Watson y Crick son dos nombres tan indisolublemente unidos como Watson y Holmes. Cada día, en las escuelas y universidades de todo el mundo se recuerda a los dos codescubridores de la doble hélice de ADN. Pero cuando ambos recibieron el Nobel de Fisiología o Medicina en 1962, a ellos se unió un tercer nombre, el de Maurice Wilkins. ¿Quién era Wilkins, y qué hizo para merecer tal honor?
A Maurice Hugh Frederick Wilkins (15 de diciembre de 1916 – 5 de octubre de 2004) le cayó un papel incómodo. Fue el tercero en la sombra, algo que reflejaba el título –elegido por la editorial, no por él– de su autobiografía El tercer hombre de la doble hélice. Pero sobre todo, a menudo le tocó escuchar que el tercer hombre premiado con el Nobel debió haber sido una mujer, Rosalind Franklin. Y si bien es cierto que la cristalógrafa falleció de cáncer en 1958, cuatro años antes de la concesión del galardón a sus colegas, también lo es que nunca llegó siquiera a estar nominada.
De hecho, en la introducción a su libro, Wilkins dejaba claro que su principal motivación a la hora de escribirlo fue precisamente responder a las acusaciones de que él, Watson y Crick se habían adueñado ilícitamente de los hallazgos de Franklin y habían oscurecido el papel de la investigadora en la historia del ADN. Tales acusaciones, escribía Wilkins, habían “demonizado” al trío y sobre todo a él, “el demonio más prominente”.
Wilkins, sospechoso de espionaje
Nacido en Nueva Zelanda de padres irlandeses, Wilkins regresó a las islas británicas a los seis años para iniciar su educación. Su licenciatura en física y sus intereses científicos le llevarían a convertirse en el cofundador de una nueva rama de la ciencia, la biofísica. Bajo los auspicios de su mentor y supervisor de tesis doctoral, John Randall, en 1952 Wilkins describía en la revista Nature el nuevo laboratorio de biofísica del King’s College de Londres, construido bajo tierra en las criptas destruidas por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.
Junto a su carrera científica, otro rasgo marcaría la trayectoria de Wilkins: su activismo pacifista. Antes de la Segunda Guerra Mundial perteneció al Partido Comunista, lo que le marcó como sospechoso de espionaje. Curiosamente, con el estallido del conflicto se tomó una tregua de su pacifismo y puso su ciencia al servicio del esfuerzo bélico, lo que le llevó a trabajar para el proyecto Manhattan de fabricación de la bomba atómica.
En su autobiografía reconoció que la explosión de Hiroshima causó a todos en su laboratorio un “feliz sentimiento de culminación”, unido al alivio de saber que aquel logro ponía fin a la guerra. Sin embargo, aquella misma tarde la reflexión de un amigo filósofo le devolvió a sus antiguas convicciones pacifistas. Años más tarde, sobre todo después del Nobel, se implicaría en el movimiento internacional de oposición a la escalada nuclear.
Competencia con Rosalind Franklin
Pero sin duda, en la biografía de Wilkins sobresalen los episodios de sus estudios sobre el ADN y su relación con Franklin. La tesis del físico es que todo fue un inmenso y desafortunado malentendido provocado por Randall. Antes de la incorporación de Franklin al equipo del King’s College, la investigadora trabajaba en París, donde aplicaba técnicas de rayos X al estudio de la estructura de las proteínas. Por entonces, Wilkins aplicaba los mismos métodos a las fibras de ADN, una línea que juzgaba más interesante. Wilkins insistió en que Franklin debía abandonar las proteínas y dedicarse también al ADN una vez que se uniera al equipo de Randall; y éste no sólo estuvo de acuerdo, sino que escribió a Franklin informándola de que la línea del ADN sería de su exclusiva competencia. Fueran cuales fuesen los motivos de Randall para tomar tan imprevista decisión, el problema fue que jamás informó a Wilkins de ello. El neozelandés sólo se enteraría del contenido de aquella carta tras la muerte de Franklin.
Así, cuando Franklin por fin se incorporó al King’s College, se sintió molesta por lo que veía como una intromisión de Wilkins en su terreno. Éste, por su parte, pensaba que Franklin pretendía arrebatarle su línea, sus muestras, su equipo y hasta su becario, Raymond Gosling. El error de Randall sembró una cizaña que hizo inevitable el conflicto.
Pese a todo, se reprochaba a Wilkins que mostrara a Watson, sin el conocimiento de Franklin, la famosa fotografía 51 obtenida por Gosling. Esta imagen sería la pieza clave para que Watson y Crick se adelantaran a sus colegas en la definición de la estructura correcta del ADN. En su célebre estudio, publicado en Nature el 25 de abril de 1953, Watson y Crick agradecían a Franklin y Wilkins la inspiración por sus “ideas y resultados experimentales no publicados”. En el mismo número de la revista aparecían otros dos artículos resumiendo respectivamente las aportaciones de Wilkins y Franklin. Wilkins no ganaría el reconocimiento popular, pero sí la gloria del Nobel; en cambio, Franklin moría cinco años después como la gran perdedora de una de las mayores odiseas científicas de la historia.
Este texto fue publicado originalmente en: https://www.bbvaopenmind.com/ciencia/fisica/maurice-wilkins-el-tercer-hombre-del-adn/