Octaviano va por todo

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     Octaviano había ganado el respeto de los romanos (sobre todo de los militares) luego de la ejecución de los senadores y de otros traidores, y en el asunto de la redistribución de tierras. Y ganó aún más crédito cuando decidió delegar cuestiones tácticas en oficiales con más experiencia militar. Tenía claro que cada decisión que tomara influiría en lo que ocurriera después.

     Marco Antonio actuaba de otra manera. Era un militar brillante y valiente que durante años había sido el aliado más fiel de Julio César y tras el asesinato de César parecía destinado a convertirse en el nuevo hombre fuerte de Roma. Pero su errática forma de decidir y gobernar (no planeaba, sino que decidía en forma reactiva a los sucesos, todo lo contrario a Octaviano), su subestimación a Octaviano, su poco control sobre los placeres y lujos y su relación con Cleopatra lo llevarían a la ruina.

     Si bien la división del imperio lo había puesto al mando de la Galia, él se encontraba en movimiento entre Grecia y Oriente, preparándose para avanzar sobre los partos (imperio arsácida). Mientras ordenaba su ejército, Marco Antonio se reúne en Tarso con Cleopatra, reina de Egipto, para pedirle explicaciones por las ayudas prestadas a Casio. Ella llega a la reunión vestida como Venus y haciendo gala de todo su poder de seducción y deja a marco Antonio totalmente embobado. La sigue a Alejandría, donde en medio de suntuosas fiestas y sexo a piacere olvida sus obligaciones como militar y gobernante.

      Para colmo (de Marco Antonio) el gobernador de Marco Antonio en la Galia murió repentinamente y Octaviano, que al estar en Roma tenía la Galia mucho más cerca, llegó a la Galia y tomó once legiones a su mando, en un claro desafío a Marco Antonio, que pospuso el enfrentamiento con los partos (los partos seguían zafando, antes por la muerte de César, ahora por este lío interno) y, junto con Sexto Pompeyo organizó una ofensiva por mar y tierra para combatir a Octaviano. Pero ocurrieron más cosas inesperadas.

   Marco Antonio tenía muchos barcos pero no tantos hombres. Octaviano, al revés. Y la batalla se daría en tierra. Ocurrió que (¡otra vez!) Octaviano se enfermó antes de la batalla, lo que generó todo un tiempo previo en el que las tropas enemigas llegaron a acercarse y hasta a confraternizar, y comenzaron a pedirle a sus superiores que firmaran la paz y que, por el bien de Roma, no pelearan inútilmente. La firmeza de Marco Antonio se diluyó, le dio salida a Sexto Pompeyo (que siempre era un convidado de piedra) y terminó reconociendo la autoridad de Octaviano en la Galia. Así, decidió volver a Oriente para emprender de una vez por todas la campaña contra los partos.

   Su esposa Fulvia (la que se había levantado contra Octaviano) había muerto, así que antes de volver a Oriente Marco Antonio se casó con Octavia, la hermana de Octaviano (Marco Antonio andaba todo el tiempo con las hormonas en hervidero).

    Todos los acontecimientos, encadenados uno tras otro (desde los sucesos en Roma, pasando por la muerte inesperada del gobernador de la Galia con Marco Antonio lejos y terminando con las tropas rivales que preferían no enfrentarse), fueron aprovechados convenientemente por Octaviano. Marco Antonio se tropezaba con los hechos, Octaviano los encausaba.

     La “reconciliación” entre Octaviano y Marco Antonio fue un agravio para Sexto Pompeyo (hijo de Gneo Pompeyo Magno, enemigo de César), que se dispuso a mandar ataques a Roma desde Sicilia (donde gobernaba), lo que era un riesgo para Roma, que dependía muchísimo de importaciones de alimentos que llegaban desde allí y desde Egipto. Así que Sexto Pompeyo bloqueó las rutas marítimas hacia Roma. Esto supuso reacciones hostiles en Roma para con Octaviano, que en este caso fue defendido por Marco Antonio, quien priorizó el orden en Roma por encima del escarmiento a su enemigo y puso orden reforzando con sus tropas la ciudad, antes de volver a Oriente. Marco Antonio no aprovechó esta oportunidad de deshacerse de su rival Octaviano; pudo haberse librado de él sin tener que matarlo, incluso… pero no lo hizo (“no lo vio”).

     Octaviano decidió invadir Sicilia, pero en el combate marítimo fue superado por Sexto. Una legión rescató a Octaviano, que reagrupó sus tropas, aseguró la costa de la península y designó a su amigo Agripa (a quien había convocado antes para derrotar a Lucio en Perusia) a cargo de la contraofensiva. En el año 36 a.C., tres flotas (una de Agripa, una de Marco Antonio y una de Lépido, desde África) atacaron Sicilia. Lépido lo traicionó, luego se dio vuelta de nuevo a su favor, y cuando Agripa finalmente prevaleció y echó a Sexto de Sicilia, dejó a Lépido a cargo. Pero a Octaviano no le gustó la constante panquequeada de Lépido, así que lo encaró, y las mismas tropas de Lépido lo abandonaron para quedarse con Octaviano. Con tal respaldo, obligó a Lépido a dejar Sicilia y lo expulsó del triunvirato.

     Así que ahora sólo quedaba Marco Antonio.

    Marco Antonio no podía seguir aplazando la campaña contra los partos. Regresó a Oriente en el año 36 a.C., mientras Octaviano y Agripa remataban la conquista de Sicilia. Su matrimonio con la hermana de Octaviano no había sido una buena idea; Marco Antonio estaba enamorado de Cleopatra. El hecho de que la reina de Egipto hubiera dado a luz hijos gemelos suyos no ayudaba mucho, hay que decirlo (el primer hijo de Cleopatra había sido Cesarión, hijo de Julio César, y tendría luego un cuarto hijo, también de Marco Antonio). Marco Antonio tenía que hacer malabarismos entre su esposa, su amante, la política y la guerra. Cóctel explosivo si lo hay, sobre todo por los dos primeros elementos. Octaviano promete enviarle a Oriente veinte mil hombres para la lucha contra los partos. Marco Antonio, con el pretexto de la guerra, envía a su esposa a Roma, se divorcia de ella y contrae matrimonio con Cleopatra.

     La guerra contra los partos termina en un rotundo fracaso. Marco Antonio informaba a Roma que todo marchaba según lo planeado, pero no era así. Cuando Marco Antonio logra llegar a Siria con el ejército que ha logrado salvar comprueba que Octaviano no ha cumplido su promesa de enviarle refuerzos. Octaviano argumentó que no envió los refuerzos porque Marco Antonio había comunicado todo el tiempo que “todo iba bien” y que no los necesitaba. Marco Antonio estaba en un callejón sin salida y la ruptura entre ambos parecía definitiva.

    De regreso a Alejandría, Marco Antonio amplía el reino de Egipto mediante donaciones de territorios vecinos que otorga a Cleopatra y sus hijos. Esto es aprovechado por Octaviano para empezar (bah, seguir) una feroz campaña de desprestigio contra Marco Antonio, y le declara la guerra a Egipto por “apropiación de territorios pertenecientes al pueblo romano”.

     En medio de todo el lío, se propagaba otro rumor: que Marco Antonio había entregado su testamento a las vírgenes vestales de Roma (sacerdotisas de la diosa Vesta, de la religión de la antigua Roma). Octaviano se enteró de esto y obtuvo el testamento por la fuerza; en el mismo decía que Cesarión era hijo de Julio César y Marco Antonio pedía que su cuerpo fuera enterrado en Egipto junto al de Cleopatra. Octaviano hizo público esto en Roma y así, a los ojos de los romanos, Marco Antonio ya no era considerado un compatriota; temían además que, si Marco Antonio llegaba a gobernar, el imperio “dejara de ser romano”.

    Y esa fue la gota que derramó el vaso. El enfrentamiento entre Octaviano y Marco Antonio era inevitable. Para ello haría falta una única batalla.  Marco Antonio y Cleopatra concentran sus tropas en Éfeso, desde donde marchan a Grecia, tomando posiciones en el golfo de Ambracia frente al ejército de Octaviano. Pero es en la desembocadura del golfo, frente a la costa griega cerca de Accio (Actium) donde se libra una decisiva batalla naval, en la que la escuadra romano-egipcia de los tortolitos sería derrotada por la dupla romana-romana de Octaviano-Agripa.

     Marco Antonio y Cleopatra huyeron a Egipto. Octaviano se tomó su tiempo antes de perseguirlos, y en el verano del año 30 a.C. ocupó Alejandría casi sin encontrar resistencia.

     Marco Antonio y Cleopatra se suicidaron. Él con una daga. Ella… bueno, la leyenda dice que se hizo morder por una cobra para morir envenenada; otras versiones sugieren que se inyectó el veneno con una aguja, otras que usó un ungüento envenenado, otras que se introdujo el veneno a través de la piel rascándose hasta que entrara la toxina; en fin, detalles.

     El adolescente Cesarión (ahora llamado Ptolomeo XV) fue ejecutado por Octaviano pocos días después, no fuera cosa que se creyera rey.

     En enero de 27 a. C. Octaviano fue nombrado Augusto (que significa “el venerado”) y acumuló todos los poderes constitucionales necesarios que lo convirtieron en el primer emperador romano.

     Octaviano logró lo que se propuso. Se ensució las manos cuando se las tuvo que ensuciar, pero lo más notable fue la estrategia con la que manejó los caminos que lo llevaron a su objetivo: el poder absoluto.

Bibliografía de referencia: “Grandes estrategias”, de John Lewis Gaddis

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