El 9 de septiembre de 1976 Victoria Ocampo arrancaba una carta a su hermana Silvina diciendo: “Yo soy feminista. (…) La suerte de la mujer ha sido una preocupación constante en mi vida y si no lo he demostrado mejor, lo lamento”.
No sabemos exactamente cuáles eran las acusaciones que Silvina había echado en su contra, pero no llama la atención este tipo de denuncias en lo que se refiere al perfil de Victoria Ocampo. Hoy en día la recordamos por su inmensa obra en el medio cultural argentino y, especialmente, por la creación de la revista Sur, pero la relación de Ocampo con el feminismo sigue siendo un área de debate en el que todavía se sigue cayendo en prejuicios y lugares comunes, sin poder ubicarla en el lugar que la historia la ha hecho merecer.
Habiendo nacido en 1890, las tribulaciones del siglo fueron, de alguna manera, las suyas propias y es posible ver de qué forma ella se movió por esa realidad que era la Argentina de principios del siglo XX y cómo la transformó. Sí, es cierto, en su condición de mujer patricia nada le faltó y para muchos, por esta misma característica, parece factible negar que alguien como ella fuera capaz, ni digamos ser feminista, sino siquiera de llegar a producir un cambio real. Pero a través de sus propias experiencias personales – el mandato paterno, el casamiento fallido, las escandalosas relaciones extramatrimoniales y su comportamiento “rebelde” en general – pudo construir, en principio, un perfil transgresor. Habiendo dado el paso inicial en este sentido, la transformación de aquel en activismo era simplemente natural.
Como demostró la historiadora Isabella Cosse, desde principios de la década mujeres de toda ideología, por las razones que fueran, se estaban comenzando a organizar en defensa de sus derechos, pero 1936 fue el parteaguas que polarizó la cuestión entre liberales y conservadoras. En este contexto, Victoria Ocampo – que siempre fue extremadamente hábil a la hora de instrumentalizar los recursos que tenía a su disposición – comenzó a organizarse. En el mes de agosto, en conjunto con otras mujeres amigas de diversas extracciones políticas como María Rosa Oliver, histórica del comunismo argentino, Ana Rosa Schlieper y Susana Larguía fundaron la Unión Argentina de Mujeres (UAM), presidida por la misma Ocampo y pusieron manos a la obra. Rápidamente, la organización creció y extendió su círculo de influencia mucho más allá de lo esperado gracias a una intensa campaña de difusión que incluyó medios modernos como transmisiones radiales, publicación de textos en la prensa y distribución de folletos en la vía pública – situación por la que por lo menos dos mujeres fueron arrestadas. Además, haciendo uso de una retórica convocante y un discurso transversal, la UAM logró expandir su influencia hacia el interior del país, fundándose filiales en Rosario y en Santa Fe, y se asoció con otras ramas del feminismo de origen anarquista y socialista. En cuanto al aporte personal de Victoria Ocampo, es notable como su posición social, algo muchas veces usado en su contra, sirvió para abrirle varias puertas y extender el prestigio de la institución. Por un lado, su nombre habilitó la publicación de textos de su autoría como “La mujer y su expresión” y “La mujer, sus derechos y responsabilidades” en el diario La Nación y, aunque no se mencionaba la relación de Ocampo con la UAM, los lectores del medio se encontraron expuestos a su ferviente defensa de los derechos de la mujer desde el plano de la igualdad. Además, su propia distinción fue lo que le permitió llegar más lejos que cualquier otra activista y, de hecho, concertar entrevistas con varias altas personalidades de la política. De todas las conversaciones, sin embargo, ninguna fue tan memorable (e indignante) para Ocampo como aquella que mantuvo con el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Roberto Repetto, que concluyó con él preguntándole por qué hacía todo esto si no tenía necesidad de trabajar.
Finalmente, sea por la presión ejercida por la UAM y sus aliadas o por la incapacidad del sistema político en el contexto de la “década infame”, el proyecto no salió. Más allá de las razones de su fracaso, Victoria Ocampo se arrogaría esta victoria para ella y la UAM y luego recordaría con orgullo que “unas cuantas mujeres: yo entre ellas, con todo ardor” combatieron en su contra y consiguieron anularla.
Aunque ella se mantuvo al frente de la organización por los próximos dos años y, en conjunto con Susana Larguía, presentó un proyecto de ley que proponía el sufragio femenino, para 1938 Ocampo decidió abandonar la presidencia de la UAM, alegando que varias de sus miembros estaban poniendo la cercanía a un partido político por encima de la lucha por los derechos de la mujer. A pesar de tomar esta decisión, Ocampo de ninguna manera abandonó su activismo.
La llegada del peronismo la encontró en la oposición y, frente al rumor de que Perón aprobaría el voto femenino por decreto y lo usaría con fines partidarios, junto con otras mujeres de la Unión Democrática salió a defender, según su lema, el “sufragio femenino, pero sancionado por un Congreso Nacional elegido en comicios honestos”. Más tarde, mucho de esto quedaría opacado por el advenimiento de Evita, la ley 13010 y el Partido Peronista Femenino, y el trabajo de Ocampo y otras feministas, de acuerdo a sus recuerdos, fue ridiculizado por la primera dama en La razón de mi vida. Así y todo, ella no tuvo reparos, a pesar de lo que digan sus antagonistas, en reconocer avances logrados en materia de género por el gobierno peronista como la ley que equiparaba la condición de los hijos ilegítimos. Tal era su aceptación, que sobre esto llegó a decir: “Si el proyecto de reforma proviniera de mi peor y de mi más cruel enemigo, le estaría aún, y a pesar de todo, profundamente reconocida”.
Para finales de los sesenta e inicios de los setenta, con el advenimiento de la segunda ola del feminismo, que buscaba echar luz sobre la sujeción patriarcal que todavía reinaba sobre la sociedad, Victoria Ocampo, cada vez más comprometida en este sentido, también tuvo un rol preponderante. Una vez más, se ve como usó sus medios para magnificar un mensaje que, de alguna forma, estaba siendo enunciado por varios sectores de la sociedad. El ejemplo más claro de esta actitud, de hecho, ha sido muy discutido recientemente a partir del debate por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo y la agudización de estas polémicas, y se trata de una edición de la revista Sur de 1970 enteramente dedicada a la mujer y sus problemáticas. Este número contaba con artículos de todo tipo, incluido uno de María Rosa Oliver que trataba de las movilizaciones de las feministas estadounidenses en favor del derecho a abortar, y un largo cuestionario realizado a mujeres de todo tipo – muchas de ellas famosas – en el que se argumentaba en favor del derecho de la mujer para decidir sobre su propio cuerpo.
En definitiva, aunque siempre se pueden esgrimir críticas acerca del rol desempeñado por Victoria Ocampo en las luchas feministas y el lugar desde el cual lo desempeñaba, con solo repasar brevemente algunos de sus aportes más importantes al movimiento, queda claro que fue coherente ante todo y que ninguna historia del feminismo argentino estría completa sin su nombre. En este espíritu, casi como si estuviera hablándole a sus detractores en general, en 1970 ella cerraba la carta en la que contestaba las críticas de su hermana Silvina asegurando: “Me parece injusto que me acuses de no haber hecho por la mujer todo lo que hubiese podido hacer. Lo he hecho de acuerdo a mi manera de ver las cosas. Siento de veras haber fallado como vos decís. Pero no ha sido por falta de voluntad. Eso no”.