Nació en el condado de Cork, Irlanda (cuando toda Irlanda estaba sometida al imperio de Inglaterra, es decir dentro del Reino Unido), el 19 de noviembre de 1835, bajo el nombre de Elizabeth Alice Lynch Lloyd (luego conocida como Elisa Lynch o Madame Lynch). Fue la primogénita de los cuatro hijos del matrimonio entre el médico John Lynch (quien murió cuando Elisa tenía 5 años) y Jane Clarke Lloyd. Sus familiares eran ricos comerciantes y oficiales de marina, lo que permitió que sus primeros años de vida fueran bastante opulentos, dicha que se vio ensombrecida tras la muerte de su padre y, posteriormente, ennegrecida totalmente con el desencadenamiento de la Gran Hambruna de Irlanda (Irish Potato Famine) [2], la cual llevó a Jane a emigrar junto a sus huérfanos vástagos a Londres. La situación económica de la familia Lynch Lloyd en la capital inglesa era asaz penosa, pretexto que impelió a la materfamilias a matrimoniar a su pámpana mayor (quien había sido dotada con una rutilante belleza) a fin de reposicionarse socioeconómicamente. -Todavía ese tipo de práctica no era entendida como “proxenetismo”-. El 3 de junio de 1850, a los 15 años de edad, Elisa se casó bajo el rito anglicano, en la parroquia de Folkestone del condado de Kent, con el médico cirujano militar francés Xavier de Quatrefages, quien por su destino profesional en el ejército colonial la llevó a vivir a Argelia (país que Francia subyugó desde 1830, con la toma de Argel, a 1962, cuando el país del norte de África logró su independencia gracias a los Acuerdos de Evian). A los tres años de casada, Elisa se separó de su marido, por no amarlo, y se trasladó a Londres junto a su madre y luego a París, donde residió por una no muy luenga temporada.
Asentada en la capital francesa, en un baile dado en el Palacio de las Tullerías por Napoleón III, Elisa conoció a Francisco Solano López, el hijo del presidente del Paraguay, Carlos Antonio López, y a su hermano Benigno, quienes estaban visitando la ciudad y rindiendo pleitesía al emperador, al que admiraban por su filosofía política (miscelánea de romanticismo, liberalismo autocrático y socialismo idealista). Ambos consanguíneos estaban recorriendo Europa para capacitarse militarmente y buscando materiales para sus industrias y ferrocarriles, e ingenieros y médicos para promover la economía de su país (para ese entonces, en Inglaterra, ya habían comprado el armamento necesario para guarnecer las Fuerzas Armadas paraguayas y el buque Tacuarí [3]). El arrobamiento entre Elisa y Francisco fue tan instintivo como fulminante. A pesar de que ella estaba aún legalmente casada con Quatrefages, inició una relación amorosa con Solano López, y viajó con él al Paraguay. Durante el viaje aprendió castellano (idioma que en poco tiempo manejó a la perfección) y guaraní. Al llegar a Buenos Aires (ciudad porteña en la que todos los vapores transatlánticos recalaban primeramente, antes de desembarcar en el resto de las ciudades sudamericanas), en 1854, Elisa debió diferir su periplo para dar a luz a su primer hijo, Juan Francisco López Lynch (quien sería luego conocido como el Coronel Panchito López, muerto junto a su padre a los 14 años en el combate de Cerro Corá, tratando de defender la vida de su madre y hermanos).
Al arribar a Asunción, con el primogénito de los amantes recién nacido en brazos (la pareja tuvo 7 hijos en total: el ya mencionado, Corina, Enrique, Federico, Carlos, Leopoldo y Miguel, a los que Francisco testamentó, reconociendo con ello no solo su paternidad sino también los derechos hereditarios de los mismos), Elisa se encontró con el rechazo de la sociedad paraguaya, que repulsaba el divorcio y la posibilidad de que el hijo del presidente se casara con una extranjera (de modo que no pudieron contraer matrimonio, como parece haber sido el proyecto de ambos, y vivieron en concubinato hasta el último día de vida de Francisco). Sólo con el paso de los años (y tras la asunción de Francisco como presidente sucesor de su progenitor en 1862), la irlandesa (devenida primera dama) logró encontrar un lugar en la alta sociedad de esa capital del Tetã Paraguái (República del Paraguay en guaraní), llegando a imponer tendencias y modas (entre ellas el teatro de revista, la decoración francesa y la moda europea) y haciendo de su hogar un epicentro social y cultural. También, fueron famosos los bailes organizados por ella en el Club Nacional, por los cuales grandes personajes de la época desfilaban pintiparadamente. Paralelamente, y además de las tilinguerías clasistas necesarias para “pertenecer” a la estirpe solariega -resulta risueño el hecho de que existieran (y sigan existiendo) latinos con delirios de nobleza, cuando es sabido que no somos más que una suma de goliardos aburguesados expelidos de Europa en pastranos bajeles y estibados en un territorio atrabiliario, donde “Elite” no es más que una marca de papel higiénico-, convocó a varias maestras y profesoras europeas e inició la educación femenina en el Paraguay, que hasta entonces había sido casi nula.
Al estallar la Guerra de la Triple Alianza se dio a sí misma el título de “mariscala” (a modo de aseverar su lugar junto a Francisco) y comenzó a lucir vistosos uniformes militares. Acompañó a López en sus numerosas visitas al frente y en la vida de cuartel, donde se dedicó a curar a los heridos y se transformó en un símbolo para las tropas. A su vez, defendió de la paranoia conspiranoica del mariscal a algunos prisioneros y salvó a muchos de ser fusilados (entre ellos al coronel Juan Crisóstomo Centurión, quien relataría en sus memorias cómo Madame Lynch pidió por su vida, cuando había sido ordenado su fusilamiento). Cuando el 1° de marzo de 1870, Francisco Solano López fue asesinado en el Combate de Cerro Corá, su hijo Panchito López intentó ayudarla a escapar junto a sus hermanos, pero fue abatido con total y absoluta impiedad durante el osado conato. Cuando los soldados brasileños intentaron apoderarse violentamente de ella, logró hacerse respetar aduciendo su condición de súbdita de Inglaterra. -Si sos latina te violan sin la más mínima grima, pero si sos anglosajona domeñan su sadismo testosteroninérgico en el nombre de su cipayismo rastrero-. De modo que los oficiales del país carioca ordenaron que la irlandesa y sus huérfanos vástagos vivos (como repitiendo, aunque más trágica y sanguinariamente, la historia de su progenitora) fuesen llevados a Asunción. Antes de ello, la SEÑORA -sí, en mayúscula-, con sus propias manos, cavó la fosa en la que enterró los cuerpos del mariscal López y de su hijo Panchito. Una vez en Asunción, todos sus bienes le fueron embargados, acusada de haber sido participe constitutiva del empobrecimiento del pueblo paraguayo. Se retiró a Europa, donde habían sido enviados durante los últimos años de la guerra, varias cajas con valores como si fueran correspondencia diplomática, los que le valieron una vida cómoda en París, y sufragaron las acciones legales que emprendió contra el gobierno paraguayo a fin de recuperar tanto sus bienes personales como la herencia de sus hijos y, por, sobre todo: su honor.
“Nací en Irlanda en 1835, de padres honorables y pudientes, pertenecientes a una familia irlandesa que contaba por parte de padre dos obispos y más de setenta magistrados, y por parte de madre un Vice Almirante de marina inglesa y que tuvo la honra de combatir con cuatro de sus hermanos bajo las órdenes de Nelson en las batallas del Nilo y Trafalgar.
El 3 de junio de 1850 fui casada en Inglaterra a la edad de 15 años con Mr. Quatrefages, persona que ocupa actualmente un alto cargo en Francia. A su lado estuve tres años residiendo en Francia y Argelia, y sin tener descendencia. Separada de él por causa de mi mala salud, me reuní con mi madre y mi hermana en Inglaterra, quedando algún tiempo con ellos. Residí en París muy poco tiempo y mientras estuve allí viví con mi madre y la familia de Strafford, compuesta de la madre y tres hijas, siendo el padre en aquel tiempo magistrado de Dublín.
Poco tiempo después de separada de mi esposo conocí al mariscal López, y ya en 1854 me encontraba en Buenos Aires de paso para la Asunción; de donde no salí hasta 1870, cuando caí prisionera.
Los que se han ocupado en presentarme como una mujer de mala vida en París se encuentran descubiertos ante la evidencia de los hechos que dejo referidos, porque falta materialmente el tiempo necesario para que yo hubiese podido entregarme a la vida licenciosa que se ha querido atribuirme. Para hacer caber la calumnia, han tenido que inventar que nací en 1822. Es decir, que, en 1854, cuando vine a América debía tener, según ellos, 32 años. Las personas que me conocieron en esta sociedad son bastantes para constatar si eso pudo ser así; y, sobre todo, mi fe de nacimiento es concluyente.
No he podido ser la mujer a quien han pintado mis enemigos. El antecedente más desfavorable a mi reputación ha sido el hecho de mi matrimonio. Casada y pasando a ser la compañera del mariscal López, era autorizar el cargo de adúltera.
Hasta hoy no he querido desmentir esa acusación por motivos de delicadeza que me obligaban a no perjudicar la posición que ocupa Mr. Quatrefages. Pero ahora estoy obligada a romper ese silencio; porque me debo a mis hijos, y mi nombre está ligado a una época histórica, para que consienta sea atacada tan despiadadamente por personas que buscaban un lenitivo a sus escándalos y liviandades, ensañándose contra el nombre de una mujer. Mi matrimonio con Mr. Quatrefages fue considerado nulo por no haberse cumplido las formalidades exigidas por la ley; y la prueba más concluyente de ello está en que él se volvió a casar en 1857 y tiene varios hijos de este matrimonio.
Dados estos antecedentes respecto a mis primeros años, no necesito detenerme a dar cuenta de mi vida durante los 15 que residí en el Paraguay; porque nadie, nadie se atreverá ni se ha atrevido a acusarme de una vida desleal al hombre al cual ligué mi porvenir.
Ahora me corresponde ocuparme de lo que se relaciona con las acusaciones que se me han hecho desde que caí prisionera; porque me es necesario traer las cosas a luz con sus verdaderos antecedentes.
El 1° de marzo de 1870 caí prisionera del ejército brasilero en Cerro Corá, después de haber visto caer atravesados por las balas al mariscal López, a mi hijo mayor, Francisco, y a muchos fieles compañeros de campaña.
De Cerro Corá fui llevada a bordo del vapor Princesa, habiendo cumplido con el deber más doloroso y tremendo de dar sepultura con mis propias manos a los míos.
Largo tiempo he guardado un silencio profundo, a pesar de haber sido mi nombre explotado durante seis años por enemigos de causa, por personas que buscaban un lucro escribiendo folletos y libros que revestían de escenas espantosas, presentándome como el tipo de la prostitución y del escándalo, y como a una de esas fieras humanas que se complacen y deleitan en el exterminio de la sociedad.
He sido el blanco de los furores aparentes de los hombres que han subido al poder en el Paraguay, para gobernar sobre las ruinas de su opulencia y grandeza, sacrificadas a la defensa de su independencia y dignidad.
He sido acusada de los actos internos de la política del mariscal López y responsabilizándoseme de la guerra que llevaron al Paraguay tres naciones, como del sacrificio heroico con que ese pueblo se inmortalizó, pereciendo con su jefe, en más de cinco años de guerra, sin ejemplo en América, y puede decirse, en el mundo, que dejaba una enseñanza al sentimiento de las nacionalidades, una educación como la que dieron los espartanos de las Termópilas.
A fuerza de querer mancillar mi nombre, lo que han hecho es asociarlo a esas páginas que han encontrado la admiración de las naciones civilizadas, y que eran repetidas y mostradas al pueblo francés cuando un millón de alemanes asediaba a París.
Ajena a los hechos de la administración del mariscal López, a su política, sin mezclarme en otras cosas durante la guerra que, en atender a los heridos, a las familias que seguían al ejército y procurando disminuir las penalidades de la situación; no por eso dejo de aceptar la responsabilidad que quiera dárseme en la defensa que el pueblo paraguayo hizo de sus derechos y territorio.
No conocía los libros que se han publicado en mi contra, y de ellos he tenido conocimiento al llegar a Buenos Aires. Si los hubiese conocido en tiempo oportuno, antes del plazo señalado por la ley para poderlos acusar, mi vindicación la habría hecho ante los tribunales, marcando a mis difamadores con el estigma de calumniador.
Pero desgraciadamente llegué tarde para esos libros, aunque muy a tiempo para acusar a un corresponsal de La Tribuna, D. Miguel Macías, al cual encontré al desembarcar en esta ciudad ocupado en reproducir un acopio de iniquidades, bebiendo con ansiedad las gotas de veneno que destilaban los residuos aglomerados por los explotadores de la honra ajena.
Había dejado la Europa y vuelto a América después de una ausencia de cinco años, porque recién había podido recobrar mis papeles y armarme de las piezas necesarias para vindicar y reclamar mis intereses.
Venía resuelta a ir a Asunción, porque allí estaba pendiente un juicio criminal ordenado por el gobierno en 1870, para contestar a los cargos que me hacían, afrontando a todos mis enemigos en el teatro mismo de su poder y cuando no contaba con otro apoyo que el de mi conciencia y el de mis actos.
Esta resolución la fortalecí más, cuando La Tribuna de esta ciudad, publicaba correspondencias supuestas de Asunción y elaboradas en esta ciudad, en las cuales se me amenazaba hasta con la muerte si me atrevía a ir al Paraguay.
En efecto, después de haber demorado tres meses en Buenos Aires, reclamando del gobierno argentino el valor de mis muebles, que adornan los salones de la casa del gobierno nacional, sin poder hasta ahora conseguir una resolución, a pesar de haber presentado las cuentas que los acreditan de mi propiedad, no quise demorar más tiempo y me dirigí a Asunción.
Allí desembarqué, y horas después fui obligada a reembarcarme por orden del presidente Gill.
Los falsos telegramas que se han publicado respecto a mi viaje, las narraciones inexactas que se han dado a luz, los actos que han tenido lugar y que han sido desfigurados, todo ello me obliga a consignar en este escrito la verdad de lo ocurrido, una protesta respecto al despojo de mis propiedades y una vindicación de las calumnias prodigadas en libros, diarios y folletos, que si bien han podido formar una creencia desgraciada respecto a mi persona, no han podido anonadarme ni quebrantarme; porque mi conciencia me levanta sobre todos y me fortalece para afrontar la difamación”.[3]
Después de haber sido publicada su alegación en la capital argentina, donde no había nadie dispuesto a salir en defensa del último chivo expiatorio de la Guerra del Paraguay, Elisa le firmó el traspaso de bienes a su hijo Enrique Solano López Lynch (quien, inútilmente, pleitearía por ellos por el resto de sus días) y regresó a París, donde se estableció definitivamente. Falleció el 26 de julio de 1886, a los 51 años, víctima de un cáncer estomacal, en su modesto departamento parisino. Estuvo enterrada en el cementerio del Père Lachaise hasta julio de 1961 cuando, rehabilitada su figura por el gobierno de Alfredo Stroessner y convertida en heroína nacional, sus restos fueron llevados a Paraguay y quedaron depositados en Asunción, expuestos en el Museo Histórico del Ministerio de Defensa, en una sala, dentro de una urna de bronce, circundada por algunas de sus joyas y trajes de gala -obviando, asnadamente, sus peculiares uniformes militares, los cuales habían sido diseñados por ella misma y perfeccionado a lo largo de la contienda, en razón de la practicidad (aliada suprema de la comodidad) requerida para gozar de movilidad absoluta e inmediata, privativa de tejidos rígidos y sisas al bies, instancias noveles para esa concepción de traje, sobre todo femenino, del momento, lo cual la convierte en una verdadera, contemporáneamente hablando, diseñadora de indumentaria textil-.
Links de interés:
Ana Brun interpreta a Madame Lynch (1987): https://www.youtube.com/watch?v=7OgRMev9NO4&ab_channel=ABCTVParaguayABCTVParaguay
Eliza Lynch: Queen of Paraguay (2013). Trailer del documental escrito y dirigido por Alan Gilsenan: https://www.youtube.com/watch?v=v3E8hClrSAg&list=PL-UKZFzEUeynYMalbk7Hs6LhJv7v-GZyb&ab_channel=CarlosGim%C3%A9nez
Madame Lynch – Final del Ballet dirigido por Daniel Luzko y musicalizado por él y Nancy Luzko e interpretado por el Ballet Municipal de Asunción y la Orquesta Sinfónica Nacional de Paraguay: https://www.youtube.com/watch?v=VFTQy7_uNJU&list=PL-UKZFzEUeynYMalbk7Hs6LhJv7v-GZyb&index=27&ab_channel=DanielLuzkoDanielLuzko
[1] Una guerra que enfrentó a Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay entre 1865 y 1870, que -según decía Alberdi- debía más bien denominarse “Guerra de la Triple Infamia”, se debió más a los intereses británicos y de acabar con un modelo autónomo de desarrollo como el paraguayo, que podía devenir en un “mal ejemplo” para el resto de América Latina, que a los objetivos de unificación nacional y defensa del territorio proclamados por sus promotores.
[2] Fue un período de inanición, enfermedad y emigraciones masivas en Irlanda entre 1845 y 1849. Fue un hito en la historia de ese país y sus efectos cambiaron permanentemente el panorama demográfico, político y cultural de la isla. Tanto para los nativos irlandeses como para aquellos en la diáspora resultante, la hambruna entró en la memoria popular y se convirtió en un punto de cohesión para los movimientos nacionalistas y el republicanismo irlandés.
[3] El Vapor Tacuarí’ (Tacuarí) fue un buque de la Armada Paraguaya que combatió en la Guerra de la Triple Alianza, actuando como buque insignia de la escuadra de esa nación.
[4] Fuente: Elisa A. Lynch, Exposición protesta que hace Elisa A. Lynch, Buenos Aires, Imprenta rural, 1875.