El gaucho Rivero y las islas irredentas

Cuando las islas Malvinas fueron recuperadas en el año 1982, las autoridades militares consideraron que el Puerto Stanley debería llamarse Antonio Rivero, en honor al gaucho Rivero, por ser considerado el primer defensor de la soberanía argentina sobre el archipiélago. Sin embargo, entonces, la Academia de Historia desaconsejó por considerar a este personaje un gaucho “vago y malentretenido”, un personaje que había actuado motivado por sus propios intereses y no en defensa de la soberanía nacional. Tras este dictamen, el puerto se llamo Argentino pero la historia del gaucho quedó asociado a estas islas.

Este personaje tan discutido era un paisano nacido en Entre Ríos hacia el año 1806 que, al parecer, ya desde joven tuvo problemas con la justicia. Huyendo de la ley fue que se enlistó en el ejército de observación  durante la guerra con el Brasil. En 1827 firmó un contrato con el hermano de Luis Vernet para ir a trabajar a las islas, sin siquiera sospechar que algún día alguien postularía darle su nombre a ese villorio.

Mientras trabajaba como esquilador fue testigo del atropello norteamericano de la Lexington, el 28 de diciembre de 1831. Rivero fue arte del  puñado de hombres que mantuvo la soberanía de las islas, izando el pabellón azul y blanco.

El arribo de “La Sarandi” con el nuevo comandante civil y militar, Francisco Mestivier, cambió el panorama pero fue por poco tiempo ya que en una reyerta resultó muerto. El comandante de “La Sarandi”, el capitán José María Pinedo, volvió a Puerto Soledad e impuso el orden pero el 2 de enero de 1833 el comandante inglés Onslow, al mando de la corbeta Clío, notificó a Pinedo que debía abandonar la Isla, usurpada en nombre de la corona británica. Poco podía hacer Pinedo, o se enfrentaba con pocas posibilidades de salir vivo del entuerto o se volvía a Buenos Aires… Pinedo optó por esto último.

Rivero y los suyos continuaron trabajando en la isla hasta la llegada de Mateo Brisbane, el representante de Luis Vernet, quien continuó con sus negocios a pesar de la usurpación inglesa .

Los paisanos de Rivero, que incluía a cinco indios charrúas contratados en Uruguay, eran sistemáticamente estafados por los administradores. Sus jornales eran abonados con vales que sólo podían cambiar en los almacenes de la compañía, y estos se empecinaba en encarecer las mercancías en forma injustificable. El 26 de agosto Rivero de 1833 y los suyos se alzaron contra los explotadores, asesinando a Bribame y a cuatro de sus colaboradores.

Lo primero que hicieron los sublevados fue arriar la bandera inglesa e izar la enseña nacional. Y así anduvieron por algunos meses hasta que, enterados los británicos, enviaron la corbeta Challenger. Los gauchos se dirigieron al interior de la Isla dada la superioridad de las fuerzas invasoras. Allí vivieron del ganado cimarrón que abundaba en las islas y negociando con algunos barcos de distintas banderas, que se acercaban al archipiélago .

Después de siete meses, los gauchos Flores, Godoy, Latote, González, Luna  y el ya mencionado Rivero,  fueron apresados, engrillados y conducidos a Inglaterra a bordo del HMS Shake, donde fueron sometidos a Juicio.

Curiosamente, los gauchos alzados fueron absueltos porque los jueces de su Majestad reconocieron el estado de beligerancia. Las Malvinas habían sido usurpadas por la fuerza y los gauchos habían actuado en legítima defensa. Este dictamen de los jueces británicos fue esgrimido por las autoridades nacionales como un antecedente válido en el reclamo de las islas.

Los paisanos fueron llevados de vuelta a Montevideo y desde entonces se pierde el rastro de todos ellos menos de Rivero que, según algunos autores, muere heroicamente en el combate de vuelta de Obligado el 20 de noviembre de 1845 peleando, una vez más , contra los ingleses.

Estudios posteriores como el de Caillet Bois y Humberto Burzio afirmaron que Rivero y los suyos no actuaron por un móvil patriótico, sino como bandidos, mientras que Mató Tesler y José María Rosas reivindican el accionar del gaucho.

El debate continúa a casi  dos siglos de distancia. Los móviles de Rivero y sus hombres son más difíciles de esclarecer y su accionar queda sujeto a las interpretaciones que cada uno quiera darle a la luz de su buen saber y entender, pero, el antecedente legal, continúa siendo una prueba valiosa en nuestro reclamo de estas islas que permanecen irredentas a pensar de los torrentes de tinta volcados en innumerables escritos y  la mucha sangre derramada.

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