Los protestantes

El cisma protestante generó guerras de religión en Francia, conflictos sociales mezclados con temas de fe en varios países y la creación de una nueva Iglesia en Inglaterra. La Iglesia católica reaccionó con la Contrarreforma, un evento con el que intentó transformarse (pero no tanto) como respuesta a los movimientos en su contra.

Mientras en la Europa continental la Reforma protestante se expandía en el marco de una discusión basada en temas teológicos y éticos, en Inglaterra los fundamentos del conflicto no fueron tan espirituales: el rechazo del papado a la anulación del matrimonio entre el rey Enrique VIII y Catalina de Aragón fue el punto de discordia, y las tensiones políticas y económicas en el ámbito del fin del feudalismo le dieron un carácter más “estatal” y político a la Iglesia anglicana.

Al terminar la Edad Media, la separación de los poderes temporal y religioso se ampliaba cada vez más; a medida que centralizaban el poder, los reyes europeos iban decidiendo si apoyaban o combatían al papado. El resultado fue que los estados se hicieron más fuertes y las iglesias fueron siendo acotadas cada vez más a sus funciones religiosas, disminuyendo paulatinamente la influencia política que tenían en la Edad Media.

Este cambio de mentalidad que surgió en el siglo XVI (zapatero a tus zapatos, la Iglesia a sus fieles y los reyes y políticos a gobernar y tomar decisiones políticas independientemente de las opiniones del papado) generó una gran crisis religiosa. La Iglesia católica vivía un largo período de decadencia y corrupción generalizada y esto no hizo más que agrandar esa crisis, que desembocaría en la ruptura del cristianismo y el surgimiento de nuevas iglesias; católicos, luteranos, calvinistas y anglicanos reclamaron el apoyo del poder secular (laico), y así se fueron formando las iglesias de los distintos estados.

Aparecieron nuevos pensadores religiosos que reclamaban un retorno de la Iglesia a su pureza original no contaminada por la tentación del poder temporal y político. Proponían cambios en los dogmas, algo intocable hasta ahí (bah, hasta hoy, también) y cuestionaron el orden social y el de la Iglesia, que empezó a considerarlos herejes. Los momentos decisivos de la Reforma se vivieron sobre todo en la primera mitad del siglo XVI, con la aparición de pensadores que reclamaban una profunda renovación de la Iglesia, sobre todo en lo relacionado con la corrupción y los dogmas.

Las nuevas doctrinas llevaron a la ruptura con Roma, por supuesto. Así nacieron nuevas comunidades religiosas “reformadas” o “evangélicas”, que se afianzaron debido al apoyo que recibieron de las clases dominantes de las sociedades en las que surgieron. Reyes, príncipes y nobles obtuvieron beneficios políticos (independencia, autoridad, no tener que escuchar las opiniones oficiales del papado) y económicos (recibieron parte de los bienes y riquezas expropiadas unilateralmente a la Iglesia), así que todo cerraba para ellos. La burguesía, una fuerza social fundamental, apoyaba estos movimientos, que formaban parte de la gran transformación social, económica y política que terminaría tiempo después consolidando el capitalismo.

El comercio de indulgencias se convirtió en el ejemplo más frecuente de la corrupción de la Iglesia y en un tema sobresaliente que impulsó a los reformadores. La Iglesia concedía indulgencias (un “bien espitirtual”) a cambio de dinero o bienes materiales; con eso, el comprador obtenía ventajas a la hora de acceder a la vida eterna (negoción para el vendedor, obviamente).

En 1517, el dominico Johann Tetzel llegó a Wittenberg (Alemania) vendiendo indulgencias para financiar la construcción de la basílica de San Pedro en Roma (sí, así como se lee). Martín Lutero (1483-1546), prior de un convento de agustinos de Wittenberg, se rebeló: ¿Por qué el Papa no libera a todas las almas del purgatorio por compasión a sus sufrimientos, que sería lo justo, y sí lo hace por el motivo más vano, por un dinero indigno destinado a construir su basílica?” Más claro, agua.

Lutero clavó en las puertas de la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis, el primer documento de la Reforma. Lutero no tenía inicialmente la intención de romper con Roma; lo que quería era que se acabaran los abusos del papado, que no eran pocos y ya eran costumbre.

De su análisis de la Biblia surgió un nuevo dogma (de los dogmas sí que no se salvaba nadie): la predestinación divina, la negación del papel del libre albedrío de San Agustín y la justificación de la fe como único instrumento para la salvación. Según Lutero, Dios rige al mundo de dos maneras: una, basada en la Biblia y los sacramentos (Lutero sólo reconocía al bautismo y la eucaristía), por lo cual la relación entre Dios y los fieles es directa, al margen de la jerarquía eclesiástica; la segunda, a través de la autoridad política, que mantiene el orden en nombre de Dios. Sus primeras exposiciones dejaban bien claro que no era cuestión de andar comprando indulgencias como si fueran vouchers para asegurarse el jolgorio eterno en el sector VIP del cielo, nada de eso; por el contrario, sólo Dios decidiría quién sí y quién no, sin intermediarios como la corrupta Iglesia católica vendiendo indulgencias como si fueran vales. Lutero expuso sus principios e ideas en pequeños libros escritos con un lenguaje muy accesible y tradujo la Biblia al alemán. El pensamiento de Lutero se difundió rápidamente por Alemania y de allí a Suecia, Finlandia, Dinamarca, Noruega, Hungría, Transilvania y Eslovenia; para 1560, las ideas de Lutero ya estaban instaladas en todos lados.

Con los años, otros pensadores basados en las ideas de Lutero hicieron propuestas más radicales. El más importante de ellos fue Juan Calvino, un francés que desarrolló su labor pastoral en Suiza. Formado en humanidades y en derecho, adoptó las ideas de Lutero, fue perseguido, tuvo que exiliarse y maduró su propio pensamiento religioso hasta concebir un proyecto diferente del luteranismo. La doctrina calvinista se difundió por Alemania, Francia, Escocia, Países Bajos, Inglaterra, Polonia y Hungría.

Las diferencias entre ambos no son tantas en lo medular, quizá algo más en lo formal y en sus estilos personales.

Lutero perteneció a la primera generación de los reformadores, Calvino a la segunda (tenía 26 años menos que Lutero). Gracias a la obra de Lutero, Calvino heredó un legado teológico que pudo cultivar. Lutero era el líder de un nuevo movimiento y abrió un camino para los protestantes que vendrían después. Calvino, que llegó más tarde, tuvo espacio para reflexionar metódicamente sobre el legado de Lutero.

Lutero era extrovertido, convocante, dinámico, de alto perfil. La gente común se sentía atraída por su carisma. Calvino era un asceta, retraído y reconcentrado. Sus fieles lo seguían por su capacidad intelectual. Las ideas y expresiones de Lutero van encaminadas al corazón, las de Calvino van más dirigidas al intelecto y a la razón. Ambos “redescubireron”, por así decirlo, la importancia de la Biblia, pero con miradas algo diferentes sobre el Evangelio. La perspectiva de Lutero defendía sobre todo la necesidad de la fe y la confianza en Cristo como vehículos para la salvación. Calvino también creía esto, pero sostenía que la fe, aunque importante, estaba en segundo lugar; para él, en primer lugar está la gloria de Dios, y la salvación dependería en primer lugar de la gracia de Dios, de su voluntad de salvarnos.

Lutero y Calvino no estaban de acuerdo con respecto a la relación Iglesia-Estado. Lutero veía bien que el gobierno supervisara la administración de los asuntos de la Iglesia, mientras que Calvino se oponía a cualquier tipo de interferencia política en la Iglesia, sosteniendo que la Iglesia debe enfrentarse con el poder temporal para controlarlo

Tanto Calvino como Lutero entendían la eficacia del bautismo de una forma distinta. Para Lutero el bautismo es un sacramento que salva a la persona bautizada, en el que el Espíritu Santo es dado al bautizado para que posea fe verdadera en Cristo; el pecado es perdonado, la muerte y el diablo son vencidos. Calvino, en cambio, consideraba que el bautismo se trata más bien de una “puerta de entrada” mediante la cual uno se incorpora a la Iglesia, no un instrumento de salvación.

Ambos creían en el uso cívico, pedagógico y normativo de la ley; sin embargo, Lutero consideraba la ley de una forma mucho más negativa que Calvino. Lutero hacía una separación entre la ley y el evangelio, porque veía la ley como un medio de miseria, condenación y muerte, del cual la humanidad necesitaba liberarse. Calvino estaba más abierto a subrayar el aspecto positivo de la ley tocante a la santificación del creyente; consideraba que la ley es una expresión de la voluntad de Dios, y por eso sostenía que los creyentes debían obedecerla sin discusión alguna.

En algún sentido, Calvino radicalizaba el planteamiento luterano: para él, la salvación o la condena del hombre dependen exclusivamente de la voluntad de Dios, sin tener en cuenta en absoluto el valor de sus actos; para evitar el terror del creyente ante la incertidumbre de estar o no entre los elegidos para ser salvado, Calvino establecía que si el creyente obtiene éxito en su actividad terrenal y pertenece a su Iglesia (la de Calvino, obviamente) el hombre puede quedarse tranquilo: se salvará.

Lutero y Calvino fueron, sin dudas, los más importantes artífices de la Reforma protestante. Pero a lo largo de doscientos años hubo otros protagonistas cuestionadores de la Iglesia que vale la pena mencionar: John Wycliff (1320-1384), teólogo inglés, que propugnaba el igualitarismo social y religioso; Jan Hus (1369-1415), checo, mártir y patriota, que proponía el regreso a la Iglesia primitivafue quemado en la hoguera por hereje; Girolamo Savonarola (1452-1482), que provocó la caída transitoria de los Medici en Florencia y atacó la corrupción de la Iglesia; Jacques Lefevre (1455-1536), teólogo francés, que tradujo la Biblia la francés e impulsó la Reforma en Francia pero no rompió con Roma; Philip Melanchthon (1497-1560), que fue el jefe del luteranismo luego de morir Lutero; Ulrico Zwinglio (1484-1531), que implantó la reforma en Zurich y prohibió toda manifestación religiosa que no estuviera basada en la Biblia; Thomas Münzer (1489-1525), reformador religioso y revolucionario en el orden social, fundador del anabaptismo.

Otras de las iglesias reformadas que logró consolidarse durante este período fue la Iglesia anglicana de Inglaterra. A diferencia de las otras Iglesias, que habían sido fundadas por pastores y teólogos, la Iglesia anglicana fue fundada por un rey, Enrique VIII, enfrentado con el papado por su deseo e intención de divorciarse de su mujer, Catalina de Aragón (la primera de sus seis esposas… un indeciso, Quique). Apoyado por el Parlamento, decretó la separación de la Iglesia de Roma y se proclamó como autoridad máxima de su propia Iglesia “nacional”.

Pero esa es otra historia.

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