Cuando Berthe Morisot murió, en 1895, Pissarro le rindió homenaje en una carta a su hijo: “Todavía en París, porque quiero asistir al funeral de nuestra compañera Berthe Morisot, quien murió después de un ataque de influenza. Difícilmente pueda concebir lo sorprendidos que estamos todos y lo conmovidos, también, por la desaparición de esta distinguida mujer, dueña un talento tan espléndido, y que honró a nuestro grupo impresionista que se está desvaneciendo, como todas las cosas. ¡Pobre madame Morisot, el público apenas la conoce!”
Cuando la segunda exposición impresionista se inauguró en la primavera de 1876 en París, un crítico de lengua afilada describió a sus participantes como “cinco o seis locos, uno de los cuales es una mujer”. La mujer, por supuesto, era Berthe Morisot, quien a pesar de su género se convirtió en una figura destacada del movimiento artístico más famoso del siglo XIX.
Las curadoras francesas dieron crédito a las académicas feministas de América del Norte por haber ayudado a llamar la atención sobre Morisot a lo largo de las décadas, pero tampoco ha sido destacada propiamente como artista en aquella parte del planeta. En vida, Morisot fue atenta de las muestras y las negociaciones. Fue estratégica sobre los temas que pintaba. Los coleccionistas más importantes compraban sus obras. Pero Berthe, dueña de una holgada posición económica, no necesitaba vender de la manera en que Renoir y Monet tenían que hacerlo. Los distribuidores demoraron más en presionar a una mujer para exhibir o vender, y la artista murió justo cuando las obras impresionistas comenzaron a ser más apreciadas y recogidas. Tal vez Morisot hubiera tenido una influencia más reconocida en las siguientes generaciones de pintores si sus obras hubieran estado a la vista en la primera década del siglo XX, tal como lo fueron las de Cézanne y Monet. Morisot escribió en su diario en 1890: “No creo que haya habido un hombre que haya tratado a una mujer como a una igual, y eso es todo lo que hubiera pedido, sé que valgo tanto como ellos”.
La influencia de Morisot se extendió a importantes poetas y compositores de su época. Uno de sus amigos más cercanos era el poeta Mallarmé, con quien compartía el amor por la brevedad y la música. El poeta Paul Valéry, sobrino de Morisot por matrimonio, vivió su vida adulta en lo que había sido su casa, rodeado de sus pinturas, escribió introducciones para los catálogos de sus espectáculos y representó la tradición continua de comprensión entre los descendientes de ese círculo íntimo. Valéry comentó las similitudes entre el efecto de los lienzos de Morisot y el de los poemas de Mallarmé. “Formados por la nada, multiplican esa nada, una sospecha de niebla o de cisnes, con un arte táctil supremo, la habilidad de un pincel que apenas penetra en la superficie. Pero esa suavidad lo transmite todo: el tiempo, el lugar y la estación, la experiencia y la rapidez que aporta, el gran regalo para aprovechar lo esencial, para reducir al mínimo la materia y dar así la impresión más fuerte posible de un acto mental”.