Tito, indomable y desafiante

Los ustashas croatas mataban a los serbios, los chetniks (nacionalistas serbios) mataban a los croatas y a los musulmanes. Y partisanos de varias etnias, comandados por Josip Broz “Tito”, combatían a su vez contra todos: ustashas, chetniks y quien pasara por ahí.

En 1943, los partisanos yugoslavos, fortalecidos luego de haber sobrevivido a tres ofensivas de las fuerzas del Eje, ya no sólo conformaban una resistencia sino que transformaron la misma en una revolución. Comenzaron a concentrarse en derrotar definitivamente a los chetniks, cosa que lograron, y hacia fin de año, después de la caída de Italia, la costa adriática yugoslava quedó bajo control de los partisanos. Estos establecieron un gobierno provisional que prohibió volver del exilio al anterior jefe de los chetniks, el mencionado rey Pedro II. Así, Tito, el líder absoluto de los partisanos, se convirtió en mariscal y presidente del Estado.

Tito había sido dirigente de los comunistas de Yugoslavia cuando Alemania atacó los Balcanes. En su momento había hecho un llamamiento para que todos los grupos políticos y étnicos lucharan unidos contra las fuerzas del Eje. Esto no se cumplió del todo, como siempre es de esperar en los Balcanes. Los guerrilleros partisanos de Tito fueron el pilar de la lucha; los chetniks, apoyados por los británicos, también habían luchado contra los alemanes en un principio, pero Dragoljub Mihajlovic, su líder por entonces, se transformó en colaborador de los nazis y la supuesta unión de los yugoslavos se fue al diablo. Una vez liberada la mayor parte de Yugoslavia (lograda principalmente por los partisanos) las fuerzas de Tito seguían aumentando en número, hasta llegar a 250.000 hombres.

Winston Churchill envió una comisión a Yugoslavia para averiguar “quién estaba matando tantos alemanes”; una vez que supo que eran Tito y sus partisanos, Gran Bretaña comenzó a apoyar a Tito, cosa que fue reafirmada después por el resto de los aliados. A mediados de 1944 los partisanos rechazaron la última ofensiva alemana y ya en 1945, unidos a los soviéticos, vencieron finalmente a los invasores alemanes.

En la postguerra, con Europa cada vez más polarizada entre el bloque soviético y el bloque occidental, Tito anunció que permanecería independiente. Pero en realidad no lo fue tanto, porque convirtió a su país en un Estado comunista federal integrado por Croacia, Eslovenia, Serbia, Bosnia, Herzegovina, Montenegro y Macedonia (un conjunto de Estados que no se llevaban demasiado bien entre sí) y se alejó de Occidente, que lo condenaba por su apoyo a los comunistas en la guerra civil griega y por su intento de tomar Trieste hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, además de considerarlo una especie de aliado encubierto de Moscú.

Los comunistas yugoslavos esperaban mucho de la URSS, sobre todo que los ayudaran a industrializar el país, lo que permitiría resolver el problema de la sobrepoblación en el campo y aumentar el desarrollo y bienestar. Sin embargo, esa expectativa inicial se convertiría rápidamente en desilusión cuando los soviéticos presentaron sus propuestas, claramente desfavorables para los yugoslavos. De hecho, la actitud de la burocracia stalinista al final de la guerra con respecto a su nueva “periferia” de Europa oriental y central estuvo marcada por una actitud arrogante de “potencia victoriosa” y por un intento de subordinar el desarrollo de estos países a los intereses de la burocracia soviética. Los comunistas yugoslavos se negaban a aceptar los tratados propuestos por la URSS señalando, con razón, que no los ayudarían a salir del atraso económico y cultural y que, por el contrario, los haría dependientes de la URSS.

Así que Tito decidió alejarse del control soviético en Yugoslavia y se transformó en el primer líder comunista que rompió con Stalin: en 1948, el Partido Comunista de Yugoslavia (PCY) rompió con el Kominform (la organización para el intercambio de información y experiencias entre los partidos comunistas, sucesora de la antigua Komintern, la “Internacional Comunista”). Obviamente, esta decisión de autonomía, que tenía respaldo en la sociedad y entre las masas del país, le molestó mucho a la burocracia soviética.

Tito tenía márgenes de maniobra que los líderes de los partidos comunistas de los otros países comunistas no tenían, ya que los dirigentes comunistas del “Bloque del Este” habían sido impuestos por el poder de Stalin y no por un movimiento revolucionario de masas obreras y campesinas, como había sido el caso Tito y el Partido Comunista Yugoslavo. En este contexto, Tito hizo muchos viajes a otros países socialistas de Europa del este (Rumania, Polonia, Hungría, Checoslovaquia) firmando acuerdos con esos países. La idea que Tito transmitía y buscaba imponer, además, era la de formar una Federación Socialista de los Balcanes.

Obviamente esto no fue bien recibido por la burocracia soviética. Stalin decretó un bloqueo económico y amenazó a Tito con una invasión, pero los yugoslavos se plantaron y se alinearon detrás de Tito. Tito llevó a cabo reformas constitucionales que apartaron más aún a Yugoslavia de la URSS. Descentralizó el gobierno, otorgó a sus Estados más libertad administrativa y económica y aprobó la autogestión de los mismos, convirtiendo en ese entonces a Yugoslavia en el país comunista más liberal de Europa por entonces.

La ruptura y aislamiento de Yugoslavia llevaron a Tito y al Partido Comunista de Yugoslavia a cuestionar el “modelo” stalinista e intentar diferenciarse de este último. Pero aunque posteriormente se hayan hecho muchas reformas, estas no cambiarían demasiado los métodos stalinistas ni muchos de sus conceptos teóricos. De hecho, el gobierno de Tito era una especie de “burocracia creativa”, cuya diferencia con el modelo stalinista era principalmente económica, especialmente con la introducción de la autogestión y ciertos mecanismos de mercado en la economía. Pero la manera de conducir políticamente las acciones de gobierno era autoritaria y personalista, es decir, stalinista al fin.

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