Los orígenes de los problemas hay que buscarlos bastante atrás en el tiempo, hacia los años veinte. Luego de la Primera Guerra Mundial, la derrota del Imperio Otomano (aliado de Alemania) dio como resultado el reparto de sus colonias. La Sociedad de las Naciones (creada con el Tratado de Versalles y predecesora de la ONU) dividió las propiedades en Oriente Medio y se las concedió a Gran Bretaña y Francia en calidad de “mandatos”; repartió el botín de guerra, digamos.
Los supuestos “premios” para Gran Bretaña fueron Irak y Palestina; los británicos, a su vez, dividieron Palestina en dos: Transjordania (hoy Jordania) y Palestina (hoy Israel más Cisjordania y la Franja de Gaza). Por su parte, Francia obtuvo el control sobre Siria y Líbano, una adjudicación igual de difícil teniendo en cuenta la inestabilidad de la región. Ambas potencias no la tuvieron fácil, ya que las dos (sobre todo Gran Bretaña) habían adquirido compromisos tanto con árabes como con cristianos y judíos para obtener su apoyo durante la guerra (les prometieron las mismas cosas a todos, digamos… una vieja historia más que conocida).
Francia siguió controlando los dos países hasta la Segunda Guerra Mundial y los abandonó cuando Alemania ocupó Francia. Con una población dividida entre musulmanes y cristianos maronitas en cantidad similar, la inestabilidad era permanente. Cuando Líbano obtuvo la independencia en 1946, estableció un sistema de distribución de poder condenado al fracaso: el presidente era maronita, el primer ministro era un musulmán sunita y la cámara de diputados la presidía un musulmán chiíta. Esa ensalada era imposible que congeniara.
La tensión entre los musulmanes pobres, campesinos, y los cristianos urbanos, más acomodados, presagiaba problemas. Y las tensiones aumentaron más aún cuando en 1970 llegaron más de cien mil palestinos expulsados de Jordania (ya venían llegando refugiados palestinos desde la creación del Estado de Israel en 1948); los musulmanes pasaron a ser una gran mayoría que aumentaba su poder y amenazaba a los cristianos. Esto generó una reacción en la mayoría cristiana, que también comenzó a armarse. La rápida militarización de grupos políticos y religiosos fue haciendo que la situación social fuera cada vez más volátil; mientras tanto, comenzaban a ganar predominancia las organizaciones combativas árabes, entre las que se destacaba la OLP (Organización para la Liberación de Palestina, fundada en 1964). De hecho, entre 1968 y 1975 la OLP llegó a controlar al sur del país luego de haber armado a sus refugiados, generando enfrentamientos cada vez más serios con el ejército libanés. Además de esos enfrentamientos internos, las incursiones de la OLP contra Israel desde bases libanesas provocaban represalias israelíes contra pueblos libaneses, represalias en las que también morían cristianos maronitas. Esto hizo que los cristianos reaccionaran y atacaran a los belicosos palestinos, migrantes o locales. En resumen: un todos contra todos, un dominó de peleas político-religiosas.
Siria primero apoyó a los palestinos y musulmanes, pero ante el temor de represalias por parte de Israel el presidente sirio Hafez al-Assad cambió de bando y envió veinte mil soldados a respaldar al gobierno. Ante los enfrentamientos entre grupos nacionalistas, derechistas y cristianos contra palestinos e izquierdistas, el gobierno nacional pidió la intervención de una fuerza de la Liga Árabe, que mandó una fuerza militar formada principalmente por soldados sirios. Así, los cristianos recuperaron terreno y Beirut quedó dividida por una “línea verde”, con los cristianos al norte y los musulmanes al sur.
En junio de 1982, después de cumplir con la primera parte de los acuerdos de Camp David devolviendo a Egipto la península de Sinaí, las fuerzas israelíes de Menahem Begin invadieron Líbano. El objetivo era crear una “franja de seguridad” en la frontera porque los comandos palestinos seguían atacando a Israel desde el sur del Líbano, como lo hacían desde hacía años, e Israel no estaba dispuesto a seguir tolerando eso.
A medida que avanzaban, los israelíes ya no se conformaron con crear una zona segura en la frontera y aparecieron nuevos objetivos: expulsar a unos seis mil guerrilleros de la OLP de sus bases en Beirut, desalojar a los soldados sirios que estaban en Líbano y establecer un gobierno cristiano con el cual tener relaciones amistosas. Israel bombardeó Beirut (que ya estaba más que bombardeada) y en agosto llegó una fuerza internacional “de mantenimiento” para evacuar a combatientes de la OLP. Mientras Israel seguía en ofensiva, en septiembre fue muerto en un atentado el presidente libanés Bashir Gemayel (católico maronita). El atentado fue adjudicado a los sirios, pero con los de la OLP cerca nunca se sabe. Para vengar la muerte de su líder, milicianos de las Fuerzas Libanesas del gobierno mataron en Sabra y Shatila a muchísimos (el número es indeterminado, entre ochocientos y tres mil) refugiados palestinos civiles, incluyendo mujeres y niños, mientras fuerzas israelíes rodeaban dichos campamentos de refugiados palestinos en una operación combinada de fuerzas.
Si bien Israel condenó esta masacre, (esta, eh, esta) y el resto de la comunidad internacional también, el hecho hizo que se empezara a ver con cierta simpatía a Yasser Arafat, presidente de la OLP, que aseguraba que tenía una posición moderada (ja). Las fuerzas de pacificación quedaron como pintadas, ni fu ni fa, y esto estableció el marco para más tragedias.
La violencia se descontroló. En 1983, una bomba colocada por la Jihad islámica apoyada por Irán destruyó la embajada de EEUU en Beirut. EEUU propuso un acuerdo en el que Israel se quedara con una franja en el sur del Líbano para asegurar “una frontera tranquila” a cambio de su retirada; OLP y Siria rechazaron esa propuesta, pero la presión internacional hizo que las fuerzas israelíes comenzaran a replegarse. Luego del retiro, quedó en el lugar una “fuerza pacificadora internacional”. Ni bolilla le dieron. Los drusos (minoría religiosa islámica) y los sirios empezaron a bombardear a los infantes de marina, los barcos de guerra norteamericanos estacionados en la zona (nunca se van) respondieron con bombardeos también. La misión pacificadora se fue en febrero de 1984, con muchos muertos encima. Para 1985 Israel terminó de retirarse, pero la lucha continuaba entre las facciones armadas en Líbano.
Esto siguió durante años, y recrudeció en 1989 cuando los milicianos cristianos declararon una “guerra de liberación” contra los a esta altura cuarenta mil soldados sirios que seguían ocupando Líbano (la presencia siria en Líbano nunca disminuyó, por el contrario, aumentaba año tras año). Beirut sufrió un verdadero apocalipsis; en agosto, la mitad de los habitantes de Beirut eran refugiados. Los combatientes de las milicias cristianas, musulmanas y drusas se enfrentaban a lo largo de la vieja “línea verde”.
Las milicias drusas estaban apoyadas por Siria (Hafez al-Assad), las milicias cristianas estaban apoyadas por Irak (Saddam Hussein estaba enojado con Siria porque había ayudado a Irán en la reciente guerra). Hafez al-Assad decía que quería ayudar a los libaneses a “obtener la reconciliación nacional” (curiosa forma de hacerlo), pero los libaneses no le creían, ya que pensaban que lo que en realidad pretendía era afianzar el dominio permanente de Siria sobre Líbano. Mientras tanto, el general libanés Michel Aoun buscaba mantener la hegemonía de la minoría cristiana.
En el último período de la guerra civil, luego de muchos intentos de paz (habitualmente frustrados por las milicias palestinas) se forma una alianza entre las fuerzas cristianas, izquierdistas, sirias y de musulmanes libaneses para enfrentar a los palestinos. Finalmente, en 1989 se firman los Acuerdos de Taif. Ante este escenario, los palestinos comienzan a retroceder y a aceptar actuar por las vías políticas y menos en la lucha armada, hasta que llega el cese del fuego en 1990. Un año más tarde se concede una amnistía general a los combatientes de la guerra y recién ahí se pacifica el país. La ocupación israelí de la zona meridional duraría hasta el 2000, y la ocupación siria de parte del norte y este del país duraría hasta 2005.
Esta locura colectiva de todos contra todos, concentrada en Líbano como en el tablero de un juego de guerra atroz e interminable (se la conoce como “la guerra de otros países en suelo libanés”, y de allí proviene el neologismo “libanización”) costó la vida de entre 150.000 y 250.000 personas y un millón de personas heridas. Un millón más huyó… hacia donde pudo.