El Gran Espíritu nos dio esta tierra y aquí estamos en casa./ No quiero que roben a mi pueblo…/ Quiero que todos sepan que estoy en contra de cualquier venta de nuestra tierra
Toro Sentado
Es extraño que los hombres blancos se quejen/ porque nosotros matamos a los bisontes./ Lo hacemos para comer y vestirnos,/para mantener nuestros hogares calientes./ Vuestros hijos matan por placer. /Nos llamáis salvajes… ¿Y ellos qué son…?
Toro Sentado
Tatanka Iyotake, jefe de los Hunkpapa Teton Sioux, nació en 1837, en el actual estado de Dakota del Sur. Más conocido como “Toro Sentado”, fue el legendario vencedor del general Custer en la batalla de Little Bighorn en 1876. De joven, formó parte de la Akicita -sociedad secreta conocida como Corazones Valientes- y fue defensor de las antiguas costumbres de su pueblo contra la penetración del hombre blanco. Toro Sentado dio muestras de ser un verdadero líder y consiguió fraguar una alianza con varios jefes sioux y cheyenes, como Caballo Loco, Agalla y Águila Moteada. Los indios se encontraban reunidos en un gigantesco campamento en Little Bighorn cuando, el 25 de junio de 1876, fueron atacados por el 7.mo Regimiento de Caballería al mando del general Custer,[1] en una acción pésimamente organizada. Los pieles rojas, liderados por Toro Sentado, respondieron con estrategia y ferocidad y aniquilaron a toda la caballería.
Aunque ganó una batalla, Tatanka perdió una guerra que estaba irremediablemente condenada al fracaso. Pronto debió entregarse a las autoridades estadounidenses. Él y su tribu fueron recluidos en una reservación y vigilados como animales.
Mejores planes tenía para él William Frederick Cody, el célebre Buffalo Bill. Poco después de la muerte de Custer, Cody -entonces un explorador del Ejército- tuvo un enfrentamiento con Caballo Amarillo, un jefe sioux, al que mató en combate cuerpo a cuerpo. El incidente fue muy promocionado y debidamente magnificado por los medios, que consagraron a Buffalo Bill como un héroe. Era la venganza al general Custer.
Cody, con buena puntería para matar búfalos y aún mejor para hacer negocios, invitó a Tatanka (al que jamás había visto) a integrar su espectáculo Wild West. Este se unió gustoso a la troupe con tal de salir de la reserva. A lo largo del año 1885, el jefe sioux se presentó en el espectáculo ofreciendo desigual pelea. Todas las noches Buffalo Bill salía triunfal y aclamado por la platea, mientras Tatanka era silbado como el renegado vencido. Este espectáculo fue un éxito de taquilla, pero poco duró porque, cansado de ser abucheado cada noche, Toro Sentado pidió volver con su tribu a la reservación. Buffalo Bill, generoso como siempre, le regaló un espléndido tordillo como recuerdo de su paso por el show business.
Tatanka no podía resignarse a sobrevivir en tierras yermas, sin bisontes que cazar ni horizontes que explorar. Cuando en 1890 la mesiánica Danza del Espíritu se diseminó entre los suyos, prometiendo un futuro sin hombres blancos, Tatanka dejó que la noticia se esparciese, lo que reavivó el ánimo guerrero de los más jóvenes. Las autoridades, preocupadas, llamaron a Buffalo Bill para que hablase con su antiguo partenaire, pero los comisionados impidieron la reunión. Si cada vez que un indio se les retobaba tenían que llamar a una estrella del espectáculo, el futuro no parecía muy prometedor. Optaron por una política coercitiva y enviaron a cuarenta y tres agentes a arrestarlo. Mientras lo buscaban, ciento cincuenta de sus indios rodearon al grupo. Tatanka no se resistió: “Hagan de mí lo que quieran”, les dijo, mientras montaba el tordillo que le había regalado Buffalo Bill.
Nadie pudo decir a ciencia cierta cómo comenzó el drama, ni quien fue el que disparó el primer tiro pero, pocos segundos después, Tatanka y doce de los suyos yacían muertos. La tensa espera se convirtió en agresión. Mientras un agente salía en busca de auxilio, los demás se atrincheraron para esperar al ejército, que poco después llegaba a imponer orden. Inmediatamente levantaron todos los cadáveres y se los llevaron al Fort Yates, casi ochenta kilómetros al norte, donde Tatanka, sin ceremonias ni familiares presentes, fue enterrado. Tiempo después, doscientos cincuenta de los suyos, huyendo de la represión gubernamental, fueron acribillados en Wounded Knee, tiñendo la nieve con su sangre.
Por años, sus descendientes reclamaron los restos de Tatanka, sin ser satisfecha esta requisitoria. Uno de sus sobrinos, Águila Gris que, a la muerte de su tío tenía 16 años, consagró su vida a recuperar el cuerpo de Toro Sentado. Todo esfuerzo legal, todo trámite procesal, todo reclamo al gobierno conducía a un obstinado silencio. La causa parecía perdida hasta que, en 1953, se anunció la construcción de un dique sobre el río Missouri. El lago cubriría el precario enterratorio donde yacía Tatanka. Algo debía hacerse. El interés suscitado por el jefe muerto no era solo una formalidad. Varios pueblos de la comarca se disputaban los restos del salvaje para incrementar el turismo. ¿Quién no querría ver a Toro Sentado en su último reposo? Águila Gris tenía otra idea. Tatanka había vivido y había muerto en Great River (Dakota del Sur) y allí se habría de levantar un monumento en su honor.
El problema residía en que el gobierno de Dakota del Norte no quería entregar al jefe sioux, aunque mediase un dictado del Congreso que atendía el reclamo de los familiares de Tatanka. Hasta hubo intentos de soborno a algunos de estos descendientes para que cediesen sus derechos a los otros pueblos, con aspiraciones de albergar la tumba de Toro Sentado.
Águila Gris se mantuvo en su idea primigenia. Tatanka debía descansar entre los suyos, en el lugar donde había nacido y donde había sido asesinado. El gobierno de Dakota del Norte tampoco quería dar su brazo a torcer, aunque los gobernadores de los estados vecinos ya cambiaban mensajes, que habían dejado las cordialidades de lado para adquirir un tono más agresivo. Fue entonces cuando Águila Gris optó por la acción: a sabiendas de que el perdón sería concedido más fácilmente que el permiso, se decidió a actuar…
Convencido de que las negociaciones no llegarían a buen destino, el 8 de abril de 1953, durante una tormenta de nieve, junto a un grupo que él encabezaba, desenterraron lo que quedaba de Toro sentado. En un operativo comando, lo trasladaron al lugar que ya tenían preparado, donde fue enterrado bajo varias toneladas de cemento.
Así pudo cumplir con la tarea que se había impuesto cuando tenía 16 años.
Era de esperar que el gobierno de Dakota del Norte protestase, cosa que hizo sin muchos fundamentos, porque el Departamento de Estado había dictaminado que no podía oponerse a los deseos de los descendientes de Toro Sentado. Igualmente, Águila Gris les cursó a las autoridades de Dakota una invitación para la inauguración del monumento a su tío. Los funcionarios ni se molestaron en recibirlo.
Para mayor consternación del gobierno de Dakota del Norte, el lago proyectado jamás llegó a cubrir el cementerio donde estaba enterrado Toro Sentado.
Sobre las toneladas de cemento que custodian a Tatanka, el escultor Korczak Ziolkowski[2] plasmó la imagen del jefe sioux. Este, al igual que Homero, fue reclamado por siete ciudades, deseosas de lucirse con sus restos. En su pedestal se lee: “Siete ciudades reclamaron al Gran Homero ya muerto, donde alguna vez el pobre Homero mendigara un mendrugo de pan”.
La historia es curiosa y uno puede tentarse de pensar que esta se debe al manifiesto racismo estadounidense, pero ¿sabemos nosotros dónde están Sayhueque, Mariano Rosas, Calfucurá o Catriel? ¿Sabemos a quiénes pertenecieron los centenares de cráneos acumulados en nuestros museos para estudiar las características frenológicas del salvaje americano, escogidos arteramente para estudiar esta pseudociencia? El Museo de La Plata se convirtió en un gran cementerio de indígenas nativos.
Al menos, los sioux saben dónde rendir homenaje a la memoria de un valiente.
[1]. En realidad, Custer no era general; cuando murió, era tan solo teniente coronel. Durante la guerra civil estadounidense, por un error administrativo, fue nombrado general en comisión. Como su desempeñó fue más que lucido y su aspecto más que extravagante, le quedó el grado para la posteridad, mas no para el Ejército estadounidense. Allí no pasó de teniente coronel, ni aun durante los largos diez años en los que no le fue concedido ningún ascenso por problemas con sus superiores y algunos enfrentamientos políticos.
[2]. Este artista polaco-americano también hizo el monumento Crazy Horse, que es la escultura ¡más grande del mundo!
Extracto de libro Trayectos Póstumos de Omar López Mato.