Pablo Picasso dijo que “el arte es una mentira que nos permite comprender la realidad.” Y la realidad en el caso de la pintura, siempre tiene varios lados: el del objeto pintado, el del pintor y el del espectador.
A través un su cuadro, el artista muestra cómo ve un determinado objeto (¿concreto o abstracto? ¿real o ficticio?). Pero su visión de las cosas está influida por su educación y su experiencia vital. Cómo las enfermedades o minusvalías afectan o modifican la obra del autor es un tema que siempre suscita intrigas. En algunos casos, la asociación es instantánea y se teje una trama alrededor de la “desgracia” como en el caso de Beethoven y su hipoacusia. Pero también Smetana y Fauré sufrieron problemas auditivos, sin que en su obra se pudiesen encontrar rasgos demostrativos de esa afección.
Nada parecería modificar más esa visión del mundo a un pintor, que padecer enfermedades en sus ojos. Relatar la experiencia de Monet puede ser muy ilustrativo, ya que se tienen registros de su historia clínica. Sus problemas fueron minuciosamente relatados por el artista, cuyo estado de ánimo estaba afectado por las idas y vueltas de su cirugía.
Pero fue recién en 1912 cuando su visión cayó notablemente y un oftalmólogo, el Dr. Jean Reviere, hizo el diagnóstico: Cataratas.
Los cristalinos, al opacarse, van adquiriendo un tinte amarillento y con el tiempo marrón rojizo, que actúa de filtro para los colores y modifican, especialmente, la percepción de su color complementario, el azul.
Así fue como sus cuadros fueron adquiriendo un matiz rojizo, Monet solía decir que se habían vuelto “odiosamente falsos”.
Hecho el diagnóstico, Monet, un paciente aprehensivo y poco seguro de sí mismo, buscó el consejo de Clemenceau, el gigante de la política francesa de principio de siglo XX, quien, además, era médico. Comienza una peregrinación a través de las eminencias de la época, buscando la solución mágica a sus problemas. Valude, Pollack, Morax. El gran Liebreich (discípulo de Helmholtz y von Graefe, los fundadores de la oftalmología), había ganado un enorme prestigio al curar de glaucoma agudo a la madre de Eugenia de Montijo, la emperatriz española de Napoleón III. Sin embargo, la única respuesta fue esperar hasta que “madurase” la catarata. Este concepto hortícola ha subsistido hasta el día de la fecha entre los legos. Las técnicas empleadas en ese entonces no tienen nada que ver con las actuales. Se debía esperar que la catarata adquiriese cierta “consistencia” para poder retirarla a través de una incisión corneal de más de 12 milímetros (casi la mitad de su circunferencia). No hacerlo en el momento adecuado aseguraba problemas durante la cirugía. Nada de eso subsiste.
El altísimo porcentaje de éxito de las técnicas permiten elegir al paciente el momento de su cirugía, de acuerdo a la minusvalía que le ocasiona. No era así en esos tiempos. Los porcentajes de las complicaciones eran altísimos y la recuperación lenta. Se debía guardar reposo inmóvil por varios días y, después, utilizar gruesas gafas para compensar la falta de cristalino.
Hoy, es una cirugía con anestesia local, a veces con solo gotitas, sin internación con una rehabilitación casi inmediata, debido a incisiones de solo 4 mm. y con escasa dependencia a las gafas por el uso de cristalinos artificiales (también llamado lentes intraoculares.)
Como la cirugía parecía peligrosa, Monet tenia terror a operarse. Sabía muy bien cómo una de sus amigas, la pintora Mary Casat, había dejado de pintar por una fallida operación. Finalmente, acongojado por sus obras tenebrosas plagadas de marrones que le ocasionaban ataques de furia en los que las destruía, nuevamente decide pedirle un consejo a su amigo Clemenceau.
Era enero de 1923. Monet, como era de esperar, no fue un paciente fácil. Vomitó durante la cirugía. No hizo el reposo indicado. Se quitaba las vendas y se quejó, amargadamente, de la nueva visión que lo invadía de azules y violetas “colores exagerados y terroríficos” que convirtieron su “vida en una tortura”. “Se ve sucio” decía. “Me disgusta, solo veo azules”. Al Dr. Coutela le enviaba terribles cartas acusándole de lo que le pasaba. Sin embargo, el resultado óptico para la época era muy bueno.
Así lo hizo hasta el día de su muerte el 5 de diciembre de 1926.
Lo problemas visuales cambiaron su obra, que se hizo menos figurativa y con colores más audaces. Así, influyó la evolución del arte pictórico hacia el Postimpresionismo y Fauvismo. Propició el comienzo de la pintura abstracta y el expresionismo. Finalizó su obra “Los Nenúfares”, expuesta actualmente en La Orangerie, no solo homenaje al heroico pueblo de Francia, sino al triunfo de la perseverancia de los médicos sobre las enfermedades del cuerpo y el espíritu.