Pío XII (1876-1958) bien puede considerarse como uno de los pontífices más controvertidos de la historia. El que fue Papa durante la Segunda Guerra Mundial ha sido retratado tanto como un héroe que ayudó a salvar miles de vidas judías desde la discreción, como un líder religioso atrapado en una situación que lo obligó a callar para evitar una mayor represalia nazi, e incluso como el “Papa ideal para el indecible plan de Hitler”, tal como lo bautizó el historiador John Cornwell en su famoso libro El Papa de Hitler (Planeta).
El silencio papal en torno al nazismo es innegable, pero la controversia se centra más bien en las distintas explicaciones que se le dieron: desde las interpretaciones más apologéticas hasta otras mucho más críticas. Las acusaciones frente a la pasividad del Sumo Pontífice empezaron a extenderse al terminar la guerra, pero fue en 1963 cuando creció la polémica, cuando se estrenó en Alemania la obra de Rolf Hochhuth, El Diputado, donde el líder religioso aparecía retratado como un abierto colaborador del régimen nazi.
Se inició entonces un debate historiográfico que aún hoy permanece abierto y que el Vaticano ha intentado atajar liberando parcialmente alguna documentación a la que con el tiempo se sumó información procedente de otros archivos. La apertura completa de los archivos de su pontificado (1939-1958), prevista para el día 2 de marzo, puede poner fin a la polémica y abrir el camino a unas respuestas esperadas durante décadas.
Uno de los primeros aspectos controvertidos en torno a Pío XII corresponde a la época en que todavía se le conocía por su nombre, Eugenio Pacelli. Sus años como nuncio papal, entre 1917 y 1930, en Baviera, primero, y en la República de Weimar, después,dieron lugar a su reconocida germanofilia, posteriormente utilizada por muchos autores para justificar su supuesta complicidad con la Alemania nazi.
Sin embargo, fue su rol como Secretario de Estado del Vaticano, en función del cual impulsó la firma del Concordato de 1933 entre la Santa Sede y la emergente Alemania nazi, lo que lo terminó de convertirle en blanco de críticas. Este acuerdo pretendía garantizar los derechos de la Iglesia Católica en Alemania, a cambio de que ésta prestara lealtad a la máxima autoridad política del país y de que los clérigos se abstuvieran de intervenir en política interna.
Para muchos historiadores críticos, esto fue visto como una manera de dar legitimidad moral al régimen nacionalsocialista en sus inicios . John Cornwell, por ejemplo, ve a Pacelli como el mentor del Concordato y asegura que tuvo una gran responsabilidad en el ascenso de los nazis. “Negoció este acuerdo cara a cara con Hitler, con escasa inclusión de los obispos alemanes y del Partido del Centro Católico”, asegura el historiador.
A su vez, explica que, a través de este tratado, entendido como un instrumento de poder centrado en el Vaticano, “la Iglesia alemana fue despojada de su poder local en el momento en que podría haber ofrecido oposición a Hitler y los nazis antes de la imposición total del estado policial. Como resultado, la oposición se desmoralizó, la generación más joven se escandalizó y ayudó a la imagen de Hitler en la escena internacional. Es en este sentido que sostengo que Pacelli fue el Papa de Hitler”.
Sin embargo, historiadores como Antonio Fernández García, profesor en la Universidad Complutense,han matizado esta tesis. “Que los católicos hubieran podido frenar a Hitler de no haber sujetado la brida el Vaticano no figura en los estudios que se han consagrado a las Iglesias y el nazismo, porque en principio disponían de mayor peso social las iglesias protestantes y no han recibido ninguna acusación de esta naturaleza”, señala en un artículo.
En cualquier caso, el acuerdo con Alemania fue parecido a otros firmados con regímenes reaccionarios, como la Polonia autoritaria (1925), la Italia fascista (1929), o más adelante con la España franquista (1953). Muchos críticos explican esta inclinación hacia al autoritarismo por una estrategia orientada a recuperar la soberanía del papado y por una aversión frente al posible ascenso comunista. Para León Papeleaux, por ejemplo, los gestos de Pío XII se explicaban por su convencimiento que el mayor peligro para Europa no radicaba en el nazismo sino en el bolchevismo.
Pero el verdadero centro de las críticas radica en si el silencio del Papa sobre la situación de los judíos fue una táctica para evitar peores reacciones nazis o si de él se puede desprender una complicidad con las atrocidades cometidas. “Pío XII creía que su táctica de ayuda práctica no provocadora en última instancia salvaría más vidas judías que una condena verbal grandilocuente dirigida hacia un régimen cuya reacción se impondría a las personas que trataba de ayudar”, afirma F.G.Stapleton en un artículo publicado en History Today.
Para él, Pío XII dio muestras de una postura contraria al nazismo, por ejemplo, al reprobar la deportación masiva de judíos de Francia en 1942. O en Navidad de ese mismo año, cuando lamentó el destino de “esos cientos de miles, que sin ninguna culpa propia, a veces solo por su nacionalidad o raza, son marcados por muerte o extinción progresiva”. Muchos historiadores críticos han rechazado precisamente este discurso por no nombrar explícitamente a las víctimas y a los culpables.
Según F.G.Stapleton, el silencio resultó mucho más productivo de lo que hubiera sido una condena efusiva. Para el autor, una prueba de esta eficacia es el hecho de que después de que el cardenal Willibrands de Holanda expresara sus simpatías judías de forma explícita, otros 100.000 judíos fueron deportados a campos de exterminio. Y en Dinamarca, donde el episcopado optó por un perfil bajo, en los últimos momentos de la guerra, se pudo salvar a la mayoría.
Otro punto clave para el autor fue la situación de la comunidad judía en Italia, donde apunta que “se salvó el 80% de los judíos, en marcado contraste con igual porcentaje del conjunto de los judíos europeos que perecieron. Que esto podría haber ocurrido con un antisemita ideológico en el trono de Pedro parece algo fantasioso”, señala Stapleton.
Tras la caída de Mussolini y la ocupación nazi en el centro y norte de Italia a mediados de 1943, el 18 de octubre de ese año partió un tren de la ciudad de Roma con destino a Auschwitz con 1.022 personas judías, de las que solo volvieron dieciséis. F.G. Stapleton señala que mientras que las SS esperaban reunir a 8.000 personas, solo pudieron capturar a esa cantidad, debido a que más de 5.000 estaban escondidos en instituciones cerradas, de las que “el propio Vaticano recibió 500 (…) y Castel Gandolfo (el Palacio de Verano del Papa), alrededor de 2.000”.
Sin embargo, para la historiografía crítica, este episodio fue una clara demostración de que Pío XII estaba dispuesto a callar ante las atrocidades nazis incluso cuando la persecución sucedía a poco menos de un kilómetro de distancia. Muchos afirman que el Papa tenía amplio conocimiento del proyecto de exterminio del pueblo judío en curso, incluso de la Solución Final, gracias a los recursos de la diplomacia vaticana.
Probablemente John Cornwell sea quien sintetice de manera más contundente esta postura. Para él, difícilmente puede sostenerse la idea de que el silencio del Papa fue parte de una estrategia de ayuda. “Esta fue la explicación dada por el propio Pacelli, según lo descrito por su ama de llaves, la hermana Lenhert, en relación con los judíos de Holanda en 1943”, explica, aunque aclara que no se podrá determinar la veracidad de este relato “hasta que encontremos evidencia escrita clara de esto en los archivos”.
No obstante, sostiene que todavía quedarían piezas sin resolver: “Cualquiera sea el caso, no puedo entender por qué no usó las redes de iglesias locales en Francia para advertir a los judíos franceses de qué les esperaba cuando comenzaron las deportaciones allí, ya que estos fueron a los centros de deportación voluntariamente porque no sabían de su destino”.
Otros silencios que aparecen retratados con dureza en la historiografía crítica son los relativos al exterminio sistemático de judíos en Polonia, donde las súplicas del cardenal holandés Hlond por una toma de postura por parte del Papa se encontraron con un silencio rotundo. Tal como señala Carlo Falconi en El Silencio de Pío XII (Plaza & Janés), las cartas de Pacelli tanto al cardenal como al presidente de la República, demuestran que el Sumo Pontífice tenía perfecto conocimiento de la situación. “Teniendo en cuenta la dimensión genocida que en esas fechas había alcanzado la política nazi en Polonia, resulta increíble que una protesta papal incrementara las represalias nazis”, sostiene Fernández García.
El próximo 2 de marzo, la Iglesia abrirá archivos, con la intención de aclarar por qué Pío XII no alzó la voz ante uno de los peores crímenes de la humanidad. Tal vez así pueda finalmente despejarse un debate histórico que ya lleva más de sesenta años en curso o, también, puede que no acabe más que en una disputa abierta de interpretaciones.