Sir Walter Raleigh, la primera víctima del tabaco

Prometió colonizar las tierras de América, pero sus asentamientos fracasaron. Prometió oro y solo trajo tabaco. Aun así, la reina Isabel le concedió el título de Sir por los servicios prestados, pero no dudó un instante en mandarlo a la Torre de Londres cuando descubrió que se había casado en secreto con una dama de la corte, Bess Throckmorton. Solo fue dejado en libertad para pelear contra los españoles. 

Era Raleigh un protestante convencido y un enemigo acérrimo de los católicos españoles, razón por la cual éstos habían puesto precio a su cabeza. 
La muerte de Isabel marcó el comienzo de su decadencia. James I lo acusó de conspirar en su contra en el llamado Main Plot, y aunque no pudo demostrarse su participación, el rey lo hizo apresar y una vez más visitó la Torre de Londres. Algunos sospechan que el rey no solo lo odiaba por su ciega devoción por Isabel, quien había ordenado decapitar a su madre, sino por el odioso hábito que había introducido en la corte: fumar. Su pecado tiene fecha, 27 de julio de 1586, día en que encendió un cigarro en Inglaterra siguiendo la costumbre de los indios americanos. Cuenta la leyenda que cuando uno de sus sirvientes lo vio fumar, creyendo que Sir Walter se estaba quemando, le echó un balde de agua.
Pesaba sobre Raleigh el cargo de traición por una cifra millonaria que España le habría dado para deshacerse del nuevo rey. La acusación era absurda, nadie había contribuido más que Sir Walter para la derrota de la Gran Armada destinada a invadir a la Rubia Albión. Poner en duda su lealtad a Inglaterra era algo disparatado pero conveniente para sus enemigos.
A pesar de una defensa apasionada que el mismo Raleigh expuso, fue condenado a muerte. El corsario poeta ya se estaba despidiendo de las personas que amaba cuando, a último momento, el rey cambió la condena a ser ejecutado por trece años de prisión en la lúgubre Torre de Londres, donde Raleigh se alojó con su esposa (y hasta tuvieron un hijo concebido en prisión). A lo largo de esos años Raleigh se dedicó a escribir Una historia del mundo en cinco tomos, donde dedicaba varias páginas a sus aventuras en América y la búsqueda del legendario “El Dorado”. 
Las promesas de oro y piedras preciosas lograron que sea liberado a condición de volver a América en búsqueda de los tesoros que describía en sus textos. Estando en el actual territorio de Venezuela, un destacamento bajo las órdenes de Lawrence Kemys -un amigo de toda la vida- atacó un fuerte español a pesar de las órdenes impartidas por Raleigh. En el enfrentamiento murió uno de los hijos de sir Walter. Ante resultado tan desfavorable y el desconsuelo de su jefe y amigo, Kemys se suicidó.
Las quejas por el inoportuno ataque pronto llegaron a oídos del rey, quien no dudó en llevar a cabo su condena primigenia. Raleigh jamás perdió el temple, se dirigió al verdugo instándolo a terminar prontamente con su trabajo para que sus enemigos no dijeran que lo habían visto temblar de miedo. Tocando el filo del hecha que habría de cercenar su cabeza, se dirigió al público presente: “Esta es una filosa medicina, pero el médico (physician) de todas las enfermedades y miserias”. Ante la hesitación del verdugo, Sir Walter Raleigh le ordenó terminar su trabajo. “Golpea hombre golpea, ¿a qué temes?”
Entre los escasos bienes que Sir Walter dejó estaba una bolsa de tabaco con una inscripción en latín, “Comes meus fuit in illo miserrimo tempore” (“Fue mi compañero en los momentos más miserables”).
Podríamos decir que Raleigh fue la primera víctima del tabaco, aunque en ese tiempo se le atribuían capacidades terapéuticas y hasta fines mágicos. El Dr. Jean Nicot, médico de la reina Catalina de Médici, se lo recomendaba a la reina para sus jaquecas (de Nicot viene la palabra nicotina, el principio activo del tabaco). 
En un texto escrito por Nicolas Monardes sobre las virtudes del tabaco afirmaba que servía para el tratamiento del cáncer. Como habíamos dicho, el rey James I odiaba al tabaco y describió sus perjuicios entre los que está la “irritación ocular”, lo declaro odioso para el olfato, dañino para el cerebro y peligroso para los pulmones”. Bastante acertado el monarca quien, para desalentar su uso, puso un impuesto a la importación de esta planta, aunque no llegó a frenar la difusión del vicio. Tampoco tuvo éxito la Iglesia Católica declarando a la inhalación de humo como un acto pecaminoso. 
Ya para 1600, Sir Francis Bacon había tomado nota del hábito que creaba y las dificultades que tenían los adictos para abandonarlo.
Hoy sabemos que el tabaco mata a la mitad de las personas que lo consumen. Fallecen al año 8.000.000 de personas -siete millones por inhalación directa y un millón como “fumador pasivo”; de ellas 65.000 son niños-. 
Se calcula que hay 1.300 millones de fumadores en el mundo. Es bien conocida la relación entre el tabaco y el cáncer de pulmón y otros procesos cancerosos (responsable del 30% de las muertes de cáncer por tumores en boca, lengua y tráquea) y el infarto de miocardio, pero también ocasionan enfermedad oclusiva crónica del pulmón, afecciones cerebrovasculares, daños en la piel (envejecimiento cutáneo), alteraciones en el embarazo, etcétera.
Nos llevó cinco siglos saber que el rey James I tenía razón, pero decapitar a Raleigh de poco sirvió para prevenir esta hecatombe tabáquica que asoló al mundo. “El mundo es una gran prisión”, afirmada Sir Walter, después de haber pasado décadas encarcelado, “de la cual algunos son elegidos para ser ejecutados”. Lo que no sabía Sir Walter es que muchos de esos elegidos para ser ejecutados, lo fueron por el tabaco que él trajo de América. 

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