Gatos con letras

Personajes célebres, seducidos por el hechizo de sus mininos, le dedicaron a sus mascotas hojas vibrantes de afecto donde describieron sus hazañas gatunas o se explayaron sobre sus cualidades, siempre única a los ojos de sus amos.

François-René de Chateaubriand nos habló de su Micetto y Víctor Hugo de Chamoine. Halmilcar perteneció a Anatole France y Lilith a Mallarme, Palemon a Sainte-Beuve y Plutón a Jules Michelet, sin mencionar los gatos de Théophile Gautier, Alejandro Dumas, Renan y Rosseau, entre muchos otros amantes de la sensibilidad felina.

Justamente Rousseau sostenía que “los hombres dominantes no aman a los gatos, porque ellos son libres y jamás consentirán en ser sus esclavos”. Freud al igual que Guy de Maupassant, identificaba a los gatos con las mujeres por su innato narcisismo.

Sir Walter Scott, que amaba a los gatos, afirmó: “seres misteriosos estos animales, pasa más por sus mentes de lo que nos percatamos”. Lewis Carroll incluyó en su “Alicia en el país de las Maravillas” al gato de Cheshire, que tenía la extraña habilidad de desvanecerse en el aire hasta que solo quedaba su irresistible sonrisa flotando en el vacío.

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El gato Cheshire y Alicia.

 

El gato Cheshire y Alicia.

 

 

Edgar Allan Poe tenía dos gatos llamados Cattarina y Plutón. Ellos quedaron inmortalizados en “El gato negro”, donde Poe sostiene que eran “brujas disimuladas”. También participaron en otros cuentos, como “El escarabajo de oro” (1843), “Los crímenes de la calle Morgue”(1841), “La carta robada” (1844) y “La barrica de Amontillado”(1846).

Dickens también era afecto a los gatos, que siempre tuvieron papeles dignos en sus novelas (“Dombey and Son”, de 1848 y “Bleak House” 1853). Oscar Wilde se hizo eco de la pasión felina de los egipcios en su “Esfinge”. También las hermanas Brönte siempre incluían gatos en sus novelas.

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Tumba de Oscar Wilde en Père Lachaise -  Una admiradora, que prefirió continuar en el anonimato, mandó a hacer una escultura con esta imagen para adornar la tumba del escritor.
Tumba de Oscar Wilde en Père Lachaise – Una admiradora, que prefirió continuar en el anonimato, mandó a hacer una escultura con esta imagen para adornar la tumba del escritor.

 

Fue T.S. Eliot quien volcó sus inocultables simpatías hacia los felinos en “Old Possum’s Book of Practical Cats” (1939) base del célebre musical “Cats” -donde se pasean estos prototipos antropomorfizados de felinos canoros como Macavity, Mehitabel y la patética Grizabella-.

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André Malraux
André Malraux

 

André Malraux no se separaba de sus gatos Fourrurr y Lustre, que vagaban indiferentes entre sus libros. Más de una vez se fotografió junto a ellos. Por su parte, Pablo Neruda le dedicó a su mascota preferida la “Oda al gato”. Pero hubo un gato en especial que se llevó los versos más hermosos, Colette:

Dans ma cervelle se promène,

ainsi qu’en son appartement,

un beau chat, fort, doux et charmant.

Quand il miaule, on l’entend à peine,

tant son timbre est tendre et discret;

Mais que sa voix s’apaise ou gronde,

elle est toujours riche et profonde.

C’est là son charme et son secret.

*

En mis cabeza se pasea,

Así como en su apartamento

Un bello gato, fuerte y dulce.

Cuando maúlla se percibe apenas,

a tal punto su timbre es tierno y discreto;

Pero, aunque, su voz se suavice ogruña,

ella es siempre rica y profunda:

Allí está su encanto y su secreto.

Poema LI. LE CHAT, de “Fleurs du Mal ” de Baudelaire, el dueño de Colette.

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Borges y su gato.
Borges y su gato.

 

Jorge Luis Borges tuvo dos gatos llamados Odín y Beppo. Odín, en honor al dios de la mitología nórdica y Beppo, por Lord Byron. En palabras de Borges “se llamaba Pepo, pero era un nombre horrible, entonces se lo cambié enseguida por Beppo, el gato de Byron. El gato no se dio cuenta y siguió su vida”.

No son más silenciosos los espejos

ni más furtiva el alba aventurera;

eres, bajo la luna, esa pantera

que nos es dado divisar de lejos.

Por obra indescifrable de un decreto

divino, te buscamos vanamente;

más remoto que el Ganges y el poniente,

tuya es la soledad, tuyo el secreto.

Tu lomo condesciende a la morosa

caricia de mi mano. Has admitido,

desde esa eternidad que ya es olvido,

el amor de la mano recelosa.

En otro tiempo estás. Eres el dueño

de un ámbito cerrado como un sueño.

Poema “A un gato” de Borges, publicado en “El oro de los tigres”, publicado en 1972.

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Borges
Borges

 

 

A pesar de las hogueras, las procesiones y proscripciones, los gatos siguen prestándonos su compañía, quizás impresionados por los torrentes de tinta que derrochamos para seducirlos, sin que puedan entender una letra de nuestros escritos. Ellos nos miran con sus ojos de ensueño y su espíritu condescendiente, cansados quizás de tantas palabras vanas. Entonces dejan su merecido reposo para lucir ante nuestros ojos asombrados el garbo y elegancia de su figura estilizada.

Caminarán con aire despectivo sobre los libros que en nuestro arrebato les hemos dedicado y en silencios de pisadas mullidas, buscarán una ventana para escapar al basto mundo, donde un grito mudo y misterioso llama a su instinto de amores clandestinos. En su camino acosarán en silencio a ratones, insectos y gorriones y quizás puedan con sus uñas hurguetear las entrañas de sus víctimas con aires de callado entusiasmo.

Después de saciar su sed de libertad y desinhibida sensualidad, nuestros gatos volverán altivos y silentes a la casa donde somos sus huéspedes y en un acto de sublime condescendencia, se posarán sobre nuestro regazo buscando el calor de una caricia ansiosa que calme su necesidad de afectos humanos. Cansados de estos cariños obsecuentes, partirán una vez más en pos de secretas aventuras, luciendo su cola enhiesta y su paso sordo, dejándonos embelesados por los minutos que merced nos han concedido.

Solo volverán de su vagar gatuno cuando el hambre los hostigue a reclamar su ración, alimentándose a nuestras expensas, favor que retribuyeron con su presencia. Nunca caen en la obsecuencia de lamer las manos de aquellos que les damos de comer, ya que existen en este vasto y ancho mundo, muchas, muchísimas mejores cosas para lamer, que nuestras manos de ridículos humanos.

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