María de Médici (Florencia, Italia; 26 de abril de 1575 – Colonia, 3 de julio de 1642) fue reina de Francia como la segunda esposa del rey Enrique IV de Francia de 1600 a 1610. María fue la sexta hija de Francisco I de Médici (1541-1587), Gran duque de Toscana, y de Juana de Habsburgo-Jagellón (1547-1578), archiduquesa de Austria. Ella era miembro de la rica y poderosa Casa de Medici.
Bailarina de ballet, coleccionista, su mecenazgo contribuyó a desarrollar las artes en Francia. Cercana a los artistas de su Florencia natal, fue educada por Jacobo Ligozzi.
Reina de Francia
Su matrimonio con Enrique IV de Francia fue debido, principalmente, a las preocupaciones dinásticas y financieras del rey de Francia. Los Médici, banqueros acreedores del rey de Francia, prometieron una dote de 600.000 escudos de oro, lo que hizo que María de Médici fuera apodada como la “Gran banquera”.
Su llegada a Francia desde Marsella, tras su matrimonio por poderes en Florencia antes de llevarse a cabo su confirmación en Lyon, tuvo gran repercusión. Dos mil personas formaban su cortejo. Antoinette de Pons, marquesa de Guercheville y dama de honor de la futura reina, fue la encargada de recogerla en Marsella. Después de desembarcar, María de Médici se reunió con su esposo en Lyon, donde pasaron la noche de bodas.
María de Médici quedó embarazada enseguida, y el 27 de septiembre de 1601 nació el primer hijo, el delfín Luis, causando gran alegría tanto al rey como a todo el reino, ya que desde hacía cuarenta años se esperaba el nacimiento de un Delfín. María de Médici continuó con su papel de esposa y le dio a su marido varios hijos.
María de Médici no se entendía con Enrique IV. Sumamente celosa, no soportaba las aventuras femeninas de su marido, ni sus desaires; él la obligaba a relacionarse con sus amantes y además le escatimaba el dinero que necesitaba para cubrir todas las necesidades que su condición real le exigía. Las discusiones entre ambos eran frecuentes, seguidas por una relativa tranquilidad. María de Médici quería hacerse coronar oficialmente como Reina de Francia, pero Enrique IV, por diversas razonas políticas, iba posponiendo la ceremonia. Fue necesario esperar al 13 de mayo de 1610, fecha en la que se esperaba una larga ausencia del rey —Enrique partió para conducir una “visita armada” a fin de solucionar un problema político entre los príncipes del Sacro Imperio, y el caso de Cléveris y Juliers—, para que la reina fuera coronada en Saint-Denis e hiciera su entrada oficial en París. Al día siguiente el rey fue asesinado.
La regente
Tras la muerte de Enrique IV el 14 de mayo de 1610, María de Médici asumió la regencia en nombre de su hijo Luis XIII que aún no tenía 9 años, demasiado joven para poder reinar. La posición insegura de su regencia ante la nobleza del reino y sus vecinos europeos la obligó a romper con la política de Enrique IV.
Destituyó a los consejeros del rey, pero no consiguió hacerse obedecer por los Grandes. Para recuperar el poderío de Francia, no encontró mejor solución que pactar la paz con España. En 1615 este acercamiento se concretó por medio de un matrimonio franco-español. Su hija Isabel se casó con Felipe IV de España, y su hijo se casó con Ana de Habsburgo, infanta de España.
La política de la reina provocó, no obstante, un gran descontento. Por una parte, los protestantes vieron con inquietud ese acercamiento de María con Su Majestad Católica el rey de España, Felipe III; por otra, María de Médici intentaba reforzar el poder de la monarquía con el apoyo de personas como Concino Concini, esposo de su hermana de leche y dama de compañía Leonora Dori, que no era apreciada por algunos nobles franceses. Éstos, llevados por la xenofobia, acusaban a los inmigrantes italianos que rodeaban a María de Médici de enriquecerse en perjuicio de la nobleza francesa. Aprovechándose de la debilitación causada por la regencia, los nobles de las grandes familias, con el príncipe Condé a la cabeza, se alzaron contra María de Médici para conseguir así unas compensaciones financieras.
Unos años más tarde, cuando María de Médici fue exiliada por su hijo, empezó a fraguarse la leyenda negra de María de Médici: se la acusó de haber procurado la riqueza y el poder de sus favoritos italianos, del despilfarro financiero causado por los derroches de la reina y su entorno, de la torpeza y la corrupción de su política que se había incrementado durante el gobierno de María de Médici. Por otro lado, la reina y su hijo no tenían buenas relaciones. Sintiéndose humillado por la conducta de su madre, Luis XIII organizó en 1617 un golpe de Estado en el que fue asesinado Concino Concini. Al tomar el poder, exilió a su madre en el Castillo de Blois.
El retorno político y cultural
En 1619, la reina se escapó de su prisión y provocó una sublevación contra su hijo el rey (“guerra de la madre y del hijo”).
El tratado de Angulema, negociado por el Cardenal Richelieu, solucionó el conflicto. Pero la reina madre no se sintió satisfecha y volvió a levantarse en armas contra su hijo con la ayuda de los Grandes del reino (“segunda guerra madre-hijo”). La coalición nobiliaria fue rápidamente derrotada en la batalla des Points-de-Cé por el rey, que perdonó a su madre y a los príncipes. Consciente de que no podía evitar la formación de complots en tanto que María de Médici estuviera en el exilio, el rey aceptó su retorno a la corte. María de Médici volvió a París, donde se dedicó a la construcción de su Palacio de Luxemburgo. Tras la muerte de Luynes, en 1622, se fue introduciendo de manera subrepticia en la política. Richelieu jugó, en esos momentos, un papel importante en la reconciliación entre madre e hijo, sugiriendo que ella pudiera incorporarse al Consejo del rey.
María de Médici, mecenas reconocida en la vida parisina, dio trabajo a Nicolas Poussin y Philippe de Champaigne en la decoración del Palacio de Luxemburgo, y encargó numerosas pinturas a Guido Reni y especialmente a Rubens, al que hizo ir a ¨Amberes para la ejecución de una galería de pinturas dedicadas a su vida. Actualmente quedan 22 cuadros conservados en el Museo del Louvre.
Caída y exilio
María de Médici continuó asistiendo a los Consejos del rey, según los consejos de Richelieu a quien introdujo como ministro del rey. Durante unos años, no se percató del poder e importancia que su cliente y protegido iba adquiriendo. Cuando se dio cuenta de ello, intentó derrocarle por todos los medios. Sin comprender aún el carácter del rey, creyó que le sería fácil obtener la destitución de Richelieu pero, después del famoso Día de los Engañados, el 12 de noviembre de 1630, Richelieu pasó a ser el primer ministro y María de Médici se vio obligada a reconciliarse con él.
Finalmente, María decidió retirarse de la corte. El rey, sabiendo lo intrigante que podía llegar a ser, la envió al castillo de Compiègne, desde donde trató de huir a Bruselas en 1631, donde pensaba encontrar ayuda para su causa. Refugiada con los enemigos de Francia, María fue privada de su condición de reina de Francia y, por consiguiente, de sus pensiones.
El fin de María de Médici fue patético. Durante años vivió al amparo de las cortes europeas en Alemania, después en Inglaterra, intentando crear enemigos contra el cardenal y sin poder regresar nunca a Francia. Refugiada en la casa natal de Rubens, murió en 1642, unos meses antes que Richelieu.
Legado
A través de ella llegan al trono de Francia los descendientes de los Reyes Católicos, al igual como en España, Austria, El Sacro Imperio Romano, Inglaterra, Escocia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Portugal y los tronos italianos.
Descendencia
Se casó con Enrique IV de Francia el 16 de diciembre de 1600 en Lyon y tuvieron 6 hijos:
Luis XIII, rey de Francia (1601-1643)
Isabel de Francia (1603-1644), reina de España.
Cristina de Francia (1606-1663), duquesa de Saboya
Nicolás de Francia (1607-1611)
Gastón de Francia (1608-1660), duque de Orleans
Enriqueta María de Francia (1609-1669), reina de Inglaterra