Malones y cautivas: el choque de dos mundos

Las mujeres capturadas por los aborígenes se veían obligadas a elegir entre dos mundos. A Lucio Mansilla, en su famoso libro Incursión a los indios Ranqueles, le confiesan claramente: “¿Para qué volver? ¿Para ser despreciadas?”. Muchas mujeres tenían sus hijos criados en las tolderías. Para la literatura nacional, volvían “impuras”, “avergonzadas”, “manchadas”, eufemismos para describir los vejámenes a los que habían sido sometidas.

¿Qué clase de vida tendrían en la civilización?, se preguntaban las cautivas. Mal que mal, se habían adaptado a las costumbres de los aborígenes. Sin embargo, muchas de estas mujeres volvieron a sus hogares y se acostumbraron (o parecieron acostumbrarse) a la vida que habían llevado antes de vivir con la indiada.

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“La vuelta del malón”, de Angel Della Valle.

 

En el caso de La Cautiva, a Bryan, el héroe romántico brotado de la pluma de Esteban Echeverría, parece no importarle el pasado de su amada, mientras que José Hernández redacta con más crudeza el maltrato a la cautiva, tal como se lo contó el general Lanza Seca Saá gracias a su experiencia vivida con los ranqueles, mientras coincidieron en el exilio de Montevideo.

Cautivas al modo norteamericano

Si bien la historia recoge varios casos de cautivas en nuestro medio, los norteamericanos cuentan las vicisitudes de estas damas con mayor crudeza. La mayor parte de las mujeres capturadas por los indios morían al poco tiempo o eran intercambiadas como esclavas, después de haber sido mutiladas (las quemaban y le cortaban la nariz y las orejas). Cuando eran mujeres adultas, la regla era la muerte después de haber sido vejadas. En cambio, las niñas eran entregadas a mujeres que habían perdido un hijo y solían ser tratadas con cariño. Solo se registró un caso de una joven capturada en Texas por los Comanches, que vivió 24 años entre ellos y al igual que las cautivas de Mansilla, no estaba dispuesta a volver a la civilización. Su nombre era Cynthia Ann Parker, pero era llamada Naduah entre los comanches (que quiere decir “alguien hallado”).

Cynthia era oriunda de Illinois pero fue capturada a los 10 años, cuando su familia se mudó a Texas y se establecieron en un pueblo fortificado, conocido como Fuerte Parker. El 19 de mayo de 1836, seiscientos comanches atacaron el pueblo. Eran guerreros feroces, habilidosos jinetes y diestros en el manejo del arco y flecha. Aun cabalgando a toda velocidad, podían disparar 10 flechas por minuto, que era lo que un americano tardaba en cargar un rifle. El pueblo fue tomado por sorpresa y rápidamente capturaron a Cynthia y otras cinco personas. Los hombres fueron lanceados y se les cortaron el cuero cabelludo y los genitales. A la abuela de Cynthia Ann Parker, la violaron hasta morir. A un bebé le rompieron la cabeza porque no cesaba de llorar. A Cynthia se la llevaron atada a la grupa de un caballo. Los Ranger rápidamente salieron a perseguir al grupo y pronto hallaron a una adolescente que había podido huir después de haber sido violada. A los otros, los fueron liberando con el tiempo, pagando su rescate. Sin embargo, Cynthia siguió viviendo entre los Comanches, sin intentar escapar.

Un capitanejo llamado Peta Nocona la tomó por esposa (curiosamente, el jefe permaneció monogámico por el aprecio que le tenía a Cynthia). El mayor de los hijos de esa unión se llamó Quanah Parker y fue el último gran jefe de los Comanches. El segundo varón era Pecos y también tuvieron una hija llamada Topsannah (o Flor de la pradera).

Los Texas Ranger la buscaron por años, exactamente 24 años. A lo largo de ese tiempo, pudieron verla dos veces, pero en ningún caso intentó volver. Rangers dirigidos por Lawrence Sullivan Ross atacaron a un grupo de comanches en Peace River. Nocona y Cynthia trataron de escapar de la embestida, ella llevaba una niña en brazos. Por más que trataron de detenerla, finalmente Nocona fue muerto al resistirse a ser detenido. Cynthia se salvó de morir por sus ojos celestes.

Con el poco inglés que recordaba, Cynthia pudo identificarse como la sobreviviente al ataque del Fort Parker. Y como tal fue conducida a Camp Cooper, donde vivía su tío, el coronel, Isaac Parker, quien inmediatamente la cobijó en su hogar.

En 1861, el Estado de Texas le cedió a Cynthia Ann Parker 4.400 acres de tierra y una pensión de U$S 100 al año. Sus primos, Duke y Benjamín, fueron sus tutores. Cynthia se quejaba de no poder ver a sus hijos. Lamentablemente, Topusana, con quien vivía, murió de gripe. El golpe fue terrible para Cynthia, que se dejó morir de inanición.

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Cynthia Ann Parker quedó atrapada entre dos mundos, por un lado, Naduah, la cautiva y por otro la mujer blanca que no dejaba de ser una Comanche. La historia no termina con la muerte de Cynthia Ann Parker, porque su hijo mayor logró huir de la masacre y convertirse en el último caudillo Comanche. Quanah Parker quiso continuar la guerra como lo habían hecho sus ancestros por 200 años, pero ya había desaparecido el búfalo de las planicies, el modus vivendi de su pueblo y esto exigía una adaptación a un mundo que cambiaba.

Quanah fue cruel y despiadado cuando lo pudo ser, pero sabía que tenía una guerra perdida. Se rindió honrosamente en una reserva y comenzó una vida propia de un pequeño propietario americano. Tuvo su casa, su cuenta de banco, crió animales y hasta usaba los sombreros Stentson luciendo un traje a medida, pero jamás se cortó la melena, y como un buen comanche, cultivó la poligamia.

Buscó a su madre y a su hermana hasta hallar la tumba que las albergaba. En la lápida, se recuerda a Cynthia Ann Parker como madre de Quanah, un consuelo ínfimo para esta historia de dos mundos desencontrados.

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