Natalia Ginzburg: la que sabía que escribir era su oficio, su cruz y su salvación

Natalia Levi, conocida como Natalia Ginzburg, nació en Palermo el 14 de julio de 1916 en el seno de una familia acomodada de origen triestino, hija de Giuseppe Levi, librepensador de familia judía, y Lidia Tanzi, mujer de educación católica. Buena parte de su vida la pasó en Turín, adonde su padre, profesor universitario de anatomía, fue trasladado en 1919, cuando ella tenía tres años. Tanto su padre como sus tíos fueron apresados y procesados por sus ideas antifascistas. Tuvo una formación laica, pues sus progenitores no eran practicantes. La enseñanza media la hizo en el instituto Alfieri y el resto de su formación estuvo a cargo de su madre y de tutores particulares que le impartían clases de aritmética, gramática, historia y geografía. Su devenir escritora fue de forma autodidacta, en un contexto rebosante de estímulos tanto intelectuales como culturales y sociopolíticos (especialmente izquierdistas). Leyó todo lo que a su alcance encontró y siempre supo que su oficio era escribir. Leía y escribía un poema por día, que escondía celosamente para que sus hermanos no los encontraran y se burlaran de ella. A los ocho años escribió una obra de teatro llamada Dialogo, sobre una familia que usaba las mismas frases que la suya. En 1933, incentivada por un amigo de sus hermanos, Leone Ginzburg, publicó su primer cuento, Los niños, en la revista Solaria. Cinco años más tarde se casó con Leone Ginzburg, un intelectual antifascista de origen ruso y profesor de literatura rusa que en 1934 y 1936 había estado en la cárcel por sus ideas. Tuvieron tres hijos: Carlo (Turín, 15 de abril de 1939), Andrea (Turín, 9 de abril de 1940) y Alessandra (Pizzoli, 20 de marzo de 1943). El matrimonio se relacionó con los intelectuales antifascistas turineses, especialmente con los relacionados con la editorial Einaudi, que Leone Ginzburg ayudó a fundar en 1933.

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Leone Ginzburg y Natalia Ginzburg
Leone Ginzburg y Natalia Ginzburg

 

A causa del destierro al que el gobierno de Mussolini sometió al marido, los cónyuges se mudaron en 1940 a Pizzoli, un pueblo de los Abruzos, donde permanecieron hasta 1943. Durante esos días, Natalia escribió su primera novela, El camino que va a la ciudad, la cual publicó en 1942 bajo el seudónimo de Alessandra Tornimparte (y que reeditó en 1945 ya con su firma definitiva, Natalia Ginzburg). Después del comienzo de la deportación sistemática de los judíos, y tras varias vicisitudes, su marido fue detenido, encarcelado y torturado hasta la muerte por los nazis. “Cuando el miedo dura mucho, se transforma. Se vuelve valentía, no: acostumbramiento. Eso. En definitiva, cuando uno tuvo demasiado miedo, no es que todavía lo tiene. O enloquece, o se mata, o no lo tiene más”, dijo la escritora después de que a Leone lo encontraran muerto en su celda de la prisión romana de Regina Coeli en febrero de 1944. Tras la caída de Mussolini, la viuda se instaló junto a sus hijos en Roma y comenzó a trabajar como editora en Einaudi junto a Cesare Pavese. Durante sus largos años en la mítica editorial, en cuyas oficinas de Turín o de Roma Natalia leía manuscritos y redactaba informes, corregía, traducía y escribía prólogos, también impulsó la publicación de Elsa Morante, de El diario de Ana Frank y de Madame Bovary de Flaubert (traducción de la que se encargó personalmente y que le llevó muchísimo tiempo y dedicación). –Texto de Natalia sobre el acto de traducir: https://calledelorco.com/2018/12/14/ser-hormiga-y-caballo-a-la-vez-natalia-ginzburg/

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Natalia Ginzburg
Natalia Ginzburg

 

Natalia contaba con la suerte de que sus padres se ocuparan de sus hijos, lo cual le permitió ser una mujer parcialmente liberada (aunque siempre bajo la mirada juzgona y moralista de la sociedad, la cual veía con malos ojos que una madre no estuviese a puro y absoluto merced de sus vástagos. –El patriarcado, y más aún las mujeres que adhieren al sistema patriarcal, son espoliadoras natas de todo empoderamiento posible de sus homólogas-. En su ensayo Los zapatos rotos (1945), a modo de reflexión catártica, Ginzburg escribió: “Yo pertenezco a una familia donde todos llevan zapatos fuertes y en buen estado. (…). Cuando vuelvo con mi familia, lanzan gritos de indignación y dolor al ver mis zapatos. Pero yo sé que también se puede vivir con zapatos rotos (…). Mis hijos viven con mi madre y hasta ahora no llevan los zapatos rotos. Pero ¿cómo serán de mayores? ¿Qué zapatos llevarán? ¿Qué camino elegirán para sus pasos? ¿Decidirán excluir de sus deseos todo aquello que es agradable pero innecesario, o afirmarán que todas las cosas son necesarias y que el hombre tiene derecho a llevar en los pies zapatos fuertes y en buen estado?”. – https://bibliotecaignoria.blogspot.com/2019/08/natalia-ginzburg-los-zapatos-rotos.html -. En 1947 apareció su segunda novela, Y eso fue lo que pasó – https://www.escuelaestacionsur.com/Images/Y%20eso%20fue%20lo%20que%20paso%20-%20Natalia%20Ginzburg.pdf -, con la que ganó el premio Tempo. Se trata de un libro desasosegado, violento y lleno de tristeza. Es la historia de un amor desesperado, una confesión, escrita con un lenguaje sencillo y conmovedor, de la desgarradora lucidez de una mujer sola que durante años ha soportado la infidelidad de su marido y cuyos sentimientos, pasiones y esperanzas la abocan a extraviarse inexorablemente. En el prólogo, Italo Calvino escribió: “Durante generaciones y generaciones lo único que han hecho las mujeres de la tierra ha sido esperar y sufrir. Esperaban que alguien las amara, se casara con ellas, las convirtiera en madres, las traicionara. Y lo mismo sucedía con las protagonistas de Ginzburg”.

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Italo Calvino y Natalia Ginzburg
Italo Calvino y Natalia Ginzburg

 

Para principios de 1950, la escritora volvió a contraer nupcias, esta vez con el profesor universitario Gabriele Baldini, especialista en literatura inglesa, quien era director del Instituto Italiano de Cultura en Londres, ciudad en la que vivieron por un buen tiempo, y a la que Natalia le dedicó un ensayo y donde empezó a descubrir autores británicos. El matrimonio tuvo dos hijos: Susanna (4 de septiembre de 1954 – 15 de julio de 2002) y Antonio (6 de enero de 1959 – 3 de marzo de 1960). Ese mismo año, a poco de sus esponsales y de su mudanza a la capital británica, también tuvo lugar otra marca indeleble para Natalia: el 27 de agosto se suicidó su amigo Pavese en una habitación de hotel. El trágico óbito no solo la consternó hondamente, sino que la colmó de culpa –esa maldita laceración psicológica judeo-cristiana autoinfligida que todo lo invade y tiñe de oscuro gris hasta el último milímetro del alma- el no haber podido estar presente en el funeral, pero por sobre todo a su lado en su angustiosa agonía y barahúnda psicoemocional que devino en su decisión de fenecer. “L’ importante è camminare e allontanarsi dalle cose che fanno piangere” (Lo importante es caminar y alejarse de las cosas que nos hacen llorar), escribió la italiana en su libro Querido Miguel años después, una consigna con la que fue consecuente desde siempre y que la adargó en los momentos más desgarradores de su vida, y la orientó a seguir produciendo más allá –o a pesar de- las circunstancias.

Esa misma pulsión creacional como modo de apaliar las penas de la existencia, la llevó a publicar en 1952 Nuestros ayereshttps://zhil.skandia-life.co.uk/317246/ -, una pieza narrativa cruda y melancólica acerca de la Italia de posguerra. En la misma escribió: “Al principio los dramas íntimos dominan la escena y lo que ocurre más allá de las cuatro paredes es algo lejano, pero la guerra no perdona. Con las bombas llegan las decisiones importantes y los actos extremos: el escenario se abre, respira dolor, pide dignidad, y el miedo es moneda común. Cuando finalmente todo acaba, los pocos que sobreviven tendrán que vérselas con un vacío lleno de preguntas sin respuesta. Anna, viuda ya, mira ahora con los ojos bien abiertos, como testigo firme de una generación que no pudo elegir porque la Historia con mayúscula decidió por todos”. Cinco años más tarde aparecieron el libro de cuentos Valentino (premio Viareggio) y la novela Sagitario, y en 1961 lanzó su novela Las palabras de la noche (que en 2003 fue llevada al cine por el español Salvador García Ruiz con el título de Las voces de la noche). En Las palabras de la noche, a través de las conversaciones entre una madre y una hija, la autora habló de la dificultad de huir de los convencionalismos, de las etiquetas y reglas sociales; de la construcción de la identidad; de las decisiones que se toman y marcan el camino en una u otra dirección. La Italia fascista volvía a ser el telón de fondo, el decisivo telón de fondo, y, como siempre, el río de la vida fluyendo, arrastrando sueños, deseos, edades. En esta novela, Natalia, a través de la relación de una joven pareja, plasmó su consciencia de que la excesiva sumisión y la aceptación a lo establecido, conduce a la infelicidad, de que actuar de acuerdo a lo que los demás (la sociedad, la familia) reclaman, lleva a la muerte de lo que verdaderamente se piensa y se es. “Le ocurre a mucha gente. Una persona, en un momento determinado, ya no quiere enfrentarse con su alma. La esconde, porque tiene miedo de no encontrar ya fuerzas para vivir”, escribió en una de las páginas que componen la historia. “La felicidad siempre parece mentira, es como el agua, y se comprende sólo cuando se ha perdido. Incluso el mal que hacemos, es así, parece mentira, parece una tontería, agua fresca, mientras lo hacemos; si no, la gente no lo haría, tendría más cuidado”, expresó Natalia desde la boca de una de las protagonistas en otra de las páginas también.

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Natalia Ginzburg
Natalia Ginzburg

 

En 1963 publicó Léxico familiarhttps://docer.com.ar/doc/xennnsn -, la narración de los recuerdos de infancia y juventud de la propia Natalia Ginzburg, capturados en retazos de conversaciones, en frases familiares e íntimas o en las charlas que los intelectuales del Turín de los años treinta mantuvieron en la penumbra de los salones, mientras comenzaba a alzarse el fantasma del fascismo. “Existe una cierta uniformidad monótona en los destinos de los hombres. Nuestras existencias se desarrollan según leyes antiguas e inmutables, según una cadencia propia, uniforme y antigua. Los sueños no se hacen nunca realidad, y en cuanto los vemos rotos, comprendemos de repente que las mayores alegrías de nuestra vida están fuera de la realidad. En cuanto vemos rotos nuestros sueños, nos consume la nostalgia por el tiempo que bullían dentro de nosotros. Nuestra suerte transcurre en ese alternarse de esperanzas y nostalgias”, argumentaba la escritora. Y al final se preguntaba si ella era la misma que se paseaba por la nieve en aquel pueblo, con fe “en un porvenir fácil y alegre”, en aquella época pasada que fue la más feliz de su vida, de lo que fue consciente recién cuando ya había pasado para siempre.

El 18 de junio de 1969, Gabriele Baldini murió repentinamente y Natalia volvió a quedar viuda, pero esta vez con cinco vástagos bajo su responsabilidad. Ella continuó con su escritura, cada vez más enfocada en lo pequeño e interesada en el microcosmos de las relaciones familiares: Querido Miguel (1973), Familia (1977), la novela epistolar La ciudad y la casa (1984) y la inclasificable y extensa La famiglia Manzoni (1983), son ejemplos concretos de esa fascinación suya por la poética de lo cotidiano y las interrelaciones consanguíneas. Al mismo tiempo, después de la muerte de Baldini y como la mayoría de los intelectuales de izquierda italianos de aquella época, Natalia empezó a participar cada vez más en política. A su vez, comenzó a hacer colaboraciones semanales en distintos medios gráficos. Por su condición de intelectual y figura pública, en 1983 el Partido Comunista le ofreció ser candidata a diputada en sus listas como miembro independiente. Finalmente ganó y, según los medios de la época, tuvo intervenciones memorables en el Parlamento.

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Natalia Ginzburg murió en Roma la noche de 6 al 7 de octubre de 1991, después de haber vivido como pocas de una manera feminista. Desafió muchos de los mandatos sociales que se esperaba que acatase: desde la educación y los modales de una “joven formal”, que nunca hicieron carne en ella, hasta la manera en que decidió formar una familia y las intensas relaciones de amistad que mantuvo con muchos de los personajes más relevantes del mundo intelectual del momento. Le interesaban poco las convenciones, el modo supuestamente femenino de decir, de vestir y de llevar adelante la crianza de los hijos. Fue original y valiente, transparente y profunda. “Mi oficio es escribir historias, cosas inventadas o cosas que recuerdo de mi vida, pero, en cualquier caso, historias, cosas en las que no entra la cultura, sino sólo la memoria y la fantasía”, aseguró en su ensayo “Mi oficio”. Y así lo hizo hasta el último de sus suspiros sobre esta tierra.

NO PODEMOS SABERLO

Natalia Ginzburg, 1965

No podemos saberlo.

Nadie lo dijo.

Quizá allá no haya más que un catre desvencijado,

cuatro sillas con la paja salida

y una pantufla vieja mordisqueada por las ratas.

Tal vez Dios sea una rata

y escape y se esconda no bien lleguemos.

Y tal vez en cambio sea la pantufla vieja mordisqueada y gastada.

No podemos saber.

Quizá Dios nos rehúya,

asustado,

y tengamos que llamarlo

y llamarlo largo rato,

con los nombres más dulces

para lograr que vuelva.

Desde un punto lejano,

en el cuarto,

él nos escrutará,

inmóvil.

Quizá Dios sea pequeño como una brizna de polvo,

y apenas lo veamos usando el microscopio:

sombra azul diminuta en el cristalito,

ala negra diminuta perdida en la noche del microscopio,

y nosotros allí de pie,

mudos,

contemplándolo en vilo.

Quizá Dios sea grande como el mar,

y lance espuma y truene.

Quizá Dios sea frío como el viento de invierno,

quizá aúlle y retumbe como fragor que aturde,

y debamos taparnos las orejas con las manos,

helados y temblando,

bien ocultos en el suelo.

No podemos saber cómo es Dios.

Y de todas las cosas

que querríamos saber,

es la única realmente esencial.

Quizá Dios sea tedioso,

tedioso como la lluvia

y ese paraíso suyo sea un tedio mortal.

Quizá Dios lleve anteojos negros,

chalina de seda,

dos pomeranias con correa.

Quizá use polainas,

esté sentado en un rincón sin decir palabra.

Quizá se tiña el pelo,

oiga radio portátil

y se broncee las piernas en la azotea de un rascacielos.

No podemos saber.

Nadie sabe nada.

Quizá no bien lleguemos nos mande al almacén a comprarle pan, salame y un jarrón de vino.

Quizá Dios sea tedioso,

tedioso como la lluvia

y ese paraíso suyo sea el cantito de siempre,

revoloteo de velos,

de plumas,

de nubes,

olor a lirios cortados

y un tedio mortal,

y cada tanto media palabra para pasar el tiempo.

Quizá Dios sean dos,

una pareja de novios

librados al sopor en una mesa de hostal.

Quizá Dios no tenga tiempo.

Dirá que nos vayamos y volvamos más tarde.

Saldremos a pasear,

nos sentaremos en un banco a contar trenes que pasan,

hormigas,

pájaros,

barcos.

A esa alta ventana

Dios se asomará a mirar la noche y la calle.

No podemos saber.

Nadie lo sabe.

O tal vez Dios tenga hambre y nos toque saciarlo,

quizá se esté muriendo de hambre,

y tenga frío,

y tiemble de fiebre,

bajo una frazada roñosa,

llena de chinches,

y debamos correr a buscar leche y leña,

y llamar al médico,

y vaya a saberse si damos pronto con un teléfono,

y con la moneda,

y con el número en la noche agitada,

vaya a saberse si nos alcanza el dinero.

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Links a la obra de Natalia Ginzburg:

– PDFs de sus libros Las pequeñas virtudes, Las palabras de la noche, El camino que va a la ciudad, Antón Chejov y Querido Miguel: https://www.libronube.com/descargar-querido-miguel-natalia-ginzburg/10087/

– Entrevista a Natalia Ginzburg (con subtítulos en español) https://www.youtube.com/watch?v=WXNRxiEwn_g&ab_channel=MarianaIntagliata

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