Se cumplió el bicentenario del nacimiento de Bartolomé Mitre, quien fuera una figura central del proyecto de futuro que transformó a la Argentina, de un desierto deshabitado en una pujante y progresista nación. De sus múltiples facetas de actuación, tanto en la vida pública como en el ámbito intelectual, le rendimos homenaje destacando sus esfuerzos en pos de constituir una fuerza política afín al liberalismo, que era la expresión más genuina del espíritu revolucionario de Buenos Aires, derrotado en 1880 por el triunfo de la alianza que llevó al poder a Julio A. Roca.
Su trayectoria en defensa de los principios de un Partido de la Libertad se inicia en 1852, con apenas treinta y un años, con una serie de artículos publicados en el periódico Los Debates.
Mitre escribe que el Partido de la Libertad es el heredero de la gesta de Moreno, “tal es la tradición de Mayo en toda su pureza, tal el programa de aquella gran revolución formulado por su ilustre apóstol”, eclipsada en el año 20 y luego rescatada por Rivadavia, quien “reduce a hechos la tradición de Mayo” en Buenos Aires, último refugio de esa tradición “escarnecida y renegada en el resto de la República”. Pero los bárbaros triunfan, escribe Mitre, y se produce el segundo eclipse del Partido de la Libertad. Mitre recuerda los nombres de Lavalle, Paz, Lamadrid, Marco Avellaneda, Castelli, Crammer y otros “que han rendido noblemente su vida, fieles al dogma, a la bandera, a la tradición de Mayo”.
Esta es la tradición que invocan Los Debates al proponer el programa político del Partido de la Libertad, que propende: “1°) a la organización nacional por medio de un congreso constituyente; 2°) al establecimiento del sufragio directo universal, conquistado ya en la práctica; 3°) a la consolidación de la libertad de imprenta, poniéndosele por límite la inviolabilidad de la vida privada; 4°) a la conquista del derecho de reunión, que no es sino la libertad de la palabra hablada; 5°) a la realidad del sufragio por medio de la independencia del voto del ciudadano y la renovación periódica de los representantes elegidos por la voluntad de la mayoría; 6°) a la reforma de la ley de imprenta y de elecciones. En una palabra, propenderemos al triunfo definitivo de la democracia que es el gobierno de todos y para todos”.
El programa del Partido de la Libertad ha abrevado en el pensamiento de la Generación del 37, de la que Mitre es su representante más joven, y es la síntesis fiel del progresismo democrático que anhelaba Echeverría para superar el antagonismo estéril de unitarios y federales, adaptado a las circunstancias históricas posteriores a Caseros.
En su vasta obra como presidente (1862-1868), Mitre luchó por imponer los principios liberales en un contexto en el que todo estaba por hacerse, en una situación de extrema precariedad y con escasos medios, agravada por la guerra del Paraguay. Mitre se vio obligado a permanecer muchos meses en los campamentos militares de la Triple Alianza, pero siempre se preocupó de que su obra de gobierno se mantuviera fiel a los principios del liberalismo. Esta preocupación se puso de manifiesto en la célebre carta que le escribió a Juan María Gutiérrez desde el cuartel general de Tuyú Cué el 28 de noviembre de 1867, considerada su testamento político. Mitre cree necesario dar a conocer su posición porque, mientras permanece alejado del país, se ha desatado una aguda disputa por las candidaturas presidenciales.
En esos tiempos, el presidente saliente ejercía una enorme influencia en la designación del candidato para sucederlo. Mitre rechaza cumplir ese rol y en la carta fundamenta su posición en la fidelidad a los principios del liberalismo: “Creo que habrá muy pocos que no conozcan mi modo de pensar sobre el rol que corresponde al actual presidente de la república en la elección de que se trata, porque ese rol me está prescripto por mis más sagrados deberes; es la consecuencia lógica de los principios que profeso; se liga en su práctica a la existencia de la comunión política a la que pertenezco y nadie puede creer que yo falte a mis deberes, y traicione mis principios, y conspire contra la vida de mi partido, usurpando derechos ajenos al asumir el papel de fabricantes de candidatos de mala ley, para sucederme en el gobierno, como lo pretenden hombres caracterizados”. Agrega que proceder como le piden es más que un escándalo: es un atentado.
Para Mitre “el candidato es el partido liberal”. En la carta de Tuyu-Cué, expone el credo principista del liberalismo en la hora en que su fuego sagrado está llamado a extinguirse en el orden conservador que se avecina: “Si el partido liberal no hubiese de triunfar en las condiciones de su propia existencia, si no hubiese de luchar con los principios de su credo político inscriptos en su bandera y leal y valientemente practicados, si no hubiese de valerse de medios análogos a sus fines, el partido liberal no tendría razón de ser, ni merecería triunfar, ni sería digno de gobernar y se haría acreedor a la derrota; pues para escamotear la soberanía del pueblo, desacreditando la libertad, y desmoralizar el gobierno dándole por base el fraude, la corrupción o la violencia, ahí están sus enemigos que lo harán mejor (es decir, peor)”.
A continuación hace una profesión principista que Moreno hubiera suscripto y muy pocos políticos recordarán en el futuro: “Es preciso, pues, trabajar y triunfar con la verdad de nuestros principios, y con fe en ellos y por medios análogos a los fines que nos proponemos, a fin de que el partido liberal, teniendo razón de ser, tenga razón de triunfar y de gobernar para bien y honor de todos”.
Desde el fondo de nuestra historia, Mitre nos brinda una lección para el presente: las fuerzas liberales tienen el deber de proclamar sus verdades sin especulaciones electorales, de modo que, en caso de llegar al poder, los ciudadanos sepan que respetarán y actuarán según sus principios.