La longevidad atenta contra el reconocimiento del genio; los años hacen pensar al público que tal luminaria pasó a mejor vida cuando aún no cruzó la laguna Estigia conduciendo a un precoz olvido la obra y méritos del longevo compositor. Tal fue la suerte de Joseph Haydn. Se rumoreó sobre su paso al más allá con tanta insistencia que el maestro Luigi Cherubini compuso una prematura cantata a la muerte del músico. Haydn, al escucharla, aún dueño de sus sentidos, expresó con ironía: “De haberlo sabido, hubiera yo mismo dirigido mi propia misa”. No pasó tanto tiempo hasta que le llegara el final, aunque su deterioro psíquico le impidió concluir la música fúnebre para su propio entierro. La demencia arterosclerótica que lo asoló le hizo perder la cabeza por primera vez. Habría una segunda oportunidad.
Por años, el cuerpo del austríaco Joseph Haydn descansó sin paz y sin cabeza. Exactamente por 145 años, nadie supo a ciencia cierta dónde estaba el cráneo del hombre que nos regalara tantas maravillosas sinfonías. Haydn murió el 31 de mayo de 1809 en Viena. A pesar de su enorme popularidad, no se realizó ningún acto funerario alguno, porque la ciudad estaba en manos de Napoleón. Fue sencillamente enterrado en el cementerio Hundsturmer.
La codicia frenológica pudo más que el pudoroso respeto al genio. El secretario del príncipe Esterházy (el patrón de Haydn), Joseph Karl Rosenbaum, amigo a su vez del compositor, se adueñó de su extremidad cefálica, ya que él mismo estaba interesado en el devenir de la Frenología, esa nueva ciencia que prometía revelar los secretos del alma. Sobornó al empleado del cementerio, desenterró a Haydn, le cortó la cabeza y volvió a enterrar el cuerpo. Así de fácil.
Una vez estudiado minuciosamente el cráneo por los frenólogos, estos se la devolvieron a Rosenbaum, quien la retuvo como un tétrico recuerdo de su amigo. A pesar de sus esfuerzos, los frenólogos no lograron detectar fehacientemente en Haydn el accidente óseo que justificaba su genio musical.
Finalizada la invasión napoleónica, los austríacos estaban dispuestos a rendir los honores debidos al genio. Como a muchos cadáveres célebres, le estaba reservado al cuerpo de Haydn una serie de traslados hasta encontrar el lugar adecuado para su homenaje durante su eterno descanso. Habían planeado depositar su cuerpo en un mausoleo en Eisenstadt, ciudad donde residían los príncipes Esterházy y donde el músico había creado tantas y tan bellas melodías. Al desenterrarlo, con sorpresa, se percataron de que a Haydn le faltaba la cabeza ¿Dónde estaba la testa del genio? Rosenbaum prontamente se encontró implicado. La policía revisó su casa y no la encontró, porque estaba escondida bajo el regazo de la señora Rosenbaum. A la gentil policía vienesa jamás se le hubiese ocurrido mirar bajo las faldas de una dama.
El consternado secretario sugirió al príncipe que, por unos dinerillos, el cráneo faltante podía aparecer y poner fin al misterio. El príncipe ofreció una suma insignificante y, consecuentemente, obtuvo una cabeza de genio minúsculo, ajena al músico. ¿Quién que no fuera un avezado especialista podría notar la diferencia? Así, por la avaricia de un príncipe y la codicia de un frenólogo amateur, Haydn se quedó con la cabeza que no le correspondía.
Todo hubiese quedado de esa forma si Rosenbaum no hubiese sufrido un cargo de conciencia y confesado la estratagema en su lecho de muerte. Con el deseo de hacer justicia para con la posteridad, donó la cabeza de su amigo a la Academia de Música de Austria.
Loable intención y hermoso destino, si se hubiese podido cumplir, pero no fue posible porque la cabeza de Haydn había desaparecido nuevamente, esta vez, a manos del médico que había atendido a Rosenbaum en sus últimos momentos. Tal vez fue entregada en pago por sus servicios, quizás el médico también estaba interesado en la Frenología… No lo sabemos. Lo cierto es que el inquieto cráneo del músico fue vendido a un conocido profesor, Karl von Rokitansky[1], quien al morir lo cedió a su vez al Museo de Patología de la Universidad de Viena. Pero aquí intervino la Academia de Música de Austria. ¿No era ella la depositaria de tan preciado trofeo ya que el ladrón primigenio se lo había donado? Después de todo, el que roba a un ladrón…
A todo esto, los Esterházy, familia que había sido mecenas de Haydn durante tres décadas, no sin razón, reclamaron lo que les faltaba del cadáver. Llevado el espinoso tema a la corte; la justicia, en un curioso dictamen, reconoció indirectamente el accionar de Rosenbaum y concedió a la Academia de Música la testa en disputa. Allí fue exhibida desde 1839 hasta 1954. Ese año, después de una más que centenaria insistencia, la familia Esterházy convenció a las autoridades de la Academia de que retornara a su posición original, la cabeza del músico. Mal año eligieron. Los soviéticos habían ocupado Hungría y el príncipe Pablo Esterházy fue apresado por el partido comunista húngaro y sus tierras confiscadas, con músico descabezado y todo.
Aun así se decidió continuar con la restitución cefálica, llevada a cabo el 5 de junio de 1954. Sobre la lápida que corona la tumba de Haydn se lee: “Non moriar sed vivam et narrabo opera Domini [Yo no moriré, pero viviré y narraré las obras del Señor]”.
Cumplimos así con el deseo de Haydn, narrando esta, que no es la obra más enaltecedora de nuestros congéneres.
[1]. Afamado patólogo y frenólogo. Se dice que realizó más de setenta mil autopsias.