El feminismo: un pensamiento crítico que desafía los poderes hegemónicos y visibiliza los saberes sometidos y las memorias silenciadas

La historia del feminismo es la historia épica del malestar de la mujer en la sociedad, de la inopia legal, de la ginopia[1] universal, de la disparidad categórica sostenida a lo largo de los siglos, la cual supo ser conculcada por vez primera tras la Revolución Francesa con el aparecer del concepto de “igualdad”. Fue esa noción la que llevó a las mujeres de esa época a cuestionarse su subordinación ante el hombre y a producir los prístinos interrogantes del movimiento: ¿Por qué los derechos sólo corresponden a la mitad del mundo, a los varones? ¿Dónde está el origen de esta discriminación? ¿Qué podemos hacer para combatirla? Historicisticamente, dentro del devenir del feminismo, se comprende a ese período como a la “primera ola”, y Poullain de Barre[i], Olympe de Gouges[ii] y Mary Wollstonecraft[iii] (esta última autora del famoso texto “Vindicación de los derechos de la mujer” [1792] – https://play.google.com/books/reader?id=qhcFAAAAQAAJ&pg=GBS.PA15.w.1.0.0&hl=es -, un punto de partida fundamental para cambiar el pensamiento de la época) fueron les pensadores más relevantes de esa embrionaria etapa. La “segunda ola”, denominada “sufragismo”, tuvo lugar desde mediados del siglo XIX hasta la década de los cincuenta del siglo XX, y fue la que consiguió el derecho al voto y a la alfabetización colectiva, conquistas que otorgaron a las mujeres la posibilidad de participación pública. Durante ese período fue creada y proclamada la primera Declaración del Programa por los Derechos de la Mujer (“Declaración de Seneca Falls”, también conocida como la “Declaración de Sentimientos y Resoluciones de Seneca Falls”- https://www.mujeresenred.net/spip.php?article2260 -, el documento resultado de la reunión celebrada el 19 y 20 de julio de 1848, firmado por sesenta y ocho mujeres y treinta y dos hombres​ de diversos movimientos y asociaciones políticas de talante liberal y próximos a los círculos abolicionistas, lideradas por Elizabeth Cady Stanton[iv] y Lucretia Mott[v], para estudiar las condiciones y derechos sociales, civiles y religiosos de la mujer), la cual es considerada como el texto fundacional del feminismo como movimiento y el preludio de la concepción pacifista del reclamo. La “tercera ola” se inauguró en la postrimería de la Segunda Guerra Mundial con el libro “El segundo sexo” (1949) – https://www.segobver.gob.mx/genero/docs/Biblioteca/El_segundo_sexo.pdf – de Simone de Beauvoir[vi]. En ese libro se acopian buena parte de los temas que el feminismo trabajaría desde ese entonces y hasta la actualidad. Allí, la filósofa francesa expuso la teoría de que la mujer siempre ha sido considerada la “otra” con relación al hombre (sin que ello suponga reciprocidad alguna) y desarrolló el concepto de la “heterodesignación”, considerando que las mujeres comparten una situación común: los varones les imponen que no asuman su existencia como sujetos, sino que se identifiquen con la proyección que en ellas hacen de sus deseos. Con su famosa frase “No se nace mujer, se llega a serlo”, Beauvoir simplificó en una oración lo que el patriarcado había estado haciendo –y sigue haciendo- con la mujer, insistiendo en separar “naturaleza” de “cultura” y profundizando en la idea de que el “género” es una construcción social (aunque ella aún no utilizara la palabra “género”).

Para que el movimiento feminista llegase al concepto y empleo del concepto de “género” y de “patriarcado” (el “patriarcado” es un sistema de dominación masculina que determina la opresión y subordinación de las mujeres, y el “género” expresa la construcción social de la feminidad ), tuvieron que agruparse un conjunto de mujeres feministas -de temperamento más combativo- que, para principios de 1960,  habían comenzado a no sentirse representadas por el feminismo que les era contemporáneo, lo que las condujo a un distanciamiento de aquellas y a un reagenciamiento y autocategorización bajo el rótulo de “feministas radicales”. Sustentado por Kate Millett[vii], el “feminismo radical”, agenció su propio eslogan: “Lo personal es político”. Esta sentencia motivó la formación de la Nueva Izquierda y el resurgir de diversos movimientos sociales radicales como el movimiento antirracista, el estudiantil, el pacifista y de nuevos tipos de feministas y, por ende, de feminismos. A todes les unía su carácter contracultural. No eran reformistas, no estaban interesadas en la política de los grandes partidos, querían nuevas formas de vida, otras otredades posibles por descubrir, configurar y reconfigurar. Muchas nuevas mujeres entraron a formar parte de este ingente y diverso movimiento de emancipación, el cual continuó rizomatizándose y abriendo posibilidades nóveles e innovadoras, henchido de cuestionamientos inusitados y posturas analíticas extravagantes (y, también, muchas veces contradictorias). Las feministas consiguieron convertir en político aquello que tenía que ver con la subordinación de las mujeres que hasta entonces era considerado como “natural”. El feminismo radical abrió un abanico híper vasto de diversidades creacionales de pensamientos críticos y posturas de acción y reacción posibles nunca antes experimentadas. A su vez, como resultado colateral produjo el advenimiento de un conservadurismo (sobre todo durante el principio de la década de los 80 con Reagan y Thatcher) contra todo movimiento de liberación de las mujeres. En su libro “Reacción: la guerra no declarada contra la mujer moderna” (1993), Susan Faludi escribió: “La última reacción patriarcal no se produjo porque las mujeres hubiesen conseguido la igualdad, sino porque parecía que podíamos llegar a conseguirla”.

Entre la variedad de corrientes dentro del feminismo surgidas a partir del feminismo radical, quizá las más relevantes sean: el “ecofeminismo” y el “ciberfeminismo”. En el “ecofeminismo” se aúnan tres movimientos: el feminista, el ecológico y el de la espiritualidad femenina (como lo define la Women’s Environmental Network [La red de mujeres ambientalistas]). Aunque también dentro del propio “ecofeminismo” hay varias corrientes, lo característico es su capacidad de construcción y no sólo de defensa ante el arrollador desarrollismo sexista. Las “ecofeministas” fueron las primeras en dar la voz de alarma acerca de que la pobreza cada vez tiene más rostro de mujer y que el modelo masculino actual es no solo violento sino, por, sobre todo, destructivo, un modelo el cual destroza tanto al mundo como a las mujeres. Por otro lado, el “ciberfeminismo” (que se define a sí mismo como fresco, desvergonzado, ingenioso e iconoclasta), se destaca entre las otras ramas del feminismo porque su campo de activismo social y su manipulación de información alternativa han realmente intervenido, irrumpido y modificado el ser comunicacional y el hacer virtual del movimiento feminista contemporáneo en su totalidad. Gracias al “ciberfeminismo” la causa feminista y sus diferentes reacciones y representaciones pasaron a tener visibilidad internacional propia (por fuera de los medios de comunicación masiva, los cuales la silenciaban por completo) y velocidad comunicacional. Desde el punto de vista del “ciberfeminismo”, el ciberespacio es un mundo crucial para la lucha de género y un espacio virtual para la práctica de otredades inimaginables en el mundo real –heterosexista, aporofóbico, gordofóbico, patologizador compulsivo y domesticador nanotecnológico de subjetividades-. Cuando las feministas se conectaron a fines de la década de 1990 y principios de 2000 y llegaron a una audiencia mundial con blogs y e-zines, ampliaron sus objetivos, centrándose en abolir los estereotipos de roles de género y expandir el feminismo para incluir mujeres con diversas identidades raciales y culturales. ​ Gracias al “ciberfeminismo”, la “tercera ola” vio la aparición de nuevas corrientes y teorías feministas, como la “interseccionalidad”, el “feminismo negro”, el “feminismo prosexo”, el “transfeminismo”, el “feminismo poscolonial” y el “activismo queer”.

Bajo la influencia del postestructuralismo (que reaccionó ante el binarismo estructuralista y que pone más atención a lo latente del discurso que a la propia lengua), se puso en juego para el feminismo la experiencia subjetiva de los seres hablantes. El postestructuralismo había abierto el camino para una “deconstrucción” del texto, lo cual se aplicó en última instancia para pensar a los sujetos (sexuados), cuya identidad se había dado por preestablecida. Bajo estas nuevas perspectivas filosóficas y culturales, surgió el “postfeminismo”, el cual se preguntó por el proceso de construcción de la identidad, no solo de sujeto sexuado “mujer”, sino de las propias relaciones que han estado marcadas históricamente por el binarismo sexo-género. Así, ponen en consideración que dicho sistema (e incluso el propio feminismo) se había asentado en la heterosexualidad como práctica normativa (lo que significa que, de entrada, estamos instaladas en una serie de categorías excluyentes, cuya finalidad es la de configurar nuestros deseos, nuestros conocimientos y nuestros vínculos hacia relaciones binarias y frecuentemente desiguales). Con el “postfeminismo” terminan de destaparse la multiplicidad de significantes que hacen que no haya unicidad en el “ser mujer”, y tampoco en el “ser hombre”, ser “femenina/o”, “masculino/a”, etc. El “posfeminismo” transformó esto en una lucha por la libertad para elegir una identidad, transformarla o experimentarla, y hacer reconocer el propio deseo. Así, se posicionó como una apuesta por la diversidad, que intenta reivindicar las diferentes experiencias, y los diferentes cuerpos, deseos y modos de vida. Pero esto no puede ocurrir en el sistema sexo-género tradicional y disimétrico, por lo que es necesario subvertir los límites y las normas que han sido impuestas. La sociedad es un espacio de construcción de la sexualidad. A través de discursos y prácticas se normalizan deseos y vínculos que en gran medida legitiman la heterosexualidad y el binarismo de género como el único posible. Esto genera también espacios de exclusión para las identidades que no se acomodan a sus normas. Ante esto, la Teoría Queer reivindica lo que se había considerado como “raro” (queer, en inglés), es decir, toma las experiencias sexuales que son diferentes a las heteronormadas (las sexualidades periféricas), como categoría de análisis para denunciar los abusos, las omisiones, las discriminaciones, etc., que han delimitado los modos de vida en occidente. Así, el término “queer”, que solía utilizarse como insulto, es apropiado por las personas cuyas sexualidades e identidades habían estado en la periferia, y se vuelve un potente símbolo de lucha y de reivindicación. En resumidas cuentas, para el “postfeminismo” la lucha por la igualdad ocurre desde la diversidad y desde la oposición al binarismo disimétrico sexo-género. Su apuesta es por la libre elección de la identidad en contra de la violencia a la que están sistemáticamente expuestos quienes no se identifican con las sexualidades heteronormativas.

“Donde hay poder, hay resistencia”, decía Foucault. Pero también, el poder la absorbe casi instantáneamente y la vuelve dispositivo disciplinario. -El punk es el mejor ejemplo, el Che Guevara es otro muy bueno: no terminan siendo reducidos más que a looks y estereotipos conductuales completamente previsibles y, por ende, dominables-. Por eso me pregunto si no es momento para hacerse un planteo dentro del feminismo como movimiento universal (más allá de las diferencias ideológicas) sobre si no está siendo utilizado el cuerpo de la mujer como velo ante un ejercicio de vigilancia panóptica -Ejemplo: los subtes y trenes y su publicidad de “el acoso existe” -en vez de estarse preguntando ¿por qué existe el acoso?, ¿qué los lleva a los acosadores a serlo? – ¿Por qué las publicidades están dirigidas a la mujer? ¿Solamente las mujeres somos abusadas? No es acaso el bullying[2] el mejor ejemplo de lo transgénero que es el abuso (el ejercicio de hacer valer una voluntad por sobre otra(s))-. La violencia patriarcal es transgénero -por eso es nuestra sociedad tan transfóbica [siendo las mujeres las más transfóbicas de todes… Todo un tema para replantearse dentro del feminismo contemporáneo…]-, no usen al cuerpo de la mujer como pancarta para justificar el panóptico de vigilancia tecnoparasitario -instancia que no hace más que reafirmar el mito de que “la mujer necesita protección”, cuando no solo la están llamando débil, sino que ratificando que sin prueba documentada no hay creencia alguna en su palabra/testimonio-. En este momento del feminismo al que muches llaman “cuarta ola”, si bien el terreno viene allanado en varios sentidos, tiene una realidad por delante que produce el vértigo ese que sabe producir la incertidumbre. En este capitalismo farmacopornográfico devenir de las tecnologías de control de los cuerpos (somatecas[3]) es uno de los desafíos más difíciles de la historia (no solo del feminismo sino de la humanidad); el poder es difuso y pregnante, el enemigo ya no es una entidad externa, sino parte de nuestra subjetividad propia. Hoy, somos somatecas biopolitizadas, en las que somos nosotres nuestros propios disciplinadores -el mejor ejemplo son: la automedicalización (nanotecnologías de control autoinducidas, tanto psiconeuroendrológicamente conductuales como productoras de enfermedades crónicas -el sumun de la dependencia y del crecimiento de la industria farmacológica, la cual junto a la de la guerra y la pornografía componen la santísima trinidad del capitalismo contemporáneo-) y la autopsicopatologización (donde subyace la necesidad de reafirmación de la individualidad [subjetividad substancial], que, paradójicamente, no hace más que normativizar y desubjetivizar)-, pero mantener como leitmotiv “cambiar la sociedad “-androcéntrica, misógina y transfóbica- no debe dejar de ser la bandera del feminismo. Camus sostenía que la rebeldía consistía en aquella confrontación perpetua y directa del hombre con su propia oscuridad; cuestionar el mundo a cada segundo, siguiéndole es pensamiento al escritor, esta “cuarta ola” consistiría en la exploración de nuevas formas relacionales ajenas a las metodologías del sistema patriarcal (confrontación absoluta de su propia oscuridad) y de resubjetivización del movimiento como entidad cuestionadora y desnaturalizadora de construcciones socioculturales heredadas, y la mutabilidad de su propio modelo ético y afectivo, para así lograr pensar una nueva praxis vital que se resista al ejercicio de poder sobre les cuerpes, sus afectos y emociones, sobre sus actos y acciones. “Las que tienen el coraje de rebelarse a cualquier edad son las que hacen posible la vida…, son las rebeldes quienes amplían las fronteras de los derechos, poco a poco”, escribió Natalie Clifford Barney en una carta a su progenitora a finales del 1800; que el eco de sus palabras no cese y que la paridad llegue -prontamente- a su cenit. –


[1] Ginopia: miopía o ceguera a lo femenino, el no ver a las mujeres, el no percibir su existencia ni sus obras; se entiende como una omisión generalmente no consciente, naturalizada y casi automática por lo anterior, a la realidad de las mujeres.

[2] El bullying o acoso es la agresión para ejercer poder sobre otra persona. Concretamente, los investigadores lo han definido como una serie de amenazas hostiles, físicas o verbales que se repiten, angustiando a la víctima y estableciendo un desequilibrio de poder entre ella y su acosador.

[3] La somateca, según el filosofe Paul B. Preciado, podría describirse como el efecto de una multiplicidad de técnicas de poder y de representación que mantienen entre sí diferentes tipos de relaciones (tanto conflictivas como simbióticas), propiciando la creación de una ficción política que posee la curiosa doble cualidad: la de estar viva y la de ser un lujar de subjetivación. “Nuestro cuerpo no es naturaleza sino somateca, un archivo político de lenguajes y técnicas”, sostiene le catalane.


[i] François Poullain de La Barre (París, 1647 – Ginebra, 1725) fue un escritor, sacerdote, precursor del feminismo, y filósofo cartesiano francés. En 1673, hace aparecer anónimamente “De l’égalité des deux sexes, discours physique et moral où l’on voit l’importance de se défaire des préjugez”, donde demostraba que el trato desigual que sufrían las mujeres no tenía un fundamento natural, sino que procedía de un prejuicio cultural. En otra de sus obras (siempre anónimas), “De l’éducation des dames pour la conduite de l’esprit dans les sciences et dans les mœurs”, Poullain de La Barre prosiguió la reflexión sobre la educación de las mujeres, en la que preconizaba que las mujeres recibieran una verdadera educación que les abriera las puertas de todas las carreras, incluidas las científicas. -Links a sus obras: http://blog.le-miklos.eu/wp-content/Poullain-EgaliteDesDeuxSexes.pdf  / https://docplayer.fr/192731780-De-l-education-des-dames-pour-la-conduite-de-l-esprit-dans-les-sciences-et-dans-les-moeurs.html -.

[ii] Olympe de Gouges (Montauban, Francia, 7 de mayo de 1748 – París, 3 de noviembre de 1793) era el seudónimo de Marie Gouze, escritora, dramaturga, panfletista y filósofa política francesa, quien escribió “la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana” en 1791 (que comenzaba con las siguientes palabras: ”Hombre, ¿Eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta” – https://biblioteca.org.ar/libros/130449.pdf -), dos años antes de haber sido detenida por su defensa de los Girondinos (un grupo político moderado y federalista de la Asamblea Legislativa y de la Convención Nacional francesa, que estaba compuesto por varios diputados procedentes de Gironda, que pertenecían, en su mayoría, a la burguesía provincial de los grandes puertos costeros), juzgada sumariamente (siendo ella su propia defensora, ya que le negaron la posibilidad de un abogado) y guillotinada por el verdugo Henri Sanson. Sus trabajos fueron profundamente revolucionarios. Defendió la igualdad entre el hombre y la mujer en todos los aspectos de la vida pública y privada, incluyendo la igualdad con el hombre en el derecho a voto, en el acceso al trabajo público, a hablar en público de temas políticos, a acceder a la vida política, a poseer y controlar propiedades, a formar parte del ejército; incluso a la igualdad fiscal, así como el derecho a la educación y a la igualdad de poder en el ámbito familiar y eclesiástico. Olympe de Gouges escribió: “Si la mujer puede subir al cadalso, también se le debería reconocer el derecho de poder subir a la Tribuna”. Asimismo, realizó planteamientos sobre la supresión del matrimonio y la instauración del divorcio, la idea de un contrato anual renovable firmado entre concubinos y militó por el reconocimiento paterno de los niños nacidos fuera de matrimonio. Fue también una precursora de la protección de la infancia y de los desamparados, instituyendo un sistema de protección materno-infantil (creación de maternidades) y asistiendo a que se instauraran talleres nacionales para los desempleados y de hogares para mendigos.

[iii] Mary Wollstonecraft (Londres, 27 de abril de 1759 – Londres, 10 de septiembre de 1797) fue una escritora y filósofa inglesa, considerada una figura destacada del mundo moderno. Escribió novelas, cuentos, ensayos, tratados, un relato de viaje y un libro de literatura infantil. Como mujer del siglo XVIII, fue capaz de establecerse como escritora profesional e independiente en Londres, algo inusual para la época. En su obra “Vindicación de los derechos de la mujer” (1792), argumentó que las mujeres no son por naturaleza inferiores al hombre, sino que parecen serlo porque no reciben la misma educación, y que hombres y mujeres deberían ser tratados como seres racionales (ella, imaginaba un orden social basado en la razón). Con esta obra, estableció las bases del feminismo liberal, instancia que la convirtió en una de las mujeres más populares de Europa de la época.

[iv] Elizabeth Cady Stanton (Nueva York, 12 de noviembre de 1815 – Nueva York, 26 de octubre de 1902)​ fue una mujer sufragista y abolicionista estadounidense que ha pasado a la historia como una de las mayores pioneras por la lucha de los derechos de las mujeres. Participó en la Declaración de Seneca Falls, durante la Convención de Seneca Falls, en 1848, considerado el primer movimiento organizado por los derechos de la mujer y por el sufragio femenino en los Estados Unidos. Fue presidenta de la National American Woman Suffrage Association desde 1890 hasta 1892. Escribió tanto “The Woman’s Bible” – https://www.gutenberg.org/cache/epub/9880/pg9880.html – como su autobiografía “Eighty Years and More” – http://digital.library.upenn.edu/women/stanton/years/years.html-, y muchos artículos sobre los derechos de la mujer y el voto femenino.

[v] Lucretia Mott (Massachusetts, 3 de enero de 1793 – Pensilvania, 11 de noviembre de 1880) fue una norteamericana defensora de los derechos de la mujer, pionera dentro del movimiento feminista que pasó a la historia, entre otros motivos, por participar en la organización de la Convención de Seneca Falls.

[vi] Simone Lucie Ernestine Marie Bertrand de Beauvoir (París, 9 de enero de 1908 – Paría 14 de abril de 1986), conocida como Simone de Beauvoir, fue una filósofa, profesora, escritora y activista feminista francesa, autora de novelas, ensayos, biografías y monografías sobre temas políticos, sociales y filosóficos. Su pensamiento se enmarca en la corriente filosófica del existencialismo, y su obra “El segundo sexo” se considera fundamental en la historia del feminismo.

[vii] Katherine Murray Millett (Saint Paul, 14 de septiembre de 1934 – París, 6 de septiembre de 2017), conocida como Kate Millett, fue una escritora, profesora, artista y activista feminista radical estadounidense. Es considerada una autora clave del feminismo contemporáneo.​ Su obra “Política sexual” (1970), junto con “La dialéctica del sexo de Shulamith Firestone”, se sitúa entre las obras clave de la corriente del feminismo radical.​ La tesis principal de Millett es que el patriarcado con sus papeles y posiciones sociales no deriva de la esencia humana, sino que el origen del patriarcado es histórico y cultural. No existe disparidad mental intelectual ni emocional entre los sexos.

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