercado: Far West era la más económica y la más extendida, Lee y Levi’s las más buscadas y Wrangler la más exclusiva, y esas marcas incluían tanto los pantalones como las camperas de jean.

     Se usaban mucho las remeras (las Hering eran furor) pero también las chombas: las más buscadas eran las Fred Perry y las Musingwear, a las que todo el mundo llamaba “Penguin”. Se conseguían más baratas en Munro o en la Galería Internacional de Once.

     Por la calle circulaban autos que hoy son consideradas joyas nostálgicas: los que más se veían por la calle eran los distintos modelos de Fiat: el 600 y el 750 (los bolitas; eran iguales, pero en el 750 la puerta se abría al revés), el 1100, el 1500. Después llegarían el 133 (sin baúl), el 128 (baúl chico) y el 125 (baúl más grande).

   Renault tenía el Gordini, el 4L, el Renault 6. La mayoría de los taxis era Siam Di Tella y había muchísimos Citröen 2CV, 3CV y DKW Auto Unión. También había muchos Peugeot: el 403, el 404 y luego apareció el revolucionario 504. Ford tenía el Falcon, con los cambios en el volante y caja de tercera, la Rural Falcon y luego llegaría el lujoso Fairlane. Otros autos grandes eran los Valiant (II, III y IV), los Dodge Polara y  Coronado, los Chevy y el Rambler Ambassador.

     Hay muchos más recuerdos, por supuesto. En la niñez y la adolescencia todo es disfrutable y esos tiempos pasados suelen recordarse con afecto, aunque en su momento uno se quejara por nimiedades, como siempre ocurre cuando se es adolescente.

     Lo que sí es seguro es que se necesitaban menos cosas.

     Muchas menos.

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