Infancia y juventud de Thomas Cochrane

Thomas Alexander Cochrane nació en Ansfield, cerca de Hamilton, Escocia, el 14 de diciembre de 1775, en el seno de una antigua y noble familia. El título de conde de Dundonald estaba en manos de los Cochrane desde 1669.

Varios de sus ancestros fueron guerreros. El vii conde murió en 1758 durante la guerra de los Siete Años y el octavo en portar ese título falleció en Yorktown, durante la desastrosa campaña del general Cornwalles, en tiempos de la guerra por la Independencia estadounidense.

Conocer los primeros años de vida de Cochrane es clave para comprender la desconfianza -lindante con la paranoia- del futuro almirante, su inseguridad disfrazada de temeridad y la codicia que empujaba sus actos. Thomas, a pesar de sus títulos y noble ascendencia, fue criado en una pobreza con pretensiones, propicia a inducir sentimientos de inferioridad. El futuro marino disfrazaba dichos sentimientos con una arrogancia que, más de una vez, lo empujó al límite de la insubordinación. Desde muy joven, sintió la imperiosa necesidad de contar con medios que le permitiesen superar la paradoja de ser un aristócrata sin un centavo.

La precoz muerte de su madre, cuando Thomas tenía 9 años, lo dejó en manos de su progenitor, un mal administrador e inventor poco afortunado, cuya rigidez lo convertía por momentos en un personaje lindante con lo patético. Probablemente, en estos antecedentes, encontremos la clave de la vulnerabilidad emocional que ocultaba Thomas bajo un extraordinario coraje.

Sir Archibald Cochrane, ix conde de Dundonald, se dedicó a explotar su veta inventiva, aunque en el proceso hiciera desaparecer dos fortunas, la heredada y la de su segunda esposa. El conde desarrolló un método para producir cal iodada, inventó un sistema novedoso y efectivo para fijar pigmentos a las telas, propuso el uso de gas para la iluminación pública, experimentó con fertilizantes artificiales, tinturas derivadas del carbón y métodos para calafatear naves a fin de impedir el ataque de los gusanos[1]. Estos procesos, que pocos años después harían ricos a otros individuos, fueron la ruina del padre de Thomas[2] quien, al final de sus días, le dejó a su primogénito un título (vacío) y un reloj de oro (que no funcionaba).

Ocupado como estaba con sus inventos, el conde de Dundonald poco se ocupó de la educación de sus seis hijos[3], dejada en manos de tutores que no siempre estaban a la altura de los requerimientos de un noble escocés. Cuando tuvo a su disposición la dote de su segunda esposa (Isabella Raymond), envió a Thomas y a sus hermanos a un exclusivo colegio de Kensington. Pero poco duró la prosperidad. En dos años, escasearon los fondos, y la familia se vio obligada a volver a su hogar de Culross Abbey House en Escocia[4], donde los jóvenes continuaron con una educación entre errática e inexistente.

Desde muy joven, Thomas había mostrado su inclinación marinera; años más tarde, contaría entre risas la vez que su padre lo castigó por usar las sábanas de su cama como velas de un improvisado yacht. El problema radicaba en que su padre odiaba el mar y había decidido que Thomas hiciera carrera en el Ejército, la única alternativa que él contemplaba para un joven aristócrata escaso de medios. A fin de impartirle principios marciales, había instruido a uno de los sirvientes de la casa (y antiguo combatiente) para que introdujese al joven en los rudimentos de la vida militar. A su vez, y para reforzar estos principios, su padre obligaba al futuro Lord a usar un uniforme de su diseño: chaqueta azul con vivos rojos y pantalón amarillo, color distintivo del partido Whig, al que el conde de Dundonald adhería. Luciendo esta indumentaria, el joven Thomas era objeto de burlas cuando se paseaba por las calles de Londres. A pesar de sus ruegos, el padre insistió en que su primogénito debía usar ese uniforme y en que ingresase al Regimiento 104 de Infantería de Su Majestad, donde él mismo había prestado servicios en su juventud.

Afortunadamente para Thomas, la escasez de dinero hizo desistir de esa intención a su padre: no tenía los medios para solventar los gastos del novel oficial. Dadas las circunstancias, Archibald terminó aceptando el ofrecimiento de su hermano, el futuro almirante Alexander Forrester Cochrane. Este había tomado el recaudo de anotar a su sobrino para que prestara servicios desde los 12 años en las naves donde había oficiado de comandante.

Esta práctica ilícita era frecuente en la Armada británica, de forma tal que no era extraño que jóvenes de 15 años fuesen oficiales a tan temprana edad y sin haber abordado una nave en su vida.

La Marina toleraba estas y otras irregularidades para que algunos miembros de la aristocracia accediesen a puestos de mando a muy precoz edad. De todas maneras, estos muy jóvenes tenientes y capitanes no tenían mando efectivo; la Armada se encargaba de poner oficiales experimentados a su lado para evitar situaciones desastrosas por falta de criterio, propia de su juventud.

La Royal Navy, además, ofrecía una ventaja para un joven ambicioso y sediento de gloria y dinero: el cobro por las presas. Esta era una actividad remunerativa y una fuerte razón para lanzarse al mar en esas naves tan frágiles y en condiciones tan precarias. El dinero era un gran aliciente y las cifras que se barajaban eran más que interesantes.

El almirante Anson, después de la batalla de Finisterre en 1747, ganó premios por £300.000. El almirante Warren juntó £125.000 durante las guerras napoleónicas. George Pocock se había hecho de £122.500 por la toma de La Habana… y así seguía la lista de dichosos marinos que habían hecho fortuna peleando para Inglaterra.

El 27 de junio de 1793, cuando Thomas abordó el HMS Hind, nave a la que había sido convocado como alférez gracias a los oficios de su tío, lo esperaba el teniente Jack Larmour. Este rudo hombre de mar, oficial ascendido desde su condición de marinero, personalmente se encargó del alférez. Su primera medida fue reducir el gran baúl con el que el joven se había embarcado al tamaño adecuado: ante la mirada desesperada del joven Lord, lo serruchó. Afortunadamente, por las estrecheces económicas en las que había sido criado, Thomas estaba acostumbrado a no tener un trato preferencial y rápidamente se adaptó a su nueva condición de alférez, la culminación de sus aspiraciones juveniles.

El teniente Larmour era, como dijimos, un marino que amaba el mar, que conocía sus secretos y los de las naves que navegaba. Solía quedarse en el barco para repararlo cuando los demás partían de franco. Pronto Thomas lo acompañó en esta tarea. No era raro verlos a ambos con ropas de operario mientras engrasaban, martillaban o pintaban el HMS Hind, como cualquier otro miembro de la tripulación.

En ese año junto a Larmour, el alférez se convirtió en un avezado marino y adquirió una serie de conocimientos prácticos que le servirían en el futuro. Gracias a ellos, el futuro almirante podía sobremaniobrar al enemigo o reparar una nave en condiciones adversas, tal como aconteció en 1799, cuando le fue dado el comando temporal del Genereux, una nave francesa capturada con órdenes de ser llevada a un puerto inglés. Durante la travesía, esta debió afrontar una feroz tempestad que amilanó a la tripulación, salvo al entonces teniente, que trepó a los mástiles para recoger las velas.

Por los siguientes cinco años, Thomas no vio mucha acción. Estuvo asignado al HMS Thetis y, posteriormente, junto a Lord Keith, un viejo amigo de la familia, al HMS Barfleur, nave en la que viajó de Noruega a Estados Unidos. Mientras servía en esta fragata, tuvo un conflicto por un tema menor con su superior, el teniente Philip Beaver. Una palabra llevó a otra y todo terminó en un acto de insubordinación cuando Thomas desafió a Beaver a duelo, ofendido por el trato dispensado. Por esto, fue sometido a una corte marcial que se limitó a amonestarlo por su “falta de cortesía”, gracias a la tolerancia de Lord Keith.

El caso quedó en el olvido, pero fue el primero de los muchos conflictos que le crearían una legión de enemigos en la Armada. El futuro conde, que había soñado con ser marino, se había convertido en un hombre de mar y en un personaje discutido dentro de la Marina británica, por su arrogancia y falta de tacto.

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Lord Cochrane.

Lord Cochrane.

[1] Estos métodos podrían haber revolucionado la marina británica pero, como los arreglos de las naves estaban en manos del Almirantazgo, y ellos cobraban suculentas comisiones por la reparación, desdeñaron la oferta de Cochrane. Aquí arrancaría una de las obsesiones que guiaría la carrera política de su hijo, dispuesto a desenmascarar la corrupción de la Royal Navy.

[2] Se calcula que el IX conde gastó £22.500 de su bolsillo en sus experimentos.

[3] Dos más de ellos se destacaron como militares: Archibald como subalterno de su hermano y John como mayor en las guerras peninsulares.

[4] Según Shakespeare, Lady Macduff y sus hijos fueron asesinados aquí por Macbeth.

Extracto del libro El general y el almirante de Omar López Mato.

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