Octaviano

Más allá de la cantidad de denominaciones, nació como Cayo Octavio (Gayus Octavius), el mismo nombre de su padre, un respetable senador. Veinte años después era parte de un triunvirato que gobernaba un imperio, y a los 32 años de edad se convirtió en el hombre más poderoso del mundo occidental.

     Las conquistas de Julio César habían duplicado en sólo dos décadas el tamaño del “imperio republicano”. Tras cruzar el Rubicón en el año 49 a.C. y transformarse en el líder más notorio de Roma, César se propuso restaurar el orden tras medio siglo de guerra civil. Pero uno de los asesinatos más famosos de la historia acabó con su vida en el año 44 a.C. César no tenía hijos legítimos vivos, pero sí a su sobrino nieto, Octaviano, su favorito.

     Octaviano era observador, nunca daba nada por sentado, se preocupaba por ganar experiencia. César veía en él muchas virtudes, se veía reflejado en él. Cuando César fue asesinado, Octaviano tenía 18 años y estaba en Macedonia recibiendo instrucción militar para participar en una ofensiva contra el imperio parto (o arsácida), que por entonces era una potencia del antiguo Irán. Regresó a Roma y se enteró de que su tío abuelo Julio César lo había nombrado en su testamento como su hijo adoptivo y heredero; así, se transformó en Cayo Julio César Octaviano. “Ahora debo reflexionar sobre las consecuencias de lo que ha ocurrido”, parece que dijo.

    Octaviano tenía claro que una cosa era heredar un cargo (algo que ocurre de un  momento a otro) y otra bien distinta era dominar el arte de ejercer el poder (lo que puede llevar toda una vida); la cercanía que siempre había tenido con César y sus indudables cualidades hicieron que asimilara todo eso en poco tiempo.

     La elección de Octaviano por parte de César generó tantas críticas como sorpresas. Cicerón, amigo de la familia imperial, fue crítico, y Marco Antonio, que como cónsul retuvo el legado de César, hizo esperar a Octaviano para ocupar el lugar que César había dispuesto para su sobrino nieto. Mientras tanto, Octaviano fue paciente; ofreció y puso sus propias riquezas al servicio de los romanos y hasta pidió prestado dinero para eso. Esa jugada fue magistral, ya que al lado de ese gesto Marco Antonio quedó como un tacaño.

     En otra astuta maniobra, Octaviano utilizó las dotes oratorias de Cicerón (que odiaba a Marco Antonio) para que denunciara los excesos del cónsul: dichas denuncias formaron parte de las famosas “Filípicas”. En los funerales de César, un cometa cruzó el cielo y Octaviano, de mente ágil, anunció que era el alma de su tío abuelo ascendiendo hacia la inmortalidad (y… era un poquito vendehumo, también, Octaviano…).

     Octaviano necesitaba conservar la lealtad de los ejércitos de César, pero por entonces él tenía poca experiencia militar. Marco Antonio, en cambio, era un militar muy experimentado; pero no tenía la iniciativa y el ingenio de Octaviano.

     Octaviano recuperó los fondos que César había reservado para financiar la campaña (ahora cancelada) contra el imperio parto, y cuando las tropas regresaron les entregó una bonificación como recompensa. Golpe bajo para Marco Antonio, que comenzaba a perder ascendiente (la plata lo logra todo) y para recuperar mando perdió la compostura e hizo ejecutar a uno de cada diez hombres en varias unidades. Fue una (otra) mala decisión, ya que logró el efecto opuesto: esa matanza generó resentimiento y las legiones en Macedonia comenzaron a desertar y a ofecerse a las órdenes del joven y brillante “nuevo César”.

     Octaviano, que tenía menos de la mitad de años que Marco Antonio, se presentaba como lo opuesto a él. Marco Antonio era promiscuo, borrachín, inestable emocionalmente y deudor compulsivo. Si bien sabía sobre el complot contra César, no había participado en él, pero sí tenía la esperanza de reinar sobre Roma. Octaviano no era un santo, pero tenía un autocontrol y una resiliencia de los que Marco Antonio carecía, y se empeñó en seguir el legado de César y vengar su muerte. Para ello se centró en llegar a gobernar Roma evitando ser asesinado. Eso llevaría tiempo, ya que los romanos no estaban preparados para aceptar a un dictador tan joven. Octaviano examinó sus puntos débiles, trabajó sobre ellos y reclamó el cargo de cónsul a los 20 años de edad.

    Gobernar Roma no era lo mismo que controlar el imperio. Marco Antonio mantenía su poder en la Galia, Casio y Marco Bruto (los asesinos de César) reclutaban ejércitos en Siria y Macedonia, Sexto Pompeyo (hijo de un enemigo de César) había tomado Sicilia. Por otra parte, el Senado (un nido de víboras) requería vigilancia máxima.

   Octaviano comprendió que necesitaría ayuda, aunque la misma proveniese de gente en la que no confiaba; es decir, de todos quienes lo rodeaban. Y empezó por Marco Antonio (como dice la máxima: “de tus amigos, cerca; de tus enemigos, más cerca…”).

     En el año 43 a.C. negoció con Marco Antonio y Lépido el reparto de la mayor parte del mundo occidental conocido por entonces. Marco Antonio se quedó con la Galia; Lépido se quedó con Hispania y las rutas entre Hispania y Roma, y Octaviano se quedó con Cerdeña, Sicilia y la costa norte africana, donde tendría que enfrentarse a Sexto Pompeyo. Octaviano, que sabía que había obtenido menos que los otros dos, pasó a ser “la pata joven” y menos considerada del triunvirato que gobernaría el imperio romano, pero ya tenía en su cabeza que para gobernar en solitario tendría que superar a sus dos rivales. E iría por ello, pero sin desbocarse.

     Mientras tanto, habría que eliminar rivales. El primero fue Cicerón, a quien Marco Antonio también se la tenía jurada. Octavio, que en su momento había utilizado a Cicerón, ya no lo necesitaba; esto lo acercó a Marco Antonio, quien empezó a verlo con mejores ojos. Ambos fueron por los otros rivales: Bruto y Casio, a quienes enfrentaron juntos en Filipos, Tracia, en 42 a.C., mientras Lépido se quedaba en Roma. Pero Octaviano (que siempre había tenido una salud frágil) enfermó antes de la batalla, y los honores de la victoria militar quedaron en manos de Marco Antonio. Éste honró el cadáver de Bruto (que se había suidcidado ante la derrota) pero Octaviano, enojado consigo mismo por haberse perdido la batalla pero sin perder de vista que Bruto había sido el asesino de César, lo profanó y envió su cabeza de regreso a Roma para que la colocaran ente la estatua de su tío abuelo (la cabeza no llegó ya que el barco que la transportaba naufragó en el viaje).

     Después de Filipos, Marco Antonio permaneció en Oriente. Para retomar la campaña contra los partos, pero también para eludir la responsabilidad de distribuir tierras en la península itálica a soldados; dicha responsabilidad recayó en Octaviano, que sí volvió y que enfrentó la difícil situación de enfrentar a los propietarios desplazados de sus tierras.  Octaviano no manejó el asunto con autoritarismo sino con astucia, ganando la adhesión de muchos militares. Esto alarmó a Fulvia y Lucio (esposa y cuñado de Marco Antonio), que intentaron derrocar a Octaviano, que ganaba cada vez más adeptos. Marco Antonio, desde Oriente, estaba al tanto de todo, pero mientras tanto comenzaba su relación amorosa con Cleopatra, reina de Egipto y ex de Julio César.

     Octaviano delegó en sus amigos Rufo y Agripa la tarea de combatir a Lucio en Perusia (hoy Peruggia), y el ejército de Fulvia se disolvió solo. Un problema menos. Ya con alto consenso entee los romanos, Octaviano condenó a muerte a 300 senadores y los hizo ejecutar en Roma. Esto estaba prohibido en Roma, pero Octaviano decidió romper las reglas para dar a entender que no toleraría oposición alguna y que, derramando sangre en el corazón de Roma, vengaba por fin el asesinato de Julio César.

     Octaviano y Marco Antonio acordaron deshacerse de Lépido dejándolo en África. El triunvirato dejó de existir, ahora quedaban sólo dos cabezas. Pero cada uno pensaba diferente y quería el poder sin compartirlo con nadie. Ambos se detestaban y se desconfiaban. Tras la batalla de Filipos, Marco Antonio tenía más poder que Octaviano, pero Octaviano era más inteligente: se mantenía firme en su propósito, se comportaba de manera acorde a los hechos y trazaba su estrategia. Marco Antonio, en cambio, actuaba sólo por reacción.

     Octaviano comenzaba la construcción de su camino hacia el poder absoluto.

     Continuará...

Bibliografía de referencia: “Grandes estrategias”, de John Lewis Gaddis

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