Hetty Green: La bruja de Wall Street

André Maurois decía que la codicia es el origen de todos los males. No sé si eso se aplica a todas las personas, pero si a Henrietta Howland Robinson, una señora nacida en New Bedford, Massachusetts, en 1834. Su familia de cuáqueros había amasado una fortuna en el negocio ballenero, cuando las naves norteamericanas surcaban los siete mares en busca del aceite de cetáceo, con sagas tan apasionantes como la que Melville trazó en su clásico Moby Dick.

Hetty, como le decían sus parientes, probablemente haya escuchado muchas historias como la de la ballena asesina en la empresa de su abuelo, donde se inició desde muy temprana edad en el manejo de las finanzas familiares. Su abuelo, Gideon Howland, la introdujo en el mundo de los negocios. Entre ambos se creó un vínculo muy especial al ser Hetty la única nieta y por pasar mucho tiempo juntos, ya que su madre estaba constantemente enferma y murió a los 50 años. La niña heredó 8.000 U$S, cifra que sería la base de su fortuna.

Hetty egresó de un internado a los 13 años para hacerse cargo de la contabilidad de los negocios de la familia. Toda su vida escribió con errores de ortografía, pero jamás se equivocaba en las cuentas.

Las malas lenguas dicen que su padre le compró un ajuar de ropa elegante, para que esta joven casamentera pudiese encontrar un partido de acuerdo a su status social. Sin embargo, Hetty prefirió vender sus vestidos y con el dinero hizo su primera gran inversión: compró bonos del gobierno americano. A pesar de su desinterés en estar a la moda, Hetty se casó con Edward Green, miembro de una acaudalada familia de Vermont. La pareja se estableció en Londres donde nacieron sus dos hijos, Edward Jr. y Harriet Sylvia.

Cuando regresaron a Vermont, comenzaron los problemas políticos y financieros de su marido, quien debió declarar la quiebra en 1885. Sin embargo, este colapso no comprometió la fortuna de Hetty, quien había tomado la precaución de firmar un convenio prenupcial. La Sra. Green prefirió pasar a ser la ex-Sra. Green y continuó su exitosa carrera como financista, magnate inmobiliario y prestamista. Hetty manejaba fortunas colosales en una época en la que las mujeres no podían votar. Su sexo no fue obstáculo para comprar y vender barcos, ferrocarriles y hasta pueblos. Había desarrollado un instinto para prever las crisis financieras y un olfato para los negocios inmobiliarios. Como diría Warren Buffet, “sé temeroso cuando otros son codiciosos y codiciosos cuando otros son temerosos”. Aunque no todo fue instinto comercial en la vida de Hetty, ya que fue acusada (y condenada) por falsificar la firma de su tía a fin de ser incluida en su herencia.

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La imagen más recordada de la Sra. Green es vestida de luto después de la muerte de su ex-marido (al que acompañó en sus últimos tiempos), luto que usó hasta el final de sus días, aunque se sospecha que no fue por devoción conyugal sino para ahorrar en ropas (las que lavaba en contadas oportunidades para evitar su desgaste). El ahorro no solo era en alimentos, alojamiento e indumentarias, sino que también evitaba erogaciones en salud, atendiéndose ella y sus hijos en lugares de asistencia pública. Cuando Edward Jr. sufrió una herida en la rodilla y lo llevó a una clínica de caridad, el médico reconoció a Hetty (quien era famosa en los medios por estar a la altura de Andrew Carnegie o otros millonarios) y le exigió que pagara la consulta. La Sra. Green se negó a abonar los cinco dólares que le pedían y atendió personalmente la rodilla de su hijo, a quien le debieron amputar la pierna por gangrena, dos años más tarde.

La misma Hetty padeció una hernia, pero se negó a ser operada porque la intervención costaba 150 U$S, aunque su fortuna personal al momento de su muerte en 1916 ascendía a cien millones de dólares (el equivalente de los 3.800 millones de dólares a los que hacíamos referencia en la introducción de este artículo). A los 81 años la Sra. Green sufrió un accidente cerebro vascular que le impidió valerse por sí misma. Su hijo contrató enfermeras profesionales para asistirla, pero no las vestía como tales, sino con ropa de calle, para no darle un disgusto a su madre por semejante gasto. Igualmente, Dios se llevó a Hetty mientras discutía con una criada, por un gasto que ella consideraba excesivo.

Su hijo Edward, aquel al que le amputaron una pierna por no atenderse en tiempo y forma, se convirtió en un millonario extravagante que despilfarró el dinero que su madre había obtenido en fiestas, lujos y joyas.

Su hermana Sylvia fue más moderada y murió en 1951, dejando un patrimonio de 200 millones, que donó a instituciones de caridad.

Hetty Green, “la bruja de Wall Street”, fue la primera millonaria norteamericana en hacer una fortuna especulando, a diferencia de Rockefeller y el petróleo, de Vanderbilt y los ferrocarriles, o Ford con los automóviles. El siglo XIX fue el momento cúlmine de la Revolución Industrial, donde el empresario se esforzaba en producir la mayor cantidad de bienes empleando la menor cantidad de recursos. La finalidad era la eficiencia. Sin embargo, la Sra. Green fue la primera en poner su dinero en bonos o inmuebles, con un conocimiento casi instintivo del mercado, recordada como una estratega de las finanzas quien estableció un antecedente que sería imitado por innumerables inversores en el futuro. Hetty fue eficiente en una forma muy particular, ahorrando en sus gastos personales aún a costa de su calidad de vida (y la de sus hijos quienes, de una forma u otra, malgastaron esas “privaciones” que le daban un sello tan particular a la fortuna familiar).

Curiosamente, fue el mismo Adam Smith, un profesor de ética de la Universidad de Edimburgo, quien advirtió sobre el egoísmo y la avaricia de los ricos como uno de los problemas del capitalismo, y que solo la libertad y la educación podían evitar que se convirtiesen en abusos del sistema.

Para algunos, Hetty era un genio, para otros una brillante analista que desarrolló una práctica exitosa en las finanzas, pero todos coinciden que fue una amarreta convertida en el cadáver más rico del cementerio.

 

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