Era el hombre más poderoso del mundo, el Medio Oriente estaba a sus pies, y el imperio que gobernaba se expandía por el empuje de sus ejércitos. Mas de 25.000.000 de personas dependían de su voluntad. El sultán Solimán al que llamaban “El Magnífico” (o Kanuni entre los turcos) por su poder y su sabiduría, hacía temblar a la Europa Católica, amenazada por su ambición.
Sin embargo, este dueño de riquezas incalculables, que inspiraba pánico en sus enemigos y respeto a sus aliados, había quedado subyugado por la belleza y sagacidad de una esclava, Aleksandra Lisowska, también conocida como Roxelana o “La bruja rusa” (aunque había nacido en lo que hoy es Polonia).
Como todo gran señor musulmán, Solimán era polígamo y disponía de un harem (del árabe harîm, “algo prohibido”) donde se alojaban sus esposas, sean estas concedidas por las intrincadas políticas entre naciones o alimentadas por las esclavas que traían sus ejércitos.
El concepto de harem alimentó la imaginación de los europeos, estimulada por la imposición monogámica cristiana (fácilmente vulnerable por el deseo). El orientalismo artístico describió y pintó a estos serrallos y a sus mujeres en poses sensuales relajadas, y preparadas para complacer los deseos de su amo y señor, con sumisión. Esta lujuria competitiva entre las mujeres del sultán, encerraba el concepto biológico de la biodiversidad y evitar la endogamia en los que se basaba la “pureza de sangre” de las monarquías europeas. Este proceso llevaba a la exaltación de genes defectuosos y enfermedades hereditarias que daría lugar a figuras no aptas para gobernar como la de Carlos II, el Hechizado.
En el serrallo se imponía la exogamia, la reproducción con mujeres de distintos orígenes en un ambiente donde predominaba la concepción de la supervivencia del más apto y la selección natural. Entre las mujeres del sultán se tejían alianzas y venganzas para lograr los favores del hombre y asegurar para su descendencia un puesto prominente y hasta favorecer la muerte de aquellos vástagos del sultán que pudiesen acceder al trono. En el harén la competencia era feroz, un lugar de crueldad darwiniana.
Sin embargo, Solimán desdeñó las delicias conyugales de múltiples mujeres para someterse a la voluntad de una esclava: Roxelana, la hija de un párroco de la iglesia ortodoxa, raptada por los tártaros, venida en Crimea y de allí regalada como odalisca (esclava) en el harem de Selim I, el padre de Solimán. Rápidamente esta vistosa mujer de ojos claros y leonada melena rojiza llamó la atención del príncipe, no solo por su belleza, sino por su inteligencia y buena disposición que le ganó el nombre de Hürrem Sultan, “la que trae alegría”.
Esta preferencia le ganó el odio de las demás mujeres, que veían relegadas las posibilidades de sus hijos de acceder al poder. La esclava debió sufrir agresiones físicas y el desprecio de sus compañeras hasta que en 1528 Solimán y Roxelana se casaron en una magnífica ceremonia, algo inusual, que reconocía un antecedente en la boda de Orhan I, pero ni aún allí se registraba el hecho de que una esclava hubiese ascendido a esa posición de dominio que mantuvo como sultana a lo largo de 30 años.
“Mi mujer de hermosos cabellos, mi amada de ceja curvada, mi amada de ojos peligrosos…Cantaré sus virtudes siempre…”. Así se refería Solimán en un poema que le dedicara a su esposa, convertida en asesora en los asuntos de Estado y, a su vez, en figura controvertida de la historia otomana. Con los años fue eliminando a sus enemigos, a aquellos que se oponían a su poder y el ascenso al trono de sus hijos. Şehza de Mustafa, el primogénito de Solimán, con otra de las mujeres del harem, fue ejecutado por orden de su padre. Acusado de traición. Su ascendencia sobre el sultán y el manejo del poder le había ganado a Roxelana el apodo de “La bruja rusa”.
De los hijos habidos con Solimán, el mayor murió víctima de intrigas palaciegas, dos fallecieron en la infancia, uno fue ejecutado por traición, y su única hija casada con Rüstem Bajá, convertido en gran visir otomano. El cuarto, Selim, fue el heredero de su padre, ascendiendo al trono en 1566 bajo el nombre de Selim II.
Durante el gobierno de Selim II, Constantinopla se declaró vasalla del Imperio otomano que expandió sus fronteras hasta que la batalla de Lepanto frenó las ambiciones de los musulmanes. Esta gran batalla naval, de la que se cumplieron el 7 de octubre 550 años, era el enfrentamiento de distintas concepciones políticas, religiosas y hasta biológicas, ya que se enfrentaba también una concepción endogámica de heredar el poder contra la exogamia, fruto del aporte de distintos orígenes que se mezclaban en los serrallos palaciegos.
Sin embargo, la rigidez de esa “pureza de sangre” europea era fácilmente evitable por las infidelidades y el adulterio. El jefe de la flota cristiana, Don Juan de Austria, era el fruto de una aventura amorosa de Don Carlos V, un hijo bastardo que evitaba así la condena endogámica.
Roxelana sobrevivió 2 años a su marido, muriendo tres años antes de la batalla que salvó a Occidente.
La fama de Roxelana sobrepasó las fronteras, Quevedo y Lope de Vega la mencionan en sus obras, Tiziano pintó su retrato y Franz Joseph Haydn se inspiró en su historia para escribir una sinfonía.
Roxelana fue sepultada en la mezquita que albergan los restos de su marido en Estambul, como había dispuesto antes de morir, eternizando los versos que le dedicara en vida.
“Mi amiga más sincera, mi confidente, mi propia existencia, mi sultana, mi único amor…Cantaré tus virtudes siempre”.