Vida y muerte de Henry David Thoreau
“Pronunciar el nombre de alguien es reconocer su individualidad. Aquel que pronuncie bien mi nombre, puede llamarme, y tiene derecho a reclamar mi amor y mi ayuda”
Henry David Thoreau (1817-1862)
Se cumplen 158 años de la muerte de Henry David Thoreau, un autor que, sin embargo, está más vivo que nunca. Seguramente porque sus escritos se entrelazan a la perfección con muchos de nuestros intereses e inquietudes actuales: el desafío ecológico global, la lucha contra el consumismo injustificado, la legitimidad de la insubordinación ante gobiernos o leyes injustas o la búsqueda de una vida más sencilla y autónoma. Sin embargo, una vez dijo Thoreau: “Mi vida es el poema que me hubiera gustado escribir”. Nada más cierto, pues más allá de sus textos, que no dejamos de leer, no cabe duda de que su propia vida fascina por igual a sus incontables lectores. Tal vez porque Thoreau vivió como muy pocos seres humanos saben hacerlo: siendo absolutamente consecuente con sus ideas y sus sentimientos, esculpiendo así su propia existencia como una obra de arte ajena a todos los dogmas y limitaciones. Thoreau no sólo nos sigue inspirando por ser uno de los padres del ecologismo o de la desobediencia civil, sino por haber sido un hombre al que no le importó ser incomprendido por sus vecinos o reclamado por la ley, que actuó siempre con la máxima libertad y buscó la felicidad para sí y el bien para los demás. Thoreau nos enseñó, como muy pocos han conseguido hacerlo, el camino de la verdadera revolución: aquella que, mediante la transformación de uno mismo y la invitación a la transformación de los otros, acaba por transformar el mundo.
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Esta fotografía de Thoreau se hizo un año antes de su muerte.
Concord, 3 de mayo de 1861
Sr. Blake:
Sigo estando tan inválido como lo estaba cuando usted y Brown estuvieron aquí, si no más, y temo que el frío pueda volver antes de que supere la bronquitis. En consecuencia, el doctor me dice que debo “escabullirme” a las Antillas, o a cualquier otro lugar, no parece preocuparle adónde. Pero rechacé las Antillas por el calor húmedo del verano, y el sur de Europa por el dinero y el tiempo que me llevaría, de modo que he decidido finalmente que lo mejor para mí sería probar el aire de Minnesota, de algún lugar cerca de Saint Paul. Sólo estoy esperando a recuperarme lo suficiente para viajar, Espero partir en una semana o diez días.
El aire del interior quizá me ayude, o puede que no. En cualquier caso, soy hasta tal punto un inválido que debo prestar especial atención a la comodidad del viaje, parando a descansar, etc. , etc. , si lo necesito. He pensado comprar un billete directo para Chicago, con libertad para detenerme con frecuencia durante el camino, y realizar mi primera pausa importante en las cataratas del Niágara, durante algunos días o una semana, y quedarme en una pensión; después, una o dos noches en Detroit y en Chicago tanto tiempo como requiera mi salud. En Chicago decidiré en qué punto (Fulton, Dinleith, u otro) me embarco en el Missisipi y tomo una barcaza hasta Saint Paul.
Espero no tener problemas para encontrar una o varias pensiones con habitaciones individuales decentes en la región, y pasar allí mi tiempo. Supongo, y esto preparado para ello, que estaré fuera tres meses; y me gustaría volver por otra ruta, tal vez Mackhinaw y Montreal.
He pensado en buscar un compañero, por supuesto, pero no muy seriamente, pues no tengo derecho a ofrecerme como compañía a nadie, dado el particularmente privado y del todo absorbente, pero miserable, asunto al que tengo que atender: mi salud, y no la de él, y que me hará detenerme aquí e ir allá, etc., etc., sin previo aviso.
No obstante, me he decidido a contarle todos los planes de mi viaje con la vana esperanza de que quiera usted realizar una parte o la totalidad de este viaje al mismo tiempo que yo, o de que tal vez su estado de salud sea tal que también pudiera resultar beneficioso.
Le ruego que me haga saber si dicho propósito le parece tentador. Escribo a toda prisa antes de que llegue el correo, y por tanto, una vez más, he de omitir la moral.
De este modo finalizó la correspondencia entre Thoreau y Harrison G.O. Blake. Una correspondencia de 13 años en la que Thoreau aconsejaba al señor Blake sobre cómo ganarse la vida, el coraje, el sexo, el trabajo, el amor, la naturaleza, la libertad, la sociedad, la política, la moral, la alimentación, la disidencia, la religión, de la soledad y de un tiempo pleno, donde la construcción de la subjetividad se labra a golpes de una desorientación gozosa, libre y salvaje.
Décadas después de la muerte de Thoreau, un Blake anciano confesaba seguir leyendo y releyendo estas cartas, como si buscara aún en ellas una verdad esencial y recógnita: “Y, sin embargo, sé que estas cartas siguen viajando en el correo, que en cierto sentido aún no me han llegado, y probablemente no lo harán mientras viva. De hecho, puede decirse que estas cartas están desde siempre dirigidas a quien mejor pueda leerlas” .
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Harrison Gray Otis Blake
El viaje de Henry David Thoreau al Midwest -realizado finalmente con Horace Mann junior, hijo del célebre educador norteamericano- fue un trágico fracaso. Salió el 11 de mayo y volvió el 9 de julio. Thoreau constató que su salud no sólo no mejoraba, sino que sus condiciones físicas, puestas a prueba por el largo viaje, empeoraron sensiblemente. Volvió a Concord consciente de que le quedaba poco tiempo de vida. A pesar del progresivo empeoramiento de la tuberculosis, que en los últimos meses de su vida lo obligó a confinarse en su habitación y a guardar cama, Thoreau conservó hasta el final una serenidad de ánimo que suscitaba en todos un sentimiento de admiración, pues veían cómo, incluso sufriente y sin fuerzas, recibía con amable alegría a quien fuese a visitarlo, y continuaba trabajando estoicamente en sus manuscritos y escribiendo su diario y su correspondencia.
Todo el mundo sabía ya que se estaba muriendo. En una carta del 21 de marzo de 1862, Thoreau escribió a un nuevo compañero de correspondencia y admirador: “Si viviese, tendría muchísimo de lo que informar sobre la historia natural en general” . Y añadió: “Supongo que no me quedan muchos meses de vida por delante” . Thoreau había sido incapaz de afrontar emocionalmente la muerte de su hermano John muchos años atrás, pero por aquel entonces aceptaba ya por completo la suya. Las hojas otoñales “nos enseñan a morir”, escribió.
Thoreau pasó sus últimos días en casa, en paz, rodeado de familia y amigos. Llevaron su cama a la planta de abajo. Incapaz ya de escribir, le dictaba a su hermana Sophia. A principios de abril, su voz llevaba muchas semanas siendo sólo un leve susurro. Sin embargo, conservaba la cabeza, el ingenio y el ánimo. Aconsejó al hijo de Ralph Waldo Emerson, Edward, que estaba a punto de hacer un viaje a las Montañas Rocosas, antes de volver a la universidad, que llevase consigo una punta de flecha para aprender de los indios el secreto de su elaboración. Sam Staples, el otrora carcelero de Thoreau, pensó que nunca había visto a un hombre “morir con tanto placer y paz” . A su tía Louisa, que le preguntó si había hecho las paces con Dios, le contestó: “No sabía que nos hubiésemos peleado, tía” .
La última carta que envió, dictada con un hilo de voz a su hermana Sophia, llevaba fecha del 2 de abril de 1862 e iba dirigida a sus editores, Ticknor &Fields, a quienes enviaba una copia manuscrita del ensayo Las manzanas silvestres. La última carta que recibió, dos días antes de su muertes, era de su apreciado amigo Daniel Ricketson, que, el día del funeral, abrumando por el dolor, premaneció en New Bedford. Harrison Blake, el fiel buscador y “compañero de camino”, acudió desde Worcester junto a Theo Brown.
Las últimas palabras de Thoreau fueron un regreso a sus escritos. La mañana del 6 de mayo, temprano, Sophía le leyó un fragmento de la sección “Jueves” de Musketaquid y Thoreau se anticipó con gusto al viaje a casa de “Viernes” murmurando: “Ahora viene la buena navegación”.
Thoreau murió el 6 de mayo de 1862, a las nueve de la mañana. Tenía 44 años. En la minúscula lápida de su tumba, una única palabra: HENRY
Algunas curiosidades sobre su vida
– Apenas aprobó sus exámenes de ingreso para Harvard, aunque a partir de entonces fue un estudiante superior al promedio.
– El gasto total para asistir a Harvard en ese momento era de $ 179 por año. Toda la familia de Henry contribuyó a pagar su educación, aprovechando los ingresos de sus padres en la elaboración de lápices y los salarios de enseñanza de sus hermanos.
– Thoreau llegó a trabajar en la fábrica de lápices de su padre, y logró crear el lápiz perfecto. Tras ese logro, todos sus compañeros lo elogiaron y felicitaron. A raíz de aquello, Henry deja de trabajar en la fábrica de lápices diciendo que “ya no tendría sentido volver a hacerlo”.
– Henry cantó en un coro y tocó la flauta.
– Henry fue el mejor patinador sobre hielo de todos sus amigos.
– Henry medía 170 cm, de mediana a mediana-baja estatura para un hombre de su tiempo.
– Cuando Henry tenía 22 años, tanto él como su hermano, John, le propusieron matrimonio a la misma mujer, Ellen Sewall, y ambos fueron rechazados porque su padre, un ministro, desaprobaba a cualquier persona asociada con el Trascendentalismo. Ya en su lecho de muerte, cuando salió el nombre de Ellen Sewall, Thoreau le dijo a Sophia que “siempre la he amado”.
– Henry accidentalmente provocó un incendio forestal que quemó más de 300 acres de tierra alrededor de Concord mientras acampaba con su amigo Edward Hoar en 1844.
– Henry recolectó, entre otras cosas, plantas locales, cráneos de animales, nidos de pájaros, reliquias de los nativos americanos, rocas y minerales, para su “museo del ático” en la casa de sus padres.
– Henry recolectó muchos especímenes de plantas locales para la Biblioteca Botánica de Harvard y la Sociedad de Historia Natural de Boston.
– Henry se bañaba en la laguna de Walden todos los días hasta que las estaciones hacían que el agua estuviera demasiado fría.
– Como regalo de bodas para Nathaniel y Sophia Hawthorne, Henry les plantó un jardín en su nueva casa.
– Henry estaba fascinado con la literatura y la filosofía oriental, incluidas las sagradas escrituras del hinduismo y los dichos de Confucio.
– Louisa May Alcott recuerda con cariño sus visitas cuando era niña a Henry mientras vivía en Walden Pond. Henry amaba a los niños y los entretenía con paseos por la naturaleza, paseos en bote en el estanque y mostrándoles los detalles de la naturaleza.
– Henry podía invocar a su mascota favorita, un ratón, fuera de su escondite tocando su flauta.
– Una vez, durante una merienda en la que llovió, Henry reunió a más de 25 invitados en su pequeña casa de una habitación.
– Cuando una marmota masticó una gran parte de su campo de frijoles, la capturó en una trampa de acero, pero no pudo obligarse a matarla. En cambio, la llevó más de dos millas y la liberó y nunca la volvió a ver.
– El interior de la casa de Henry era tan simple como el exterior. Sus muebles totales, muchos de ellos caseros, consistían en una cama, una mesa, un escritorio y tres sillas.
– Durante tres años, Henry y su hermano, John, dirigieron una escuela especial con un enfoque práctico. Llevaron a los estudiantes a hacer excursiones a la naturaleza, les enseñaron cómo hacer un bote, tuvieron recreos para tomar aire fresco y enseñaron matemáticas aplicadas utilizando equipos topográficos.
– Los héroes personales de Henry fueron: el poeta estadounidense contemporáneo Walt Whitman (Thoreau conoció a Walt Whitman el noviembre de 1856); el activista abolicionista John Brown que fue ejecutado por su intento de armar a los esclavos atacando Harper’s Ferry; y Joe Polis, un nativo americano de Penobscot que había sido guía de Henry y Ed Hoar en su gran excursión de 523km en canoa a los bosques de Maine.
– La hermana de Henry, Sophia, organizó y preparó sus manuscritos para su publicación después de su muerte.
En su honor, Ralph Waldo Emerson escribió este formidable texto al que nombró: La semblanza de Thoreau
“Los botánicos llaman a esta planta Gnapbalium leontopodium, pero los suizos la llaman Edelweiss, que significa “Noble Pureza”. Thoreau me pareció a mí que vivía para ser uno de los que habían de recoger esta planta, que le pertenecía por derecho. La larga escala de sus estudios requería longevidad, y nosotros éramos los menos preparados para su desaparición súbita. Pocos en el país conocen aún al gran hijo que perdieron. Es una desgracia que dejase a medias su trabajo, que ningún otro puede acabar: es una indignidad que tan noble alma haya partido de la Naturaleza antes de haberse mostrado a sus semejantes en todo su valor. Pero él, al menos, está contento. Su alma fue hecha para vivir en la más noble sociedad; en poco tiempo agotó todo lo que puede dar de sí este mundo; donde quiera que haya ideas, que haya virtud, que haya hermosura, allí encontrará él un hogar.
Si su carácter hubiera sido sólo contemplativo, habría sido adecuado para su vida; pero con su habilidad práctica y su energía parecía nacido para grandes empresas y para mandar; y tanto más lamento la pérdida de sus extraordinarias facultades para la acción cuanto que no puedo calificar de falta en él que no fuera ambicioso; y como le faltó la ambición, en lugar de ser un ingeniero conocido en toda América, se redujo a ser el capitán de una partida de buscadores de arándanos.
Aunque manifestaba en sus escritos algún atrevimiento cuando se refiere a las iglesias y a sus ministros, era, no obstante, una persona que profesaba una religión rara, tierna y absoluta e incapaz de profanación alguna, ni de obra ni de pensamiento. El mismo aislamiento que lo distinguía en el modo de pensar y de vivir, lo aislaba también de las religiosas formas sociales. Esto no es ni censurar ni lamentar. Esto mismo lo había manifestado Aristóteles muchos años antes, diciendo: “El que está muy por encima de sus conciudadanos en virtud, ya no forma parte de la ciudad; la ley de los los demás no es para él, puesto que él es la ley para sí mismo“.
Ningún colegio le ofreció jamás un diploma o una cátedra; ninguna academia le hizo su corresponsal o su descubridor, ni siquiera su miembro. Es posible que estas instruidas corporaciones temieran la sátira de su presencia. Y a pesar de todo, muy pocos llegarían a poseer tan grande conocimiento de los secretos y resortes de la naturaleza; y ninguno más extensa y religiosa síntesis. No profesaba respeto alguno a las opiniones de los hombres y de las corporaciones, sólo rendía homenaje a la verdad; y apenas descubría en cualquier parte entre los doctores un asomo de cortesía, esto bastaba para desacreditarlos. Nació y creció para ser reverenciado y admirado por sus paisanos, que al principio lo habían conocido sólo como una cosa rara. Los campesinos que lo contrataron como perito no tardaron en descubrir su rara perspicacia e ingenio, su conocimiento de las tierras, los árboles, los pájaros, los recuerdos indios y otras cosas parecidas, lo que le permitió decir a cada uno de los campesinos más de lo que ellos sabían acerca de sus propias fincas; de tal suerte, que llegaron a creer que Mr. Thoreau tenía más derechos que ellos sobre sus tierras. Y sintieron, además, la superioridad de carácter que dirigía a todos los hombres por su innata autoridad.
Se crió para no abrazar profesión alguna; nunca se casó, vivió solo; nunca fue a la iglesia; nunca votó; rehusó siempre pagar impuestos al estado; ni comió carne ni bebió vino ni conoció el uso del tabaco; y aunque era aficionado a la naturaleza, nunca usó de trampas ni de armas de fuego. Escogió, con todo el conocimiento sin duda, ser el célibe estudiante del pensamiento y de la naturaleza.”
En el año 1837, al graduarse Thoreau a los 20 años, regresó a su casa en Concord, donde conoció a Ralph Waldo Emerson a través de un amigo mutuo. Emerson, 14 años mayor que Thoreau, tomó un interés paternal en él, asesorando al joven y presentándole a un círculo de escritores locales y pensadores. Emerson fue quien recomendó a Thoreau que escribiera un diario, el cual cultivó hasta sus últimos días. Thoreau se refería a Emerson como “maestro”. La diferencia de edad hace que sea más fácil pensar en ellos como padre e hijo, o mentor y alumno, pero ambos insistieron desde el principio en que la relación real entre ellos había sido de amistad, entendiendo el término en su seriedad, con todo lo que implica respecto a la lealtad, la compañía y la presunta igualdad. Thoreau ya recibía invitaciones para las reuniones de profesores en casa de Emerson, y daban largos paseos juntos.
La admiración de Thoreau por Emerson en el invierno de 1941 no tenía límites, literalmente. Thoreau aparece por completo exento de su acostumbrada armadura de resentida objeción y peculiaridades defensivas, y se muestra conforme por una vez con utilizar el lenguaje sencillo de maestro y pupilo. Se refiere a “mi reciente crecimiento” y a cómo está siempre teniendo que “alzar la mano” para recoger las cosas buenas ofrecidas por “mi amigo”. Y tras la admiración, la estima, la aceptación franca y encantada de la grandeza de Emerson, (palabra que Thoreau nunca usó con facilidad) reside un reconocimiento auténtico de afecto por ambas partes. A principios de febrero, Thoreau anotó maravillado que “el mundo no ha aprendido nunca todo lo que pueden alzarse los hombres unos a otros, cuando maestro y pupilo trabajan ambos en el cariño” .
Concord sufrió una racha de clima invernal glacial a mediados de febrero, durante la cual el termómetro rozó los siete grados bajo cero cinco días seguidos, empezando el 11 de ese mes. Para el día 13, Thoreau se encontraba mal, con un episodio grave de bronquitis, confinado en cama y tratando, según decía, de no dejar que la enfermedad traspasara lo meramente físico. A finales de febrero Emerson fue a visitar a un Thoreau aún enfermo y éste se conmovió profundamente. Había estado pensando en Emerson, en su “grandeza” , en su generosidad, en “el terreno cuestionable que separa el amor y la estima” , en cómo “nada reconcilia a los amigos más que el amor” . Tenía una sensación de apabullante buena fortuna por ser amigo de Emerson, sabiendo tan bien cuánto estimaba Emerson la amistad. La visita de Emerson (debió de haber muchas, pero ésta fue especial) dejó en Thoreau la inenarrable seguridad y la exaltación de saber que alguien a quien el mundo quiere te quiere a ti. Escribió con serenidad: “La vida parece tan hermosa en estos momentos como un mar de verano” . Se sentía satisfecho de ser el pupilo, el discípulo de Emerson, porque era muchísimo más. Emerson sentía un cariño elevado y noble por sus amistades, pero también reconocía e insistía en esa cualidad esencialmente emocional y presente en las relaciones verdaderas entre amigos. Emerson le dio a Thoreau más que ayuda, consejos e ideas, más que incluso que un modelo de escritor con fuertes convicciones: le dio su interés tierno y afectuoso. Thoreau lo registró todo en su diario, que por una vez resulta abierto en términos emocionales. La amistad de Emerson era para Thoreau “una infusión de amor, procedente de una gran alma”.
El 18 de abril de 1841, Thoreau se trasladó a la casa de Emerson. Allí, de 1841 a 1844, sirvió como tutor de los niños. Era también ayudante editorial, reparador y jardinero.
El 24 de julio o 25 de julio de 1846, Thoreau se encontró con el recaudador de impuestos local, Sam Staples, quien le pidió que pagara seis años de impuestos atrasados. Thoreau rechazó pagar debido a su oposición a la guerra mexicano-americana y a la esclavitud, y pasó una noche en la cárcel debido a esta negativa. Al día siguiente, Thoreau fue liberado cuando alguien pagó el impuesto, en contra de sus deseos. No se sabe quién pagó dicho impuesto, pero es muy probable que haya sido el mismísimo Emerson. Cuando Thoreau se encontraba en la celda, Emerson fue a visitarlo, y le preguntó: “¿Qué hace ahí dentro?“. A lo que Thoreau respondió: “¿Qué hace usted ahí fuera?
Con la publicación de A Week on the Concord and Merrimack Rivers en 1849 por parte de Thoreau, empezaron unas pequeñas diferencias entre Emerson y él, dejando su relación suspendida algunas veces, aunque nunca estaban realmente enfadados el uno con el otro, y seguían viéndose.
En el funeral de Thoreau, Ralph Waldo Emerson leyó un largo y conmovedor elogio fúnebre, cuando al terminar se giró y le dio la espalda a la fosa recubierta de tierra, alguien le oyó murmurar: “Tenía un alma maravillosa, tenía un alma maravillosa” .
Muchos años después de la muerte de Thoreau, Emerson sufría ya un avanzado alzheimer, y siempre se hacía la misma pregunta: “¿Cómo se llamaba mi mejor amigo?”