George Gershwin, el amo de la música estadounidense

George Gershwin es una presencia que se cuela por toda la cultura norteamericana, literal y simbólicamente. ¿Acaso es posible pensar en Rhapsody in blue sin pensar en la escena inicial de Manhattan de Woody Allen? ¿Qué sería de An American in Paris sin la dirección de Vicente Minnelli y la coreografía de Gene Kelly? Aunque vivió menos de cuarenta años en este mundo, su legado subsiste.

Manhattan – rhapsody in blue

 

 

 

Gershwin generó una música para todos los tiempos y a la vez fue capaz de encapsular en ella, de alguna forma, la experiencia americana. Su música es Estados Unidos, en la medida en la que se piense en ese país como un producto de la mezcla. Siguiendo esta línea, la hibridez es el elemento que lo define como individuo y que atraviesa toda su producción, ya sea mezclando la música clásica, el blues, el jazz o el folk, para dar lugar a composiciones originales.

Desde sus mismos orígenes, en Brooklyn de fines de siglo XIX, la heterogeneidad estuvo presente en su vida. Gershwin llegó al mundo bajo el nombre de Jacobo Gershowitz el 26 de septiembre de 1898, rodeado de inmigrantes de todo el mundo. En su casa no eran especialmente adictos a la música, pero alguien tuvo la sensatez de comprar un piano que él aprendió a tocar dándose maña.

Tal era su talento que a los 17 años ya estaba golpeando puertas en el mítico Tin Pan Alley tratando de vender canciones y trabajando como músico de estudio, llegando a grabar más de 140 rollos para pianola. Algunas de sus composiciones fueron publicadas a partir de 1916, pero su entrada al estrellato se produjo en 1919, cuando el famosísimo performer Al Jolson decidió incluir “Swanee” en su repertorio. Tal fue el éxito de la pieza que, con un millón de partituras y con cerca del doble de discos vendidos, Gershwin pudo dedicarse exclusivamente a sus proyectos personales y no tuvo que salir a vender más canciones.

En estos primeros años de la década del veinte escribió sus primeras comedias musicales y, a partir de 1924 con el estreno de Lady be good! sumó a su hermano Ira como letrista. Por esta misma época, más allá de sus exitosos shows, Gershwin empezó a mostrar su versatilidad como compositor. Luego de que el director de banda Paul Whiteman reparara en él, le pidió que escribiera una pieza sinfónica para un concierto de música moderna. Gershwin le entregó Rhapsody in blue.

Aunque parezca sorprendente, aún después de éxitos de este tipo, para finales de la década él todavía se sentía poco satisfecho con sus capacidades técnicas como músico. Con la idea de adquirir algún tipo de educación formal fue a Europa y allí conoció a grandes personalidades del ambiente musical, como Igor Stravinski, Maurice Ravel, Serge Porkofiev y Kurt Weil. Atónito, descubrió que la admiración era mutua y aunque él solicitó ayuda a más de uno, la mayoría se negaron a ser sus tutores, alegando que no necesitaba cambiar absolutamente nada de su música, perfecta como ya era.

Para inicios de los treinta Gershwin retornó a los Estados Unidos y siguió escribiendo obras para Broadway, estableciéndose junto con su hermano Ira como uno de los equipos de compositor-letrista más reconocidos del ambiente. Tal fue su fama y su importancia que una de sus obras, una sátira política llamada Of thee I sing, fue el primer musical en ganar un premio Pulitzer.

La década fue de inmensa productividad y no sólo en cuanto a musicales para el teatro. Con la llega del cine sonoro, las películas también aprendieron a cantar y los productores de Hollywood, ávidos de composiciones exitosas, fueron en busca de talento al lugar más obvio: Broadway. Para 1937, Gershwin se instaló en la costa Oeste y su música apareció en películas como Shall we dance? y Damsel in distress.

gershwin en el piano.jpg

 

 

De esta década es también su trabajo más memorable y ambicioso: Porgy and Bess. Con la idea de hacer la primera ópera netamente norteamericana, luego de leer el libro Porgy (1924) de DuBose Heyward sobre la vida de una comunidad negra en Carolina del Sur, sintió que había encontrado su obra. Luego de un monumental trabajo de composición e investigación que duró 20 meses a principios de la década, para 1935 declaró que el proyecto estaba concluido.

Tristemente, la difusión no fue tan sencilla. Llamándola “folk opera”, ya desde el título resultaba un problema. Demasiado “popular” para la Metropolitan Opera tuvo que contentarse con estrenarla en el Alvin Theatre. Una vez que Porgy and Bess vio la luz, la audiencia y la crítica, que probablemente esperaban algo parecido a sus musicales previos no lo entendieron. A esta confusión generalizada desde la música, se podría agregar también una de orden más racial, especialmente relevante en esa época. Ese era un mundo en el que el ambiente de la ópera estaba todavía fuertemente segregado y, desde una posición snob y racista, a muchos les costó aceptar una pieza enteramente dedicada a la cuestión afroamericana.

En un ambiente que le era extremadamente hostil, no es sorprendente que la obra haya cerrado luego de una pocas funciones y que Gershwin perdiera todo el dinero que invirtió en ella. Aunque devastado por el fracaso crítico, él siempre creyó que Porgy and Bess había sido su mejor trabajo y la historia terminó dándole la razón cuando esta fue canonizada como la ópera estadunidense por excelencia.

En el punto más alto de su carrera, cuando ya contaba con gran reconocimiento en una costa y comenzaba a hacerse famoso en la otra, Gershwin murió de repente, víctima de un tumor cerebral incurable, en 1937. Sólo nos podemos imaginar a dónde podría haber llegado si hubiera podido continuar componiendo, pero la historia del legado de Gershwin no es una historia triste. Su influencia en la música norteamericana fue como las ondas que se producen cuando un objeto cae al agua. Hoy es considerado como el hombre que le dio su forma definitiva al teatro musical e hizo de él un arte. Sus canciones, muchas de ellas coescritas con su hermano Ira, hoy son una parte fundamental de lo que se llama comúnmente el “Great American Songbook” y han sido interpretadas por todo tipo de personalidades, desde Frank Sinatra a Lady Gaga, dando cuenta de la calidad y atemporalidad de su obra. Hoy su música, además, es tan omnipresente que figura en los créditos de más de 500 películas y series.

Para quien lo quiera ver, George Gershwin todavía vive.

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George & Ira Gershwin.
George & Ira Gershwin.

 

 

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