Perón aceptó y Jorge Taiana se retiró de Olivos a su despacho. A las dos horas, supo por la prensa que Perón estaba abordando en el aeroparque el avión que lo llevaba al Paraguay. Taiana entendió que su sugerencia aceptada había sido dejada de lado por voluntad del todopoderoso José López Rega, que apareció en cierto momento de la entrevista con el anciano presidente.
Como Taiana temía, Perón volvió más enfermo del Paraguay. El parte que da cuenta de muerte del líder, que firmó con Pedro Cossio, Domingo Liotta y Pedro Eladio Vázquez, decía: “El señor teniente general Juan Domingo Perón ha padecido una cardiopatía isquémica crónica con insuficiencia cardíaca, episodios de disritmia cardíaca e insuficiencia renal crónica, estabilizadas con el tratamiento médico. En los recientes días sufrió agravación de las anteriores enfermedades como consecuencia de una broncopatía infecciosa. El día 1º de julio, a las 10.25, se produjo un paro cardíaco del que se logró reanimarlo, para luego repetirse el paro sin obtener éxito todos los medios de reanimación de que actualmente la medicina dispone. El teniente general Juan Domingo Perón falleció a las 13.15”.
El lunes 1º de julio, a las 14.10, la viuda, María Estela Martínez de Perón, que como vicepresidente reemplazaba al presidente desde el sábado anterior, anunció el fallecimiento de Juan Domingo Perón.
Minutos después la CGT y la CGE decretaron duelo y cese de actividades. Los diarios no informaron del hecho hasta el día siguiente, porque estaban de paro.
Los restos de Perón, vestido con su uniforme de general, fueron velados en la quinta de Olivos hasta las 8 del día siguiente, cuando fueron trasladados a la catedral para una misa de cuerpo presente y luego al congreso en una cureña.
En el congreso pasaron junto al féretro en dos días 135 mil personas; pero afuera alrededor de un millón esperaban para despedirse, sin poder hacerlo.
Bajo la lluvia invernal, miles de personas asistieron al paso del cortejo.
Estuvieron presentes tres presidentes de países vecinos: Juan María Bordaberry, de Uruguay; Hugo Banzer, de Bolivia, y Alfredo Stroessner, del Paraguay. En el congreso 12 oradores despidieron los restos: Benito Llambí por los ministros; José Antonio Allende, por los senadores; Raúl Lastiri, por los diputados; Miguel Ángel Bercaitz, por la Corte Suprema de la Nación; el teniente general Leandro E. Anaya, en representación de las Fuerzas Armadas; el entonces gobernador de La Rioja, Carlos Menem, en nombre de sus colegas de todas las provincias; Ricardo Balbín, por los partidos políticos; Duillo Brunillo y Silvana Rota, por el Partido Justicialista; Lorenzo Miguel, de las 62 Organizaciones; Adelino Romero, de la CGT, y Julio Broker, por la CGE.
En una nota del diario La Nación mucho después, Carlos Seara, uno de los médicos que atendió a Perón, narró detalles de la agonía.
A los ojos del médico no apareció el líder carismático que desde la presidencia o el exilio marcó la política argentina, sino un hombre vulnerable, dependiente, vencido como cualquier otro enfermo terminal
«Yo lo conocí a Perón todavía en Gaspar Campos –recuerda Seara–, el 1° de enero de 1974. En un principio no le habían dicho que estábamos de guardia por él, aunque nos movilizábamos a todos los lugares a los que iba en los coches de la custodia. Ese día, yo estaba de guardia y me lo veo venir. Se ve que al final le habían dicho lo del médico de guardia y vino a saludar. `Feliz año nuevo, doctor´ -me dijo-. Fue una conversación cordial, bastante banal. Yo estaba desayunando y Perón agarró una tostada y me preguntó: `¿Le pongo un poquito de dulce, doctor?´. Imagínense ustedes, tenerlo a Perón haciéndole las tostadas a uno, no lo podía creer.»
Seara recuerda a un Perón muy envejecido, con el rostro manchado, el pelo muy negro, azabache, «tirante, como si fuera un indio». El líder mantenía intacta una cortesía proverbial, acompañada siempre de un guiño cómplice en la conversación, puntuada con expresiones simpáticas, campechanas, claro, hacia las personas que buscaba agradar. Para con el resto, mantenía una actitud distante, casi despectiva. «Más bién Perón era un tipo distante, un fóbico, un individuo que ponía distancia. No se dejaba ni rozar por la gente de la calle. Nosotros lo tocábamos con la mano, pero claro, éramos como una aristocracia para él. Además, estaba siempre rodeado de obsecuentes, incluso de gente inteligente, como he visto yo, señores ministros o funcionarios importantes que, en presencia de Perón, reducían su capacidad intelectual a cero y quedaban anulados al lado suyo. Había excepciones, claro, como el doctor Jorge Taiana, el doctor Domingo Liotta y, sobre todo, el ministro José Ber Gelbard, que siempre me pareció que tenía cierta autonomía personal y no se eclipsaba ante Perón.»
Seara señaló a La Nación que Perón era generalmente despectivo cuando hablaba de otros líderes políticos del momento, tanto de los internacionales, como De Gaulle o Lumumba (cuyos errores remarcaba siempre impiadosamente), como de los nacionales (al respecto, el médico recuerda alguna expresión insultante proferida contra Alvaro Alsogaray). Sólo mantenía un respetuoso silencio hacia la figura del general Alejandro Agustín Lanusse, lo que para él casi constituía un elogio.
Seara cuenta que vio con Perón en el cine de Olivos la película «La Patagonia rebelde». A la salida dijo: «Fue así la represión en el Sur, pero la tengo que censurar, porque no se puede dar esa imagen del Ejército precisamente en este momento»
Como paciente, Perón «era obediente, miedoso. Se cuidaba cuando le prohibíamos alguna comida. Pero ya había llegado a la Argentina muy jugado. Yo tuve acceso a su historia clínica, que era casi un libro. Tenía de todo: un incipiente cáncer de próstata, pólipos y estaba enfisematoso. Tenía un poco de insuficiencia renal. Básicamente había una serie de combinaciones funestas: enfisema, insuficiencia cardíaca, cardio-esclerosis, insuficiencia renal leve. Aun si no le hubiera tocado gobernar, seguramente sólo hubiera vivido uno o dos años más.»
El primero de julio de 1974, tras tres horas de intentos por reanimarlo, el paciente murió. Seara recuerda la constante presencia de José López Rega. «Bueno, yo lo conocí muy bien, a veces almorzaba conmigo, primero en Gaspar Campos, y luego en Olivos. No tuve la impresión de que interfiriera en el tema médico. Conmigo, su trato era un tuteo muy familiar, muy campechano, aunque claro, a veces llegaban las referencias esotéricas en la conversación y las revelaciones extrañas: `Voy a escribir un día un libro de medicina que te va a dejar sorprendido´, solía decirme» El día del paro cardíaco que acabó con la vida de Perón, López Rega quemaba incienso alrededor de los médicos para salvar al que llamaba con unción: «mi faraón, mi faraón». Dice que López Rega en cierto momento le dijo aparte: «Si lo sacás, te hago conde».
La enfermera, Norma Baylon, le escuchó decir a Perón: «Esto se acabó».
Nota publicada originalmente en https://www.aimdigital.com.ar/la-muerte-de-juan-peron-2/