“Antes dije que lo peor era el frío. No, rectifico. Lo peor es la calma. Hay días terribles. No es solamente que el barquito se detenga a esperar los vientos propicios. Es la calma en sí. El terrible vacío ése”, aseguró Vito Dumas a un periodista del diario “Crítica”, tras entrar triunfal en el puerto de Buenos Aires el 8 de agosto de 1943. Acababa de completar una de las hazañas más audaces y peligrosas de la historia de la navegación -dar la vuelta al mundo en solitario, en un pequeño velero, por la llamada “ruta imposible”- y lo que más había sufrido este héroe argentino era la calma.
“Demostrar, mientras un soplo de espanto arrasa al mundo, que no todo está perdido”Dumas, que recibió en aquella época apelativos como “el navengante solitario”, “el héroe silencioso”, “el domador de olas” o “el vencedor de los mares”, debió ser la única persona del planeta capaz de alcanzar la paz en el mar mientras el mundo se desangraba en un conflicto que acabó con la vida de entre 55 y 60 millones de personas, y aún así, no podía soportarla. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial, lejos de amedrentarlo, hizo que añadiera a la aventura una justificación ética: “Demostrar, mientras un soplo de espanto arrasa al mundo, que no todo está perdido, que aún quedan soñadores, románticos, visionarios”, escribió antes de partir.
Puede que tal temeridad fuera normal en este chico nacido en el barrio de Palermo, que desde pequeño manifestó un interés desorbitado por las aventuras más increíbles: intento cruzar a nado a la costa uruguaya y el Canal de la Mancha en varias ocasiones y, con 32 años, cruzó el Atlántico en un pequeño velero de ocho metros de eslora. Pero la aventura que comenzó a dibujar en su cabeza a principio de los años 40, nada tenía que ver con las anteriores.
El temible Cabo de Hornos
Dumas estaba obsesionado por esa línea temible e imaginaria, situada a la altura de los 40 grados de latitud sur, que pasa por Buenos Aires, Ciudad del Cabo, Wellington y Valparaíso, y que regresa al Río de la Plata, en una circunvalación, después de doblar el mítico Cabo de Hornos. Este último, el punto más peligroso de su travesía, ya había sido cruzado por primera vez un par de años antes por Al Hansen, amigo personal de Dumas, pero desapareció poco después en las costas de Chile.
“¿Y donde pretendes que gaste el dinero navegando?”Dumas Inició su descabellado viaje el 27 de junio de 1942, con provisiones para un año: 400 botellas de leche esterilizada, leche chocolatada y leche condensada, 20 kilos de harina de lentejas, arroz, garbanzos, 10 kilos de mate, latas de aceite, 80 kilos de “corned-beef”, manteca salada, chocolate en barra, 70 kilos de patatas, cinco de azúcar, frutas confitadas, mermeladas, tabaco para pipa y cigarros, cerillas, galletas, botiquín de primeros auxilios, varias dosis de vitaminas A, B, C, D y K, una cocina, alumbrado con keroseno, 400 litros de agua potable y, por último, 10 libras esterlinas en el bolsillo. “¿Y piensas dar la vuelta al mundo con diez libras?” le preguntó sorprendido un amigo. Y Dumas replicó: “¿Y donde pretendes que gaste el dinero navegando?”.
Para lanzarse al mar, Dumas tuvo que volver a comprar su viejo Legh II, el velero de menos de diez metros de eslora que había construido en 1934, pero que tuvo que vender en 1937 por las dificultades económicas que atravesaba.
38.000 kilómetros
El “domador de olas” hizo primero escala en Montevideo, e inició su viaje de circunvalación por el paralelo de los “Cuarenta bramadores”, que dio nombre al libro que publicó años después contando su aventura. Hizo escala en Ciudad del Cabo, Wellington y Valparaíso para reaprovisionarse de nuevo. Superó innumerables peligros y emprendió el regreso por el indomable Cabo de Hornos, donde sufrió un accidente que le rompió el tabique nasal.
Llegó a Buenos Aires tras recorrer más de 38.000 kilómetros en 274 díasFinalmente, después de hacer escala en Mar de Plata y Montevideo, llegó a la capital argentina el 8 de agosto de 1943. Había recorrido más de 38.000 kilómetros en 274 días, navegando siempre rumbo al amanecer y enfrentándose a las peores tormentas, además de las temidas calmas. Al entrar en el puerto, cientos de barcos salieron a esperarle para hacer el último trayecto junto al “héroe silencioso”, haciendo sonar las sirenas, en un recibimiento que no se ha vuelto a dar en la historia de la navegación. En tierra, más de 50.000 personas vitoreándole, según contaban las crónicas de la época. Por unos días, el regreso triunfal de Vito Dumas hizo sombra a las terribles noticias que llegaban del frente y de la Francia ocupada por Hitler.
Pero el entusiasmo pasó pronto. El mundo estaba muy preocupado por el fin de la Europa occidental. Las noticias sobre Stalingrado conmovían a la opinión pública. Incluso la población argentina se había dividido en dos grupos antagónicos, uno en cada bando de la guerra. Y el gobierno nacional llegó a decretar el estado de sitio para evitar enfrentamientos entre la población.
La hazaña de Vito Dumas pronto cayó en el olvido y fue, incluso, denostado en su país, donde siempre fue considerado un intruso entre la aristocracia náutica, pues sus orígenes eran humildes. Tanto que llegó a sufrir una campaña de desprestigio que le convirtió en una especie de personaje maldito al que la población incluso se negaba a nombrar. Murió en 1965 y fue enterrado en presencia de cuatro amigos de confianza, mientras su legendario velero se deterioraba.