Agustín de Iturbide: la muerte del otro Padre (traidor) de la Patria Mexicana

A 197 años del fusilamiento del primer emperador de México, la figura de Agustín de Iturbide continúa resonando fuerte en la opinión de la sociedad mexicana.

Sigue siendo fuente de continuos debates, entre los que lo abuchean y entre los que lo alaban, así tal cual como lo fue en aquella primera mitad del siglo XIX en la naciente nación mexicana.

Problemas imperiales

Entre la consumación de la Independencia, el 27 de septiembre de 1821, su imperio y abdicación el 19 de marzo de 1823, Iturbide pasó de ser “El Libertador”, el gran estratega militar y figura que le dio fin a la larga Guerra de Independencia, a ser denostado como un traidor, autoritario, ambicioso, cruel y sanguinario.

En esos años, los principales detractores de la figura pública de Iturbide, fueron principalmente el historiador Carlos María de Bustamante y el liberal bolivarista Vicente Rocafuerte (futuro Presidente de Ecuador en 1833).

Rocafuerte, con un pequeño libro titulado “Bosquejo Ligerísimo de la Revolución de México” publicado en 1822 en la ciudad de Filadelfia en Estados Unidos, sería el principal maquilador del daño moral hacia el Emperador.

Además, en México, Agustín de Iturbide tenía ya de enemigos a los principales liberales republicanos de origen masón, como Fray Servando Teresa de Mier, a los antiguos insurgentes como Guadalupe Victoria, e inclusive a sus mariscales imperiales más fieles, como fueron Vicente Guerrero y Nicolás Bravo, quienes ya conspiraban en su contra.

Camino hacia la muerte

Aún antes de perder el poder, Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu (el nombre completo del Libertador) tuvo ya que lidiar con el embate constante de cómo pasaría a la historia su imagen como consumador de la Independencia de México.

En Inglaterra, un derrotado Agustín de Iturbide, con 41 años de edad, (quien había pasado con su familia en Italia, enormes dificultades financieras), germinaba su firme convicción de regresar a México, con la finalidad de dar su servicio como militar frente a una posible invasión a territorio mexicano de una alianza extranjera que ayudara a España a reconquistar México.

Él, estando en Europa, se “enteró” de esta conspiración, por lo que tomó la decisión de regresar a su patria para defenderla (o para tomar de nuevo el poder, no lo sabemos).

Justo en ese momento, sin saberlo, Agustín de Iturbide estaría encaminándose hacia su propia muerte.

El 4 de mayo de de 1824 se embarcó hacia México, desembarcó en costas mexicanas de Soto La Marina, Tamaulipas, el 14 de julio.

Al día siguiente Iturbide dispuso a cabalgar por unos momentos en la región, acto que resultó en su identificación por el Teniente Coronel Juan Manuel Azúnzolo y Alcalde del ejército mexicano, quien sospechó en demasía por la peculiar forma de cabalgar de ese jinete.

Como era bien sabido por todos, Iturbide era un distinguido jinete, incluso se llegaba a decir que no había mejor jinete en todo México que el propio Libertador, de ahí su sobrenombre en sus tiempos de Coronel del ejército realista, “El Dragón de Hierro”; esa gran habilidad fue su posterior desgracia.

El Teniente Coronel Juan Manuel Azúnzolo y Alcalde, le notificó a Iturbide que se encontraba fuera de la ley ya que desde el 28 de abril de ese mismo año el Congreso de la República había expedido un decreto donde lo juzgaban como traidor a la patria, por lo que tuvo que apresar al exemperador para llevarlo al poblado de Padilla, donde se encontraba sesionando el Congreso local del naciente estado de Tamaulipas.

Durante su juicio exprés (sin abogado ni jurados), Agustín de Iturbide argumentó en su defensa que sus motivaciones para venir a México eran simplemente para ponerse a las órdenes del gobierno como un militar más, para ser frente al posible intento de reconquista por parte de España.

Sin embargo, sus esfuerzos fueron inútiles, estaba claro que la consigna del Congreso de la República era acabar con la vida del Libertador de México, por lo que a través del Gobernador de Tamaulipas, Bernardo Gutiérrez de Lara -un antiguo simpatizante de Hidalgo y Morelos, los archienemigos de Iturbide en la Guerra de Independencia- dio cumplimiento al decreto federal y ordenó fusilar a Iturbide el lunes 19 de julio de 1824 en Padilla.

El día de la ejecución, se le permitió al “traidor” escribir una carta de despedida a su esposa Ana Huarte; de esa carta de despedida se rescatan una líneas dolientes, escritas por un ser humano resquebrajado que sabe que le quedan pocas horas de vida:

“Te dejo mi reloj y mi rosario como única herencia que constituye este sangriento recuerdo de tu infortunado, Agustín.”

Al igual que en su carta de despedida, Agustín de Iturbide, frente al pelotón de fusilamiento que le daría fin a su vida, pronunció sus últimas palabras, frase que aún resuena en el recuerdo del Libertador de México:

“¡Mexicanos!, en el acto mismo de mi muerte, os recomiendo el amor a la patria y observancia de nuestra santa religión; ella es quien os ha de conducir a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros, y muero gustoso, porque muero entre vosotros: muero con honor, no como traidor: no quedará a mis hijos y su posteridad esta mancha: no soy traidor, no.”

¿Qué le deja Iturbide a México?

Lejos de las disputas ideológicas entorno al sitio histórico que hoy le da la historia oficial a Agustín de Iturbide, hay que ver a este personaje dentro de sus motivaciones en el contexto que se desenvolvió.

Fuera de las historias que lo glorifican como “Padre de la Patria” o que lo denigran como “Tirano, traidor a la Patria”, hay que mirar a Iturbide como una de las figuras que moldearon esta nación, que le dieron vida y sentido.

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