Las tres bodas de Marilyn

Su primera boda fue la de una niña que busca sobrevivir, la segunda la de una estrella consagrada y la tercera la de una mujer que lucha por su libertad. Los tres matrimonios de Marilyn Monroe, con sus desgracias, sus pequeñas alegrías y sus fracasos, nos permiten adivinar a la persona real que hay detrás del mayor icono del siglo XX y, todavía, de nuestros días.

“Dejé de ser “huérfana” a los 16 años porque me casé”. En estas crudas palabras resumía Marilyn Monroe el final de la infancia de Norma Jean, la niña que fue, en My story, la autobiografía que escribió junto al guionista Ben Hecht en 1954 y que no sería publicada hasta 20 años después. Siempre se habla de la desgraciada infancia de la estrella como explicación de las muchas carencias emocionales que sufría, un origen que forma ya parte indisoluble del mito. Y, como sucede a menudo con historias tan famosas, la realidad se funde con la leyenda y queda una vaga idea de lo que ocurrió, aunque casi nadie pueda precisar los detalles. Escuchar a la protagonista narrar su propia vida resulta tan impactante como conmovedor. Norma Jean nunca conoció a su padre, y no es cierto que su madre le dijera que era Clark Gable; le enseñó una única fotografía de un hombre que se parecía al actor, y como no tenía más imágenes de su padre, la niña comenzó a coleccionar fotos del astro porque era lo más similar a una referencia paterna. Norma nunca tuvo un hogar al uso: sus primeros recuerdos son de ir de acá para allá, con familias adoptivas que se hacían cargo de ella a cambio de una asignación, personas pobres que tenían hijos propios para las que la niña debía trabajar, limpiar y crecer dando pocos problemas y sabiendo que siempre era la última en la escala de la casa. “Viví entrando y saliendo del orfanato”, cuenta ella misma. “La mayor parte del tiempo me colocaban con una familia que recibía cinco dólares semanales por cuidarme. Me mandaron a nueve familias antes de que concluyera mi orfandad legal”. También vivió por temporadas con su madre, Gladys Baker, que trabajaba cortando celuloide en los estudios de Hollywood (el destino bien marcado desde el principio), pero una recaída en la esquizofrenia de su madre, que también habían sufrido su abuela y su bisabuelo, llevó a que la internasen para siempre en un hospital psiquiátrico, en los tiempos en los que todavía se llamaban manicomios y poseían todavía más siniestras resonancias. Norma Jean presenció cómo los loqueros se llevaban a su madre, que gritaba y reía en la entrada de la casa que había intentado construir para ella (la única hija de la que tenía la custodia, pues su anterior marido se había quedado con sus dos primeros hijos), y toda la estabilidad que había disfrutado durante un breve período se esfumaba. Grace, una amiga de su madre, se convirtió en su tutora legal, pero también era pobre, por lo que Norma siguió pasando por familias de acogida hasta que al cumplir los 16 “tía” Grace le sugirió que se casara con el hijo de los vecinos, Jim Dougherty. El motivo era tan simple como que la familia con la que vivía en aquel momento iba a mudarse, y la niña tendría que volver al orfanato y a otro destino incierto. En Blonde, la novela inspirada en el personaje, de Joyce Carol Oates, la boda es un arreglo de los adultos para evitar que el padre de la casa en la que reside entonces la niña acabe acosándola, porque las mujeres presentes se han dado cuenta de que la mira con deseo. La vida real había sido más cruda: en sus memorias Marilyn cuenta que a los nueve años el inquilino de una casa en la que vivía abusó de ella y luego le arrojó una moneda de cinco centavos para que se comprara algo y dejara de llorar.

La boda se celebró el 19 de junio de 1942; ella vistió un clásico traje de novia blanco con velo y ramo de rosas blancas símbolo de inocencia, una “novia niña”, en sus propias palabras. Las imágenes parecen las de una de tantas parejas jóvenes a las que la segunda guerra mundial había apremiado a casarse porque no había tiempo que perder. “Fue como retirarse a un zoológico”, narra Marilyn. “Nuestro matrimonio fue una especie de amistad con privilegios sexuales. Más tarde descubrí que los matrimonios suelen ser eso, y que los maridos tienden a ser buenos amantes solo cuando engañan a sus esposas”. En seguida, Jim entró en la marina y Norma comenzó a trabajar en una fábrica de paracaídas, donde por su físico espectacular le sacarían unas fotos para el departamento de propaganda bélica que serían el germen de su carrera. Y en cuanto acabó la guerra y el marido volvió a casa, quedó claro que aquella pareja no tenía sentido. “Mi matrimonio no me procuró ni felicidad ni sufrimiento. Con mi marido apenas hablaba. No es que estuviéramos enfadados, es que no teníamos nada que decirnos. Lo más importante que conseguí fue acabar para siempre con mi condición de huérfana. Estoy agradecida a Jim por ello”.

marilyn.jpg

Retrato de la boda de Norma Jean con Jim Dougherty.

Retrato de la boda de Norma Jean con Jim Dougherty.

“Aquí acaba la historia de Norma Jean. Jim y yo nos divorciamos. Me fui a vivir por mis propios medios a una habitación de Hollywood. Tenía 19 años y quería descubrir quién era”. La joven se mudó a ese barrio no por casualidad; buscaba seguir lo único claro que tenía, su vocación de actriz. Como a su madre también, estaba deslumbrada por el brillo de las estrellas con las que se había criado, como su admirada Jean Harlow, de infausto destino. Ignoraba que en la colección de historias de terror que suele ser Hollywood, la suya iba a ser la más famosa, la más paradigmática, la más triste. “Al decir “aquí acaba Norma Jean” me he sonrojado, como si me hubieran pillado contando un embuste”, contaba en My story. “Porque aquella niña triste y amargada que creció con excesiva rapidez casi nunca está fuera de mi corazón. Con el éxito rodeándome, aún puedo sentir sus ojos asustados mirando a través de los míos. Sigue diciendo “nunca viví, nunca me amaron”, y a menudo me siento confundida y creo que soy yo quien lo está diciendo”.

Cuando se casó por segunda vez, ya era Marilyn Monroe, rubia, famosa, una estrella taquillera y una bomba sexual. Su sueño se había hecho realidad y había descubierto que en vez de darle felicidad y sentido a su existencia, seguía tan insatisfecha y frágil como antes. Famosas son sus palabras “Hollywood es un lugar donde te pagan 1.000 dólares por un beso y 50 centavos por tu alma. Lo sé porque rechacé la primera oferta bastante a menudo y cobré siempre los 50 centavos”. En esta ocasión, su marido era todavía más famoso que ella: se trataba de Joe DiMaggio, el jugador de baseball más famoso de Estados Unidos y, todavía hoy considerado uno de los mejores de todos los tiempos. A Marilyn le sonaba vagamente el nombre cuando amigos en común propusieron que fuesen a cenar juntos al restaurante Chasen. Ella no tenía demasiado interés en conocerle: “No me gustan los hombres con trajes chillones, con americanas cruzadas y grandes músculos y corbatas de color rosa. Me ponen nerviosa”. Por suerte (o desgracia) para él, DiMaggio no respondía al estereotipo de deportista de éxito. Era un señor muy serio y reservado que tenía, sin demandarla, la atención y respeto de todos los presentes. “Los hombres de la mesa no alardeaban ni contaban sus historias para llamar mi atención. Era a DiMaggio a quien cortejaban. Esto era una novedad. Ninguna mujer jamás me había ensombrecido tanto con anterioridad”. Joe y Marilyn empezaron a salir y en pocos meses decidieron casarse por motivos prácticos. “No podíamos seguir para siempre como un par de amantes que iba de un lado a otro. Podía empezar a dañar nuestras carreras”, explicaba ella. Así que fue él quién propuso al final: “Tienes todos estos problemas con el estudio y estás sin trabajo, ¿por qué no nos casamos ahora? Tengo que ir al Japón para unos asuntos de béisbol y podríamos aprovechar el viaje para la luna de miel”. Así es Joe, siempre frío y práctico”.

Marilyn y DiMaggio se casaron el 14 de enero del 54 en San Francisco. Quizás este sea su vestido de novia más icónico aunque sea el menos clásico, un muy sencillo y sobrio traje marrón de lana con cuello de pelo. En el 99 sería subastado por 33.350 dólares, y en la película Jóvenes prodigiosos, del año siguiente, la chaqueta tenía su propia línea de guion. “Todavía no sé lo que le parezco a Joe. Es un hombre al que le cuesta hablar. Lo que Joe es para mí: un hombre cuyo aspecto y carácter me gustan de todo corazón”, escribía ella al poco de casarse. Según el libro Joe and Marilyn: Legends in Love, de C. David Heymann, Marilyn le dijo a una reportera, “Exceptuando la de Joe, he chupado mi última polla”. A menudo se habla de esta relación de pareja como una muy romántica historia de amor. Siempre se menciona que DiMaggio siguió llevando flores a la tumba de su última esposa hasta su final, y que fue el único hombre que la quiso de verdad. “Eso es amor”, escriben todavía hoy los medios. Desde luego, el matrimonio supuso un boom publicitario para la ya híper publicitada trayectoria de Marilyn. El retirado jugador era lo más parecido a un héroe americano, incluso había aparcado su carrera para alistarse en el ejército durante la guerra, y pertenecía a la típica familia extensa italoamericana que le podría dar a ella, en palabras de un documental del 63, “los cálidos lazos familiares de los que ella había carecido de niña”. Eran además dos símbolos del bienestar y la pujanza económica, cultural y social de Estados Unidos de la época. Pero también representan algo más oscuro, la imposibilidad masculina de aquel momento para lidiar con el éxito y las implicaciones de ser una estrella como Marilyn Monroe. Y si es una historia de amor, lo es también de posesión y violencia. Nada más llegar a Japón para la luna de miel, DiMaggio se encontró con que pese a que el baseball era allí un deporte muy popular y estaban en el país para que él hiciese negocios, la prensa y el público aclamaba todavía más que a él, a su esposa. Cuando ella fue invitada a ir a Corea a actuar en las bases americanas, él aceptó porque así ella tendría algo que hacer mientras él se pasaba el día en reuniones. Las actuaciones de Marilyn ante 60.000 soldados se convirtieron en un hito de la cultura pop que sería emulado cientos de veces después (véase Marta Sánchez en la guerra del Golfo) y llenaron a DiMaggio de celos y cierta envidia. No le gustaba que la actriz atrajera un interés tan constante, pero ese interés era clave en su carrera. “Veremos cómo resulta esto”, cuenta ella que le dijo su marido. “Había un buen número de cosas que debían “resultar”. Una de ellas era el escote de mis vestidos y chaquetas. Cedí en esto. Ya no llevo vestidos escotados. En su lugar tienen una especie de cuello. El escote llega a unos centímetros de mi mentón”.

200137.jpg

Marilyn en su boda con Joe Dimaggio.

Marilyn en su boda con Joe Dimaggio.

Pero había momentos en los que Marilyn no podía dejar de ejercer el papel de sex symbol que le habían adjudicado o que ella misma había ayudado a construir. Durante el rodaje de la escena más famosa de La tentación vive arriba, su personaje se situaba sobre una boca del metro y la corriente levantaba su vestido plisado blanco dejando al descubierto sus piernas. La madrugada del 15 de septiembre del 54 se congregó a una multitud de fotógrafos y hasta 2000 admiradores en el cruce de la avenida Lexington con la 42, en Nueva York, para grabar la escena. Al final se terminaría rodando en un plató, pero las fotos y el eco de aquella noche fueron una publicidad excelente. DiMaggio estaba presente al principio, pero los silbidos, piropos y palabras soeces del público hicieron que se retirase, furioso. No podía aguantar ver a Marilyn contoneándose hasta enseñar las bragas blancas ante una multitud. “Mi esposa acaba de hacer un striptease en Lexington Avenue”, dijo. Repitieron el número tres veces. Aquella noche el matrimonio se peleó a gritos en el hotel St. Regis en el que se alojaban, y al día siguiente Marilyn apareció con los ojos hinchados. Dijo que su marido la había pegado. No era la primera vez. Joe Junior, el hijo de DiMaggio, cuenta en el libro de C. David Heymann que durante una visita a su padre (en las que de forma habitual él no le hacía ni caso y le dejaba al cargo de su esposa), se despertó una noche oyendo discutir a la pareja, y cuando se asomó a la ventana vio a Marilyn huyendo en bata por el jardín hasta que DiMaggio la agarró por el pelo y la arrastró al interior de la casa. Que la pareja tenía problemas serios era un secreto a voces. La revista Confidential publicó que DiMaggio había contactado con Sinatra (que también sería amante de Marilyn) para que le ayudase a probar la infidelidad de su mujer con su entrenador de voz Hal Schaefer. En octubre del 54, apenas nueve meses después de la boda, anunciaban su separación. “Se debe a un conflicto de carreras profesionales”, declaraba el abogado ante los micrófonos junto a una desconsolada Marilyn. No era el final de su romance, ni mucho menos. De hecho, al estreno de la película La tentación vive arriba acudieron juntos, y DiMaggio nunca aceptó del todo la ruptura; retomaron su relación e incluso él albergaba esperanzas de volver a casarse. En un episodio más creepy que escapa de la narración oficial, el libro de Heymann recoge el testimonio de una azafata muy parecida a Marilyn que salió con DiMaggio un año después del divorcio y a la que el astro mostró una muñeca de porcelana y caucho a tamaño real réplica del cuerpo y la cara de la estrella: “Es Marilyn la magnífica. Puede hacer todo lo que hace Marilyn excepto hablar”, le dijo DiMaggio a la azafata. “¿Puede hacer el amor?”, preguntó ella. “Absolutamente. ¿Te gustaría ver una demostración?”.

El tercer y último matrimonio de Marilyn es quizá el más simbólico de todos. Es fácil relacionar el giro en su carrera por el que dejó la Fox como una fugitiva para establecerse en Nueva York y tomar clases de interpretación en el Actor’s Studio con su romance con uno de los artistas e intelectuales más respetados de su época, el dramaturgo Arthur Miller. Este amor pilló por sorpresa a muchos y se hicieron chistes a su costa en la línea de “la bella y la bestia” o “la rubia tonta se vuelve lista”. De la luminaria de Hollywood, puro sexo y pura vulgaridad, a los escenarios teatrales más introspectivos, en busca de respeto y autorealización. La insatisfacción de Marilyn ya venía de tiempo atrás, porque como ella misma escribió, “¿De qué sirve ser una estrella si te obligan a interpretar algo de lo que te avergüenzas?”. Durante la navidad del 54, poco después de la ruptura con DiMaggio, Marilyn abandonó Hollywood junto a su amigo el fotógrafo Milton Greene. Buscaba independencia y quería más dinero. Era la estrella más taquillera del momento y consideraba -con razón- que no se le pagaba un sueldo justo. Hoy en día, que una mujer pelee por su salario y un contrato a su altura se considera algo loable y aplaudible, a reivindicar, pero que en los 50 lo hiciese Marilyn la volvió objeto de críticas de todos los tabloides, que la tildaron de desagradecida y ambiciosa, “la puta que no sabía actuar”. El plan era fundar una productora junto a Greene con la que poder acceder a papeles de más enjundia en mejores películas. Mientras, la rubia estrella viviría con la familia como una más, junto a su esposa Amy y su hijo Joshua. Aquella fue una etapa feliz y de extraña armonía para Marilyn, acogida como una amiga, una hija y una socia en el hogar, pero aquello tuvo que desaparecer cuando apareció Arthur Miller.

La primera vez que el escritor vio a la actriz fue durante el rodaje de una película llamada El gran impostor, estrenada en 1951. “Yo lo he olvidado pero él dice que yo estaba llorando”, contaba ella. La siguiente vez sería con Elia Kazan como testigo, en visitas a los platós de magnates como Jack Warner y Harry Cohn (que le tenía manía porque cuando ella era una joven anónima aspirante a actriz él la había invitado a pasar un día con él en su yate a cambio de apoyo profesional y ella lo había rechazado), ya metido Miller en el negocio del cine como adaptador y guionista. “El rostro de Marilyn parecía hinchado y no particularmente hermoso”, escribe en Miller sus memorias Vueltas al tiempo, “pero apenas podía mover un dedo sin que el corazón se extasiara ante la belleza de sus curvas”. La sexualidad que la mujer emanaba, incluso a su pesar, es una constante en las descripciones de los hombres hacen de ella, incluido el afán que nacía en algunos por protegerla. Miller cuenta que en una visita a una librería a donde acudieron porque ella quería leer Muerte de un viajante, “vi por rabillo del ojo que un hombre, chino o japonés, la miraba con fijeza desde el pasillo contiguo mientras se masturbaba por encima del pantalón. Ella no se había percatado y la alejé inmediatamente del individuo. Llevaba una blusa y falda normales, de ningún modo provocativas, pero aun en un sitio como aquel, con la atención apartada de sí misma, el aire que la rodeaba estaba electrizado”.

En sus memorias, Miller hace prodigios con el idioma para explicar su culpabilidad por estar casado con su novia desde el instituto Mary Slattery y sentirse atraído por otra mujer. Tras su primera despedida, en el aeropuerto, narra: “Una retirada hacia el baluarte de la moralidad y las buenas costumbres, desde luego, pero no necesariamente hacia la verdad. Volaba hacia casa con el perfume femenino aún en las manos y caí en la cuenta de que mi inocencia era formal exclusivamente, descubrimiento que me entristeció, aunque con él despuntó la certidumbre de que, al fin y al cabo, era capaz de sumergirme en la sensualidad hasta la cabeza”. No menciona las numerosas llamadas telefónicas que se dirigieron ni en qué momento y circunstancias se convirtieron en amantes, pero el hecho es que lo hicieron, y eso trajo el final de su matrimonio con Mary, todo en un momento de máxima tensión pues Miller estaba siendo investigado por el Comité de actividades antiamericanas, acusado de comunista. Eran los duros tiempos de la caza de brujas, de la lista negra, uno de los episodios más negros de Estados Unidos y de Hollywood en particular, algo que él mismo había plasmado de forma genial en Las brujas de Salem. Ante la certeza de que iban a llamarle a declarar para que diese nombres de algunos de los comunistas que había conocido en reuniones en el pasado -como había hecho Elia Kazan-, Arthur Miller se dio cuenta de que necesitaba un golpe de efecto ante la opinión pública. Y lo tenía en la mano. Anunció que iba casarse con Marilyn Monroe y que darían una rueda de prensa para hablar del tema. El asunto es que la misma Marilyn se enteró de que iban a casarse por la prensa. La comparecencia tuvo lugar el 21 de junio del 56; pocos minutos antes de que empezase, Mara Scherbatof, una corresponsal del París Match, murió en un accidente de coche. Su cadáver ensangrentado quedó tirado en la carretera y Marilyn lo vio todo, en lo que parecía un siniestro presagio para un día que tenía que ser feliz. Durante el acto, la pareja anunciaba sus planes de futuro (incluida una mudanza a Londres para rodar El príncipe y la corista), Marilyn aparecía enamorada y orgullosa de su marido y su lucha contra McCarthy. Lo estuvo siempre, incluso cuando los ejecutivos le aseguraban que el apoyo a tan peligroso elemento causaría su caída en desgracia. Más bien fue al revés, que ella se mantuviese a su lado ayudó a que Miller saliese indemne pese a negarse a dar nombres, al contrario de lo que ocurrió con otros artistas. Miller había aprovechado la fama de su pareja para conseguir la simpatía de los medios hacia su noble causa, pero su deslumbramiento por ella era real: “Marilyn era para mí por entonces un torbellino de luz, toda ella paradoja y misterio tentador, vulgarota unas veces y otras elevada por un sensibilidad lírica y poética que pocos conservan después de la adolescencia”.

Tuvieron dos ceremonias de boda, una civil el 29 de junio del 56 y otra religiosa, el 1 de julio, en casa de Kay Brown en Westchester (la legendaria scout que compró los derechos de Lo que el viento se llevó y agente de Miller). Marilyn apareció vestida con un sencillo y ceñido trae blanco con escote y velo. En seguida partieron todos hacia Londres, acompañados de Paula Strasberg, esposa de Lee y tutora de Marilyn en el método, los Greene y la psicoanalista de Marylin. El rodaje de El príncipe y la corista fue un infierno, en parte porque acrecentó todas las inseguridades de la estrella, en parte por la falta de conexión con su partenaire Laurence Oliver (acérrimo enemigo de Strasberg y del método, a los que consideraba una secta), en parte por los constantes retrasos y ausencias de la actriz, en parte por las tensiones entre Milton Greene y Arthur Miller. Demasiados motivos. Miller se había erigido en la misión de reivindicar a Marilyn como lo que ella quería ser, una actriz seria, y quería tomar las riendas de su carrera y procurarle el respeto del que carecía: “En todos los artículos que hablaban de ella, incluso en los elogiosos, apenas se encontraba una frase que en el mejor de los caso no fuera de condescendencia, y casi todos parecían haber sido escritos por cretinos babosos que solían hacer como si su estimulante erotismo la convirtiera en poco menos que una ramera, y subnormal por añadidura“. Amy Greene es escéptica sobre el papel de Miller en la vida profesional de la estrella, como cuenta en un documental sobre el asunto: “Era un extraño en un mundo extraño. Siempre estaba totalmente al margen porque no podía contribuir en nada. Después ella comenzó a comprender que, una vez más, había cometido un error en su vida privada. Y aparecieron las píldoras. Había vuelto a tomar somníferos porque no podía dormir, estimulantes porque no podía despertarse, y a beber champagne. Un desastre“. Donald Spoto, biógrafo de Marilyn, ratifica: “Como todas las estrellas de la época, Marilyn recibía de su estudio píldoras para despertarse. Era algo que no ayudaba a establecer acuerdos de negocios claros y eficaces o relaciones personales tranquilas y serenas”. Al malestar general se unió que Miller estaba convencido de que su esposa tenía un romance con Milton Greene, y la obligó a elegir entre mantener su relación y su acuerdo profesional, o él. Marilyn eligió a su marido, claro. Amy Greene es tajante sobre el tema: “Milton nunca tuvo un romance con Marilyn, nunca. Porque yo confiaba en Marilyn. Todas las mujeres de América comprenderán lo que quiero decir; ella, como amiga mía, tenía tantos principios morales que nunca en la vida se habría ido a la cama con Milton”. Miller no menciona en su autobiografía nada de esto, sino que acusa al fotógrafo de mangonear las cuentas de la actriz a su provecho; cuando ella se dio cuenta de esto, se produjo la ruptura. Al final, la productora Marilyn Monroe Productions se disolvió tras dos películas, Bus Stop y El príncipe y la corista. Fueron dos de las mejores de su filmografía y, sobre todo en el caso de Bus Stop, en las que ella brilla más como actriz.

200138.jpg

Marilyn, en su boda religiosa con Arthur Miller.

Marilyn, en su boda religiosa con Arthur Miller.

La pareja se estableció en Connecticut y durante un tiempo, sin que ninguno trabajase, fingieron llevar la vida estable de una pareja convencional. Entre sus objetivos, tener hijos. “Para ella, un hijo propio era una corona de un millar de diamantes”, escribe Miller. Ya en el 54 ella misma había manifestado su anhelo de maternidad, y decía “Sé cómo voy a educarle: ¡Nada de mentiras! Nada de mentiras sobre Santa Claus o sobre un mundo lleno de gente noble y honrada dispuesta a ayudar al prójimo y hacer el bien. Le contaré que hay honor y bondad en el mundo, de la misma manera que hay oro y diamantes”. Marilyn se quedó embarazada, pero el embarazado era tubárico y hubo que provocarle un aborto, según algunos, entre los provocados y los involuntarios, el décimo tercero de su vida. Durante la intervención, narra Arthur Miller, “su desamparo llegó a extremos casi insufribles: la iba a abandonar, traumatizada y todo; un temor que a mí se me antojaba inconcebible. Al volver a casa una noche tras hacerle una visita, me di cuenta de que aquella podía ser una buena oportunidad para demostrarle lo que significaba para mí. Pero no se me ocurrió nada”.

Al año siguiente, Marilyn sufriría otro aborto durante el rodaje de Con faldas y a lo loco. En su siguiente película, la actriz tuvo una aventura con su partenaire francés el actor Yves Montand, y retomó la relación con DiMaggio, aunque su tambaleante matrimonio siguió en pie. Ficción y realidad se mezclaron de nuevo cuando se inició el rodaje de Vidas rebeldes, dirigida por John Huston con un guion de Arthur Miller. En ella el escritor ponía en palabras de Clark Gable (pareja de Roslyn, el personaje de Marilyn en la película y no olvidemos, cercano a una figura paterna para ella), una frase que le había dicho él mismo en una ocasión: “Eres la mujer más triste que he conocido”. El rodaje de la película estuvo a punto de suspenderse. Marilyn se quejaba de dolores y malestar, para ira del director y de su propio marido, y su dependencia de los barbitúricos se agudizó, igual que la que tenía de Paula Strasberg. Miller inició un romance con Inge Morath, fotógrafa de la película, que se convertiría en su siguiente esposa. Marilyn acabó ingresada tras un colapso. En sus memorias, Miller escribe sobre aquellos confusos días: “¿Y si no podía ser ya una gran actriz? ¿Podríamos llevar una vida normal y sin tensiones, con los pies en el suelo? Como persona normal y corriente, que apenas sí sabía leer y escribir bien, ¿qué sería de ella? Me di de bruces de súbito con el aplastante egoísmo de esta ocurrencia: porque su estrellato era su victoria, la culminación de su existencia. ¿Cómo me sentiría yo si mi matrimonio estuviese condicionado a la domesticación y desembravecimiento de mi arte? La verdad desnuda, sencilla y mortal, era que no había ninguna diferencia entre ella y la actriz. Ella era Marilyn Monroe, y era esto lo que la destruía”. Al terminar la película, Miller acabó en Reno, justo donde empezaba el personaje de Roslyn en Vidas rebeldes por ser la ciudad donde se podía obtener un divorcio rápido. En el 62 se casó con Inge, que sería su esposa durante 40 años. Tiempo después del divorcio, Marilyn se presentó en la que había sido su casa en común y al despedirse le enseñó una venda en el tórax: “Me operaron del páncreas. Por eso me quejaba siempre”. “Yo sabía que no había querido decirme aquello como si fuese un reproche”, explica Miller. “Lo único que trataba de decirme era que su comportamiento no se había debido a la mezquindad ni al mal carácter ni a la drogadicción. Pero hizo que me preguntase si incluso en aquellos instantes no se daba cuenta de lo cerca que estuvo del final que había estado buscando”.

200139.jpg

Marilyn, junto a Clark Gable en el rodaje de Vidas rebeldes.

Marilyn, junto a Clark Gable en el rodaje de Vidas rebeldes.

Vidas rebeldes fue la última película de Marilyn Monroe -y también de Clark Gable-, porque de la siguiente, Something’s Got to Give, fue despedida por sus continuos retrasos y falta de profesionalidad, y el filme quedó inacabado. El 5 de agosto de 1962 fue encontrada muerta tras una sobredosis de barbitúricos. La noticia conmocionó al mundo. Los últimos días de Marilyn han sido objeto de especulaciones sin fin, mezclando a los Kennedy, médicos sin escrúpulos, intereses creados y una confusa cadena de acontecimientos en lo que todavía hoy no se sabe si fue suicidio, accidente o asesinato. Con escalofriante lucidez, ella misma le había dicho en el 54 a Ben Hecht: “Yo era el tipo de chica a la que encuentran muerta con un bote de pastillas en la mano”. Joe Di Maggio se encargó de pagar y organizar el sepelio. Según John Springer, el publicista de la actriz, su exmarido “cogió la lista de personas importantes invitadas al funeral, y dijo “no, no, estas son las personas que la mataron”. Al final organizaron un funeral muy íntimo y DiMaggio, como ya hemos dicho, se encargó de llevarle flores frescas hasta su propia muerte. Su primer marido, Jim Dougherty, dio varias entrevistas tras su muerte narrando los pocos años que habían pasado juntos. En el 64 Arthur Miller estrenó Después de la caída, la obra sobre un intelectual judío atormentado por el recuerdo de su ex esposa, que se ha suicidado. Curiosamente, ya tenía la mayor parte de la obra escrita cuando recibió la noticia de que Marilyn había muerto. “Para sobrevivir habría tenido o que ser más cínica o que haber estado más lejos de la realidad”, escribe Arthur Miller. “Marilyn, por el contrario, fue una poetisa callejera que había querido recitar sus versos a una multitud ávida de arrancarle la ropa. Hay personas tan vivas que no parecen extinguirse cuando se mueren“.

Ultimos Artículos

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

TE PUEDE INTERESAR

    SUSCRIBITE AL
    NEWSLETTER