Lucille Ball: risas, sudor y lágrimas

Sabiendo lo reconocido que es hoy el programa I Love Lucy no queda duda de que Lucille Ball es una estrella de la comedia. Internacionalmente reconocida por sus papeles televisivos, ella llegaría incluso a ser la primera mujer cabeza de un estudio y estuvo a cargo de la producción de algunas de las series más importantes de la década del sesenta. Y, sin embargo, su ascenso a la fama y su vida personal turbulenta muchas veces pusieron en duda su capacidad de alcanzar el éxito.

Sin dudas le costó llegar a donde quería y nadie conocía el trabajo duro como ella. Ball nació el 6 de agosto de 1911 en un hogar de clase media basado en Montana. Todos en su familia trabajaban para mantener la situación a flote y, de hecho, cuando su padre murió en 1915, su madre, Desirée, se casó rápidamente con otro hombre y los mandó a ella y a su hermano, Fred, a vivir con familiares en el centro vacacional de Celoron Park, New York, mientras se procuraba un empleo en Michigan.

La joven Lucille amaba la atención y era una niña, se podría decir, rebelde. Siempre amenazaba con que iba a abandonar la casa e irse a trabajar como actriz a Nueva York y, cuando con sólo 14 años entabló una relación con un tal Johnny DeVita (7 años mayor), que era conocido en la zona por ser el hijo de un hombre dado a los negocios turbios, su madre por fin tuvo la excusa para cumplir los deseos de su hija. Con su modesto sueldo de vendedora Desirée logró reunir suficiente dinero para mandarla a estudiar en 1926 a la Escuela de Artes Dramáticas de John Murray, a la cual también asistía Bette Davis, pero nada resultó según lo esperado. Al mes de haber empezado los profesores de Ball estaban tan poco impresionados con ella, que fue invitada a retirarse de la academia y se le devolvió todo el costo del curso.

Ella volvió al hogar, pero la situación familiar empeoró, casi en coincidencia con esta decepción, cuando su abuelo fue declarado responsable por un dudoso accidente con un arma por el que un niño resultó muerto. El episodio terminó destruyendo la estabilidad económica de la familia y todos tuvieron que relocalizarse a un departamentito en pueblo de Jamestown, Nueva York.

Por esta época, determinada aún a cumplir su sueño, Ball continuó sus estudios secundarios, pero en paralelo viajaba constantemente a Manhattan con la esperanza de conseguir trabajo en el mundo del espectáculo usando el pseudónimo “Diane Belmont”. Más allá de algunas pocas malas experiencias como corista, su ascenso a la fama llegó de la mano del modelaje. Con su figura esbelta triunfó en este mundo y, para finales de la década de 1920, ya ganaba cerca de 100 dólares semanales (cuando el sueldo promedio de un padre de familia era de 28 dólares por semana) que le permitieron relocalizar a toda su familia en Nueva York.

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Lucille Ball.
Lucille Ball.

 

 

Luego de que fuera elegida para protagonizar una campaña de los cigarrillos Chesterfield en 1932, logró captar la atención de los grandes estudios, siempre a la caza de bellezas, y le ofrecieron la posibilidad de viajar a Los Ángeles para participar como una Goldwyn Girl en una película llamada Roman Scandals (1933). Su entrada en Hollywood, sin embargo, no significó un trampolín al estrellato. Durante su primer año contratada por MGM supo ir tejiendo una red de contactos, básicamente a partir del buen trato a sus compañeros y de una actitud trabajadora. De a poco, cada vez que alguien, no importa en qué estudio o en qué película, necesitaba una chica a la cual besar, cantarle o tirarle un tortazo, todos llamaban a MGM y pedían prestada a Ball. Con esta estrategia fue ascendiendo de a poquito, aunque siempre en roles menores, pasando en los siguientes años a Columbia y luego a RKO – estudio donde llegó a ser conocida como la “reina de las clase B”, por las películas de bajo presupuesto que solía protagonizar. Muchos críticos de cine e, incluso, gente que trabajó con ella entonces admite que ya entonces ella tenía un talento excepcional para la comedia, pero que, al no ser una belleza tradicional y trabajar en una industria que no sabía qué hacer con las mujeres graciosas, estaba destinada a ser siempre una figura menor. Nuevamente contratada por MGM, que le dio su icónico cabello rojo, tuvo algunos roles más importantes – como su participación en Damas del teatro (1937) con Katherine Hepburn y Ginger Rogers, o el musical La Dubarry era una dama (1943) – pero su gran éxito no llegaría nunca de la mano de la gran pantalla.

En paralelo, Ball siempre había trabajado en la radio y, especialmente desde que participó del programa de Jack Haley en 1937, había logrado ganarse la admiración del público radiofónico y de las audiencias en frente de las cuales se grababan las emisiones. Para 1948, cuando MGM finalmente le soltó la mano y no renovó su contrato, la cadena CBS la tenía trabajando en un programa llamado My Favorite Husband (Mi marido favorito) que resultó tan exitoso, que la invitaron a retomar su rol de ama de casa en la versión televisiva que planeaban desarrollar. Ball aceptó, con la condición de que el personaje de su esposo fuera interpretado por quien era su marido en la vida real, Desi Arnaz.

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Lucille y Desi.
Lucille y Desi.

 

 

Este hombre, que merece nota aparte, era un exiliado cubano que pertenecía a una familia prominente de la isla y había llegado al país en 1933 tras el golpe de Fulgencio Batista. Su trayectoria en los EE.UU. básicamente había sido como músico y, durante un breve período actuando en Hollywood, había conocido a Ball en 1940 durante el rodaje de la película Too many girls. Con algo que, siendo bastante generosos, se podría calificar como “exceso de pasión” caracterizando su relación, nadie que conociera a la pareja apostaba que iba a durar, pero para noviembre de ese mismo año se casaron. Desde ese momento la inestabilidad fue constante y Arnaz, siempre celoso por sentir que Ball era más famosa que él, engañaba a Lucille todo el tiempo con otras mujeres, pero ninguno de los dos sentía que debía abandonar la relación. Por eso, muchos creen que, con tal de mantenerlo cerca, Ball pidió que él fuera incluido en el programa.

A pesar de su posterior éxito y la esperanzada propuesta inicial, quizás llame la atención que lo que se transformó en I love Lucy (Yo amo a Lucy) tuvo unos inicios bastante complicados. La cadena y Philip Morris, el principal sponsor, básicamente no creían que el público estadounidense fuera a encontrar creíble la relación entre una mujer blanca y un cubano. Ball desde ya apuntó a la ironía que eso significaba, dado que esa era literalmente su vida, y logró que tuvieran a Arnaz en cuenta. El programa, eventualmente, resultó sumamente exitoso y, al ser filmado innovadoramente delante de una audiencia usando tres cámaras, prácticamente fundó el género de la sit-com.

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Lucille Ball.
Lucille Ball.

 

 

Pero no todo era color de rosas. Mientras durante seis temporadas (1951-57) el país entero paraba para reír con los enredos de la familia Ricardo, la relación entre Arnaz y Ball se deterioraba cada vez más. Juntos habían comprado los ex estudios RKO y desarrollado su propia productora, Desilu, pero entre el alcoholismo de Arnaz y los reportes que indican que existía violencia física dentro de la pareja, no sorprende que para el final de la serie ya casi no se hablaban. Eventualmente, en 1960, se finalizó su divorcio y lo único que Ball pudo decirles a los millones de fans que recibieron esta noticia anonadados fue que “la vida con Ricky no era para nada como la vida con Desi”.

A pesar de la ruptura en su vida sentimental, la carrera de Ball estaba entrando en otra etapa que traería consigo nuevos éxitos. Se casó por segunda vez en 1961 con Gary Morton, un hombre que estaba más que feliz de ser el marido de Lucille Ball, y, tras una experiencia de relativo éxito en el teatro, retornó a la televisión con The Lucy Show (El show de Lucy) en 1964. Esta nueva serie, pionera para su época en tanto se concentraba en la historia de una viuda y una divorciada que vivían juntas, fue muy exitosa y, a lo largo de sus seis temporadas, se volvió famosa por las estrellas que cada semana eran invitadas a participar del programa.

En paralelo, Ball además hizo historia en 1962 cuando le compró a Arnaz su parte de Desilu, la productora que habían armado en conjunto, y se transformó en la primera mujer directora de un gran estudio de televisión. Si hacen falta más pruebas de su capacidad, resulta interesante señalar que durante su gestión, antes de vender el estudio con gran rédito a Paramount, se desarrollaron muchos programas osados para su momento que terminaron adquiriendo gran popularidad, como Misión imposible (1966) y Viaje a las estrellas (1966).

Para finales de la década, tras el final de El show de Lucy, en 1968 Ball participó de la película Los tuyos, los míos y los nuestros y se consiguió una nueva serie llamada Here’s Lucy. Ésta podría considerarse un éxito, ya que también duró seis temporadas, pero la popularidad de Ball iba en descenso y, por primera vez en su vida, CBS decidió cancelar el programa. Por eso, aunque en los siguientes años continuó haciendo especiales televisivos, ella se fue retirando cada vez más del ojo público, saliendo en algunas películas como Mame (1974) o Stone Pillow (1985).

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Ball.
Ball.

 

Finalmente, tras haber intentado reactivar su carrera sin demasiado éxito en la década del ochenta, Lucille Ball murió el 26 de abril de 1989 de un infarto. Lejos de la realidad de otras estrellas que murieron olvidadas, Ball, aunque sea, pudo cosechar el amor que había ido sembrando en los corazones del público y de la industria durante todos sus años frente a las cámaras. Así, tan sólo cuatro semanas antes de morir, cuando actuó como presentadora en los premios Oscar junto a Bob Hope, la transmisión se detuvo durante un segundo mientras el teatro entero se paró a aplaudir a la mujer que, a fuerza de trabajo y un espléndido talento, había marcado de forma indeleble al mundo del espectáculo.

 

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