Fue uno de esos asesinatos pensados para causar temor y confusión. A 51 años del crimen de Augusto Timoteo Vandor, el más poderoso líder sindical en la historia del peronismo, sus autores siguen en las sombras, aunque haya sospechas repetidas pero políticamente incorrectas respecto de quienes estuvieron detrás. Nadie se adjudicó de inmediato el magnicidio, y cuando apareció la primera reivindicación, veinte meses después del hecho, la firmó un grupo inexistente, inventado para la ocasión. La causa judicial se extendió por tres años sin producir resultados ni detenidos. Desde entonces, el misterio.
A mediados de 1969, Vandor, apodado “El Lobo”, era uno de los hombres más poderosos de la Argentina. Conducía la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), el sindicato con mayor peso político en un país (y un mundo) en el que la industria dominaba la economía. También era una figura controvertida y con muchos enemigos. Distanciado del máximo líder justicialista (que desde 1960 estaba exiliado en España) había soñado -sin éxito- con erigir un “peronismo sin Perón”. La izquierda lo acusaba de “colaboracionista” y veía en él a la encarnación del “burócrata” sindical que traiciona por dinero a sus representados. La derecha y cierto periodismo aplaudían su vocación moderada y negociadora. De Perón llegaban mensajes contradictorios. El más reciente hablaba de una reconciliación: meses antes el Lobo había vuelto al redil del conductor y respondía a sus órdenes. Esa reconciliación no estaba en los planes de quienes, en ambos extremos, apostaban a radicalizar posiciones y profundizar los enfrentamientos, tomando siempre al peronismo como bandera o excusa.
LOS HECHOS
Poco después de las 11.30 de la mañana del 30 de junio de 1969, de tres a cinco hombres entraron en la sede de la UOM en Capital Federal haciéndose pasar por policías y empleados judiciales. Con insólita rapidez dominaron a la custodia y a los presentes (entre 12 y 20 personas) y subieron al despacho del secretario general en el primer piso. Cuando Vandor se asomó, le dispararon cinco veces. Después dejaron un explosivo en la oficina y salieron con la misma facilidad con la que habían entrado. Minutos más tarde la bomba destruyó parte del edificio. Los asesinos se esfumaron sin dejar rastros.
¿Quiénes fueron? El crimen lo reivindicó en febrero de 1971 un inexistente Ejército Nacional Revolucionario (ENR). Tres años después, en la revista El Descamisado, órgano de prensa de la banda Montoneros, ese grupo imaginario publicó el relato completo de lo que llamaron “Operación Judas”. Era un texto con el tono habitual de las publicaciones guerrilleras: una mezcla de crónica periodística y panfleto de propaganda, repleto de episodios inverosímiles y algunos datos reveladores.
La tardía confesión no resolvió el enigma. Como Vandor había sido hombre de múltiples enemigos, también fueron diversas las teorías sobre su asesinato. Se habló de “hampones sindicales”, de “grupos maoístas”, de mercenarios argelinos. Sectores peronistas ortodoxos sospechaban (y siguen sospechando) de una facción del gobierno del general Juan Carlos Onganía, mientras que no se descartaba la acción de agentes de inteligencia extranjeros. De a poco, sin embargo, se fue creando un vago consenso acerca de que los ejecutores habían sido proto-guerrilleros alineados con la “izquierda peronista”. En 1982 el británico Richard Gillespie en su clásico Soldados de Perón corroboró esa impresión y agregó que el ENR era en verdad un sello que encubría a la banda Descamisados, que sí tuvo una existencia real antes de unirse con Montoneros.
Hubo que esperar hasta 1986 para que aparecieran nombres. Los publicó el periodista Eugenio Méndez en el anexo de Aramburu, el crimen imperfecto, un libro explosivo por su versión alternativa sobre el papel (accesorio) que habrían tenido los Montoneros primigenios en el secuestro y asesinato del ex presidente de facto en 1970. Para reforzar la tesis revisionista, Méndez incluyó el texto completo de la “Operación Judas” aparecido en 1974, junto con un breve comentario propio en el que explicaba el crimen de Vandor y enumeraba a sus presuntos autores.
Según esa versión, el magnicidio había sido tramado por el periodista Rodolfo Walsh, enemigo jurado de Vandor y director del semanario CGT, que en 1968 editaba la CGT de los Argentinos, enfrentada al “vandorismo”. Los ejecutores fueron Raimundo Villaflor, Carlos Caride, Horacio Mendizábal y Dardo Cabo, hijo del histórico líder sindical metalúrgico Armando Cabo e integrante del comando nacionalista que en 1966 secuestró un avión y lo desvió a las Islas Malvinas (el “Operativo Cóndor”), hecho resonante por el que había estado tres años detenido. Otros tres participantes habrían sido -siempre según Méndez- Eduardo De Gregorio, Roberto Cirilo Perdía y Norberto Habegger, a los que ubicaba en la agrupación Descamisados.
Todos los nombrados alcanzarían funciones de relevancia en las bandas guerrilleras de los años ’70. Todos menos Villaflor confluyeron en Montoneros luego de pasar por grupos menores. Salvo Perdía, quien sigue vivo y nunca integró Descamisados, el resto murió en combate o en cautiverio entre 1976 y 1979, incluso De Gregorio, cuyo nombre correcto era Oscar y no Eduardo.
Varios años después de aparecido el libro, Méndez decía en confianza que la fuente de esos datos (cuyo nombre se reservaba) había sido el jefe de redacción de una revista argentina a quien Cabo, que era su amigo, le habría confesado su participación. “El que le tenía un profundo odio a Vandor en el grupo era Walsh y él fue quien realizó toda la planificación hasta en los mínimos detalles. Yo estuve en la acción directa”, habría dicho Cabo según lo que Méndez sí publicó en su obra.
OTRAS VERSIONES
Ese es el origen, nunca reconocido, de la mayoría de los textos que circulan en Internet sobre el magnicidio. También nutrió a muchos de los libros que se publicaron sobre el caso en los últimos treinta años. Aunque ninguno se animó a involucrar a Walsh. Viviana Gorbato descartó la posibilidad con una simple frase en el final de la última nota al pie de Vandor o Perón (1992), una biografía breve y ecuánime. El periodista Andrés Bufali sólo lo insinúa en un pasaje de Con Soriano por la ruta de Chandler y otras crónicas de los setenta (2004). Santiago Senén González y Fabián Bosoer lo citan como una hipótesis (pero sin mencionar a Méndez) en su completo Saludos a Vandor (2009). En Cinco balas para Augusto Vandor (2005), Alvaro Abós eligió novelar una teoría muy parecida.
Otros autores escribieron en disidencia con la hipótesis. El periodista Roberto Bardini, que de Tacuara pasó al “peronismo revolucionario”, publicó hace años un artículo en Internet para desmontar las “siete falacias” sobre la participación de Dardo Cabo en el magnicidio, otra vez sin mencionar el libro de Méndez. Ernesto Salas hizo lo propio con su biografiado en Norberto Habegger: cristiano, descamisado, montonero (2011). En Montoneros: la buena historia (2005), José Amorín, uno de los fundadores de esa organización guerrillera, cambia los nombres pero no la sustancia. Señala que los asesinos fueron “seis o siete compañeros” de trayectoria sindical y vinculados a la CGT de los Argentinos. Agrega que “alguien” le comentó que ese grupo “estaba íntimamente relacionado o influenciado por Rodolfo Walsh”. Amorín los conoció y participó de al menos una acción armada con ellos. Uno de sus integrantes era, curiosamente, el escritor Dalmiro Sáenz.
Vandor, Aramburu, Rucci. La izquierda setentista siempre ha tenido problemas con esa clase de crímenes. Primero los niega y después los reivindica tarde y a medias. Las sospechas cruzadas les complican las cosas. En el caso de Vandor, la posible intervención de Walsh agrega un escollo insalvable. El autor de ¿Quién mató a Rosendo?, pese a todo lo que conocemos ya acerca de su frondoso prontuario terrorista, debe permanecer en el recuerdo como víctima, nunca como victimario. Por eso los datos sobre las operaciones en las que participó “se reconocen en off y se desmienten públicamente”, apuntó con razón el periodista Gustavo Noriega en su Diccionario crítico de los años 70. El mito no puede contaminarse.
Al margen de sus autores o inspiradores, hay algo indudable sobre el misterioso asesinato de Augusto T. Vandor: fue un hecho que espantó al país y lo hundió en una orgía de violencia que de ningún modo era buscada por las grandes mayorías, esas que decían representar los asesinos declarados u ocultos.
Nota publicada originalmente en: http://www.laprensa.com.ar/477957-Quien-mato-a-Augusto-Vandor.note.aspx