Stalin, Churchill y Roosevelt se habían reunido en Casablanca para coordinar el esfuerzo bélico. Hasta allí, el resultado había sido positivo, a pesar de las diferencias que surgieron porque la derrota de Alemania estaba a pocos meses de concretarse. Ahora venía la parte más difícil, que era repartir el botín. ¿Cómo se dividirían Alemania? ¿De quién era Polonia, Checoslovaquia, Hungría?
Ya Churchill había reclamado Grecia para Occidente, a pesar del fuerte peso del Partido Comunista local, pero los británicos no estaban dispuestos a entregar “la cuna de la democracia” a la Unión Soviética. Era más un capricho lírico que una necesidad. Este mandato fue resistido por las fuerzas griegas, y para restituir al monarca griego al trono hizo falta el uso de la fuerza. Curiosamente, la cuna de la democracia terminó en una débil monarquía (pero emparentada con la británica).
El planeamiento de esta reunión, su ubicación y fecha, fue uno de los secretos mejor guardados de la guerra. La captura de uno de los líderes más poderosos del mundo por parte de tropas alemanas, hubiese cambiado la historia del mundo (ya los nazis habían demostrado de lo que eran capaces al capturar a Mussolini).
Roosevelt y Churchill se habían reunido previamente (se hacían llamar “Los Argonautas”, porque como los griegos, iban contra un dragón, en este caso, llamado Stalin) para coordinar los temas de conversación con las autoridades soviéticas, pero sin llegar a un claro acuerdo. Juntos volaron en un C54 Skymaster llamado “la Vaca Sagrada”, antecesor del Air Force One.
Roosevelt estaba disminuido por la enfermedad que lo llevaría a la muerte en el mes de abril. Churchill padeció un infarto, que se mantuvo en secreto. Ambos mandatarios educados en los mejores colegios de Europa y EE.UU. se iban a enfrentar al ex seminarista georgiano, con aspiraciones de poeta y espíritu de matón, que oscilaba entre la furia reconcentrada, a la simpática seducción guiado por su espíritu psicopático. Obviamente, reinaba una desconfianza entre los tres que hacía casi imposible un compromiso duradero, que trataron de lograr por todos los medios.
¿Democracia o Gulags? ¿Entendimiento o represión? ¿Podrían organizar un nuevo orden mundial? ¿O al menos, un foro donde debatir ideas?
Si bien la historia contempló los resultados de la Conferencia como un fracaso, esta abrió el camino a una serie de acuerdos (como el de Potsdam) en un mundo peligroso, donde Stalin y el comunismo se vendían como la llave a un mundo mejor. La integridad física del líder soviético y su falta de escrúpulos, lo convirtieron en un gran ganador de esta contienda.
En los tres días de reuniones entre “Los tres Grandes” (así se los conocía en la prensa americana) decidieron el destino de Alemania, disecada como una tortilla entre los cuatro ganadores (ya que la persistencia del general de Gaulle le permitió a su país tener un lugar predominante entre las naciones ganadoras, a pesar del escaso aporte de Francia). Además, se planteó que las sanciones a Alemania no serían en crematístico, sino en maquinaria, mano de obra y materia gris.
Si bien no se llegó a una conclusión, se planteó la sanción de los crímenes de guerra (U.R.S.S. fue muy concluyente, ya que los había sufrido en carne propia).
Quizás el tema más urgente era Polonia. El asesinato de los miles de oficiales polacos en los bosques de Katyn era un tema espinoso.
A pesar de la gran presión de Roosevelt de la población descendiente de polacos en U.S.A., se decidió que quedaría bajo el gobierno de “Unidad Nacional”, que pronto cedió a la influencia soviética. Stalin se mostró irónico: “Por supuesto que permitiré que los polacos gobiernen Polonia”…
También se prometió la participación de la U.R.S.S. en la guerra contra Japón. (Aunque recién se sumaron cuando los americanos estallaron las bombas atómicas).
A Roosevelt se le criticó por ser demasiado condescendiente con los comunistas, a quienes ofreció Europa Oriental (ya conquistada por los soviéticos), facilitó la relación con China y también permitió el crecimiento del comunismo americano.
Muchos culpan de este hecho a la entrega de información a los rusos por parte de Alger Hiss, un funcionario americano espía prosoviético, cuyo caso fue extensamente difundido y fue el inicio del macarthismo en Estados Unidos.
Visto a 75 años de distancia, la Conferencia de Yalta no fue tan desastrosa como se la creyó a mediados de los años ’50, pero como muchas reuniones que la precedieron y que la siguieron, no fueron muy eficaces para crear un mundo mejor, porque la condición humana dificulta este tipo de logros.