Pétain, de héroe nacional a colaborador de Hitler

Paradójicamente, el héroe de la Primera Guerra Mundial estaba destinado a convertirse en el traidor de la Segunda. Mientras otros eligieron el camino de la resistencia, Pétain claudicó ante Hitler y permaneció al frente del estado colaboracionista de Vichy.

En Pétain no se da el caso, tan frecuente, del militar hijo de militar. Su padre, que trabajó en París junto a Daguerre, el pionero de la fotografía, no tuvo a la fortuna de su parte y decidió hacerse granjero en una aldea del norte de Francia.

En 1876, a los veinte años, Philippe ingresa en la Academia Militar de Saint Cyr. Su expediente académico dista de ser brillante: entre los 412 nuevos alumnos, ocupa el puesto 403. Convertido en oficial, inicia una vida errante por diversas guarniciones: Villefranche, Besançon… Uno de sus superiores le describe como un hombre frío, con un considerable dominio de sí mismo, inteligente y poseedor de una voz de mando clara y firme.

El estamento castrense vivía una etapa de transición tras la reciente derrota ante los prusianos. En 1870, el emperador Napoleón III había caído prisionero en Sedán. El 18 de enero de 1871, el káiser Guillermo I proclamaba en el palacio de Versalles el nacimiento del Imperio alemán, también conocido como Segundo Reich. Alemania, recién unificada tras siglos de división, arrebataba a Francia los territorios de Alsacia y Lorena. Entre los vencidos, semejante humillación generó un enorme resentimiento. La rivalidad entre ambas naciones será una de las causas del estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914.

Una trayectoria gris

La carrera de Pétain no es precisamente meteórica. Los ascensos se suceden con desesperante lentitud, siempre por ser el de más edad. Cuando sea una celebridad, dirá que entonces no pudo llegar más lejos por carecer de unos buenos padrinos: “Uno triunfaba solo por medio de la intriga, las relaciones, las visitas… Los comandantes de los cuerpos del ejército tenían reuniones de comité para componer los cuadros de promoción; era cosa de regatear, de comprar votos para que los candidatos o los protegidos de uno fueran ascendidos”.

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El general de división Philippe Pétain en 1914.
El general de división Philippe Pétain en 1914.

 

La vida en el cuartel no le impide llevar una incesante actividad amorosa. Según el testimonio de un contemporáneo, sus ojos azules fascinaban a las mujeres. Pero sus relaciones son fugaces. Un vals, unos instantes de pasión, lágrimas en la despedida. Mientras sus compañeros de promoción se van casando, este donjuán empedernido permanece soltero.

Por otra parte, un militar sin recursos económicos no es un buen partido, razón que impulsa a los padres de sus enamoradas a rechazarle. Los de Marie Louise Regad le aceptan únicamente con la condición de que abandone las fuerzas armadas y entre en el negocio de la familia. Pétain se niega y jura eterna fidelidad a su “novia mística”, es decir, al ejército.

En el año 1912 conoce a un oficial recién salido de la Academia: el teniente Charles de Gaulle. Según Herbert R. Lottman, este es el comienzo “de una relación que había de ser el choque más importante de personalidades políticas en la Francia del siglo XX”.

Treinta años más tarde serán acérrimos enemigos: uno personificará el régimen colaboracionista de Vichy y el otro la resistencia contra los nazis. Sin embargo, su encuentro está marcado por la mutua consideración. Pétain considera a su subordinado un militar de verdadero valor. Por su parte, De Gaulle reconoce en sus memorias que su primer coronel le enseñó “el don y el arte de mandar”.

¡Estalla la guerra en Europa!

En 1914, el archiduque Francisco Fernando cae asesinado junto a su esposa Sofía en Sarajevo. La muerte del heredero del Imperio austrohúngaro activa el sistema de alianzas: Austria lanza un ultimátum a Serbia, Rusia moviliza a sus tropas en apoyo de Serbia, Alemania declara la guerra a Rusia, Francia respalda a Rusia, Alemania declara la guerra a Francia y, cuando por el camino se lleva por delante a Bélgica, Inglaterra interviene para garantizar la independencia de este pequeño país.

Los europeos se dirigen hacia la lucha con optimismo. Inmersos en una fiebre nacionalista, no esperan que el conflicto se alargue durante cuatro años ni que sea tan extremadamente mortífero. Si los franceses gritan ¡A Berlín!, los alemanes se ven en la capital del Sena. El escritor germano Ernst Jünger, entonces un soldado voluntario de apenas 19 años, anota en Tempestades de acero que la guerra parece “un lance viril, un alegre concurso de tiro celebrado sobre floridas praderas en que la sangre era el rocío”.

A la hora de la verdad, muchas familias pierden a varios de sus miembros. Solo después de mucho tiempo se pensará en retirar del frente a los padres de familias numerosas o a los soldados con tres hermanos o dos hijos muertos.

En 1914 Pétain tiene 58 años. A esa edad, está más cerca del retiro que de emprender el camino hacia los laureles. ¿Es posible que en esos momentos imagine que el destino le prepara su entrada en la historia?

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Un general recibe la Legión de Honor de manos de Pétain, en 1918
Un general recibe la Legión de Honor de manos de Pétain, en 1918

 

 

El mejor ataque es una buena defensa

Las trincheras, por primera vez en la historia, se convierten en las protagonistas de un conflicto bélico. Para protegerse del fuego enemigo, las tropas excavan profundas zanjas que protegen con parapetos y alambradas. Los generales se empeñan en conquistar estas posiciones con tácticas anticuadas: fuego de artillería intenso y posterior avance de la infantería. Al alto mando no parece importarle que sus hombres, una vez en campo abierto, caigan segados por las balas enemigas. Protegido por las trincheras, un soldado con una ametralladora equivale a diez o más enemigos atacando.

Si en los siglos anteriores una batalla podía significar la conquista de un reino, en 1914 ocupar unos cientos de metros cuesta miles de vidas. Mientras sus colegas prometen rápidas victorias, Pétain no se hace ilusiones. Incluso llega a pronosticar el fin de la guerra para 1919, un año después de su desenlace real. Si una cualidad le distingue, esta es la prudencia, en contraste con el carácter temerario de generales como Nivelle o Foch. Hombre de sangre fría, sabe distinguir entre un plan factible y otro descabellado.

Para su biógrafo Pierre Bourget, posee el realismo de los aguafiestas: “Sus hagiógrafos han aireado su sentido de las posibilidades. ¿No se tratará más bien del sentido de las imposibilidades? ¿De la crítica llevada al máximo? ¿Del ʻsí, pero…ʼ erigido en sistema? ¿De la ducha de agua fría permanente?”. Atento a los detalles prácticos, procura que se sirva buena comida: los combatientes deben estar en forma al entrar en acción. Consciente de que en la guerra una buena preparación lo es todo, ordena cavar trincheras más profundas y emplea generosamente el alambrado de espino.

Sin embargo, también sabe mostrarse enérgico, incluso despiadado. En su diario, el también general Émile Fayolle anota que Pétain “no vacila en degradar a los mediocres y en fusilar a los cobardes”. Cuando unos cuarenta soldados se dispararon un tiro en la mano para no tener que ir al frente, Pétain pretendió fusilar a veinticinco. Finalmente, según Fayolle, su decisión fue otra: “Dio la orden de atarlos y arrojarlos sobre el parapeto hacia las trincheras enemigas más cercanas. Pasarían allí la noche. No dijo que pensaba dejar que se murieran allí de hambre”.

El León de Verdún

Un huracán de hierro se abate sobre las defensas francesas: los alemanes atacan con una violencia inaudita, hasta entonces desconocida. Tras el bombardeo de la artillería pesada, las divisiones de asalto entran en acción. Así es como describe Pétain el comienzo de la batalla de Verdún, el 21 de febrero de 1916, en un libro que publicará a finales de los años veinte. A lo largo de 302 días interminables, Francia y Alemania sufren más de un millón de bajas entre muertos, heridos y desaparecidos. Y todo por una ciudad que carece de cualquier importancia estratégica para los dos bandos.

Los alemanes, conocedores del simbolismo de Verdún para el orgullo nacional francés, saben que sus enemigos se batirán hasta la última gota de sangre. Por ello, confían en causarles pérdidas tan intolerables que quiebren definitivamente su moral. Cuando el general Joffre otorga a Pétain la responsabilidad de dirigir la defensa, no es él quien lee el telegrama con la orden, sino uno de sus subordinados, Serrigny.

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Trinchera francesa en la batalla de Verdún, Primera Guerra Mundial, 1916.

Trinchera francesa en la batalla de Verdún, Primera Guerra Mundial, 1916.

 

Al llegar a una habitación del hotel Terminus, Serrigny reconoce en seguida las botas amarillas de tiras reforzadas que calza su jefe. A su lado encuentra “unos encantadores zapatitos molière absolutamente femeninos”. La mujer que comparte el lecho del general estallará en llanto cuando sepa que este debe partir hacia una peligrosa misión. Se llama Eugénie Hardon, y se convertirá en su esposa en 1920.

Miles de bombas convierten Verdún en un espectáculo dantesco. A causa de los cráteres en forma de embudo producidos por las explosiones, desde el aire el paisaje se parece al de la luna. Los hombres pasan hambre, sed y otros suplicios como la máscara antigás. Cuando llueve, los cadáveres flotan sobre los trozos de obús rellenos de agua. Una de las imágenes que mejor simboliza el horror de la guerra es la de un soldado francés, enloquecido, que en medio de la noche corre desnudo bajo las ráfagas enemigas llamando a su madre.

Desde el balcón de su puesto de mando, Pétain contempla el ir y venir de sus hombres. Jóvenes de apenas veinte años con casco de acero, uniforme de campaña azul y fusil con la bayoneta calada. Apilados en incómodos camiones, o caminando bajo el peso de sus equipos de combate, se dirigen hacia el frente entre canciones y bromas que ocultan su inquietud. El regreso, tras el infierno de la lucha, será muy distinto.

El futuro mariscal se siente descorazonado al ver llegar a los heridos. En su libro sobre la batalla les dedicará emocionadas palabras: “Su mirada, inaprensible, parece fija por una visión de espanto. Su marcha y las actitudes traslucen el agotamiento más completo; se inclinan bajo el peso de sus horribles recuerdos, responden apenas cuando les interrogo”.

Una de sus innovaciones tácticas consiste en renovar a los soldados. Periódicamente, los hombres que combaten en primera línea son sustituidos por unidades de refresco. Con este sistema, una buena parte del ejército francés –65 divisiones– pasa por Verdún. Pero si para la ida se necesita un número determinado de camiones, para la vuelta solo la mitad resulta suficiente.

El Camino de las Damas

A principios de 1917, los franceses ya están cansados de dilapidar vidas en batallas que no llevan a ninguna parte. Todo el mundo quiere acabar cuanto antes una guerra interminable. Y para conseguirlo es necesario atacar. El general Nivelle prepara una gran ofensiva en el Camino de las Damas, una franja de 30 kilómetros en la región de la Picardía, vecina a Bélgica. Su plan llega a conocimiento del enemigo, pero no por ello desiste: el ataque será imparable con efecto sorpresa o sin él.

No obstante, Pétain no es partidario de un asalto directo que, según sus propias y gráficas palabras, “pondría todos nuestros huevos en una canasta”. Para él, la única táctica posible es debilitar poco a poco a los alemanes con breves ataques repetidos. Cuando el ministro de Armamentos le pregunta si no van a concluir la guerra, su respuesta es clara y rotunda: “No, no la terminaremos, pero ¿no es mejor que terminarla con una derrota?”.

Nivelle pide a sus hombres un último y supremo esfuerzo, les dice que la victoria está cerca y estos le creen. Sin embargo, la ofensiva se estrella contra las sólidas defensas alemanas. La carencia de un sistema sanitario eficaz provoca muchas muertes por heridas leves no atendidas. Hartos de una carnicería insensata, los soldados se niegan a seguir combatiendo y algunos agreden a los oficiales mientras cantan La Internacional, el célebre himno obrero.

La rebelión se extiende como una mancha de aceite entre las diversas unidades del ejército francés. No se trata de cobardes, al contrario: los amotinados han luchado con heroísmo en anteriores batallas. Pétain sustituye a Nivelle, y su primer cometido es hacer frente a los sublevados.

Su estrategia mezcla firmeza y humanidad. Por un lado, ordena fusilar a los cabecillas –muchos ejecutados sin juicio previo–, pero por otro inicia una serie de reformas. La calidad del rancho mejora, se garantizan los permisos y aparecen nuevas medallas para los más valientes. El nuevo general visita a menudo a sus hombres, habla con ellos, les transmite la sensación de que alguien se preocupa por sus problemas.

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Negociación en 1919 del Tratado de Versalles, tras el fin de la Primera Guerra Mundial
Negociación en 1919 del Tratado de Versalles, tras el fin de la Primera Guerra Mundial

 

Decidido a levantar la moral de combate, reprime la propaganda pacifista de la izquierda y presta gran atención a los medios de comunicación. Consciente de la importancia decisiva de la buena imagen, acompaña a los periodistas a las unidades de primera línea. Después, las noticias pasarán por la oficina de censura en París. Según Pétain, la lectura de periódicos no debe ser “fuente de escepticismo o de amargura para los hombres, sino más bien de perseverancia y entusiasmo”.

Para ganar el conflicto, confía en la llegada de los refuerzos americanos. Estados Unidos ha entrado en la guerra y un ejército al mando del general Pershing se dirige a Europa. Mientras, los franceses refuerzan sus tropas, mejoran el entrenamiento y prueban la más reciente tecnología armamentística: tanques y aviones. El de 1918 será el año de la victoria, el año de la firma del armisticio con los alemanes. En noviembre, Pétain recibirá el bastón de mariscal.

De la gloria al deshonor

Restablecida la paz, el vencedor de Verdún disfruta de una posición envidiable. Todos le ven como un héroe nacional. Aunque comenta a sus amigos que le gustaría retirarse a la vida privada, el hecho es que en 1920 el gobierno le nombra vicepresidente del Supremo Consejo de la Guerra. Este cargo le confiere el control total de las fuerzas armadas.

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Gendarme francés y oficial alemán saludándose frente al Arco del Triunfo en París en 1941.
Gendarme francés y oficial alemán saludándose frente al Arco del Triunfo en París en 1941.

 

 

Todos los planes para la preparación de un eventual conflicto bélico pasan por sus manos. Y la preparación de la línea Maginot no es el menos importante. Se trata de una línea de fuertes separados unos de otros por nueve o diez kilómetros. En teoría, una defensa inexpugnable. Cuando en 1940 se produzca la invasión nazi y la caída de París, los detractores de Pétain recordarán su indiscutible protagonismo en cuestiones militares.

Aprovechando su prestigio, el gobierno le envía al Marruecos francés para aplastar la rebelión indígena. Una vez al mando, no tarda en buscar la amistad de España, la otra potencia colonial del Magreb. Allí conocerá a algunos militares llamados a tener un protagonismo relevante en la Guerra Civil española, entre los que destaca un joven Francisco Franco . Finalmente, ambos países llegan a un acuerdo: el veterano mariscal dirige el ataque por tierra y, mientras tanto, sus aliados ibéricos desembarcan en Alhucemas. La victoria es completa. La oposición de izquierdas, sin embargo, piensa que se ha empleado un martillo para matar una mosca.

Una década más tarde, al estallar la Guerra Civil española, Pétain simpatiza con los sublevados. En tan dramáticas circunstancias, como ha puesto de relieve el historiador Matthieu Séguéla, utiliza su influencia para impedir que Francia ayude militarmente a la Segunda República. No es de extrañar, por tanto, la satisfacción de los jerarcas franquistas cuando el mariscal llega a España como embajador. En cambio, en Francia el nombramiento suscita división de opiniones. “El más noble, el más humano de nuestros jefes militares está fuera de lugar junto a Franco”, escribe el socialista León Blum.

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El mariscal Pétain saluda a Adolf Hitler en octubre de 1940
El mariscal Pétain saluda a Adolf Hitler en octubre de 1940

 

 

Tras la caída de París en poder de los nazis, el anciano Pétain –tiene ya 83 años– se convierte en el jefe de un Estado títere con capital en Vichy. No cree que se deba proseguir la guerra contra Hitler al precio de incontables pérdidas. Por otra parte, abandonar Francia para proseguir la resistencia desde las colonias le parece una deserción. Permanece, pues, en su patria, al frente de un régimen dictatorial y racista. Mientras las tropas alemanas ocupan buena parte del territorio nacional, el gobierno que él preside mantiene con Berlín una relación amistosa.

No obstante, la alianza no excluye momentos de tensión. Como en otros sistemas totalitarios, carteles, libros, sellos, medallas y otros soportes muestran hasta la saciedad la imagen del líder. Al mariscal le desagrada semejante operación propagandística, orquestada a pesar suyo: “¿Tengo realmente necesidad de ser difundido como Franco? Los franceses no son tan tontos”.

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El juicio contra Pétain en julio de 1945
El juicio contra Pétain en julio de 1945

 

 

Liberada Francia, es juzgado por traición y condenado a muerte al haber colaborado con el invasor en lugar de combatirlo. Sin embargo, Charles de Gaulle conmuta la pena capital por la de cadena perpetua en atención a su avanzada edad. En 1951 muere en la prisión de la isla de Yeu, en la costa atlántica. Desde Madrid llega el único telegrama de condolencia procedente de un jefe de Estado.

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