El Combate de San Lorenzo, a pesar de sus reducidas dimensiones y relativa importancia estratégica, pasó a convertirse en un hito fundacional de la historia nacional.
La “fidelísima” ciudad de Montevideo resistía el asedio impuesto por Artigas y Rondeau después de haber vencido en la Batalla de las Piedras. Para alimentar a su población, los españoles se valían de la flota que, en su momento, las autoridades porteñas no habían confiscado en mayo de 1810. Éste había sido un craso error, que ahora pagaban soportando las incursiones que periódicamente realizaban los realistas para obtener víveres y hostigar a las poblaciones criollas.
A fin de desalentar estas operaciones las autoridades patriotas habían encomendado al coronel José de San Martín vigilar las once naves enemigas y atacarlas cuando le fuese posible.
El coronel conduciría al recientemente creado Regimiento de Granaderos a Caballo, la tropa de elite que había entrenado personalmente y con la que había forzado la salida del Primer Triunvirato, la primera injerencia del ejército en la política nacional.
Para San Martín esta era la primera misión que debía cumplir como oficial de la nación que había adoptado. Era importante demostrar lealtad al gobierno y la eficiencia de los granaderos, en los que tanto tiempo y esfuerzo había invertido.
Los realistas, hasta el momento habían llevado adelante sus incursiones con poca resistencia de los locales, aunque la flota estaba preparada para soportar hostilidades. Contaban con más de 300 infantes y artillería de campaña.
Después de seguir a los españoles sin ser vistos, San Martín supo que habrían de desembarcar en las vecindades del convento de San Carlos Borromeo en San Lorenzo. El espacio entre la barranca y los claustros (hoy llamado Campo de la Gloria) era el lugar propicio para sorprender y atacar al enemigo.
El coronel escondió sus tropas tras los muros del convento. Algo más de cien centauros. La idea era atacar a los españoles desde los dos flancos en una maniobra envolvente. San Martín conduciría al flanco derecho y el capitán Benavidez el izquierdo, reuniéndose los dos contingentes frente del enemigo.
Como los españoles no desembarcaron en el sitio que esperaban, la columna a las órdenes de San Martín llegó antes al lugar del encuentro y debió soportar la primera línea de defensa española. Fue entonces cuando acontece el famoso episodio en el que los soldados Baigorria y Cabral rescatan al coronel herido e inmovilizado bajo su caballo muerto.
Curiosamente, en el parte que redactó después del combate, San Martín no relató lo ocurrido. Los detalles fueron conocidos cincuenta años más tarde.
¿Qué fue de la vida de los partícipes de esta contienda (hecha la excepción del Libertador, del que todos conocemos su historia)? Al momento de asistir a su superior, Juan Bautista Cabral era soldado y para más señas, un hombre de color (Vicente Cútolo da a entender que era zambo, hijo de un indio guaraní y de una esclava y que el apellido Cabral era de la familia a la que servían). Las versiones sobre sus últimas palabras difieren, y van desde el canónico “muero contento, hemos batido al enemigo”, hasta una expresión menos solemne que exclama en guaraní –lengua que hablaban en Corrientes- lugar del que Cabral y el coronel eran oriundos. Sin embargo, tanto Cabral como Baigorria figuran entre los heridos que debieron reposar en el convento, donde murió sin que se sepan realmente cuáles fueron sus últimas palabras.
Baigorria era puntano. Recuperado de sus heridas continuó prestando servicios en los ejércitos de la patria, y participó del cruce de los Andes. Existen registros fehacientes de su existencia hasta 1818. ¿Acaso volvió a su provincia o murió en tierras lejanas? El coronel Baigorria, de larga actuación en las guerras civiles argentinas y en la lucha contra el indio ¿era acaso su descendiente o pariente?
Por último, vale recordar la suerte del capitán Bermúdez, uno de los oficiales de más prestigio del regimiento. En el fragor del combate, una bala de cañón impactó su pierna. El Dr. Argerich inmediatamente atendió a Bermúdez, pero no tuvo otra opción más que amputarla.
Al día siguiente, el doctor encontró que Bermúdez se había abierto el vendaje y había muerto desangrado. El capitán no podía tolerar una vida de invalidez y optó por terminar antes con ella.
El combate de San Lorenzo fue la única contienda en la que el Libertador y sus granaderos participaron en tierra argentina. Duró menos de 15 minutos, pero fueron suficientes para convertirlos en el hito histórico de una nación, eternizados en actos escolares y marchas patrióticas que evocan el coraje, y el altruismo de las tropas que defendieron a la Argentina naciente.